“De las controversias nacen las ideas, los progresos, el bienestar público” . Antonio Cánovas del Castillo.

Antonio Cánovas del Castillo es un político, periodista e historiador español que nace en Málaga el 8 de febrero de 1828. Hijo primogénito de un maestro de Orihuela, Alicante y de Juana del Castillo quedó huérfano de padre a los quince años y después fue su tío Serafín Estébanez Calderón la persona que más le ayudó en el mundo, según sus propias palabras. De él su hermano Emilio Cánovas dirá: “Era polemista, broncoso y dos veces fue llamado a duelo”. Los primeros años de su juventud compaginó los estudios con su afición al periodismo, colaborando en el seminario local La Joven Málaga (1845). Después estudió en Madrid la carrera de Derecho y la alternó con el ejercicio de su vocación, llegando en 1850 a dirigir La Patria. Figura clave de la política española en la consolidación del estado liberal y en los desafíos que planteaba la Europa post-revolucionaria de 1848 fue — en palabras del estudioso Luciano González— el periodismo quien le dio a conocer. Cánovas redactó el Manifiesto de Manzanares, al inicio del Bienio Progresista, cuando era un prominente miembro de la Unión Liberal, partido fundado por O´Donnell y desde donde reclamaría la formación de un partido moderado nuevo, pues su ingreso allí se debió más bien a tener un lugar desde el cual poder otear el horizonte político.

A la caída de éste, Cánovas fue nombrado Gobernador Civil de Cádiz. Se casa con María Concepción Espinosa de los Monteros en 1860 y enviuda dos años más tarde. De esa época se gesta su gran vocación por la Historia que cristaliza en su obra Historia de la decadencia de España y una novela titulada La Campana de Huesca, un drama histórico sobre la princesa de Éboli.
Cánovas del Castillo ha pasado a la Historia por sus habilidades políticas —comenzó su carrera política con el grupo disidente del Partido Moderado junto Ríos Rosas, José de Salamanca, Escosura — pero sobre todo por ser el principal valedor de Alfonso XII y el mayor artífice del sistema político de la Restauración tras la Revolución de La Gloriosa. El objeto de su programa político consistía en volver al pasado previo a la Revolución de septiembre de 1868, pero en una persona distinta a Isabel II, la reina destronada. Para el político, la Corona debía estar por encima de discusiones políticas y de la obra cotidiana del gobierno y siempre defendió a la reina Isabel II y a la reina María Cristina de las calumnias que les propagaban sus enemigos. En 1864 fue Ministro de la Gobernación y un año después Ministro de Ultramar.

Fue máximo dirigente del partido que el mismo creó: el Partido Conservador. Presidente del Consejo de Ministros en seis ocasiones alternó en el poder con Práxedes Mateo Sagasta. Bajo su influencia Alfonso XII firmó el Manifiesto de Sandhurst en 1874, para propiciar el regreso del “buque monárquico príncipe Alfonso” como rey, buscando para ello el apoyo de jefes y oficiales del ejército, pero a su vez evitando la posibilidad de un pronunciamiento por miedo a una guerra civil. Cánovas se aleja del militarismo y del viejo moderantismo, pacta con la derecha política y pone en marcha la maquinaria de la Restauración con ese nuevo manifiesto y con un nuevo modelo político y con el beneplácito de Isabel II que le otorga Carta Blanca. El pronunciamiento —como quería Martínez Campos con el que Cánovas se entendía “poco y mal”— finalmente tuvo lugar en Sagunto el diciembre de 1874 con el alzamiento de la bandera nacional y los gritos de “Viva Alfonso XII” y un traslado de Cánovas a la cárcel de Saladero junto con el director de La Época donde permanecieron unas horas.

Ya en la primavera de ese año se había gestado el ambiente propicio para la Restauración; los españoles estaban cansados de las luchas internas y los pronunciamientos y había que organizar cuanto antes el movimiento alfonsino. Los españoles sabían que había un príncipe formado en el extranjero que personificaba la monarquía milenaria. Después de la proclamación de Alfonso XII como rey “pacificador” se aprueba la Constitución de 1876 —que fue redactada por Alonso Martínez — y que contribuye a la implantación del sistema de alternancia pacífica de dos partidos inspirado en el británico de los tories — los conservadores — y los whighs — los progresistas — de Disraeli y Gladstone. Cánovas creó una “apariencia de democracia” después de un periodo en la historia de España de suma inestabilidad política, pero sintió miedo de una omnipotencia parlamentaria y fue característico su pesimismo en algunos temas. Para ello favoreció la formación de un Partido Liberal y pactó con Sagasta el turno político obligatorio. En 1878 decretó el sufragio censitario y en 1890 restableció el sufragio universal masculino, aunque Cánovas era contrario al mismo porque decía que “engendra de una manera natural necesaria e inevitable el socialismo”. Siempre fue partidario del sufragio censitario y de la persistencia del esclavismo en los territorios de ultramar. Si era partidario de la esclavitud era porque pensaba que la libertad a los esclavos solo creaba masas de parados en la isla de Cuba: “Los negros son salvajes, vagos y hay que dirigirlos con autoridad y firmeza”. Pese a ello firmó la abolición de la esclavitud en 1880 aunque de forma gradual en Cuba. Para Cánovas el sufragio universal era sinónimo de comunismo y de socialismo y siempre tuvo ciertas prevenciones contra las demandas de la clase media española y la participación ciudadana.

Por aquellas fechas se casa con Joaquina de Osma en segundas nupcias. De 1885 es el Pacto del Pardo, acuerdo que venía a evitar que la muerte de Alfonso XII desestabilizara la política española consensuada. Durante su gobierno se desarrolló el capitalismo y se creó el Código de Comercio. También de su etapa gubernamental son los conflictos políticos de Cuba que desembocaron en la guerra hispano-cubana.
Las tensiones de Cánovas se produjeron con los anarquistas y con otros colectivos, llegando a su punto culmen con al asesinato de nuestro protagonista a manos de Michele Angiolillo el 8 de agosto de 1897 en el balneario de Santa Águeda (Guipúzcoa) con el que su autor vengaba a sus hermanos de Montjuich, detenidos en Barcelona a raíz del atentado contra la Procesión del Corpus en Julio de 1896. En septiembre de 1896 se había aprobado una ley contra el anarquismo tras el atentado de Montjuich cometido por anarquistas. Angiolillo se había registrado en el mismo establecimiento como corresponsal italiano del periódico Il Popolo.

Esa mañana Cánovas que se encontraba escoltado por sus vigilantes había acudido a misa junto a su mujer; después mandó un telegrama al ministro de la Gobernación con la ayuda de su escribiente y tras ello acudió con su esposa al comedor. Mientras ella se entretenía a hablar con alguien el se sentó en el patio a leer el periódico de La Época donde recibió los tres balazos que le dejaron inconsciente y que en una hora le condujeron a la muerte. El juicio por el crimen fue inmediato. No se encontraron cómplices directos pero se supo que el autor de los disparos recibió dinero de los separatistas cubanos y del periodista republicano José Nakens y que había sido espiado al político los días previos en el salón de su habitación tras un biombo. El 19 de agosto Angiolillo, que el día de autos fue reducido por un oficial de la Guardia Civil, fue ejecutado a garrote vil. España entera se conmovió con el crimen de estado.

El 1901 Alfonso XIII le concede la viuda el título de duquesa de Cánovas del Castillo. Las influencias de Edmund Burke en su idea de nación y de Joaquín Francisco Pacheco fueron evidentes en su pensamiento, aunque también se nutrió de los pensadores del siglo de oro español y de la filosofía cristiana como pensador católico que era. Para él la religión católica era el más solido cimiento del edificio social de la época y tenía un concepto sagrado de la patria: “La Nación es cosa de Dios o de la Naturaleza”. Pacheco fue su mentor, pues era el director del semanario La Patria y llegó incluso a presidir el Consejo de Ministros de la mano de O´Donnell.

De escritura farragosa propia de una persona muy instruida y hábil comunicador en sus discursos de las Cortes y el Ateneo, Cánovas del Castillo es un personaje difícil de abordar en todas sus facetas. Hoy se conoce el canovismo como la corriente que tiene como objetivo la implantación de un sistema representativo liberal moderado tradicional, de índole conservador y no revolucionario, similar al modelo británico. La monarquía se convierte en el elemento moderador y la revolución es sinónimo de ruptura del orden. La soberanía reside para Cánovas en los poderosos e inteligentes y tiene su fundamento en la voluntad. La soberanía de derecho pertenece a la Nación y todos los poderes emanan de ésta. Cánovas nunca se quedó fuera del movimiento intelectual contemporáneo; creía en el bipartidismo y en la sana alternancia del poder aunque se diera el caciquismo o el fraude electoral.
En 1975 el ayuntamiento de Málaga le dedica un monumento homenaje al político que pasó a la posteridad por ser amigo de la discusión, por sus levitas holgadas con largas mangas con las que siempre entablaba un diálogo constructivo con la oposición y por dar siempre supremacía a los elementos del consenso político, con una apreciación siempre positiva de la realidad social. Cánovas no solo fue el artífice de la Restauración monárquica sino que además en palabras del Conde de Vallellano: “la aceleró y le dio un matiz nacional, no de partido o tendencia.”

Inés Ceballos Fernández de Córdoba
