El 16 de julio de 2019 se cumplieron 250 años de la fundación de la misión de San Diego, por parte del mallorquín Fray Junípero Serra, beatificado por San Juan Pablo II en 1988 y canonizado por el Papa Francisco I en 2015. La misión fue la primera de las nueve creadas por el fraile en California, siendo su labor continuada por frailes de su misma Orden, hasta completar 21, en una extraordinaria labor de evangelización de los nativos del suroeste de los Estados Unidos. San Junípero Serra estableció la sede de las misiones por él fundadas en San Carlos Borromeo (1770).
Los religiosos estuvieron presentes desde el primer momento del Descubrimiento de América, en 1.492, volcados en la evangelización de todo un continente, y en ocasiones, denunciando los abusos, que a veces se perpetraban contra los indígenas, pese a las disposiciones de la Corona y las Leyes de Indias, que les protegían como a súbditos.
La Orden de San Francisco tomó el testigo de otras órdenes religiosas, y tras la expulsión de la Compañía de Jesús de los territorios hispánicos, obra de la Masonería, a los franciscanos se les encomendó la tarea de instruir a los indios del suroeste de los Estados Unidos, un territorio carente de riquezas y que no animaba a esa “codicia” que la Leyenda Negra atribuye injustamente a la conquista española.
El método que se siguió en California es el que ya se había experimentado con éxito por todo el continente, siguiendo el modelo original castellano. Poblaciones en damero, con un cabildo, un presidio con un pequeño destacamento de soldados (en aquella época y lugar, eran los dragones de cuera, llamados así por sus corazas de cuero que les protegían de las flechas de algunos indios hostiles, lejos ya de las corazas y morriones de los exploradores originales del sur de los Estados Unidos, Ponce de León, Menéndez de Avilés, Vázquez de Coronado, Juan de Oñate…), y al lado la iglesia y la misión.
Salvo algunas tribus como los apaches, que hacían la guerra a las tribus vecinas y a los españoles, el resto se asimilaron pronto. Se les dieron tierras en propiedad (algunos indios expoliados tiempo después por los anglosajones, en su camino y Conquista del Oeste que hemos visto en tantas películas de Hollywood, seducidos por la fiebre del Oro, reclamaban sus tierras con los títulos de propiedad expedidos por el Rey de España, naturalmente sin éxito), se les enseñaron artes y oficios; se llevaron semillas… Para el trabajo en común se establecían jornadas de ocho horas, tras lo cual, los nativos empleaban su tiempo libre, destacando actividades como la música, a la que eran muy aficionados.
Todo ello fue labor de las autoridades civiles y, claro está, de los frailes, celosos de que no se violentara a los indígenas, como así establecían las disposiciones reales. De esa forma, en apenas unos años, se civilizó toda California, que en realidad, se extendería hasta la misma Alaska. Preocupados por la incursión de los rusos desde aquellas regiones heladas en busca de pieles y con el fin de asegurar su presencia frente a los intrusos, España estableció el fuerte de Nuackot, último baluarte de un imperio que se extendía desde Tierra del Fuego hasta casi el estrecho de Bering y que prácticamente no conoció la guerra a lo largo de los casi 300 años que duró la presencia española allí. Jamás ningún imperio conoció tal periodo de paz y prosperidad.
El 250 Aniversario de la fundación de San Diego por parte de San Junípero Serra y el Gobernador Gaspar de Portolá habría sido una magnífica oportunidad de reconocer el extraordinario legado español, al que tanto debe la existencia de Estados Unidos. Pero no sólo nuestro país estuvo ausente de las celebraciones oficiales, sino que últimamente asistimos con pena a los insultos al fraile franciscano español, tachado de “genocida”, y sin embargo, es de los pocos extranjeros, junto con el Padre Kino (evangelizador de Arizona, al servicio de España, aunque de origen italiano), que tiene una estatua en el Capitolio de Washington.
¿Tendremos algo de culpa los españoles, tan olvidadizo de nuestra propia Historia y que comulgamos con la abyecta Leyenda Negra que inventaron los países protestantes, envidiosos de nuestras gestas?,
Jesús Caraballo