Silencio, aqui yace un tenor

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El pasado 10 de septiembre se cumplieron veinte años de la muerte del tenor Alfredo Kraus. Y el 5 del mismo mes, el veintidós aniversario del fallecimiento de su esposa Rosa Blanca Ley-Byrd. Dos personas que, junto a sus cuatro hijos, configuraban la unión perfecta de dos esposos. De ahí que esta efeméride no pueda cometer la grosería de separar la historia del tenor del hondo sentimiento provocado por la desaparición de la esposa a causa de un tumor cerebral.

Alfredo Kraus Trujillo nació en Las Palmas de Gran Canaria el 24 de noviembre de 1927. De madre española y padre austríaco, a los cuatro años ya se inició en los estudios de piano, para a los ocho ingresar en el coro de la parroquia de los Misioneros Claretianos. Su debut internacional tuvo como escenario el Teatro Real de El Cairo, en 1956, con el papel de Duque de Mantua en el Rigoletto de Verdi. Prosiguió su carrera con Mario Cavaradossi de Tosca, Il Trovatore, Lucia de Lammermoor, para llegar al 27 de marzo de 1958, en el Teatro Nacional de Säo Carlos de Lisboa, en donde se presentó con una Traviata, acompañado de una Violetta sobresaliente. Una producción grabada en directo que todavía puede hallarse en las tiendas de Viena y una interpretación del Alfredo Germont que los melómanos recuerdan con suma emoción. El prometedor alumno de Mercedes Llopart, aquel muchacho rubio de ojos azules y apellido austriaco, comparecía en la función inaugural con la ‘La Traviata» para medirse al talento desbocado de María Callas. La diva, al finalizar no pudo por menos que expresarse en estos términos; «No quiero más sorpresitas como la de este tenor canario». La soprano le estaba reprochando al empresario lisboeta la sorpresa de un rival aclamado durante toda la representación.

A los dos años de tal acontecimiento memorable interpretó en el cine al tenor navarro Gayarre, bajo la dirección de Domingo Viladomat.

Llegó seguidamente su debut en el Covent Garden de Londres, en 1959, con ‘Lucia’,  en la Scala  de Milán en 1960, con ‘La Sonámbula», en Nueva York en 1996, extendiéndose la sensación de que el tenor español irrumpía entre los gigantes de su tiempo (Bjorling, Tucker, Di Stefano, Del Monaco, Corelli, Gedda, Bergonzi, Wunderlich ) con los ademanes de un mesías aristocrático, el heredero de Tito Schipa. En 1967 debutó en el Teatro Colón de Buenos Aires con «La favorita», junto a Fiorenza Cossotto y Sesto Bruscantini, y regresó en 1972 para «I Puritani», con Cristina Deutekom, y «Lucía de Lammermoor», junto a Beverly Sills. Sus últimas actuaciones fueron en 1989 con un memorable recital, en 1991 con Werther, el joven poeta, de Massenet, su personaje más brillantemente reconocido y en 1993 en «Los cuentos de Hoffmann».

Pero no solamente dejó su arte en la ópera, sino que Kraus también fue un destacado intérprete de zarzuela, con grandes éxitos como La tabernera del puerto, La revoltosa, El huésped del sevillano, Black el payaso, Marina, etc. Por entre todos esos éxitos sobresale su participación en el montaje de “Doña Francisquita”, en 1956, cuando la reinaguraciónn del Teatro de la Zarzuela. Recuerdo de aquellas sesiones es un busto de Kraus que puede contemplarse en la cafetería del teatro zarzuelístico. 

En el final de su carrera se dedicó a la docencia, figurando entre sus alumnos jóvenes intérpretes como el tenor venezolano Aquiles Machado, el tenor italiano Giuseppe Filianoti  o el tenor griego Mario Frangoulis. Durante su vida recibió multitud de premios y reconocimientos públicos, desde una calle en Bilbao hasta dar nombre al Auditorio de Gran Canaria y recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes en 1991.

El artista con el Premio Metropolitan Opera House de Nueva York, con la Gran Cruz de Honor de las Ciencias y las Artes de Austria, confesaba; “Yo no vendo mi imagen, sino mi arte. Y por tanto no vendo mi cara a la televisión haciendo payasadas. Hay tenores más populares que otros, sin duda. Todo en la vida tiene un precio, y se hacen muchas horteradas que se pueden justificar económicamente con un cheque gordo (…) Para mí, sacar la ópera del teatro es desvirtuarla y vulgarizarla. ¿Llevar el fenómeno lírico al estadio? Podíamos aprovechar las dimensiones de una soprano gorda para que no entraran goles en la portería». 

Todo ello quedo muy atrás aquel 5 de septiembre de 1997, cuando en su residencia familiar de Monte Príncipe, cercana a Boadilla, su esposa Rosa falleció. Desde ese momento, el ya silente tenor, dio paso al esposo desconsolado por la muerte de quién había formado parte de su vida en forma intensa, amorosa y dulce.  El cantante que había sobrevivido a una despiadada guerra contra las discográficas, que había sido colocado en el círculo del olvido, que se había rebelado contra todo personaje que pudiera perjudicar su voz, independientemente del caché ofertado, que se había atrevido a sobrevolar con éxito por encima de diez años de unas multitudinarias actuaciones de tres espléndidos tenores proclives al espectáculo, ese hombre no deseo ser capaz de superar la ausencia de su Rosa. En estos términos se expresaba el dolorido marido; «¿Me podía haber pasado algo peor? No, ésta ha sido la mayor tragedia de mi vida, los momentos más duros y trágicos, la situación más terrible que nadie pueda imaginar. Me siento solo, hundido, destrozado, roto, abandonado, triste, vacío. ¿Qué puedo decir después de haber estado tantos meses junto a mi esposa con la esperanza de que iba a recuperarse

Unas palabras surgidas no solamente de un gran artista, de una maravillosa y profesional voz, que se atrevía con los nueve dos de pecho de “La hija del regimiento”, sino tamièn de un marido que, enamorado hasta su último suspiro de su esposa, no falleció en la efeméride que encabeza estas modestas letras, sino un 5 de septiembre de 1997, es decir, dos años y cinco días antes de cerrar los ojos, con su voz ya acallada años atrás. Quizás por eso, en el busto, retratado con una pose del tenor en el personaje principal de la ópera Werther, colocado en el cementerio de Las Palmas se fijó la leyenda; “Silencio, aquí yace un tenor”.

Francisco Gilet.

Bibliografía

Arturo Reverter (2010). Alfredo Kraus: Una concepción del canto.

Alfredo Kraus: confidencias para una leyenda.

Alfredo Kraus: confidencias para una leyenda. Conversaciones con Francis   Lacombrade (2000).

Nino Dentici Burgoa (1992). Alfredo Kraus: el arte de un maestro.

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