El “Nican Mopohua”, es decir, el relato de las apariciones de Guadalupe al indio Juan Diego, se considera el texto fundacional de Méjico. Ahora se cumplen 490 años de dichas apariciones, apenas una década después de tomada Tenochtitlán, la capital del imperio azteca, a manos de Hernán Cortés. Pero ¿quién fue el autor de este relato?, que empezaba así:
“Aquí se narra (Nican mopohua), se ordena, cómo hace poco, milagrosamente, se apareció la perfecta Virgen Santa María Madre de Dios, nuestra Reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe. Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga…”.
Este es el comienzo del hermoso relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe al indígena mejicano Juan Diego Cuauhtlatoatzin ocurridas del 9 al 12 de diciembre de 1531, apenas diez años después de la caída de la gran Tenochtitlán. Con ella dio inicio la colonia española en el territorio que ahora ocupa Méjico, parte sustancial de Estados Unidos y América Central.
El Nican Mopohua continúa: “Diez años después de conquistada la Ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios.
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo, su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuautitlán, y en las cosas de Dios, en todo pertenecía a Tlatelolco”.
El relato incluye tanto las apariciones como los diálogos entre la Virgen y Juan Diego; así como las diferentes peripecias que éste tuvo que pasar para llegar hasta el obispo Zumárraga y dejar caer las rosas que fue a cortar (¡en diciembre!) en el cerro del Tepeyac. Mismas que «pintaron» la venerada imagen de millones de seres humanos en la tilma que llevaba Juan Diego ese 12 de diciembre.
Para muchos, el Nican Mopohua es el texto fundacional de México. El autor de este texto fue Antonio Valeriano; el principal y más sabio de los alumnos indígenas que estudiaron en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (del cual fue después maestro).
Antonio Valeriano nació, probablemente, en Azcapotzalco, hacia el año de 1522, y murió ahí mismo en 1605. Fue un sabio noble y letrado nahua, gobernante de la parcialidad indígena de Méjico-Tenochtitlan
El rector de la Real y Pontificia Universidad de Méjico, el doctor Francisco Cervantes de Salazar, escribió en uno de sus célebres Diálogos Latinos (1554) que Valeriano;
«es un maestro que en modo alguno es inferior a nuestros maestros, muy sabio en el cumplimiento de la ley cristiana, y muy entregado a cuanto concierne a la elocuencia».
Dominaba a la perfección el náhuatl, el latín y el español, por lo que fue de gran ayuda para que Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) completara su Historia General de las Cosas de Nueva España. También fue informante y colaborador de Fray Andrés de Olmos; y enseñó el náhuatl a Fray Juan de Torquemada para que este escribiera su monumental Monarquía Indiana.
Se casó con Isabel Huanitzin, descendiente del linaje real tenochca y hermana del historiador Hernando de Alvarado Tezozómoc. Tuvo descendencia, ya que en 1620, su nieto, llamado Antonio Valeriano «el joven», fue también gobernador de Azcapotzalco. Y eso porque de 1573 a 1599, Valeriano fue gobernador de la parcialidad indígena del propio Azcapotzalco.
Cuando asumió el cargo en 1573, la población indígena residente en la ciudad, era todavía mayor que la población de españoles, mestizos o negros.
Varias fuentes y el minucioso trabajo de historiadores modernos, como Miguel León-Portilla o Edmundo O’Gorman, así como el testimonio directo del sabio novohispano Carlos de Sigüenza y Góngora, atribuyen, con certeza histórica y filológica, la autoría del Nican Mopohua a Valeriano.
Éste fue enterrado en el convento de San Francisco (en la Capilla de San José) de la Ciudad de Méjico; en el mismo sitio que su insigne maestro Fray Bernardino de Sahagún y tantos otros misioneros franciscanos que dejaron su vida en la evangelización de Méjico.
Fray Juan de Torquemada manifestaba, en su entierro, que «se hallaron muchos gentíos, así de indios como de españoles y fueron los colegiales de este colegio (el de la Santa Cruz de Tlatelolco) a asistir en él porque había sido lector de él, como queda dicho, y su cuerpo llevaron a hombros los religiosos desde la entrada del patio hasta la sepultura, saliendo a recibir su cuerpo toda la comunidad, como quien tanto lo merecía, y de su talento sé yo muchas particularidades por haber sido algunos años mi maestro en la enseñanza de la lengua mexicana».
Herencia
Al final de la mejor biografía que de este gran mejicano se ha escrito, incluso de la que, en el siglo XVIII le dedicara Juan José Eguiara y Eguren; biografía con la que se abre el libro Vidas Mejicanas. Diez Biografías para Entender a Méjico (FCE, 2015 pp. 35-64), Miguel León-Portilla escribe:
Valeriano, estudioso y funcionario público, dejó una valiosa herencia de cultura. Gracias a él se salvaron antiguas composiciones en náhuatl y Bernardino de Sahagún pudo llevar a cabo sus investigaciones. Las obras de su creación personal, entre ellas de modo muy especial el Nican Mopohua, son, como lo dejó dicho Horacio (al que sin duda él leyó) monumentum aere perennius: “monumento más duradero que el bronce”.
Jesús Caraballo
En el Santuario de Guadalupe, en Guatemala, durante las celebraciones del 12 de Diciembre se leían hasta hace pocas décadas, en público y por una buena oradora, algunos fragmentos del Nican Mopohua, para aumentar el conocimiento y la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe.