Antecedentes
Los primeros conquistadores españoles que comenzaron a adentrarse en lo que hoy conocemos como el Estado de California iniciaron sus avances allá por el año 1542. Iban comandados por Juan Rodríguez Cabrillo, a quien Pedro de Alvarado le encomendó, junto con el apoyo de D. Antonio de Mendoza, primer virrey de la Nueva España, la misión de explorar, entre otros territorios, lo que hoy conocemos como California.
La expedición estaba compuesta por el mencionado Cabrillo, la tripulación de los barcos, soldados, cierto número de indios, un sacerdote y alimentos suficientes para dos años, así como animales y mercancías, es decir una pequeña flota de conquista, cuya nao capitana, San Salvador, había sido construido por el mismo Cabrillo.
Tuvieron éxito en su empresa y, para no ser demasiado prolijo, diré que reconocieron y se asentaron en lo que hoy, con pocas variaciones, conocemos como California.
Durante casi doscientos años esta nueva región careció de un asentamiento firme y duradero de misioneros. Fue en el año 1769, cuando el franciscano fray Junípero Serra fundó la primera misión en San Diego y durante la segunda mitad del siglo los religiosos españoles fueron extendiéndose a lo largo de la costa de California.
A lo largo de todo este territorio se fue construyendo una cadena de misiones católicas, que estaban apoyadas por la Corona española.
Allá por el año 1817, cercanas a la bahía de S. Francisco, se hallaban firmemente asentadas las misiones franciscanas de Dolores y S. Francisco.
Fundación de la Misión de S. Rafael Arcángel
Por su situación geográfica, ambas sufrían las consecuencias del clima local, húmedo y neblinoso que repercutía perniciosamente en la salud de los indios que poblaban las referidas misiones y que habían sido contagiados por las enfermedades aportadas por los blancos ya que su sistema inmunológico no tenía defensas para combatirlas.
El padre Prefecto de la misión de Dolores, fray Vicente Francisco Sarriá, había recibido la propuesta de la erección de un sanatorio, algo más al norte, lugar en el que el clima y la situación geográfica era más benigno y menos perjudicial para la población.
Su primitiva reacción fue contraria a tal creación pues estaba temeroso de que las costumbres paganas e idolátricas de los indios que poblaban las inmediaciones de la zona propuesta pudiesen contaminar la todavía poco recia fe de los incolas de su misión. Inesperadamente se encontró con una ayuda imprevista que le hizo decidirse por llevar a cabo la propuesta hecha en su día.
El padre Luís Gil, que poseía ciertos conocimientos médicos, le participó que estaba dispuesto a hacerse cargo del nuevo asentamiento y velar por la salud tanto corporal, cuanto espiritual de los que constituyesen el núcleo primitivo del nuevo establecimiento. Este ofrecimiento fue decisivo ante la actitud dubitativa del padre Sarriá que accedió a la fundación ante el compromiso del padre Gil.
De esta manera se puso en marcha el establecimiento de la “Misión del Gloriosísimo Príncipe San Rafael Arcángel”, o simplemente la Misión de S. Rafael Arcángel.
Ésta fue la vigésima de las fundaciones en California y, como hemos dicho antes, constituía un apoyo a la de Dolores. Su institución fue llevada a cabo el día 14 de diciembre del año 1817 (hay otros datos que aseguran que fue el 14 de febrero de 1822).
Para constituir la misión, que estaría dotada de un hospital, se desplazaron al lugar más de 200 indios y varios frailes franciscanos, que se encargaron de formalizar el asentamiento y poner los primeros cimientos de lo que sería con el tiempo la próspera misión mencionada.
Como caso curioso el nuevo asentamiento se hallaba a un día de viaje en burro de la misión de S. Francisco.
Una de las razones para la fundación de esta era, como hemos dicho, reponer la maltrecha salud de los indios de la misión de Dolores. Por ello qué mejor nombre ponerle que Misión S. Rafael, cuyo significado es “Medicina de Dios.”
Como una de sus funciones era la antedicha, también se le denominó Asistencia S. Rafael.
Su apariencia externa era bastante simple y sencilla. Impresionaba menos que la de la misión “madre”. Simplemente era un edificio sin pretensiones, de 40 por 90 pies de planta, dividido, como de modo casual en una serie de habitaciones que se empleaban como hospital, capilla, almacén y monasterio.
Desde el principio de su creación, su prosperidad fue en constante aumento. Se organizaron una granja y un rancho de gran actividad en la frontera norte de Nueva España. Sus construcciones eran sencillas pero confortables. Los indios se dedicaban a cuidar sus huertos, tierras de cultivo y rebaños de ganado.
Esta forma de agrupar a los indios en poblados distintos a aquellos en los que vivían los españoles se conocía con el nombre de reducciones. Desde los comienzos de la conquista, la Corona de España había concebido la idea de agrupar a los naturales de las nuevas tierras en poblaciones en las que sólo vivieran ellos a fin de que no anduvieran dispersos. Se pretendía que, aparte de la mayor facilidad para su evangelización, cuidado de las tierras, y pago de tributos, siguiesen conservando sus costumbres, además de recibir la aculturación castellana.
En las instrucciones comunicadas por los monarcas a la segunda Audiencia de Nueva España en 1531, se exponen, sin lugar a equívocos, las disposiciones de cómo se han de constituir éstas: Cada reducción ha de contar con una iglesia regida por un cura doctrinero, con el fin de instruir en la religión católica a los aborígenes (los Papas habían sido muy explícitos con los monarcas españoles respecto al adoctrinamiento de los indígenas). El mantenimiento del sacerdote debería subvenirse con parte de los tributos que los indios deberían de pagar. Vivían en comunidad, por lo que todos los bienes de la reducción, incluso las tierras pertenecían al total común de sus habitantes, lo que evitaba la posibilidad de la enajenación.
Las órdenes religiosas que más se distinguieron en la creación de reducciones fueron los franciscanos y los jesuitas. Las de estos últimos lograron un excelente desarrollo y fueron modelos de organización, pujanza económica y bienestar de sus habitantes. Se puede decir que las que mayor esplendor alcanzaron fueron las del Paraguay.
Desvinculación de la misión de Dolores
La prosperidad del nuevo establecimiento fue tal que, siendo una extensión unida por vínculo jerárquico a la misión de Dolores, esta pujante importancia que, día a día, iba adquiriendo concluyó con que el 19 de octubre de 1822 cortó su cordón umbilical con Dolores y fue reconocida de forma institucional como misión independiente. El núcleo de población indígena alcanzaba por aquel entonces los mil neófitos o indios bautizados. El padre Amorós la administró desde 1817 a 1832. Era un hombre de enérgica voluntad que impuso disciplina y laboriosa actividad en todo el establecimiento. Mandó roturar nuevos campos y creó una floreciente explotación ganadera. El trigo, importado de España, se cultivaba profusamente, además de los cereales autóctonos. Uno de los productos que más fama dieron a la explotación agrícola fueron sus excelentes peras.
Durante su gobierno, Amorós logró que se convirtieran 1.837 indios. Dotó al asentamiento de más de 6.000 cabezas de ganado, entre las que se encontraban 400 magníficos caballos. Como caso anecdótico, todavía perdura el reloj de agua que mandó confeccionar y que siguió funcionando muchos años después de su fallecimiento.
Tiempos aciagos para S. Rafael
El conocido como “Grito de Dolores” fue la chispa que encendió el polvorín de la guerra por la independencia mexicana. El 16 de septiembre de 1810, al clarear el alba de dicho día, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, junto con Ignacio Allende y Juan de Aldama, tañe la hoy famosa Campana de Dolores que se encontraba en el campanario oriental de la iglesia parroquial de la población de Dolores (hoy pertenece al estado de Guanajuato y se la denomina Dolores Hidalgo, en recuerdo del cura levantisco). El repicar de la campana despertó a la población que acudió a la parroquia inquiriendo qué ocurría.
Una vez congregada la población frente a la iglesia, el cura Hidalgo pronuncia un emotivo y explosivo sermón, al final del cual grita: ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Abajo el mal gobierno!, ¡Viva Fernando VII!
Dejamos de lado el narrar aquí los avatares de la independencia Mexicana que se llegó a obtener en el año 1821.
Desde esta fecha hasta 1833, la misión siguió gestionada por la Iglesia Católica. En este punto histórico fue secularizada y pasó a ser administrada por la férula del Estado mejicano, pero las nuevas autoridades no supieron prestar a las misiones la misma ayuda que habían recibido de la metrópoli durante la época colonial, por lo que, ante su incapacidad de mantenerlas bajo su dominio con una eficaz dirección, optaron por deshacerse de ellas con la postura más cómoda y a la vez lucrativa, es decir, ponerlas en venta.
En primer lugar, se las ofrecieron a los indios que en ellas vivían, quienes no pudieron adquirirlas por falta del dinero suficiente para su compra. No les quedó a los gobernantes otro remedio que dividirlas en ranchos y así, en porciones más pequeñas, fueron adquiridas por mejicanos blancos.
La de S. Rafael fue la primera en ser secularizada. Cosa que ocurrió en 1834 año en la adquirió el general Mariano Vallejo que era secretario del gobernador español de California y opuesto a la independencia de México. Vallejo, también incapaz de regirla con una buena gobernación, trasladó el ganado de ésta a las fincas de su propiedad, así como los útiles se labranza y hasta los árboles. Su asentamiento fue abandonado en 1844 y los edificios vendidos en 1846.
Nuevo cambio de propietario
Por el tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado entre México y los Estados Unidos en 1848, cuando finalizó la Guerra de Intervención Estadounidense, se llegó a un acuerdo entre ambos por el cual México cedería prácticamente la mitad de su territorio y que hoy comprende los estados de California, Arizona, Nevada, y Utah, así como, parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming.
La misión, por tanto, pasa a depender de los Estados Unidos, aunque en esta época sólo quedan ruinas de ella. Un solitario peral es el único recuerdo vivo de los antiguos tiempos de esplendor.
Ave fénix que resurge
No duró mucho tiempo esta incuria y abandono. En el año 1847, antes de que pasase a ser territorio estadounidense, un sacerdote con ganas de trabajar y un propósito muy concreto: hacer resurgir la antigua misión, se instala en los terrenos de S. Rafael. Su celo es tal que en 1861 se llega a construir una nueva parroquia, bajo la advocación de S. Rafael en esta misma zona.
En 1863 la Iglesia católica recupera las antiguas misiones por concesión especial de Abraham Lincoln. Desde entonces hasta estos días la situación no ha variado, es decir, siguen regentadas por los católicos.
La antigua capilla de S. Rafael vuelve a revivir con la construcción de una réplica suya llevada a cabo en 1949. Esto fue posible porque, al faltar documentos escritos, se acudió a los ancianos que conservaban en su memoria los recuerdos transmitidos por sus antepasados. Hoy sigue activa atendiendo a sus feligreses entre los que se cuenta una parte importante de vietnamitas y brasileños.
El territorio de la misión fue el germen de la actual ciudad californiana de S. Rafael. Es una próspera localidad con más de 55.000 habitantes de los cuales el 43% son hispanos.
Como dato curioso es interesante saber que se hizo famosa gracias al director cinematográfico George Lucas, que la utilizó como escenario de alguna de sus películas.
No es inapropiado considerar que la historia de esta misión es muy interesante pero, por desgracia, es desconocida en buena medida por los españoles, ya que no poseemos fuentes escritas en nuestro idioma y, aunque los franciscanos eran muy meticulosos y dejaban constancia por escrito de todos los hechos importantes, no olvidemos que en 1846 la Revolución de la Bandera del Oso sacudió hasta sus cimientos el tranquilo S. Rafael ya que fue capturado por el general estadounidense John C. Fremont que la utilizó como cuartel, dedicando la capilla a establo. Ya podemos hacernos una idea de en qué emplearían los soldados aquellos escritos que encontrasen.
Podemos considerar este asentamiento como un prototipo de los muchos que llevaron a cabo las órdenes religiosas en las tierras conquistadas en ambas Américas y como una síntesis de una historia mayor: la de grandes naciones y del cambio de mentalidades, de forma de producción, de aprovechamiento de los beneficios y de relaciones entre pueblos.
La primera fase de S. Rafael, hasta la secularización en 1833, es de prosperidad, constante expansión y bienestar de los nativos. Es, como hemos dicho, uno de los muchos núcleos evangelizadores que las órdenes religiosas fundaron, administraron e hicieron prosperar. Podemos decir que la economía, la bonanza económica y el bienestar de los asentados van de la mano de la evangelización católica.
El periodo segundo, (calificable como desastroso) al conseguir los mexicanos la independencia y hacerse cargo de todas las misiones, es de decadencia, incuria, falta de la debida dirección y ruina total de las misiones, lo que podemos extrapolar a las distintas nuevas naciones que se independizaron de la Corona española. Los nuevos Estados, desligados de la metrópoli, no tienen medios y desconocen o no quieren poner en práctica la organización que han llevado a cabo las órdenes religiosas. En sus manos estaba el poder continuar con la práctica efectuada durante siglos por los evangelizadores que habían puesto en ejecución las directrices marcadas por los reyes de España, pero no quisieron o no pusieron voluntad en ello.
La solución más fácil, más retributiva y menos onerosa para sus dirigentes, es incautarse de los bienes y sacarlos a la venta de la que se aprovechan los poseedores de fortunas suficientes para hacerlo. Pero éstos tampoco son capaces de administrar debidamente las nuevas posiciones adquiridas y, como en el caso de S. Rafael, terminan trasladando a sus posesiones todas las riquezas de las que los asentamientos gozaban y dejan que éstos vayan deteriorándose y arruinándose poco a poco, destruyendo un foco de cultura, prosperidad y bienestar de sus habitantes que al final tienen que optar por abandonar el lugar.
La tercera fase de las misiones enclavadas en parte de lo que hoy son los Estados Unidos es que sus gobernantes, posiblemente influidos por la doctrina calvinista (se hace constar como hipótesis) ven en ellas la posibilidad de un renacimiento de comercio, bienestar y potencial foco de riqueza. Tanto es así que, sobre su primigenio asentamiento se crean ciudades prósperas que ayudan a engrandecer a la nueva confederación de Estados de América del Norte. Pero ya no es la Iglesia católica, ni sus misioneros los que rigen estos nuevos asentamientos. Los religiosos han quedado relegados a cumplir estrictamente con sus funciones espirituales y dirección religiosa de los nuevos multirraciales habitantes del lugar, quienes harán prosperar a la reciente ciudad-misión, no por la vía de la fe y espiritualidad, sino por algo más pragmático: el comercio, la cultura y los lugares de ocio y entretenimiento.
Manuel Villegas