Hace 546 años, y en Segovia, Isabel I de Castilla, conocida como Isabel La Católica, fue proclamada Reina de Castilla. Fue la etapa intermedia de un largo proceso que culminó con la creación de un estado centralizado y moderno, construido con los restos de un conjunto de reinos medievales, repletos de ambigüedades y anacronismos.
La trayectoria de Isabel La Católica, es de libro de caballerías. Simplemente extraordinaria. Quisiera centrarme en el periodo antes de ser reconocida como Reina de Castilla.
Cuando nació en Madrigal de las Altas Torres, el 22 de abril de 1451, nadie dio mucha importancia al evento, ya que, a pesar de ser hija y nieta de reyes, en la línea sucesoria se encontraba en primer lugar el hermano por parte de padre, el que efectivamente seria Enrique IV de Castilla y después al primero de sus hijos. Efectivamente, a la muerte de su padre Juan II, el testamento real especificaba la línea sucesoria y donde se ponía en primer lugar a su hijo Alfonso y realmente nadie preveía nada para Isabel.
Al quedar viuda su madre, la situación de ambas quedó en precario, política y materialmente. Las disposiciones testamentarias en cuanto al reparto de rentas nunca llegaron a ejecutarse, ya que Enrique IV no quería que su madrastra tuviera demasiado poder. Sin embargo, esta no descuidó la educación de la futura Isabel La Católica, que gozó de buena educación y de un círculo de personas que posteriormente fueron cruciales como consejeros.
Enrique IV, llevaba ya trece años casado con Blanca de Navarra, sin que hubieran tenido descendencia. Finalmente decidió repudiarla con un curioso argumento. Se declaró impotente, pero solo cuando debía tener relaciones con su mujer y por tanto debía separarse de ella para lograr descendencia para el reino. En 1455, Enrique volvió a contraer matrimonio con la hermana de Alfonso V, Juana de Portugal. Juana no era tonta y se dio cuenta de la posición débil de su marido y a partir de su matrimonio, hizo que Isabel estuviera siempre en la corte y le arrebató parte de sus rentas. O sea la puso bajo control estrecho.
A principios de 1462, la reina Juana de Portugal, dio a luz una hija que ha pasado a la historia como Juana la Beltraneja, ya que fueron muchos que dudaron de la paternidad de Enrique, después de veinte años de matrimonio con dos reinas y ningún embarazo. Las voces maledicentes de la corte afirmaron que el verdadero padre era Beltran de la Cueva, futuro Conde de Ledesma.
En 1464 hubo una rebelión de nobles. Se firmó un manifiesto de quejas y agravios, donde se acusaba a Enrique de homosexual, de menospreciar al clero católico, proteger a infieles y de mentir en cuanto a la verdadera paternidad de Juana La Beltraneja. EL rey en lugar de tomar las armas y luchar contra los nobles levantiscos, empezó una tortuosa negociación con ellos que finalmente concluyó en un Pacto en el que se reconocía a Alfonso como futuro rey y se liberaba a Isabel de su encierro en la Corte. Aparentemente, poco había ganado Isabel en su carrera hacia el reinado, pero sí que se había librado de la pesada carga de estar permanentemente bajo observación.
La situación empezó a subir de tono, cuando en 1465, se organizó en Ávila una extraña farsa, donde se depuso a un muñeco con las insignias reales y se declaró rey al infante Alfonso de tan solo doce años.
En aquella época el Papa era considerado como árbitro universal y en este caso no fue una excepción. Los dos bandos enviaron emisarios a Roma para obtener el apoyo del papado. Sin embargo, la muerte de varios de los participantes en este lio monumental, desaparecen por muerte natural. Entre ellos el infante Alfonso. Por una jugarreta del destino, Isabel se encontró en la primera línea de la sucesión y los nobles rebeldes presionaron a Isabel para que se declarase reina. En este momento ella hizo una de sus primeras jugadas maestras. Se negó en redondo a enfrentarse a su hermano y caer en la rebeldía, pero consiguió el título de Princesa de Asturias y de hecho se constituyó legalmente como heredera a la corona por delante de Juana La Beltraneja, al pactar con el rey en Guisando, no lejos de Ávila, el 18 de septiembre de 1468.
Sin embargo la posición de Isabel era sumamente débil, ya que se encontraba en Ocaña, vigilada estrechamente por nobles fieles a Enrique. Tenía que buscar un aliado y este fue Fernando de Aragón, el futuro Fernando el Católico, al cual estaba comprometida desde los tres años de edad, pero cuyo compromiso había sido roto por Enrique. Después de una serie de complicados enredos burocráticos, ya que ambos eran parientes en segundo grado, Isabel firmó las capitulaciones matrimoniales. Pero el asunto era secreto y había que celebrar el matrimonio físicamente. En un rocambolesco viaje, Fernando cruzó Castilla disfrazado de mozo de mulas y el 19 de octubre de 1469 contrajeron matrimonio en Valladolid.
El matrimonio acarreó las iras de Enrique, pero no era lo mismo ser una infanta, por mas heredera al trono que fuese, que ser la esposa del heredero de un reino poderoso, como era el de Aragón. Enrique IV, no hizo nada y tras su merte en diciembre de 1474, Isabel se proclamó reina de Castilla y aquí también se vio la agudeza de Isabel. Fernando quedó como mero rey consorte de Isabel y no como soberano per se. Con ello Isabel se reservó una parte importante del poder que siempre supo ejercer de forma mesurada pero estricta.
Estalló entonces la guerra de Sucesión castellana (1475-1479) entre los partidarios de Isabel y los de su sobrina Juana. Pero de nuevo aquí, la experiencia militar de Fernando, fue decisiva para vencer en la contienda.
Finalmente, como hemos dicho al principio, los dos monarcas, que heredaron un conjunto de reinos medievales, con nobles solo interesados en defender sus intereses locales y miopes, tuvieron en sus manos las cartas necesarias para construir un estado estructurado, con una única política dirigida hacia el bien de la comunidad.
Manuel de Francisco Fabre