Castilla, tierra de conquista… y libre

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Brañosera

Recientemente, el Rey de España, Felipe VI, y su consorte, visitaban el que está considerado el municipio más antiguo de España, Brañosera, fundado en 824 en la montaña palentina, y que este año cumple el 1.200 aniversario de la concesión de su Fuero por parte de la Monarquía.

Y es que la concesión de fueros por parte de los reyes fue la clave en la repoblación del pequeño condado que luego se convertiría en reino, Castilla, en un modelo singular que no tuvo parangón. De hecho, fue el único territorio de toda Europa en donde no se impuso el feudalismo.

Fernán González

Para los cristianos del Norte del antiguo reino visigodo de España, que se opusieron a la invasión de los sarracenos, la tarea de recuperar lo que el islam les arrebató en apenas una década, costó ocho siglos de dura lucha. Una tarea que, salvo momentos puntuales, acometieron desunidas las diferentes entidades políticas que surgieron, todas con rango de condados, salvo el reino primigenio, el de Asturias, luego astur leonés, luego de León y, finalmente de Castilla, cuando el pequeño condado fundado por Fernán González absorbió al de León.

A medida que iba avanzando la Reconquista, había que repoblar los territorios recuperados, por lo general prácticamente despoblados, pero la tarea no era sencilla, ya que esas tierras eran presa fácil en las afeizas acometidas por los musulmanes, al año siguiente, en cuanto llegaba el estío.

En una primera etapa, quienes se arriesgaban a emprender la aventura de hacerse con tierras sin dueño, lo hicieron de una manera un tanto anárquica, en el Prepirineo, una vez afianzada su base en Jaca — los condados de Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, los catalanes…, feudatarios del imperio carolingio —, y hasta las orillas del Duero.

Los nobles eran quienes ofrecían protección a los nuevos colonos, a cambio de su vasallaje, es decir, se fue implantando el feudalismo, omnipresente en la época en toda Europa. Pero un pequeño condado iba a nacer sin esa servidumbre, alumbrando una tierra de hombres libres. Los reyes ofrecían a los valientes que se arriesgaban a repoblar aquellos territorios, fueros y una lista de privilegios, que hicieran atractiva la aventura no exenta de numerosos riesgos, para fundar villas de realengo, es decir, dependiente directamente de la Monarquía, sin intermediarios.

Se estableció la presura, un sistema por el cual, al colono se le otorgaban tierras, pero no todo lo que deseara, sino aquello que era capaz de labrar con su yunta de bueyes o mulas. A continuación, el notario y el cura levantaban acta, registrando oficialmente la nueva propiedad.

Y luego se iniciaba la construcción de la villa, que ya empezaba a tener la típica fisonomía castellana en damero, calles alineadas, cuya cabecera presidía el cabildo, en donde los vecinos, hombres libres, discutían abiertamente los asuntos que les concernían, y claro está, la iglesia, a la que se añadía, cuando era posible, una modesta escuela en donde aprender las primeras letras.


Razzias sarracenas

Los vecinos, a cambio del favor real, ante el cual únicamente debían rendir cuentas, al margen de nobles o eclesiásticos, adquirían el compromiso de contribuir a su propia defensa, levantando, cuando era preciso, milicias concejiles. Cada campesino debía procurar de su propio pecunio su armamento, por lo general, modesto — una espada, una lanza, y pequeña rodela y casco de cuero —, y su propia montura. Al inicio del verano, cuando llegaban las habituales razzias sarracenas, si la partida enemiga era pequeña, cada vecino dejaba el arado y tomaba su espada, aprestándose a la defensa de su hogar. Pero cuando se trataba de un gran ejército, levantado por el califa para atacar al reino cristiano del Norte (por lo general, solían lanzar dos columnas, una por la llanada alavesa y la otra por Galicia, para intentar llegar al corazón de la resistencia) y al que, obviamente, no podían hacer frente, se retiraban a los montes más cercanos, acarreando todo lo que podían llevar consigo, generalmente el ganado y algunos enseres.

Órdenes militares

A su vuelta, sus campos de labranza, sus hogares…, habían sido arrasados por los sarracenos, y había que volver a empezar de cero. Así fue en todo el territorio hasta la línea del Duero. Luego, a medida que fue avanzando la Reconquista, hasta el Tajo y luego el Guadalquivir, en tierras más pobladas, se expulsó a los musulmanes, procediendo a la repoblación con gentes cristianas del Norte. Tan solo se respetó a los escasos mozárabes que iban quedando en tierras musulmanas, aunque la relación con ellos — con su idioma, su propio rito cristiano…— no siempre fue fácil. En esta fase, las órdenes militares — Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa, esta en Aragón —, adquirieron un mayor protagonismo en la defensa del territorio.

En la épica que supone la Reconquista, desde la victoria de Covadonga, protagonizada por don Pelayo y un puñado de valientes, hasta la toma de Granada, por los Reyes Católicos, debe ocupar un lugar de honor esa forja de Castilla, por un ejército de hombres, cuyo nombre no ha recordado la Historia, pero cuyo valor contribuyó a la forja de ese carácter castellano, semilla de lo que un día sería un Imperio en el que no se ponía el sol (con la contribución, claro está, del resto de españoles).

En Hollywood nos han bombardeado con historias de la conquista del Oeste (tierras, por cierto, que hacía tiempo habían sido ya descubiertas, civilizadas y evangelizadas por españoles). Si en España tuviéramos una industria cinematográfica digna de ese nombre y con ambición, tendría ahí un filón, para escenificar una parte asombrosa de nuestra historia.

Jesús Caraballo

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