
Si han llegado hasta nuestros días detalles de las matanzas indiscriminadas perpetradas por el Frente Popular al inicio de la Guerra Civil, sobre todo en Paracuellos del Jarama, pero también en otras localidades madrileñas como Torrejón de Ardoz o Aravaca, es gracias a Felix Schlayer, de nacionalidad alemana, pero que, como cónsul honorario de Noruega, arriesgó la vida para salvar la de muchos inocentes de la barbarie del Terror Rojo. Un coraje que bien le puede hacer acreedor del calificativo de “Schindler español”. El 25 de noviembre de 2025 se cumplió el 75 aniversario de su fallecimiento en Torrelodones, localidad de Madrid, a donde volvió al concluir la guerra. Buena ocasión para trazar su semblanza que, al contrario de lo que pretenden algunos enemigos de la verdad, no tuvo nada de filo nazi; más bien todo lo contrario.

Felix Edouard Schlayer Gratwolh era natural de la población alemana de Rutlinga, donde vio la luz en 1873. En 1912, en plena Edad de Plata española, que transcurrió en su mayor parte durante la monarquía de Alfonso XIII, se instaló en nuestro país, dedicándose a la importación de maquinaria agrícola, sobre todo trilladoras inventadas por él, y que vendía a través de su empresa Schlayer Heliaks, S. A.
Pese a su nacionalidad alemana, el gobierno noruego lo nombró cónsul honorario, representando los intereses del país escandinavo en España entre 1910 y 1920. Era ingeniero, inventor y diplomático, pero, además, destacó por su promoción de las relaciones entre Alemania y Francia, coleccionaba arte y fue uno de los socios fundadores del Colegio Alemán en Madrid. También fue mecenas, ya que contribuyó a cubrir los gastos de conferencias impartidas en nuestro país —en el Centro de Intercambio Intelectual Germano Español— por científicos alemanes, y perteneció al Grupo Alemán de la Unión Intelectual Española.

Schlayer volvería a ser nombrado cónsul honorario de Noruega, en 1935, ocupándose de la embajada de ese país, al iniciarse la Guerra Civil, encontrarse el embajador noruego de vacaciones.
El inicio de la “Guerra Incivil” fue terrible, con su sucesión de matanzas, checas, en donde la tortura era la norma…, en las zonas controladas por el gobierno de la República y, muy en particular, en Madrid. Algunas fuentes, como el historiador José Manuel Ezpeleta, sin duda el mayor experto en ese periodo revolucionario de asesinatos indiscriminados, calculan en alrededor de 25.000 las personas asesinadas en la capital y su provincia, aquellos que no pudieron escapar al exilio, víctimas que fueron enterradas en fosas comunes.

Schlayer convirtió la legación noruega en Madrid en refugio para los perseguidos, a muchos de los cuales consiguió rescatar de las checas, con un pie ya en el pelotón de fusilamiento. Asimismo, proporcionó asilo diplomático en pisos protegidos por la bandera noruega a otras novecientas personas. También visitó, con la ayuda de personal de las embajadas de Chile y Argentina, las cárceles, intentando que los detenidos tuvieran mejores condiciones, y consiguiendo liberar algunos, incluidas prisioneras de la Cárcel de Mujeres de Madrid, entre otras valientes actuaciones.
Para ello, no dudó en hablar con los máximos responsables republicanos para estas cuestiones, como Augusto Barcia, Negrín, que entonces era ministro de Hacienda, Santiago Carrillo y La Pasionaria.

Su actitud le fue concitando la animadversión de las autoridades republicanas, que en algún caso obviaron la protección proporcionada por el cónsul honorario noruego. Fue el caso de Ricardo de la Cierva y Codorníu, abogado y político español —hijo de Juan de la Cierva y Peñafiel, hermano del aviador Juan de la Cierva, quien inventó el autogiro— y padre del historiador Ricardo de la Cierva y Hoces. Aquel trabajaba como abogado en la Embajada de Noruega. Con un salvoconducto proporcionado por Schlayer, intentó huir a Francia, donde se encontraba su mujer y sus seis hijos, pero fue detenido en Barajas, llevado a la Cárcel Modelo y, finalmente, asesinado por el Frente Popular en Paracuellos del Jarama.
Fue precisamente el empeño de Schlayer por encontrar el cadáver de Ricardo de la Cierva y Codorníu lo que le llevó a descubrir las matanzas que estaban cometiendo las milicias republicanas en Paracuellos del Jarama, en Soto de Aldovea (Torrejón de Ardoz) y en Aravaca.

Esa terrible experiencia la recogió en su obra “Diplomático en el Madrid Rojo”. Se publicó primero en alemán —“Diplomat im Roten Madrid”—, en 1938, pero su versión española no sería pública hasta 2005, por lo que esa obra, imprescindible para conocer los pormenores del Terror Rojo, pasó un tanto desconocida.
La tenacidad de Schlayer contribuyó a que muchos familiares consiguieran recuperar los restos de sus seres queridos de las fosas comunes. El escritor César Vidal se hizo eco también de esta barbarie en su obra “Paracuellos – Katyn. Un ensayo sobre el genocidio de la izquierda”. Katyn fue el lugar en Polonia donde los soviéticos, por orden de Stalin, ejecutaron a la élite polaca, más de 20.000 víctimas entre militares, intelectuales… cuando el país se lo repartieron entre la URSS y la Alemania nazi. La propaganda soviética atribuyó la matanza, cuando se descubrieron las fosas, a los nazis, pero las investigaciones de la Cruz Roja dieron fe de que las ejecuciones se perpetraron en una zona controlada por los comunistas. Paracuellos fue el experimento que los soviéticos aplicaron luego contra los polacos, en Katyn.C

Entre quienes encontraron el amparo de Noruega, hubo no pocos eminentes científicos católicos —precisamente su condición de católicos les convertía en víctimas propiciatorias del furor anticlerical frente populista—, como es el caso de Agustín Barreiro (1865-1937), del Museo Natural de Ciencias Naturales, fraile agustino y gran antropólogo. Doctor de Ciencias Naturales, fue socio fundador y expresidente de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria y también socio fundador de la Real Sociedad Española de Historia Natural. Tras su detención, fue trasladado a la Cárcel Modelo, y luego a la checa de Porlier, de donde consiguió rescatarle Schlayer, pero finalmente murió el 25 de marzo de 1937, por agotamiento y por las terribles condiciones en que sufrió su cautiverio.
Tras los continuos enfrentamientos con el Frente Popular, tratando de salvar vidas de inocentes, finalmente a Schlayer las autoridades republicanas le retiraron su acreditación como diplomático, viéndose obligado a huir para salvar la vida que tantas veces arriesgó de forma totalmente altruista.

Tras la Guerra Civil, Schlayer regresó a España, con casi 70 años, estableciéndose en Torrelodones (Madrid), donde encontró la muerte en 1950. Antes, en 1946, se le otorgó el ingreso en la Orden Civil de Beneficencia. Sus restos descansan en el madrileño cementerio de la Almudena, cerca de donde están enterrados algunos de los responsables de las matanzas que él trató de evitar. Frente al intento de algunos herederos de aquel criminal Frente Popular de mancillar su nombre, algunos sí rinden sincero agradecimiento a su memoria, como esos vecinos de Torrelodones que consiguieron que el Ayuntamiento de esa localidad le dedicara una glorieta, en 2024.

Jesús Caraballo
