Adentrarse en los más de ochocientos años de presencia islámica en nuestra tierra quizá sea bucear por el periodo de nuestra historia más enmarañado por los muchos tópicos, mitos, leyendas y creencias populares que aún persisten y que no han contribuido sino a entorpecer los procesos de investigación de los historiadores que pretenden ser rigurosos y científicos. Por suerte, hoy día se ha conseguido arrojar luz sobre muchas de estas ideas preconcebidas. Por poner un ejemplo, ya por fin se sabe que la idílica paz y tolerancia que tan a menudo nos han mostrado de ese Al Andalus de las tres culturas no fue tal, sino que lo que verdaderamente se dio fue una suerte de coexistencia en la que judíos y cristianos salían claramente perdiendo.
Estaban viviendo bajo restricciones tales como no poder montar a caballo― cosa que, además de facilitar muchas labores, confería prestigio social ― ni portar armas para defenderse en caso de ser atacados; tener que pagar impuestos especiales por poder conservar su religión, prohibírseles hacer proselitismo entre los musulmanes o manifestar su fe en público; estar en situación de descarada desventaja en caso de litigio con un musulmán al valer el testimonio de un “dhimmí” la mitad del de un islámico a nivel jurídico o tener vetado el acceso a puestos de relevancia en la administración, la cultura o el ejército, quedando así sus posibilidades de promoción social totalmente mermadas. Igualmente sabemos que, si bien la conquista del Reino de Hispania se produjo de manera relativamente rápida, sin que los invasores encontraran una gran resistencia en la mayor parte del territorio, salvo en las cordilleras del norte peninsular y en las zonas montañosas del interior, la arabización e islamización de la población local no tuvieron lugar de la misma forma.
De hecho las conversiones se fueron produciendo de manera lenta y gradual, con una motivación más práctica que por fe auténtica en la mayoría de los casos, ya que abrazar el Islam significaba desgajarsa de ese estatus de inferioridad que pesaba sobre los cristianos andalusíes. Aunque, con respecto a la lengua árabe sí que hubo una extensión mucho mayor, especialmente en las ciudades, al desarrollarse la vida económica, social y administrativa en el idioma de los conquistadores, aunque en el medio rural el latín tardaría mucho más en desaparecer, concretamente la segunda mitad del siglo X. Es decir, más de doscientos cincuenta años después de la conquista es lo que tardaríamos en ver un Al Andalus eminentemente árabe e islámico, contrariamente a lo que pensábamos.
Llegados a este punto cabe preguntarse por qué la conquista islámica apenas encontró resistencia hasta llegar al norte peninsular. Para responder a esta cuestión resulta conveniente en primer lugar trasladarnos al reino visigodo en su ocaso para contemplar el estado de crisis a nivel social y político que sufría. Las monarquías, de carácter electivo, resultaron ser de lo más inestables, y la carga fiscal aumentaba sobre la población, lo cual se tradujo en un profundo malestar que acabaría desembocando en revueltas cada vez más difíciles de aplacar.
Además de eso hay que tener en cuenta que el primer contingente norteafricano que cruza el Estrecho de Gibraltar no lo hace para conquistar ningún territorio ni para expandir el Islam por Europa, sino que simplemente acuden a la llamada de los partidarios de Witiza en un contexto de guerra civil en la que éste le disputaba el trono al rey Don Rodrigo para luchar como tropas auxiliares, y no sería sino después de la Batalla del Guadalete cuando los mandos árabes decidirían emprender una invasión en toda regla. Después de esto vendrían más oleadas de tropas del Norte de África comandadas por Tariq Ibn Ziyad y Musa Ibn Nusayr. Sin embargo, hay una cuestión que muchos han pasado por alto. ¿Quiénes eran aquellos conquistadores que vinieron?
Los árabes siempre mantuvieron la misma política a la hora de expandir el Islam por el mundo. En los territorios que no les plantaban mayor oposición elaboraban políticas de pactos con los gobernantes locales en las que sus propiedades y sus títulos les eran reconocidos, además de establecer acuerdos de respeto con la población local. Tal cosa ocurrió en Egipto, por ejemplo, aunque al ir extendiéndose por el Norte de África se encontrarían con serios problemas que retrasarían bastante su proyecto, pues los beréberes (o amazighes, nombre que se dan a sí mismos) siempre fueron un pueblo celoso de su independencia y de su cultura a quienes no les gustaban las invasiones foráneas. Fenicios, romanos, bizantinos y árabes tuvieron muchos quebraderos de cabeza por culpa de estos pueblos insumisos dispuestos a cualquier cosa antes que dejarse dominar. Así, en el 647 empezarían los musulmanes la conquista del territorio, pero no la concluirían hasta el 700, sufriendo numerosos reveses por el camino.
En Numidia encontrarían a una reina llamada Dahia a la que bautizarían como Kahina, vocablo árabe que significa “bruja” en un sentido peyorativo, debido a que para ellos era algo insólito y abominable ver a una mujer gobernando; que, valiéndose de una complejísima red de espías y de un ejército perfectamente organizado tanto en combate como en estrategia, rechazaría a los invasores árabes durante muchísimo tiempo. Según cuenta la tradición oral de los beréberes de nuestros días, que orgullosos de su historia hablan sobre su reina, Dahia antes de morir reunió a sus hijos para decirles que, una vez ella muerta, podrían convertirse al Islam si lo deseaban, pero que ella jamás lo haría. Tras la muerte de la reina, que desembocó una crisis interna en la resistencia beréber, los árabes lo tendrían más fácil para concluir la conquista del Magreb en el 700, aunque esta conquista fue únicamente militar, pues la religiosa tardaría mucho más en producirse, y la cultural y lingüística nunca tuvo lugar.
Aquellos beréberes recientemente conquistados no eran paganos como muchos tienden a pensar, sino que en su mayoría eran tan cristianos como los hispanorromanos que a partir del 711 encontrarían al otro lado del charco, aunque también abundaban los judíos entre ellos dependiendo de la región de la que procedieran y la tribu a la que pertenecieran. Tan cristianos eran que podemos considerar sin temor a equivocarnos que el Magreb es una de las cunas del cristianismo, donde existían más de 600 diócesis antes de que la invasión islámica culminara. Un emperador romano como Caracalla era beréber, al igual que santos tan influyentes como San Agustín de Hipona o escritores tan influyentes para la cristiandad como Tertuliano.
Además de eso, las lenguas de uso más frecuente en el ámbito cultural norteafricano eran mayoritariamente el latín y en menor medida el griego, y podemos decir que el texto literario latino original más antiguo que se conserva fue escrito precisamente por un amazigh en el siglo II d.C. llamado Apuleyo, una narrativa considerada precursora de la novela picaresca, El asno dorado; así que, como podemos apreciar, aquellos africanos que entraron por el sur de la Península no eran tan distintos como nos creíamos, ni nuestra cultura ni nuestro modo de vida les era extraño. Los árabes, que ya en el siglo VII fueron en su inmensa mayoría islamizados, representarían tanto en la conquista de Al Andalus como durante la dominación musulmana un elemento minoritario, siendo ellos quienes normalmente ostentaban los cargos principales en la administración territorial, en los gobiernos locales y en los mandos militares. En lo demás, normalmente delegaban en los beréberes que, como mercenarios, les acompañaron en la invasión de Hispania, o bien en los gobernadores locales que aceptaron el Islam al principio de la conquista.
Sabiendo entonces que, dado lo apegados que siempre han sido los amazighes a su cultura y a sus tradiciones, a nivel histórico resultaría un disparate pensar que solo once años habían bastado para que gran parte de ellos aceptaran un nuevo credo, y es que el Norte de África siempre fue el territorio que más trabajo costaría al Califato islamizar y mantener bajo su cetro. Como en Al Andalus, los pueblos vecinos del sur mantendrían su religión también hasta el siglo X, e incluso llegados a este punto, veremos cómo los clanes del sur serían recelosos a abrazar el Islam. Sin embargo, sabemos que la presión fiscal sobre los “dhimmíes” fue mucho más agresiva con ellos que con los peninsulares, y que hubo mucha más intolerancia, dado que las diócesis africanas cada vez tenían más problemas para subsistir, hasta que en el siglo XI, con el auge de las dinastías indígenas frente al Califato, solo quedarían dos, una en Cartago y otra en Alejandría.
Volviendo a la conquista, no es disparatado pensar que, dado que el grueso de los invasores que vinieron a Hispania eran de religión cristiana como los hispanorromanos, y muchos de ellos dominaban el latín, no fueron mal acogidos por la población autóctona precisamente por eso. Pasado el tiempo sí que se islamizarían poco a poco, dado que los gobernadores locales y los puestos importantes tenían que ser ocupados por los musulmanes, además de que entre los beréberes existe la costumbre de que si el jefe del clan adopta una nueva religión, el resto de la tribu tiene la obligación de hacerlo.
Sin embargo, si observamos los tatuajes tradicionales que las mujeres amazighes suelen llevar en sus rostros, podremos darnos cuenta de que hay algunas que tienen pintada una discreta cruz. Según nos cuentan los amazighes de nuestros días, esto se debe a que, cuando a muchos no les quedó más remedio que convertirse a la religión dominante, las familias deseaban que sus hijas no olvidaran que una vez fueron cristianas. Fuese como fuese, gracias a que los de un lado del mar y los de otro eran mucho más parecidos de lo que hoy creemos, poca resistencia encontrarían los nuevos conquistadores hasta llegar al norte, donde les plantarían cara hasta llegar al 1492, año en el que la Reconquista culminó y volvía la Hispania antigua a ser como ochocientos años atrás, cristiana y latina.
Juan Benítez
Gracias por el articulo
Muy sorprendido con muchos de los datos indicados, pero me quedo con uno que pone mucho orden en «creencias y topicos falsos».
En el siglo II d.C. existían en el Magred más de 600 diocesis, convirtiendo esa zona de Africa en una de las cunas del Cristianismo, ….. menudo dato.
Felicitaciones por el artículo.
José Fco. Becerra