A comienzos del siglo XIX, los ideales de libertad, fraternidad e igualdad entraban en liza con los viejos ideales del antiguo régimen sobre la campiña europea. Los ejércitos franceses campaban victoriosos, habiendo obtenido importantes éxitos militares en Italia, Austria y Prusia entre 1802 y 1807.
Por aquel entonces la corona de España recaía sobre el absolutista Carlos IV. El monarca se apoyó en validos para la acción de gobierno siendo el conde de Aranda el hombre fuerte del gobierno durante los primeros años de su reinado hasta que en 1795 fue desterrado y sustituido por Manuel Godoy.
Aragón vivía un cierto momento de esplendor, tanto en el plano económico, científico y social. Se produce un aumento demográfico importante que evidencia la prosperidad de la épica.
La noche del 17 de Marzo de 1808 caía Manuel de Godoy en el conocido como motín de Aranjuez, hecho que trataría de aprovechar Napoleón para expandir su imperio tratando de anexionar la corona española en sus dominios. Para ello y tras secuestrar a la familia real en Bayona, ordenaría ya decididamente la ocupación militar de la península y el nombramiento de su hermano José como nuevo rey de España.
Mientras tanto las noticias del motín de Aranjuez llegan el 22 de marzo de 1808 a Zaragoza generando estas cierta sensación de júbilo entre los universitarios. Estos entran en el Paraninfo y descuelgan el retrato de Godoy, quemándolo. A la vez, pasean triunfantes un cuadro de Fernando VII, alegrándose de la renuncia al trono de Carlos IV los días previos al estallido de la guerra de Independencia.
En este contexto y con el pretexto de invadir Portugal, aliado tradicional del inglés, las tropas napoleónicas penetraron en la península Ibérica haciendo valer el tratado de Fontainebleau firmado en 1807. Tres cuerpos del ejército francés comandados por el general Junot comenzaron a cruzar la frontera desde febrero de 1808 ocupando diversas poblaciones de Navarra y Cataluña.
Sobre el papel, las diferencias numéricas entre ambos ejércitos eran sustanciales puesto que el ejército español sólo contaba con 86000 efectivos, de los cuales 15000 eran extranjeros y 12.000 hombres quedaban fuera del territorio español, al formar parte de la expedición enviada a Dinamarca al mando del marqués de la Romana para apoyar a las fuerzas imperiales. Por el contrario, en Junio de 1808, las tropas Francesas en territorio peninsular eran aproximadamente 200.000. Era pues, una lucha desigual contra el invasor francés.
Además, el ejército español acarreaba serios y profundos problemas estructurales al inicio de la contienda que mermaban la efectividad en sus operaciones militares, como son el elevado número de deserciones, la escasa preparación de los soldados para la batalla, el nombramiento de generales sin capacidad operativa ni táctica, las constante intromisión política en la acción militar y la ausencia de un mando único que impedía una acción coordinada de los ejércitos.
No obstante, el pequeño cabo Bonaparte no pudo prever una variable que sin duda cambió el curso de la guerra de Independencia, que a priori tenía ganada. Me refiero a la reacción popular de resistencia ante el invasor francés, factor clave para entender el curso de la guerra, ya que modificó sustancialmente la estrategia de la campaña, desarrollándose una guerra de guerrillas en las principales plazas además de las clásicas refriegas en campo abierto, en la que el superior conocimiento del terreno y el apoyo masivo de civiles niveló la inferioridad numérica del ejército español sobre el francés.
El disgusto del pueblo por la presencia de tropas extranjeras de ocupación en sus pueblos y ciudades provocó multitud de incidentes que culminarían en el levantamiento del Dos de Mayo en Madrid, alentado por el partido fernandino y que sería el detonante para lo que el conde de Toreno denominaría como “levantamiento, guerra y revolución de España”.
La rebelión se extiende rauda por todo el territorio Español y. en cada ciudad se forma una Junta encargada de dirigir la resistencia ante el invasor francés. Zaragoza no fue una excepción y las noticias del dos de Mayo llegan pronto a la capital aragonesa.
A los pocos días, hace su entrada en la ciudad escoltado por un grupo de labradores armados dirigidos por Jorge Ibor -el “tío Jorge”- y Mariano Cerezo, el Brigadier de la Guardia Real José Palafox, que venía huyendo de Bayona, hasta donde había acompañado al rey Fernando VII.
José Palafox es nombrado capitán general por la junta de Zaragoza, encargándole esta la organización de la defensa de la ciudad.
Pronto comienzan los preparativos de defensa de la ciudad habitada por unos 50.000 Zaragozanos por aquel entonces y que carecía de murallas y fortificaciones más allá de las tapias de algunos conventos, como el de San Agustín o el de San José y los ríos Gállego y Huerva que atraviesan el casco urbano. Militarmente la plaza contaba con una escasa fuerza compuesta por una pequeña guarnición de aproximadamente 1600 efectivos. Pese a ello, se movilizó a gran parte de civiles de todas las clases sociales, desde agricultores, clero, burgueses que colaboraron activamente en la defensa de la ciudad.
Inicialmente la estrategia de Palafox fue la de impedir el avance de la columna francesa en campo abierto, habiendo refriegas en Tudela, Mallén y en Alagón, pero la fuerza militar aragonesa, escasamente instruida y armada, es repelida por el ejército francés forzando la retirada de las tropas aragonesas a la ciudad bañada por el Ebro.
Las tropas francesas al mando del general Lefevbre iban pisando los talones a las tropas en retirada, llegando a los montes de Torrero situados al sureste de la ciudad la mañana del 15 de Junio. Dado que Lefevbre no disponía de los recursos necesarios para acometer con éxito un sitio de la plaza, le llevan a lanzar un asedio general sobre la ciudad. Mientras el ejército francés avanzaba en formación de batalla por las lomas, los defensores comenzaron a recibirles con fuego de artillería al grito de “la religión, la patria y del rey legítimo, don Fernando VII” desde las Puertas del Portillo, el Carmen y Santa Engracia, hacia donde se dirigía el asalto
El ejército francés es repelido tanto en la puerta del Carmen como en el cuartel de caballería del Portillo, destacándose en la batalla el sacerdote Santiago Sas, párroco de San Pablo, al frente de dos Compañías de escopeteros de su barrio. En cambio, la puerta de Santa Engracia, desguarnecida, no pudo contener a la Caballería polaca,-aliada francesa- que supera las defensas y penetra hasta la Plaza del Portillo, donde se encuentra con una lluvia de tejas y ladrillos lanzados desde los edificios que dan a la plaza que le cierran el paso y una multitud que se le echa encima acuchillando a los caballos, un fotograma que bien recuerda a la escena pintada por Goya en «La carga de los mamelucos».
Tras el fracaso inicial del primer envite, los franceses se reorganizan y vuelven a la carga siendo repelidos por el fervor popular y la llegada de una fuerza de apoyo compuesta por 1000 hombres dirigida por el coronel Marco del Pont procedente del pueblo de San Gregorio, situado al norte de la ciudad.
Durante toda la segunda quincena de Junio, ambos bandos reorganizan sus posiciones. El bando francés empieza a preparar el sitio montando un campamento base a las afueras del núcleo urbano, en lo que hoy es la carretera de Logroño, con el objetivo de recibir refuerzos para comenzar el sitio de la ciudad y el bando aragonés se prepara para la defensa de la ciudad, en la que participa masivamente la mayor parte de la población zaragozana, sin importar procedencia o clase social, haciendo acopio de tejas, piedras, ladrillos, levantando barricadas en los accesos y calles, fabricando municiones caseras a partir de las rejas de las casas de la ciudad. Don Lorenzo Calvo de Rozas, hombre de negocios, realiza una excelente labor de intendencia en este sentido.
Este primer lance se salda con un parte de bajas muy favorable para el bando español, en el que los franceses cuentan 700 caídos sobre 6.000 infantes en total frente a los 300 por parte del bando defensor.
Por otro lado, Napoleón observa con preocupación el curso de los acontecimientos en Zaragoza y teme que las noticias sobre la situación de Zaragoza y su férrea resistencia puedan extenderse como la pólvora hacia otras plazas españolas aumentando la moral de su enemigo. En paralelo Palafox, que había abandonado la ciudad en el albor del primer asalto francés, lanza un ataque desde Épila intentando cortar las líneas de suministro francés que se prepara para un nuevo asedio aunque es derrotado. Su guarnición vuelve a la ciudad, reforzando la defensa con otros 1300 hombres. Palafox, que vuelve a liderar la defensa de la ciudad, establece su cuartel general en el convento de San Francisco, situado en la actual plaza de España.
A final de mes, los franceses comandados por el general Verdier, cuentan con una fuerza militar de 14.000 infantes, 1.000 jinetes y más de 20 piezas de artillería pesada y están listos para comenzar el sitio a la ciudad. El asedio Francés es inminente.
El 1 de Julio amanece con una lluvia de fuego de artillería sobre la cara noroeste de la ciudad, los granaderos franceses son capaces de abrir brecha sobre los muros del palacio de la Alfarería y edificios del barrio del portillo. Pese a la dureza de la carga de artillería francesa, las fuerzas defensoras siguen resistiendo el asedio que ataca por varios flancos simultáneamente. El coronel Mariano Renovales repele al invasor en la puerta de Sancho, situada en el actual barrio de Zaragoza de la Almozara y el padre Sas hace lo propio sobre el frente de Agustinos. Sin embargo, no andaban bien las cosas en el flanco del Portillo, en el que las tropas francesas causan un número importante de bajas y fuerzan la retirada de los pocos efectivos defensores. En ese momento tiene lugar la reacción heroica por la que Agustina de Aragón, gran heroína de la guerra de independencia alcanza su fama y que describiremos según las palabras del propio Palafox:
«Viendo en medio que estaba haciendo fuego, con un cañón de a 24, se lanzó al cañón, arrancó de la mano del muerto la mecha y siguió con la mayor intrepidez dando fuego a la pieza todo el tiempo que duró el ataque, a la voz ¡Viva España, Viva mi Rey Fernando! que no dejaba de proferir”.
Por segunda vez, el enemigo francés no consigue tomar la ciudad, teniendo que replegarse para reorganizar un nuevo sitio. Esta vez será el Ogro de Ajaccio, Napoleón en persona quien preparará el próximo asedio a la inmortal ciudad de Zaragoza. La dura resistencia de la ciudad y la batalla de Tudela del 23 de Noviembre ralentizan la reorganización del ejército francés, y el asedio se alarga hasta el invierno, causando serias bajas y problemas de abastecimiento en ambos bandos, debido a la escasez de víveres y malas condiciones higiénicas.
La ciudad también aprovecha este tiempo para reforzar su defensa, cerrando el perímetro de la ciudad. Se fortifican los puentes sobre el Huerva con la construcción del Reducto del Pilar (Hoy se recuerda con un pequeño monumento situado en la actual plaza del Corte Inglés de Paseo Sagasta). Se emplean a fondo los recursos de la ciudad para fortificar el monasterio de San José (junto al actual puente de San Miguel) y el barrio del Arrabal, situado en la margen izquierda del Ebro, se convierte en una auténtica ciudadela.
La toma de Zaragoza constituye una pieza clave para el devenir de la guerra, transformada en un símbolo de resistencia ante el invasor francés para todo el bando Español. No sorprende por tanto la gran acumulación de fuerzas por ambos bandos para este segundo sitio zaragozano. La fuerza española comandada por Palafox cuenta con unos 45000 hombres, de los cuales 32.000 soldados regulares, abundante Caballería y unas 160 piezas de artillería, completando la escuadra con 14000 milicianos voluntarios.
Los franceses, cuentan con el V Cuerpo del ejército, unidad de fuerzas especiales compuesta por veteranos con amplia experiencia en batalla –no como el grueso del ejército español sin experiencia real en campo- y con el III Cuerpo del ejército compuesto de veteranos del primer asedio. Al mando de la escuadra francesa se encuentra elmariscal de campoJean Lannes que había recibido el encargo de tomar Zaragoza a toda costa para reestablecer el control de la zona noreste del país.
El Segundo Sitio de Zaragoza se inició el 21 de Diciembre de 1808 en el que el ejército francés organizó un asedio por dos flancos: El V cuerpo del ejército atacaba el flanco norte de la ciudad por el arrabal, mientras que el III cuerpo del ejército hacía lo propio por el flanco sur, tratando de tomar el Canal Imperial y el monte de Torrero. Además, los franceses iniciaron la construcción de puentes sobre el Huerva y el Ebro a la altura de Juslibol, pueblo cercano a la capital zaragozana. Con esta virulencia del ataque francés y una bien organizada intendencia, finalmente rompieron las líneas de defensa de la ciudad, lo que permitió al grueso del ejército napoleónico penetrar poco a poco en el núcleo urbano. El conflicto se extendió a la prácticamente por toda la ciudad. La resistencia que presentaron los defensores zaragozanos fue enconada y heroica, obligando al ejército francés a ganar calle por calle. Tanto es así que el asedio duró dos meses, hasta que el 21 de febrero de 1809, Zaragoza capituló ante el cuartel general francés situado en el molino de Casablanca. Los franceses toman finalmente la ciudad. Las palabras del mariscal Lannes sobre la resistencia zaragozana en una carta dirigida al emperador Napoleón hablan por sí mismas:
“Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos, y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores… ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena”.
La caída de Zaragoza fue un mazazo enorme para todo Aragón, pero la resistencia frente a los franceses nunca cejó, aunque se convirtió en una acción de continua guerrilla como en el resto del país. Pese a la caída de la capital, los franceses nunca llegaron a mantener un control sobre Aragón que por su posición estratégica en la península, era objetivo militar principal del emperador francés.
Por el contrario, las noticias sobre la heroica resistencia de la ciudad de Zaragoza supusieron una autentica a inyección de moral sobre el pueblo español y este comportamiento se replicó en todo el territorio penínsular, convirtiendo la guerra de guerrillas en la tónica general del conflicto, hecho que en perspectiva, supuso una de las claves para el devenir de la contienda.
Aún se pueden observar impactos de artillería francesa en las parades externas de la basílica del Pilar, especialmente notables en la del este y en la que da al Ebro. Tambien observamos huellas de disparos en la puerta del Carmen, única que se conserva todavía. Si se contempla en monumento desde la calle Hernán Cortés, se aprecian los impactos de la artillería francesa (fusil y cañón) mientras que si se hace desde la avenida César Augusto, los restos pertenecen al fuego aragonés. También encontramos restos de fuego. en una pequeña casita que hace esquina en la calle Doctor Palomar.
Sobre la arboleda de Macanaz, apacible parque que baña la orilla del Ebro hoy por hoy, fueron enterrados miles de fallecidos durante el segundo sitio.
En homenaje a esta feroz resistencia, la ciudad de Zaragoza recibió los títulos de Muy Noble, Muy Leal, Muy Heroica e Inmortal, que desde entonces adornan el escudo de la ciudad.
Son innumerables los gestos que recuerdan a personajes destacados en los sitios de Zaragoza. Numerosas calles su honor como el paseo Renovales, el paseo María Agustín, la avenida duquesa de VillaHermosa o las calles Amar y Borbón y Sanclemente. La ciudad rinde homenaje también al “tío Jorge” que da nombre a uno de los pulmones verdes de la ciudad. Por supuesto la principal arteria de la ciudad lleva el nombre de paseo Independencia, o las estatuas del general Palafox y Agustina de Aragón que adornan la plaza José María Forqué y el Portillo, por citar sólo algunos ejemplos nos podemos hacer una idea de la influencia que tuvo y aún tiene la guerra de Independencia sobre la sociedad zaragozana. Desde hace unos años, se desarrolla la recreación histórica de los Sitios de Zaragoza muy bien lograda que cada año suma más visitantes, añadiendo un nuevo aliciente turístico en la ciudad.
Jaime Sogas