Un frio 25 de noviembre de un lejano 1560, falleció en la ciudad de Salamanca, Domingo de Soto, un jesuita que habia participado en la mayor parte de las discusiones religiosas y filosóficas de la época, pero del cual se conocen mucho menos sus enseñanzas en el dominio de la física aplicada.
El siglo XVI, es conocido por las conquistas realizadas en América por España, y todo el mundo señalaba, de forma equivocada, que nuestro país era un foco de fanatismo e intransigencia, en el cual toda idea nueva era rápidamente aplastada. Domingo de Soto es el ejemplo de que estas afirmaciones son totalmente falsas.
Nacido en Segovia en 1494, estudió en las dos universidades más famosas de su época. Primero en la Universidad de Alcalá, donde ingresó en la Orden de los Dominicos y después en la Universidad de Paris. En 1520 volvió a Alcalá para ocuparse de la cátedra de Metafísica y en 1532 se trasladó a la Universidad de Salamanca, para dirigir la cátedra de teología.
Se convirtió en un personaje importante de gran influencia en el pensamiento filosófico de su época, siendo enviado en 1545 al Concilio de Trento como teólogo imperial y en 1548, participó, como teólogo católico, en oposición a los protestantes, en la redacción del Interim de la Dieta de Augsburgo. El emperador le ofreció diversos cargos, pero él se mantuvo fiel a su entorno ligado a la enseñanza, que le daba más libertad de pensamiento y de acción.
Participó activamente en los debates sobre la cuestión indígena, sobre los justos títulos o llamada de otra forma la polémica de los naturales. En este ámbito formó parte de la comisión de teólogos que se reunió en Valladolid entre 1550 y 1551 en la llamada, Junta de Valladolid.
Pero su espíritu inquieto no le dejó al margen de otras grandes discusiones de su tiempo, llegando a analizar diversos problemas económicos, como la redacción de contratos, los intercambios mercantiles, los límites de la usura, la determinación del precio justo de los bienes, la evolución de los precios y las posibilidades de limitarlos.
Sin embargo, un aspecto del que es todavía más desconocido, es su estudio sobre el movimiento de las masas, “graves” como las llamaba en sus escritos y la evolución de la velocidad los cuerpos en el espacio. Son realmente sorprendentes las afirmaciones que hizo en su libro “Quasetiones super octo libros physicorum Aristotelis” en 1551. Fue el primero en analizar el movimiento de los cuerpos en función de una sola variable, que es el tiempo.
Nuestro compatriota fue el primero en afirmar que una masa en caída libre, se ve afectada por una aceleración uniforme y su concepción de la masa de un cuerpo, en términos de resistencia a cambiar su velocidad, es sumamente avanzada.
Tan avanzada, que se puede afirmar que los trabajos de Copérnico en 1543, Soto en 1551 y Benedetti en 1554, fueron los pilares que permitieron a Galileo Galilei, en 1591 redactar su obra de mecánica “Motu” y a Newton en 1685 concluir la ley de la gravitación universal.
Domingo de Soto, supo deducir una ley universal de la aceleración e hizo dar a la ciencia un paso de gigante. Murió en su casa, cómodamente con todos los honores que se dispensaban en aquella época a una persona respetada. Todo ello en una España que según la leyenda negra era un pozo de incultura e intransigencia.
Manuel de Francisco Fabre
Domingo de Soto – Wikipedia, la enciclopedia libre
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