“El Santísima Trinidad fue el barco más impresionante de la época, el de mayor porte, el más artillado, y su robusto casco de caoba le permitió soportar duros castigos sin darse por vencido”.
Pocos barcos españoles han dado tanto que hablar y gozan del renombre y el prestigio del “Santísima Trinidad”, que fue el navío de guerra más grande de su época, hasta el punto de que fue conocido como “el Escorial de los Mares”. Fue una especie de canto del cisne de la Armada Española y de la capacidad de nuestro país como gran potencia naval y constructora, el último estertor de un enfermo que se sabía viejo y agotado, pero quería seguir mostrando una fortaleza que ya no tenía.
El Nuestra Señora de la Santísima Trinidad disponía de 120 cañones en un principio, ampliados hasta 140 con posterioridad. Fue el barco más grande y artillado de su tiempo, y, de hecho, fue el único buque con cuatro puentes del mundo.
El padre de la nave fue un irlandés nacionalizado castellano: Matteo Mullan. Un ingeniero de ribera que, junto a otros expertos ingleses, llegó a España de la mano de una insigne figura como fue la de Jorge Juan. Mullan fue primero destinado a Cádiz y, desde allí, se le dio traslado a los reales astilleros de La Habana. Una vez allí, al poco de comenzar la colocación de la quilla, cuadernas, codaste y tener la roda labrada, el ingeniero falleció a causa del vómito negro. Su hijo siguió el proceso de construcción y, dos años más tarde, en el mes de marzo, el Trinidad se botó con sus 60 metros de eslora y 2.466 toneladas, habiendo soportado en gradas un fortísimo huracán que destrozó gran parte de la isla y notables efectivos navales del propio astillero ultramarino.
El Santísima Trinidad fue botado finalmente en octubre de 1769 en los astilleros de La Habana, que recibieron la orden de construirlo mediante Real Orden de 23 de octubre de 1767, con más de 63,3 metros de eslora; 54 de quilla; 16,6 de manga y un coste de 40.000 ducados españoles, una auténtica fortuna en su época. Además, la madera fue transportada hacia La Habana desde la provincia de Camagüey, hoy municipio Florida, y se utilizaron maderas preciosas, como caoba, júcaro y caguairán.
Se trataba de un buque de guerra de tres palos, con aparejo de velas cuadradas y con tres cubiertas al principio y cuatro después, con una clara vocación ofensiva y diseñado para combatir de tú a tú a las más grandes de las naves inglesas. Cabe destacar que salió luciendo 116 bocas de fuego y que su casco y cubiertas eran de caoba, lo que redundó en la extraordinaria fortaleza que mostró a lo largo de su vida útil. Su dotación humana, en tiempo de paz, era de 850 hombres.
Después de ser probado en alta mar, se dieron cuenta de que sufría de varios inconvenientes, que fueron corregidos en los astilleros de Ferrol y Cádiz. Tales fueron las modificaciones ejecutadas, que se convirtió en el único navío del mundo que contaba con cuatro puentes.
El 4 de julio de 1776 se produjo la declaración de independencia de Inglaterra por parte de las 13 colonias británicas en Norteamérica y la posterior guerra entre estas y la metrópoli, en la que participó España desde junio de 1779 en apoyo del nuevo país. Cuando España declaró la guerra a Gran Bretaña junto a Francia en apoyo a las colonias norteamericanas en su guerra de la Independencia, el Santísima Trinidad fue el buque insignia de la flota española y tomó parte en las operaciones en el canal de la Mancha contra los ingleses a finales del verano de ese año.
En 1780, participó en la captura de un convoy inglés de nada menos que 55 buques y en 1782 fue incorporado a la escuadra del Mediterráneo y participó en la batalla del cabo Espartel. El conflicto bélico terminó con la firma de la Paz de Versalles el 3 de septiembre de 1783.
En el año 1797, durante la batalla del Cabo de San Vicente, quedó desarbolado y casi cae en manos enemigas. Pudo salvarse de ser capturado cuando ya se había rendido gracias a la intervención del navío Infante don Pelayo bajo el mando del capitán de navío Cayetano Valdés, que acudió en auxilio del Santísima Trinidad y consiguió salvarlo de un apresamiento por parte de las fuerzas británicas, llegando incluso a amenazar con dispararle si no volvía a izar el pabellón. El Pelayo se interpuso en la línea de fuego enemiga, con lo cual consiguió dar tiempo para que se fueran incorporando otros navíos españoles que acudieron al mismo lugar y provocaron la retirada de las fuerzas británicas.
Finalmente, la batalla de Trafalgar fue su tumba. En cualquier caso, y en honor a la verdad, no se puede dejar de decir que, en el transcurso de la batalla, el “Santísima Trinidad”, a las órdenes del jefe de Escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros, causó graves daños al navío “HMS Victory”, el buque insignia del Almirante Nelson, en el que este perdió la vida durante la batalla. Tras una titánica lucha en la que ocasionó gravísimos daños y numerosos muertos, probablemente muchos más de los reconocidos por la historiografía británica, y llegando a batirse solo contra hasta siete navíos británicos, fue capturado con más de 200 muertos y 100 heridos.
El 21 de octubre de 1805 llegó la batalla de Trafalgar, y en ella el “Leviathan”, el “Conqueror” y el “Neptune”, rodearon al barco español cañoneándolo desde todos los flancos durante horas. A bordo del “Santísima Trinidad”, el jefe de escuadra Baltasar Hidalgo de Cisneros y el capitán Francisco Javier de Uriarte y Borja, dieron orden vender cara la derrota del coloso español al mantener la lucha hasta las últimas consecuencias y convertir su barco en una tan grande como inofensiva máquina de guerra.
Tras el daño causado al barco, no les quedó más remedio que rendirse y fue capturado por los ingleses. En algún punto del golfo de Cádiz, a la altura de Punta Camarinal y a unas 26 millas de la costa, el “Santísima Trinidad” se hundió al echarse encima un temporal y por su mal estado mientras era remolcado a Gibraltar, llevándose consigo a numerosos heridos que estaban en su interior y que fueron sacrificados cruel y vengativamente.
Así informó Cuthbert Collingwood de su hundimiento: «Empleamos el tiempo en destruir los presos entre Cádiz y Santa Lucía. A las 5,30 acortamos las velas y tuvimos que enviar al lugarteniente Williams, el carpintero y su tripulación, con 30 hombres, sobre el Santísima Trinidad, navío español de 4 cubiertas, para destruirlo».
Era el 24 de octubre de 1805. Símbolo del poderío español en los mares, sus dos únicas piezas de artillería recuperadas del famoso navío, dos cañones de calibre 36, flanquean las puertas del Panteón de Marinos Ilustres, situado en la Escuela de Suboficiales de la Armada, en San Fernando (Cádiz).
Jaime Mascaró Munar