Lamentablemente, seguimos escuchando y leyendo discursos en contra de la labor civilizadora de España en Hispanoamérica, bien por puro desconocimiento de nuestra Historia, bien por el mayor de los enconos, cuando no odio irracional, por parte de ciertos sectores de nuestra sociedad, imbuidos por la Leyenda Negra alimentada por los enemigos de España. El actual ministro de Cultura es el último que nos ha obsequiado con una nueva demostración de hispanofobia, sectarismo e ignorancia. Contra lo primero poco se puede hacer dado que lleva la impronta personal, pero en cuanto a la ignorancia sí es posible darle cumplida respuesta.
Un odio que desconoce la gran labor civilizadora y evangelizadora que realizó España en aquel continente y más allá, en el Mar del Sur, conocido durante largo tiempo como Lago Español. Se ha mitificado, siguiendo el “buen salvaje” de Rousseau, una suerte de Edén en aquellas tierras, habitadas por unas poblaciones nativas pacíficas. La realidad era muy distinta, los enfrentamientos eran generalizados, al igual que los sacrificios, no sólo rituales, sino que la práctica del canibalismo era habitual. Salvó los avanzados – respecto a los pueblos de su entorno- grandes imperios azteca o inca, que tenían a sus pueblos vecinos sojuzgados, el resto vivía prácticamente en el Neolítico, no tenían tradición escrita…
Todo esto cambió a la llegada de los españoles que, en el transcurso de poco menos de medio siglo, descubrieron, civilizaron y evangelizaron prácticamente todo un continente, sembrándolo de nuevas ciudades, hospitales, universidades y escuelas, catedrales e iglesias – todo ello al servicio de los nuevos súbditos de la Corona, que desde el primer momento estuvieron reconocidos con los mismos derechos y obligaciones que cualquier español peninsular-… así como un sinfín de aportaciones y avances técnicos, que contribuyeron a mejorar sustancialmente el modo de vida de aquellas gentes. España se vio, a su vez, enriquecida por aportaciones amerindias, fundamentalmente en la gastronomía.
Durante los más de tres siglos que duró la España de Ultramar (me resisto a emplear el término de Imperio, pues los virreinatos de allende el mar venían a ser una extensión de España, no propiamente colonias, término que jamás se usó para aquellos territorios), en donde desde el primer momento hubo un fructífero mestizaje que ha llegado hasta nuestros días (otros países que arribaron a aquellos pagos, Inglaterra o Francia, exterminaros a sus pobladores nativos), prácticamente no hubo guerras en aquel continente, salvo episodios puntuales, como las guerras de la apachería en la frontera norte del Virreinato de Nueva España, o contra los araucanos, al sur de Chile. Durante ese tiempo, las guerras, sin embargo, asolaron toda Europa, y aún el solar patrio.
Y aún después de las guerras mal llamadas de Independencia (en realidad, fueron guerras civiles entre las castas criollas dirigentes, animadas por la Masonería y ansiosas por ver aún más incrementados sus privilegios, frente a unas exiguas tropas realistas peninsulares, auxiliadas por milicias formadas en buena parte por las clases más humildes, indios y negros, leales al Rey de España), las nacientes repúblicas se vieron inmersas con frecuencia a enfrentamientos fratricidas.
En América, antes de la llegada de los españoles, se carecía hasta de animales de carga ― salvo las llamas en Perú ―, debiendo cargar sobre las espaldas de esclavos todas sus mercaderías, o de avances tan elementales como la rueda o la polea.
Resultaría muy prolijo enumerar todo lo que España aportó al Nuevo Mundo, pero baste una somera relación: Nuevos cultivos útiles para la alimentación, vid, olivos, legumbres, arroz, frutos secos, trigo, cítricos, como limón o naranjas, manzanas, peras, melocotones, higos, plátanos, caña de azúcar… Ganadería, ovejas y vacas, caballos, burros, mulas, asnos; Materias como lino, cáñamo, sebo y alquitrán; adelantos mecánicos como la rueda, la polea, la noria, el arado, el hierro y la metalurgia toledana, las técnicas cerámicas valencianas; la pólvora; el papel, la imprenta y la escritura; el reloj; la navegación marítima ― astilleros, barcos, instrumentos de navegación… ― ; la cartografía; técnicas nuevas de minería e hidráulicas (embalses y acueductos, regadíos, molinos de agua…); un sistema financiero ― dinero, la moneda, la banca, las letras de cambio, sociedades mercantiles, etc… ―; tapices y marroquinería, repujado, damasquinado, esmaltería, azabachería, etc…; la industria del vidrio; pintura y música al estilo español…; ingeniería civil eficaz, con la proliferación de puentes, carreteras, calzadas, canales…; la relación con Asia, gracias al galeón que conectaba todos los años México con Filipinas, y con el galeón anual que conectaba México con Filipinas, y la interconexión de todos los productos americanos, hasta entonces limitados a sus respectivas regiones, por todo el continente), desde la patata, hasta el cacahuete, pasando por el aguacate, la vainilla, el tomate, o el caucho, entre otros productos.
Hay una larga lista de ciudades, hoy Patrimonio de la Humanidad, con una cuidada planificación, fruto del buen hacer de los ingenieros españoles, como son Potosí y Sucre, en Bolivia; Cartagena de Indias y el centro histórico de Santa Cruz de Mompox, en Colombia; la ciudad vieja de La Habana y sus fortificaciones, Trinidad, el centro histórico de Cienfuegos y el centro histórico de Camagüey, en Cuba; Viejo San Juan, en Puerto Rico; los centros históricos de Quito y Cuenca, en Ecuador; los de México, Oaxaca, Puebla, San Miguel de Allende, Guanajuato, Morelia, Zacatecas y Campeche, en México; el distrito histórico de Panamá; los centros históricos de Cuzco, Lima y Arequipa, en Perú; Antigua Guatemala, en Guatemala; Coro, en Venezuela. Aún hay numerosas ciudades más, construidas por los españoles, que esperan ser incorporadas en breve a esa prestigiosa lista, entre otras, Salta (Argentina), o Villa de Leyva (Colombia).
Por otro lado, donde sólo había curanderos, España llenó todo un continente de hospitales, donde se atendía indistintamente a los españoles de América, sin distinción de razas, tanto a blancos, como a indios, negros, mestizos, mulatos… Y ello, desde fecha tan temprana como 1503, año en que la misma reina Isabel la Católica da al gobernador Ovando de Cuba instrucciones precisas para la construcción de hospitales, también para los indios.
En cuanto a las universidades, abiertas tanto para españoles peninsulares como para americanos (había alguna universidad que, incluso estaba reservada sólo para los hijos de los caciques indígenas, para crear una élite nativa), mucho antes de que en Norteamérica se creara la primera Universidad, la de Harvard, en 1.636 (por supuesto, sólo para los anglos, recordemos que hasta bien entrado el siglo XX, había universidades segregadas para blancos y negros, en los Estados Unidos), la América hispana ya contaba con 13 universidades: Santo Domingo (La Española, 1538), Lima (Perú, 1551), México (1551), Santiago (1558, en La Española), Bogotá (Colombia, 1580), Quito (1586), Pontificia de Lima (1608), Córdoba (Argentina, 1613), Santiago de Chile (1619), San Miguel de Chile (1621), la Pontificia (jesuita) de Bogotá (1621), la jesuita de Quito (1622) y la de Sucre (Bolivia, 1624)… Es más, había también colegios para señoritas indias, como el Real Colegio de Indias Doncellas de Nuestra Señora de Guadalupe.
Interlocución de los indios con el rey de España
Asimismo, era frecuente que los caciques indios trasladaran sus quejas al Rey, quejas que encontraban respuesta, a menudo de forma favorable. No hay constancia de que ningún jefe indio o africano escribiera a sus colonizadores ingleses, franceses y holandeses, con quejas de ningún tipo.
Otro rasgo distintivo de la civilización emprendida por España fue la evangelización, destacando un aspecto ciertamente singular y de gran provecho para las poblaciones indígenas. Se trata de las misiones, poblados levantados por distintas órdenes religiosas, en donde los indios regían sus propias vidas, ejercían distintos oficios, con horarios laborables de no más de 8 horas diarias, que hoy serían la envidia de muchos trabajadores, disponían de “días de libre disposición” al año para ir a visitar a parientes; practicaban el teatro, la música… A lo que habría que añadir, aquellos que disponían de sus propias tierras de labranza y ganados, con los títulos de propiedad expedidos por el Rey (títulos que cuando los yankis arrebataron al México ya independiente más de la mitad de su territorio al norte del río Bravo, obviaron, robándoles a los indios sus tierras).
Ahí tenemos el ejemplo del Tata Vasco de Quiroga, en Michoacán (México), las reducciones jesuíticas del Paraguay, o las misiones fundadas por los franciscanos, abanderados por san Junípero Serra, en California. Toda la producción de dichas misiones iba destinada al sostenimiento de las mismas, dirigiéndose los excedentes a ayudar a otras menos prósperas. No había ningún afán de lucro, al contrario que en las plantaciones de monocultivos impulsadas por el resto de los países europeos, y sostenidas con fuerza de mano esclava (los primeros presidentes de EE.UU., George Washington y Thomas Jefferson, en sus respectivas explotaciones de tabaco de Virginia empleaban a no menos de dos centenares de esclavos negros).
En este punto, conviene recordar que desde el primer momento del Descubrimiento y por orden expresa de la reina Isabel la Católica, estaba prohibida la esclavitud. Si se detectaba algún caso de abuso o de sortear dicha disposición, rápidamente era castigada, y los indios liberados.
Por otro lado, las órdenes religiosas consiguieron del Rey que los indios fueran exentos del pago del diezmo para el sostenimiento de la Iglesia, al que sí estaban obligados el resto de españoles.
Otro detalle poco conocido, es que los negros que conseguían escapar de las Trece Colonias inglesas ― luego Estados Unidos― a territorio español, automáticamente obtenían del rey de España la libertad y la ciudadanía española. En el siglo XVIII, al norte de Florida, se creó el Fuerte Mose, dirigido por soldados negros huidos de las colonias inglesas, junto con sus familias. En muchas ciudades hispanoamericanas, había una gran mayoría de negros libres, por haber participado en las milicias locales.
Finalmente, la civilización española logró en aquellas tierras el imperio de la ley, donde antes, los caciques podían matar a sus súbditos sin ninguna razón o juicio, o cualquier hombre podía matar a su esposa e hijos, quedando impunes tales crímenes.
En cuanto que lo que algún indocumentado se refiere al oro que España robó, destacar que la mayor parte de los metales preciosos que se extrajeron de Potosí, Taxco y otras minas, se dedicó al enriquecimiento de la propia América (ciudades como México o Lima eran infinitamente más prósperas que cualquier ciudad europea, incluidas París o Londres), y que sólo una ínfima parte llegó a España. Todo lo que se extrajo en tres siglos de esas minas, apenas cubre lo que se extrae hoy en día de una de esas minas, en tan solo un año.
Jesús Caraballo
Magnífica síntesis de lo que hicieron nuestros antepasados españoles en América con la ayuda de los nativos. El salto en la civilización fue enorme. En muchos lugares de América seguían los sacrificios humanos, sobre todo de niños y doncellas, cuando llegaron los españoles.
Felicidades por seguir difundiendo lo que es de rigor y justicia.
Muy interesante, una labor magnífica la que hizo España en el nuevo continente, muy poco reconocida por intereses extranjeros, la pena es que algunos españoles sean capaces de defender esas tesis. Así nos va.
Gracias por una exposición tan clara.
Magistral clase!!
Felicitaciones!!
Sumo un detalle no menor: la España de Ultramar sigue mas viva aun que antes. Por favor no nos olviden ni desconozcan!!! Hoy somos casi 3 millones los españoles que vivimos en forma permanente en la España de Ultramar (el 7% del padron!! Aunque no tengamos ni presidente de comunidad, ni senador, ni diputado que nos represente…