Mucho se ha hablado acerca del descubrimiento de las primeras vacunas y su aplicación en el mundo, pero poco se ha escrito como se desarrolló este tema en España en el siglo XVIII. Hagamos un poco de recapitulación de toda esta historia de las vacunas, que, aunque parezca mentira, todavía hoy provocan fuertes discusiones respecto a su utilización.
En el siglo XVIII desde hacía años, en Europa se venían haciendo experimentos con pseudo vacunas, pero fue Edward Jenner quien dio el paso definitivo para obtener un procedimiento casi exento de riesgos. Edward era un médico rural en la campiña inglesa dotado un fuerte sentido de la observación. Era conocido de forma informal que las mujeres que se dedicaban al ordeño de las vacas no contraían la enfermedad, pero fue él quien vinculó las pústulas que las ubres de estos mamíferos, con una enfermedad benigna que padecían y la posibilidad de “acostumbrar” al cuerpo humano a una enfermedad más grave. Todo esto antes de que se hubieran descubierto la existencias de los gérmenes patógenos.
En base a sus observaciones y varias experiencias que antes de él hizo Lady Mary Wortley Montagu cuando había importado unos procedimientos rudimentarios, y peligrosos, de Constantinopla, extrajo el pus de las manos de Sarah Nelmes, una lechera infectada de la viruela vacuna, y se lo inyectó a James Phips, un niño de ocho años. Después de padecer leves secuelas, el niño resultó ser inmune a la viruela humana. Esto ocurría el 14 de mayo de 1796 y hoy en día nos parece un procedimiento escalofriante, pero es así como ha avanzado nuestra civilización.
Cuando Edward Jenner publicó sus resultados, en la “moderna” y anglicana Inglaterra se produjo un escándalo monumental. Los ataques que recibió Edward fueron de lo más variopintos y desde todos los lados. Desde publicaciones satíricas donde se decía que los vacunados iban a desarrollar extremidades como pezuñas y ubres, hasta predicadores anglicanos que desde sus pulpitos insistían en que este procedimiento iba contra las leyes divinas.
¿Y mientras? ¿Qué ocurría en la “atrasada” y católica España? Aquí también hubo polémica, pero fue más bien dentro de los círculos científicos. La Iglesia Católica se mantuvo al margen de la controversia. Pero quien tomó partido fue el rey Carlos IV.
La familia de los Borbones ya había sufrido los ataques de la viruela. El hijo mayor de Felipe V, Luis I, murió de esta enfermedad a los 229 días de ser nombrado rey, en 1724. Fue el reinado más corto de toda la historia española y causa de que su figura tenga poca cabida en nuestros libros de historia, pero estaba bien presente en la mente de Carlos IV cuando su hija la Infanta María Luisa, en 1798, enfermó de viruela y casi falleció. El monarca estaba al corriente de los avances médicos en toda Europa e hizo aplicar el método de vacunación contra la viruela, descubierto por Jenner en Inglaterra tan solo hacía dos años, a toda su familia.
Pero no terminó aquí. El 22 de Diciembre de 1798, ordenó mediante Real Cedula que todas las Casa de Expósitos y Misericordia, a tener los medios necesarios para vacunar a todos los que habitaran en dichas instituciones y tan solo siete años más tarde emitía otra Cedula que decía literalmente en su preámbulo “….Por la qual se manda que en todos los hospitales de las Capitales de España se destina una sala para conservar el fluido vacuna, y comunicarlo a quantos concurran a disfrutar de este beneficio y gratuitamente a los pobres, baxo la inspección y reglas que se expresan”
Mientras en Inglaterra la Asociación Médica de Londres albergaba no pocas controversias y la exquisita Royal Society londinense, manifestaba su más exquisito rechazo. En Francia las cosas no iban menos atrasadas y no fue hasta que Napoleón ordenó vacunar a todas sus tropas en 1805 que se empezaron a aceptar. Pero Carlos IV se había anticipado a todos y el 30 de noviembre de 1803, había salido de España la corbeta “Maria Pita”, con el objetivo de extender la vacuna por todos los dominios españoles en el mundo. La vacuna llego hasta Las Filipinas. En la culta y moderna Inglaterra, todavía se discutía.
Manuel de Francisco