En el viaje del Papa Francisco, el pasado verano, a Canadá, volvió a pedir perdón por los errores en la evangelización de América, sin hacer distinción entre la cristianización de Hispanoamérica y el resto de los territorios colonizados por los anglosajones. Ya venía pidiendo disculpas por los errores en las escuelas de Canadá en donde se trató de “civilizar” a los indígenas canadienses, apartándoles de sus familias y su cultura, en un proceso en el que lamentablemente murieron niños : menos de los que la prensa amarilla ha pretendido y que no se ha logrado acreditar – por epidemias, pero nada de eso tuvo que ver con cómo se dirigió la evangelización, desde el primer momento, en los virreinatos por el gobierno de la Monarquía Hispánica.
Un aspecto poco conocido es que el uso del español no fue generalizado en Hispanoamérica, sino que se empezaría a imponer a partir de la mal llamada independencia de Hispanoamérica (en realidad, se trató de una guerra civil, en donde la participación de tropas peninsulares fue mínima y buena parte de las clases populares, incluidos los propios indígenas, lucharon del lado de los realistas).
Fueron los propios religiosos, animados por la Corona, desde las tempranas Leyes de Burgos (en tiempos de Fernando el Católico, y siguiendo con sus sucesores Carlos I y Felipe II), quienes se impusieron la tarea de aprender las grandes lenguas indias (sería casi imposible aprender las más de 2.000 lenguas que se hablaban en el Nuevo Mundo), para mejor transmitir el mensaje de la nueva fe a las poblaciones nativas. Se trataría de un proceso de inculturación, como ya venía practicando la Iglesia por todo el orbe (baste como ejemplo el del gran misionero Mateo Ricci, que pronto será beatificado, en el imperio chino).
En mi viaje de novios, hace la friolera de 30 años, tuve la oportunidad de adquirir un ejemplar del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, preservado gracias a la labor de los religiosos españoles, al igual que las numerosas lenguas indígenas que han sobrevivido desde el Descubrimiento de 1492.
En ese mismo viaje, en Méjico DF, tuve una serie disputa con un indio, en el Zócalo, junto a la catedral, que despotricaba en perfecto español, contra los abusos y el expolio de nuestros antepasados; irónicamente le hice ver que mis antepasados se quedaron en España, que seguramente serían los suyos.
En mis viajes por Hispanoamérica he tenido la oportunidad de conocer ese crisol de razas que pueblan ese continente, salvo tristemente, al norte del río Bravo, donde la miríada de tribus que allí habitaban (algonquinos, hurones, lakotas…) fueron masacradas y su cultura aniquilada por los supremacistas anglosajones. Cuando éstos llegaron al sur-suroeste del actual Estados Unidos descubrieron que los nativos estaban plenamente “civilizados”, gracias a la excelsa labor de la Monarquía Hispánica y, muy especialmente, de sus adelantados, los religiosos.
Bien está que la Iglesia pida perdón, por los errores que haya podido cometer, en su bimilenaria Historia, pues, pese a haber sido instituida por Nuestro Señor Jesucristo, en la parte encomendada a los seres humanos, naturalmente, es falible; pero valdría la pena hacer valer la extraordinaria labor civilizadora realizada por España en aquellas tierras, que contribuyó decisivamente a evangelizar todo un continente.
Jesús Caraballo