Entre 1613 y 1620, decenas de samuráis japoneses acudieron a España y después a Roma para reunirse con Felipe III y el Papa Pablo V. Era la primera delegación diplomática oficial enviada por Japón a España. El objetivo de la comitiva era reforzar la evangelización de Japón, aumentar las relaciones comerciales y mejorar la diplomacia, por entonces deteriorada debido a las feroces persecuciones que asolaban a la joven Iglesia en Japón. El resultado no fue el esperado, pero la expedición comenzó una larga tradición de samuráis católicos en España con consecuencias que llegan hasta nuestros días.
Poco antes de su muerte en 1552, San Francisco Javier dejó todo preparado para la evangelización de Japón. En 1540, recibió de San Ignacio de Loyola el encargo de este proyecto y tan solo 60 años después había 700.000 cristianos entre las fronteras niponas.
Tan rápido como este número creció, comenzó a disminuir por las violentas persecuciones anticristianas del shōgun Ieyasu Tokugawa, que consideraba a la Iglesia como una amenaza a la identidad japonesa.
En 1641, su sucesor, Iemitsu, decretó la expulsión del cristianismo y el Sakoku o “cerrojo”. Desde entonces, solo se permitió la entrada en el país de una nave anual china, una coreana y otra holandesa, acabando así con el “siglo cristiano” de Japón. Miles de cristianos fueron martirizados.
Hasta la reapertura total del país en 1868, los cristianos ocultos –kakure-kirishitan– mantendrían la Iglesia viva en las catacumbas. Durante este tiempo, muchos misioneros, como Akio Tanigawa, trataban de cruzar las fronteras y evangelizar, pero la mayoría eran perseguidos y ejecutados.
Entonces, el máximo dirigente en Japón era el shōgun –que significa “comandante del ejército” –, y desde hacía siglos se regía bajo un sistema de gobierno samurái. En un principio, el término samurái se refería a “el que sirve a un superior” y tenía connotaciones de servicio doméstico, pero finalmente su uso se acabó generalizando para esta etapa de gobierno y organización militar, en la que los samuráis eran los guerreros de los señores o daimyō.
A su llegada, los jesuitas y evangelizadores se encontraron una sociedad profundamente dividida, en decenas de facciones y feudos enfrentados en guerras civiles internas cuyo objetivo era mantener el equilibrio de poder sin que ninguno de los señores obtuviese demasiado poder. Este periodo, conocido como “Sengoku” –país en guerra– duró desde 1460 hasta su unificación definitiva en la batalla de Sekigahara en el 1600.
Sin embargo, aquel contexto impregnado de violencia no afectó a la Iglesia Católica, a los misioneros ni a las coronas española y portuguesa, en un primer momento. Durante los primeros 40 años, las relaciones fueron por lo general de convivencia pacífica y eran los propios señores locales, los daimyō, quienes pedían la evangelización y el bautismo.
Las coronas de España y Portugal, especialmente durante su unificación entre 1580 y 1640, ejercieron de forma conjunta los impulsos políticos y económicos necesarios para estrechar lazos con el Shogunato de Japón, siempre teniendo como fin la evangelización.
Una orden de Felipe II es ejemplo de sus intereses en Japón: “Mandamos, y cuanto podemos encargamos a los de nuestro Consejo de Indias, que pospuesto todo provecho de interés nuestro, tengan por principal cuidado las cosas de conversión y doctrina”. La evangelización era el fin principal de las expediciones jesuitas e hispanoportuguesas, pero no el único.
Los propios daimyō o señores feudales se encontraban inmersos en profundas guerras civiles y luchas de poder. Por ello, vieron la llegada de España y Portugal como una buena oportunidad para alcanzar el puesto de shōgun gracias a sus armas de fuego y nuevas posibilidades comerciales. Comenzó así una gran actividad económica que involucró a la Compañía de Jesús en puntos tan estratégicos a nivel comercial como Macao y Manila, además de Japón.
El descubrimiento del llamado “tornaviaje”, la ruta que permitía la vuelta desde Asia hasta el continente americano evitando volver a Europa bordeando África revolucionó estas relaciones comerciales, y Japón reclamaba su parte en este beneficio.
La primera embajada Japón-España, para pedir misioneros
Destaca el interés de Date Masamune, un importante daimyō, en poder participar de este comercio. Para ello, no dudó en otorgar favores a la Iglesia, autorizando a los religiosos a predicar en su territorio y promoviendo la conversión de sus súbditos a la fe cristiana.
Y así, en el año 1612 Masamune conoció al padre franciscano Luis Sotelo (1574-1624), que estaba intentando organizar una expedición a Europa con el fin de pedir al rey Felipe III (1578-1621) y al Papa Pablo V (1550-1621) un mayor envío de sacerdotes franciscanos a Japón.
Masamune vio en esta expedición una buena manera de contactar directamente con el rey de España, Felipe III, para establecer una relación comercial con Nueva España y Europa, por lo que decidió financiar el viaje a condición de introducir esta petición comercial como uno de los objetivos principales del mismo.
La expedición, conocida como Embajada Keichō, fue coordinada por el padre Sotelo y dirigida por el samurái católico Hasekura Tsunenaga. Un delegado del Virrey de México, Sebastián Vizcaíno, y cerca de 150 samuráis japoneses completarían la comitiva que zarpó desde la provincia de Miyagi el 28 de octubre de 1613 con Madrid, la capital del imperio, como destino. Comenzó así una curiosa expedición en la que los descubiertos son los que viajan a descubrir a sus descubridores.
La comitiva tuvo su primera escala en Méjico. Poco después de comenzar llegaron noticias del shōgun Tokugawa Ieyasu. Acababa de prohibir oficialmente el cristianismo en todo el país, expulsando a los sacerdotes extranjeros, obligando a los japoneses cristianos a abandonar la doctrina católica, quemando iglesias y ejecutando a todo el que se resistiese a acatar las órdenes.
Como respuesta a esta situación, decenas de japoneses que formaban parte de la comitiva decidieron convertirse al Cristianismo bautizándose en Méjico, en un intento de mostrar sus buenas intenciones.
Gran parte de la expedición decidió regresar a su tierra natal, pero cerca de treinta samuráis continuaron en la comitiva hasta su próximo destino en Madrid. El recibimiento tras su desembarco en Sanlúcar de Barrameda fue fastuoso. Ya en Sevilla, el propio alcalde hizo entrega a la expedición de varios coches de caballos para que pudieran hacer camino hasta Madrid. En España, Tsunenaga sería bautizado como Felipe Francisco de Fachicura. Incluso el Papa Pablo V recibió en audiencia a toda la comitiva en uno de sus viajes a Roma y concedió la ciudadanía a los samuráis que le visitaron.
«Japón», el legado samurái en Sevilla
Al finalizar la embajada, no fueron pocos los samuráis que se quedaron para siempre en España, concretamente en Coria del Río (Sevilla), como refugiados de un pueblo, el japonés, donde el cristianismo estaba ya en el punto de mira. En tal villa se levanta un monumento en honor al samurai
Tsunenaga
Como consecuencia, uno de los legados que más ha trascendido de la presencia samurái en España es el apellido “Japón”. Algunas teorías afirman que, debido a la dificultad de la escritura y la pronunciación de los nombres japoneses, los descendientes de los samuráis fueron inscritos con el apelativo del país.
El primer caso conocido del uso de este apellido data de principios del siglo XVII en el registro bautismal de la Iglesia de Santa María de la Estrella, en Coria del Río, donde se encontraron los datos de un niño apellidado así. Actualmente, más de 600 sevillanos tienen en su DNI el apellido Japón, y en Coria del Río se celebran eventos que recuerdan esta curiosa relación.
Jesús Caraballo
Muy interesante él artículo Jesús. Cuantas cosas nos quedan por saber en ésta vida. Gracias por compartirlo, lo comparto también. Un saludo