El «Canto de la Sibila» de la Catedral de Mallorca, es un canto de esperanza fruto de una tradición que se resiste a desaparecer. Unido a la liturgia de Navidad, se ha convertido en patrimonio cultural inmaterial protegido por la UNESCO desde el día 17 de noviembre del año 2010. Es un canto profético que enriquece la noche de Navidad, antes de la liturgia eucarística.
No parece la Navidad el tiempo más propicio para que alguien, aunque sea un niño de voz dulce y bien templada, nos hable del Juicio Final con su carga de catástrofes y cataclismos. Sin embargo, el mensaje de la sibil.la es, al final, un canto de esperanza por el parto de una Virgen que, alumbrando al Niño Dios, pasa a convertirse en la intercesora de todos nosotros. Así lo quiere una tradición milenaria que, por fortuna, conservó para Mallorca esta salmodia entrañable protegiéndola de cuantos peligros la amenazaban, que no fueron pocos.
Mientras algunos tratan de minimizar la importancia de la aportación del catolicismo a las artes y la cultura occidental, ejemplos como la Sagrada Familia de Gaudí o el «Canto de la Sibila» de Mallorca hablan del valor de la tradición cristiana como cultura. Más aún, parece que cuanto más místico y sobrenatural, más reconocimiento merece.
La «Sibila» parte de un poema sobre el juicio final, el «Judiciaria signum«, que se remonta en su versión en latín, como poco, a un sermón navideño de San Agustín (S.V). Se conservan diferentes manuscritos del siglo X, pertenecientes a la liturgia mozárabe (en latín) y su versión en catalán es, al menos, del siglo XIII. En la Edad Media muchas celebraciones litúrgicas se acompañaban de dramatizaciones. También eran frecuentes en procesiones. El canto de la «Sibil.la» fue una de las representaciones del ciclo de Navidad que más arraigaron en Cataluña, desde donde llegó a Mallorca con la conquista de Jaime I iniciada en 1229.
Las versiones catalanas del «Judici Signum» latino no se tradujeron directamente del texto en latín sino de una adaptación previa de origen provenzal, lo que sugiere que el canto tenía una gran popularidad en Francia y el Mediterráneo.
Las vicisitudes por las que ha atravesado el canto a lo largo de la historia han motivado su desaparición en otras latitudes. Debido a los abusos y exageraciones en algunas dramatizaciones para-litúrgicas, y en plena lucha cultural con el protestantismo, que se vendía como «austero», el Concilio de Trento (1545) prohibió representar en los recintos de los templos o en la liturgia los dramas no estrictamente religiosos, aunque fueran moralizantes o para-religiosos: el gran teatro barroco, los autos sacramentales, etc…, salieron de los templos, para regocijo de las gentes del Medioevo, con lo que consecuentemente terminó con la sibil.la cantada en todos los templos cristianos, desapareciendo del mapa.
En una de aquellas lejanas manifestaciones hay que buscar el origen del ritual de la Sibil.la, integrado en un complejo montaje representado durante los maitines de la Nochebuena Aunque la sibil.la fue una sacerdotisa titular de un oráculo (el de Eritrea), su papel era asumido por un niño ante la prohibición absoluta de que una mujer pudiera acceder al presbiterio de los templos. Anunciado por el obispo con las palabras “Audite quid dixerit”, el pequeño cantor desgranaba la salmodia de un texto en griego cuya traducción latina es anterior al siglo V como lo demuestra el conocimiento que de ella tenía san Agustín.
El Canto de la Sibila se mantuvo vivo representado fuera de su contexto original. Con el Concilio Vaticano II volvió a la liturgia, más en concreto al oficio de maitines de Navidad en la Catedral de Mallorca. En la Edad Media lo cantaban sacerdotes; más tarde, niños cantores.El (la) cantante suele salir acompañado de dos o más monaguillos que le siguen al púlpito. Viste una túnica y sostiene una espada en las manos, colocada ante la cara todo el tiempo que dura el canto, y con la que al final del mismo hace la forma de la cruz en el aire.
La versión actual tiene poco que ver con la que se cantaba en la Edad Media; un canto plano gregoriano. Sea como fuere, en la voz blanca de un pequeño cantor, o en la más formada de una soprano, como viene sucediendo últimamente recuperando la autenticidad de la legendaria pitonisa, la salmodia navideña resuena en la noche de la Navidad, como antes y como seguramente continuará haciéndolo durante siglos.
Jaime Mascaró