El Panteón es un edificio de estilo neoclásico, construido en el siglo XVIII, ubicado dentro del recinto de la Población militar de San Carlos, en San Fernando (Cádiz), y en el que descansan los restos mortales de numerosos marinos españoles. Del exterior destaca la sobria y monumental portada de estilo neoclásico y del interior el vestíbulo que es de planta elíptica, así como la iglesia, de tres naves y cúpula sobre el crucero. En los tramos laterales se sitúan los distintos mausoleos de los marinos. Lo más significativo de su interior son los mausoleos de los marinos situados en los tramos de las naves laterales: Gravina, Álava, Valdés, etc.
Las obras de construcción de la iglesia, cuyo titular es la Purísima Concepción, comenzaron el 2 de julio de 1786, en un proyecto urbanístico y arquitectónico ideado y promovido por Carlos III, con el fin de albergar las dependencias de la Marina. Fue diseñada por Francisco Sabatini siendo la primera piedra colocada el día 2 de julio por Luis de Córdova y Córdova, entonces capitán general del Departamento y al día siguiente, comenzaron las obras a las órdenes del capitán de navío Vicente Imperial Digueri, el teniente de fragata y arquitecto Antonio Noriega de Bada y después, en 1794, por el marqués de Ureña, Gaspar de Molina y Saldívar, año en que se suspendieron las obras por falta de dinero, que fueron reanudadas el 28 de abril de 1795 para finalizar la construcción del sagrario. En 1805, tras el desastre de Trafalgar, se pararon las obras y se olvidó por completo el proyecto.
Pero en 1845 las obras se reanudaron, tras la apertura del Colegio Naval en la población y cinco años después, el 10 de octubre de 1850, se dictó una Real Orden destinando el lugar de la antigua iglesia a Panteón de Marinos Ilustres con el fin de servir de referente de modelos de vida a los alumnos que aquí cursaban sus estudios. El 15 de noviembre de 1854 se concluyeron las obras de los sepulcros de Jorge Juan Santacilia, Juan José Navarro, Federico Gravina, Luis de Córdova y Córdova, Ignacio María de Álava, Cayetano Valdés y José Rodríguez de Arias, y a las 9 de la mañana del 17 de noviembre se celebró la solemne inauguración, fiesta onomástica de la reina Isabel II, aunque en aquel momento carecía de techo. La última fase de construcción se inició en 1943, en la que se cubrió por completo el recinto, y dándose por finalizadas en 1959.
Desde entonces y hasta ahora el edificio ha dado cobijo a los restos mortales de aquellos que llevados por su alto concepto del honor o movidos por su abnegado sentido del deber, alcanzaron el reconocimiento y la gloria, ya fuera dando ejemplo de bizarría en el campo de batalla, cultivando las letras o desarrollando las ciencias. Hoy día el Panteón de Marinos Ilustres forma parte de la Escuela de Suboficiales de la Armada y allí se encuentran entre sus muros retazos de la historia de España.
El Panteón de Marinos Ilustres es un edificio de planta rectangular, que tiene una longitud de 88,57 m de largo por 37,60 m de ancho, y consta de tres cuerpos unidos entre sí por otros dos de forma circular; la iglesia está compuesta de dos naves laterales cubiertas con un crucero central descubierto, y alberga en su interior un cementerio militar, en el que, como tal, se pueden ver lápidas y tumbas. Con respecto a las lápidas, conviene señalar que, en su inmensa mayoría, no contienen restos mortales, es decir, son recordatorias. En lo que se refiere a tumbas y mausoleos, sí contienen restos mortales. Algunos de estos fueron esculpidos por artistas de reconocido prestigio como Gabriel Borrás (autor del que es uno de los mausoleos de mayor categoría artística de los del Panteón: el dedicado a las clases de Marinería y Tropa) o Manuel García González. En cuanto a los materiales que se emplearon para la construcción de las tumbas son de lo más variado y van desde la piedra artificial al bronce, pasando por el mármol.
Cabe destacar la magnífica lámpara votiva de quinientos kilos de peso que cuelga de la cúpula del crucero y que aparece decorada con treinta y dos escudos heráldicos esmaltados, representativos de algunas de las personalidades aquí enterradas. Hay que destacar también el altar mayor, que está presidido por una imagen de la Virgen del Carmen, tallada en madera de cedro, obra del imaginero sevillano Alarcón, que la esculpió siguiendo el modelo de la escuela genovesa del siglo XVIII y el que se puede leer la siguiente inscripción: «Todos los marinos, independientemente de su graduación, que han servido con honestidad y honor a la Armada».
Justo debajo del altar se encuentra la sacristía que pretende reproducir el puente de mando de un barco y, a los pies de ese mismo altar, la cripta en la que reposan los restos de algunos héroes de Cavite y Santiago de Cuba. A espalda del mismo altar se encuentra el Salón de Símbolos o Nava del Cenotafio, uno de los rincones más conmovedores del templo. Esta sala está dedicada a todos los marinos que reposan en las profundidades de los mares. De este espacio destaca la imagen del Cristo de los Navegantes (copia del de Juan de Mesa que procesiona todos los años en la Semana Santa sevillana). Dentro de este lugar también es digno de mencionar el escudo de España flanqueado por Neptuno y Minerva, que está realizado en mármol de Carrara. Junto a este cenotafio completan la parte trasera del edificio dos recoletas capillas de planta circular y de estilo neoclásico consagradas a la Virgen del Carmen y a la Virgen de la Inmaculada respectivamente.
La fachada principal se encuentra en el patio de armas de la Escuela de Suboficiales de la ciudad que, a su vez, está construida sobre la antigua Escuela Naval Militar. Está flanqueada por sendos antiguos cañones de 36 libras, acostados sobre su cureña, pertenecientes a las baterías del navío de línea Santísima Trinidad, que fue el buque de guerra más grande de su época y nave almiranta de la Real Armada en el siglo XVIII. Tras participar en la Batalla del Cabo San Vicente, fue destruido por los británicos en la Batalla de Trafalgar.
Resultan profundamente conmovedoras las obras escultóricas que adornan los mausoleos, por ejemplo, el de la tumba del ilustre marino don Cayetano Valdés. El escritor y académico don Arturo Pérez-Reverte. En una visita que realizó durante una de sus estancias en Cádiz, dijo sobre el panteón: “Es el único cementerio del mundo dedicado a marinos de la Armada”. Al parecer, en su día hubo intentos para que los restos de Cristóbal Colón reposasen junto a la pléyade de ilustres que descansan en este camposanto tan peculiar.
El mármol blanco y otros materiales nobles predominan en la confección de las delicadas esculturas, donde ángeles dolientes velan al difunto en pétreos mausoleos decorados con profusión y buen gusto, incluso el que está dedicado a las clases de Marinería y Tropa. También hay una exquisita escultura dedicada a todos aquellos hombres de mar de los que ningún libro de historia habla. Conmueve el detalle de la pieza escultórica que representa a un marinero yacente y descalzo.
En las paredes pueden verse placas conmemorativas con los nombres de don Dionisio Alcalá Galiano, marino, cartógrafo y científico de la Real Armada, héroe muerto en la batalla de Trafalgar cuando mandaba el navío de línea Bahama, y también fue segundo de a bordo de la corbeta Atrevida, de la expedición Malaspina; o de don Pedro de Novo y Colson, teniente de navío y contralmirante que rescató para la Historia toda la ingente documentación que ese extraordinario viaje científico-político mencionado trajo hasta la metrópoli tras cinco años de vuelta al mundo y que fue confiscada y relegada al ostracismo a su regreso. Novo y Colson fue, a su vez, un dramaturgo de éxito y que llegó a ocupar el asiento G de la Real Academia Española. Ingresó en ella el 30 de mayo de 1915 con el discurso titulado “Los cantores del mar”.
Es sorprendente la cantidad de marinos que han formado parte de la Real Academia. El paseo a lo largo de los tramos laterales supone descubrir, uno tras otro, los soberbios mausoleos de don Antonio Escaño, don Santiago de Liniers, don Pascual Cervera o don Álvaro de Bazán, además de los ya mencionados, así como placas conmemorativas, y emotivas, como la dedicada a don Blas de Lezo. Caminar entre estas tumbas supone una lección de Historia Naval impregnada del romanticismo de sus ángeles y querubines dolientes, del misticismo de vírgenes y cruces o de la candidez de los motivos personalizados que se esculpen en ellas, como el telescopio que sujeta una bellísima estatua que vela el mausoleo del insigne astrónomo de la Armada del siglo XIX, don Cecilio Pujazón, que fue miembro de un equipo internacional de astrónomos empeñados en dibujar el mapa del cielo por primera vez.
Dirigió el Observatorio de San Fernando en la época en que Isaac Peral y Caballero construía su submarino en el arsenal de La Carraca. De hecho, Pujazón era su superior directo y Peral siempre contó con su apoyo cuando fue víctima de una perniciosa conjura, nacional e internacional, para arrebatarle la patente del prodigioso invento del que fue autor y constructor: el primer submarino de guerra. Peral fue un alumno que ingresó en esta última escuela en 1865, un gran marino ilustre, aunque no esté enterrado en el panteón de San Fernando, y seguramente visitó el panteón y se sintió inspirado por lo que representa este edificio.
Estos extraordinarios personajes históricos aquí enterrados no solo se atrevieron a hacer de la Armada su profesión, sino que, en aquellos tiempos convulsos, sabían que entrarían en combate con toda seguridad y no solo son Ilustres porque sus vidas están llenas de aventuras y desventuras bélicas de gran calado naval y político, sino que además son autores de logros científicos, artísticos y literarios que marcaron la Historia de España. Un marino es un hombre culto que tiene conocimientos de astronomía, navegación, cartografía, matemáticas, física, meteorología y otras disciplinas que para mandar un navío son imprescindibles.
El pasado de la Armada Española merece un monumento como este. Un panteón que nos recuerde la envergadura de nuestra influencia en el mundo durante siglos. El lugar es menos conocido que el Museo Naval de Madrid, pero brilla tanto como las estrellas que usaron los marinos para orientarse en mitad de los océanos. Los vientos de la Historia son pertinaces cuando se empeñan en borrar la memoria y los recuerdos. La erosión del olvido y la indiferencia es implacable, aunque sabemos que aquellos que vivieron vidas extraordinarias siempre resultan una inspiración. Por eso merece muchísimo la pena un paseo por el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando y el recuerdo de los que allí descansan.
Jaime Mascaró Munar