Nada sabía de Francisco de Vitoria, cuando, por accidente, buscando en la red unas referencias sobre derecho, tropecé en la omnipresente wikipedia, de una mención indirecta sobre pensamiento de derecho internacional. Mas que sorprendido me quedé, cuando profundicé un poco en la vida de este olvidado personaje español del siglo XV.
Nació en Burgos en fecha incierta entre 1481 y 1483, fue fraile dominico, escritor y catedrático de la Universidad de Salamanca, y contribuyó en la implantación de nuevas ideas en el derecho internacional y la economía moral basados en el pensamiento humanista del realismo aristotélico e inspirado en las ideas de Santo Tomas.
Parte de sus estudios los realizó en Paris, donde se formó no solo en teología sino también en artes. En 1523 estaba de nuevo en España ejerciendo de profesor de teología en el Colegio de San Gregorio de Valladolid. En 1526 obtuvo la cátedra de teología de la Universidad de Salamanca hasta su muerte.
Uno de los aspectos que menos te puedes esperar de un fraile es que teorizara sobre la economía y sin embargo lo hizo y de forma abundante. El catolicismo del siglo XV tenía el afán de lucro de los comerciantes como algo, sino pecaminoso, al menos no recomendable, ello hizo que los comerciantes buscaran inteligencias que defendieran su modo de vida. Vitoria fue uno de sus valedores. En sus pensamientos, el orden natural se basa en la libre circulación de personas, bienes e ideas, de forma que los hombres puedan conocerse entre si, por tanto los comerciantes no son moralmente reprobables sino que realizan un servicio importante para el bien común. Fue el principio que culminó con las ideas de la Escuela de Salamanca que desarrollaron varias teorías económicas sobre el precio justo y la teoría cuantitativa del dinero.
Sin embargo su preocupación mayor fueron los problemas morales de la condición humana frente al uso de la autoridad, analizó los orígenes y limites de los poderes y rechazó las ideas medievales de jerarquías feudales y supremacía del emperador o del papa. Era toda una novedad publicar que el papa no tenía autoridad temporal. Algunos años antes que Lutero ni tan siquiera naciera.
Estas ideas chocaban con los títulos que Carlos I tenia heredados de los Reyes Católicos y concedidos por el papa. A pesar de estas ideas, nunca fue perseguido ni por la Iglesia Católica ni por el Emperador. Justo lo contrario, Carlos I lo consultó en repetidas ocasiones y fue destacada voz en las controversias que hubieran a raíz de la epopeya americana.
Su preocupación por los derechos de los indígenas americanos, le llevó a escribir su obra “De Indis” en la que argumentó su postura ante los excesos cometidos en las tierras conquistadas, afirmando que los indios no son seres inferiores, sino que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y tienen derecho de posesión de sus tierras y bienes. Este fue el inicio del Ius gentium (derecho de gentes).
Estos principios se oponían al ansia de dominación de las potencias europeas que se apoyaban en un presunto dogma cristiano para justificar la conquista y gobernanza de los pueblos técnicamente más atrasados. Con lógica aplastante argumentaba que si los cristianos cometían maldades, no era lógico que tuvieran derecho sobre los paganos. De refilón ponía en duda el derecho divino de los reyes a gobernar, que como hemos dicho le llevo a desacuerdos con Carlos I, aunque este siguió solicitando su consejo en repetidas ocasiones.
En esta pequeña reseña no quisiera extenderme más. Al curioso amante de la historia, tal vez le guste profundizar en su visión de la “Guerra justa” y las controversias que produjeron sus opiniones. Como en muchas ocasiones, son más los reconocimientos fuera de España que dentro de ella y por ejemplo en la ONU, la Sala de los Consejos de las Naciones de Ginebra, lleva su nombre. Uno de los murales de la sala, pintados por otro español, Jose Maria Sert, y terminados en 1936, está representado Francisco de Vitoria, dando clase en la Universidad de Salamanca, como tantas veces hizo hasta su muerte el 12 de agosto de 1546.
Manuel de Francisco Fabre