Hace tiempo comentamos una de las grandes hazañas de esa marina del Gran Duque de Osuna, la batalla naval del cabo de Celidonia.
Hoy traemos otro de los épicos episodios que dio aquella armada.
En realidad, el duque pagaba de su bolsillo el apresto y armamento de las galeras de su virreinato (el de Sicilia en ese momento), pero los soldados y mandos eran españoles de la Armada y los tercios autorizados por el rey. Así que puede decirse que era una marina semiprivada.
El mismo historiador Cesáreo Fernández Duro lo reconoce así:
Las naves del Duque de Osuna no tenían de corsarias más que el nombre y la bandera; regíalas un general, llevaban capitanes é infantería española sujeta á la disciplina militar,…
En esta ocasión, como veremos más adelante, participaría una escuadra del Marqués de Santa Cruz, don Álvaro de Bazán, el hijo del gran general de la Armada que combatió en Lepanto y Azores entre otros muchos escenarios.
Ataque nocturno de las galeras españolas
Estamos a principio de 1612, en el virreinato español de Sicilia, que está gobernado por el Duque de Osuna, quien como hemos comentado aprestó una armada con sus dineros viendo el paupérrimo estado de la que se encontró al llegar. El duque era de los que no se lo pensaban mucho si veía una empresa con la que derrotar a los enemigos de España y, de paso, llevarse una tajada. Eso ocurrió cuando las galeras de su mando hicieron un prisionero muy particular.
Tiene gracia el eufemismo que utiliza la crónica de este episodio, la cual seguimos, y que dice que “habiéndole apretado para que dijese quien era“, confesó que se trataba de un espía turco mandado por un renegado inglés llamado Simon Daucer.
Confesó también que aquel inglés tenía preparados en Túnez, que era un nido de piratas y corsarios, diez bajeles de alto bordo muy fuertes. Algo extraño para aquellas gentes pero que ponía en relieve el verdadero objetivo de aquella escuadra: saquear las Indias Occidentales. Suponemos que el corsario inglés renegado ya había navegado por aquellos mares y sería el guía de la expedición, la cual estaba ya casi preparada para su salida con numerosos holandeses y turcos a bordo.
El Duque no se lo pensó mucho y ordenó preparar una escuadra de seis galeras bajo el mando de don Antonio Pimentel, un soldado viejo de los tercios de Flandes, muy ducho y arriesgado tanto en tierra como en mar. Ideal para lo que se quería hacer.
Las galeras fueron reforzadas con soldados viejos (con experiencia se entiende, no edad) y remeros mozos, fornidos y fuertes, cinco o seis por banco.
La navegación fue perfecta y en poco tiempo se pusieron a la vista de Tunez, en un lugar donde ellos no podían ser divisados. Esperaron a la media noche para iniciar un ataque nocturno en toda regla. Gracias a la total oscuridad, lograron meterse en el puerto enemigo sin ser localizados y quedarse a tiro de mosquete de la escuadra corsaria. Allí los españoles descubrieron que los buques estaban listos para partir y casi toda la gente embarcada, eso sí durmiendo muy al descuido.
Con tan buena ocasión, los españoles echaron sus chalupas al agua con más de cien soldados repartidos en ellas, provistos de multitud de bombas y artificios de fuego, con las cuales llegaron al lado de las embarcaciones enemigas sin ser vistos ni oidos.
Y entonces empezó la carnicería.
Los españoles pegaron fuego a siete de las naves, echando dentro gran cantidad de bombas ardiendo, quedando abrasados los buques y pegándose fuego unos a otros hasta que se fueron al fondo.
Luego, sacaron un gran navío de mil toneladas de porte, lleno de riquezas y mercancías, y después otros dos de menor valor que el primero pero igualmente ricos, que estaban algo apartados de los piratas y que sabían por las señas en qué parte estaban.
Los demás buques pequeños de la armada corsaria ardieron sin remedio y se fueron al fondo con todo lo que tenían embarcado: bastimentos, municiones y gente de mar.
Los turcos, sorprendidos, no supieron defenderse, y aunque dispararon muchos cañonazos desde el fuerte, apenas hicieron daño a los españoles, que se dedicaron a quemar y destruir cuanto veían.
Al amanecer, la escuadra española dio por concluido el ataque y se retiraron con sus valiosas presas, con todas las galeras y chalupas, llenas de banderolas y gallardetes, disparando los cañones de crujía celebrando su hazaña y dejando tras de sí a una asombrada ciudad, arruinada y con su armada deshecha, además de numerosos muertos turcos y de otras nacionalidades.
Encuentro con una escuadra del Marqués de Santa Cruz
Mientras la victoriosa escuadra de galeras españolas se dirigía a su base en Sicilia, se encontraron a otra escuadra española: siete galeras del virreinato de Nápoles que hacían el corso por mandato del capitán general don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz.
Se optó por navegar en armada, aunque divididos en dos escuadras, y pusieron rumbo al puerto de Biserta en Túnez, donde habían sabido que allí se encontraba un gran acopio de provisiones, municiones, pólvora, jarcias y otros bastimentos. Esta vez entraron sin necesidad de ocultarse y arrasaron con todo sin apenas resistencia, saqueando de forma sistemática todo lo que pudieron en el menor tiempo posible.
Las galeras españolas se fueron bien repletas de botín, con turcos cautivos y haciendo que los capitanes y soldados fueran ricos en despojos. La pérdida de estos fueron insignificantes, siendo los más heridos por los cañonazos del fuerte del puerto de Túnez. En Biserta murieron sólo diez soldados españoles, siendo la pérdida estimada de turcos en medio millar, eso sin contar los cautivos que se llevaron.
Tras estas incursiones victoriosas, las galeras retornaron a Sicilia. Pero todavía tendrían tiempo de algo más. A veinte millas de navegación, cerca del cabo de Bona, dieron caza a un bergantín, al que tomaron, con 35 moros, y lo quemaron con una bomba de fuego que tiraron desde las arrumbadas de la capitana. Del bergantín sólo escaparon tres turcos, que salieron a nado por estar cerca de tierra.
Y así acabó una de las muchas incursiones que hicieron las galeras del duque de Osuna en aquellos años. Y era así porque si se tripulan bien los buques, con gente que sabe lo que hace, se da parte del botín a sus hombres, se comandan las naves con gente curtida y conocedora del oficio y se tienen las embarcaciones en buen estado, es lógico que todo salga bien.
Fuentes: