ALEJO VERA Y ESTACA, PINTOR ESPAÑOL DEL SIGLO XIX

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Alejo Vera y Estaca

En la España de la segunda mitad del siglo XIX hubo un relevante grupo de artistas entre los que destacó el pintor Alejo Vera y Estaca quien fue un pintor español, uno de los máximos representantes del naturalismo, el romanticismo y la pintura histórica. Fue director de la Academia de Bellas Artes de España en Roma y académico de la de San Fernando. Su labor docente como profesor y catedrático en la Escuela de Pintura, Escultura y Grabado fue esencial en su carrera.

Sus largas estancias en Italia le permitieron conocer a fondo la obra de los grandes maestros del Renacimiento y el Barroco, lo que marcaría una impronta en su obra. Allí, también estudió y pintó los restos de la Roma antigua en Pompeya y Herculano, como un minucioso arqueólogo. Participó en numerosas exposiciones nacionales e internacionales donde obtuvo múltiples premios y reconocimientos.

Alejo Vera nació en Guadalajara, concretamente en Viñuelas el 14 de julio de 1834, hijo de José Vera, natural de Madrid, y de Norberta Estaca, natural de Valdepiélagos. Sus primeros estudios los realizó en la escuela pública y, observando ya sus dotes para el dibujo, sus maestros le aconsejaron solicitar una beca a la Diputación Provincial de Guadalajara.

La habilidad de Vera con el lápiz y el carboncillo se aprecia ya en sus primeros trabajos académicos. Vera acudió al Museo del Prado para aprender de los grandes artistas, prueba de ello es el dibujo Ángel, detalle de La Virgen del pez, de Rafael.

Se trasladó a Madrid para estudiar en el Instituto San Isidro. Dadas sus dotes para el dibujo, se matriculó en la Escuela especial de Pintura, Escultura y Grabado de Madrid, adscrita a la Academia de San Fernando. Inició sus estudios artísticos en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, gracias a la beca y continuó su formación en el taller de Federico de Madrazo y Kuntz.

Madrazo, que había viajado a Italia, les alentó a hacer el “Grand Tour” para completar su formación.   Alejo Vera pudo ir a Roma gracias a que el senador y banquero Acisclo Miranda le concedió una beca. Allí perfeccionó su técnica alcanzando su madurez profesional, junto a otros artistas españoles con los que entabló una fecunda y duradera amistad: Eduardo Rosales, Vicente Palmaroli, Álvarez, Dióscoro Puebla, Casado del Alisal, Fortuny. Su objetivo era aprender y disfrutar de las maravillas existentes en museos, palacios, ciudades renacentistas y barrocas, ruinas de la Roma antigua, restos arqueológicos en Herculano y Pompeya donde quedó seducido por sus ruinas, como se puede apreciar y denotar en sus obras posteriores.

Italia, donde permaneció quince años, fue para Alejo Vera un referente. Hizo suyos los temas religiosos y pompeyanos, que serán tan frecuentes en su pintura y con los que tanto éxito alcanzó. Se convirtió en un pintor-arqueólogo que con sus pinceles y grafitos dejó un legado vital sobre el estado de Pompeya y Herculano en la segunda mitad del XIX. Dejó minuciosos dibujos, acuarelas y óleos de piezas, personajes, estancias y edificios que tienen 2000 años de antigüedad y siguen fascinándonos por su poder para revivir el pasado.


El entierro de San Lorenzo en las catacumbas de Roma

Los artistas del momento, para darse a conocer y poder vender sus cuadros, participaron en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, que tuvieron lugar en Madrid desde 1856. Alejo Vera presentó grandes obras en ellas, obteniendo numerosos premios, medallas de primera clase y el reconocimiento unánime de críticos, prensa y público. En la de 1862 envió desde Roma El entierro de San Lorenzo en las catacumbas de Roma, que obtuvo una primera medalla y fue comprada por el Estado para el Museo de Arte Moderno.

Esta obra tuvo tal éxito que todos los medios hablaron de ella. Gustavo Adolfo Bécquer, que escribía en “El Contemporáneo” como crítico de arte, le dedicó un artículo en el que resaltaba las verdaderas cualidades de Vera como pintor místico, pues “presenta un nuevo modo de ver y tratar un asunto religioso”. La composición, el dibujo y el color, dice, son tan armónicos entre sí que forman “un conjunto delicado y especialísimo”.  El cuadro tiene, por tanto, “todas las exigencias de una obra de arte, producto armónico del sentimiento y la razón”.


Santa Cecilia y san Valerio.

Idéntico triunfo repitió en 1866, cuando concurrió a la Exposición Nacional de Bellas Artes con el cuadro Santa Cecilia y san Valerio. Fue también un pintor de temática religiosa, que abordaba como si de un cuadro histórico se tratara. Por ello, Vera representó, en vez de temas místicos, escenas terrenales verosímiles de la vida de los santos, así como a los antiguos cristianos en las catacumbas de Roma.

Vera supo reflejar en sus cuadros religiosos humanidad y verdad, dotando a sus figuras religiosas de sentimiento y emoción tanto en los rostros como en las actitudes y gestos de sus personajes. También las caracterizó con una profunda paz espiritual enmarcada en composiciones de gran elegancia y sobriedad. Eso se desprende en obras como Santa Magdalena penitente o La Dolorosa. En la Exposición Nacional de 1867 participó con Coro de monjas, también premiada con primera medalla (Caja Guadalajara).


Señora pompeyana en el tocador

Fue también un pintor de temas “pompeyanos”. Recreó la vida de los antiguos romanos que vivían en Pompeya y Herculano antes de ser sepultadas por la erupción del Vesubio en el año 79. Representó con gran exactitud, esmero y con un gusto exquisito, sus arquitecturas, pinturas, mosaicos, ornamentación y escenas de la vida cotidiana: Señora pompeyana en el tocador, Tienda de joyas en Pompeya, Una madre enseñando a su hija a hilar… Sus numerosos apuntes y bocetos sobre estos yacimientos tienen un indudable valor arqueológico, histórico y artístico. A la exposición de 1871 envió seis obras, obteniendo de nuevo una primera medalla y la Cruz de Calos III por Una señora pompeyana en el tocador.

Vera también participó en varias exposiciones internacionales, como las de París, Filadelfia, donde obtuvo un premio de excelencia artística en la pintura de Historia por su obra El entierro de san Lorenzo, la de Viena, en la que Una señora pompeyana en el tocador obtuvo una mención honorífica, Munich, en la que recibió la Gran Cruz de primera clase por Cristiana en las catacumbas, Buenos Aires… Sus éxitos fueron nacionales e internacionales. El reconocimiento a su impecable obra fue unánime.

En 1874 Alejo Vera volvió a España para ser profesor ayudante hasta 1878 de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, donde se había formado, además de seguir pintando y acudiendo a prestigiosos certámenes. Llegó a alcanzar la condición de catedrático de la clase de Colorido y Composición, puesto que desempeñó hasta su jubilación. Para Alejo Vera la enseñanza fue una actividad importantísima en su carrera. Cuando su vista y sus fuerzas le fallaron al irse haciendo mayor, pintó cada vez menos, pero continuó, sin embargo, con su actividad docente en la Escuela de Bellas Artes. También ejerció su magisterio artístico en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid.


El último día de Numancia

En 1878 regresó a Italia como pensionado de mérito en la Academia de España en Roma. Durante esos años pintó el techo del salón comedor de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid con el tema Alegoría de la Abundancia. En 1878 obtuvo una plaza de pensionado de mérito en la Academia de España en Roma, donde pintó su cuadro de tema histórico más célebre, Numancia, también conocido como El último día de Numancia, que presentó como trabajo del tercer año de su pensión, con el que logró una primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de España de 1881 y la Gran Cruz de Isabel la Católica, una de las más importantes condecoraciones existentes.

Esta obra nos asombra por su perfección técnica y nos emociona por lo que Vera quiso transmitir: la heroica gesta de aquellos numantinos que prefirieron morir con dignidad a entregarse a la servidumbre, la esclavitud y la ignominia a que los romanos les someterían si sobrevivían a la caída de su ciudad. Alejo Vera se especializó en las escenas de los primeros años del cristianismo, el imperio romano o las glorias griegas. Con antelación a su Numancia, San Lorenzo, la Pompeyana o Las catacumbas, expuso obras como “Cayo Graco”, o “La Poesía”.


El milagro de las rosas

Inicialmente integraba el equipo designado para realizar trabajos en el proyecto de decoración de la basílica de San Francisco el Grande de Madrid, como el resto de los pensionados en Roma, aunque posteriormente fue excluido del mismo. De aquel frustrado proyecto para el pintor forma parte el cuadro El milagro de las rosas (1889), basado en un episodio de la vida de san Francisco (Museo de Bellas Artes de Badajoz).

En los albores del siglo XX surgen las vanguardias artísticas. Ello supuso que la pintura de Historia y el Naturalismo, tan valorados años antes, pasasen de moda y dejasen de interesar a mecenas y burgueses. Sus éxitos, y la fundación de la Academia Española de Roma, lo llevaron a ser profesor de aquella, y en la década de 1890 a ser nombrado su director, con lo que, encontrándose en España hubo de hacer nuevamente las maletas para trasladarse a la ciudad eterna, un puesto que mantuvo durante seis años, tras los que se retiró y retornó a España. Continuó enseñando y activamente participando en exhibiciones hasta 1919, cuando su salud ya no se lo permitió. En 1892 se le nombra director de la Academia de España en Roma, cargo que desempeñó hasta 1898. Allí rehabilitó el edificio de la Academia y procuró el bienestar de alumnos y profesores, lo que le supuso el afecto y respeto de toda la comunidad de artistas.

A su regreso a España se dedicaría, hasta el final de su carrera, a la labor docente en la Escuela de Pintura, siendo nombrado secretario en 1903 hasta su jubilación en 1919, con 84 años. El 4 de febrero de 1923 Alejo Vera Estaca falleció en su domicilio de Madrid, situado en la plaza de Tirso de Molina, 9, llamada entonces plaza del Progreso. Sus contemporáneos y amigos le describen como un hombre sencillo que incluso pidió que en su tumba no figurase su nombre.

Dama pintando

Entre otras obras no mencionadas podemos relacionar: Tipo de sevillana (1885) (Real Academia de Farmacia, Madrid), Walia, rey de los visigodos (Colegio de San Francisco, Cáceres), Una vestal (Real Academia de Farmacia, Madrid), Retrato de una Dama (1870), Hospital (1859), Mujer en Interior (1870), Mujer Leyendo (1873), Dama pintando (1868) Museo de Bellas Artes de Córdoba, o Confidencias. Obras como Mujer romana, Il bagno o Busto de mujer romana nos acercarán a esos años de Vera en Roma.

José de Córdova y Rojas

No se puede olvidar tampoco su faceta de retratista. Sus retratos mostraron cómo eran y qué sentían los personajes representados. Posaron para él todo tipo de personas: Bravo Murillo, José de Córdova y Rojas o Eduardo Rosales. Pintó algún retrato institucional, pero prefirió inmortalizar con sus pinceles, carboncillos o simplemente lapicero, a personas de la calle que captaban su atención. Fue asimismo de los primeros en tener alumnas en la Escuela de pintura y en defender públicamente su plena participación en las exposiciones nacionales e internacionales.

La pintura de Alejo Vera evolucionó de un academicismo inicial, con obras muy acabadas que buscaban la perfección de las formas a través de un dibujo impecable, a un realismo más naturalista de inspiración velazqueña y, al final de su vida, sobre todo en sus obras de temas alegóricos (las cuatro estaciones), hacia formas y fondos indefinidos y una técnica más suelta y libre.

Boceto de Numancia

Alejo Vera perteneció a una generación de artistas que tuvieron gran reconocimiento en su época pero que, con la llegada de las nuevas corrientes artísticas, vieron cómo se les olvidaba. Estos artistas del siglo XIX han necesitado casi una centuria para ser rescatados de ese olvido. Hoy en día sentimos la responsabilidad y la satisfacción de acercar la vida y las obras de Alejo Vera a todo el público para que puedan ser disfrutadas y valoradas por su aportación a la historia del Arte.

Jaime Mascaró Munar

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