
Federico Gravina y Nápoli nació en Palermo el 12 de septiembre de 1756 y murió el 9 de marzo de 1806 a los 49 años tras una herida mortal recibida en la Batalla de Trafalgar. Su padre era el Príncipe de Montebago, grande de España de primera clase, y su madre doña Leonor era hija del príncipe de Risuta, igualmente grande de España. A los ocho años ingresó en el Colegio Clementino de Roma, lo que le brindó una esmerada educación. “En breve descolló entre los alumnos, por su amabilidad y conducta como por su capacidad y aprovechamiento del estudio de las humanidades y de las matemáticas” decía Pavía de él. En 1775 sentaba plaza de guardiamarina el 18 de diciembre, embarcando a los pocos días en el navío San José. “Era de regular estatura, su rostro retrataba al vivo la inalterable apacibilidad de su espíritu. Fue siempre en extremo culto y expresivo en sus modelos y palabras, irreprensible en sus costumbres y desprendido de todo interés mezquino. Esplendido con sus amigos y generosos con los necesitados. Cautivaba los corazones de cuantos estaban a su mando”.

Su inalterable serenidad hizo de él uno de los más esclarecidos capitanes del siglo XVIII. Un año después fue ascendido a alférez de fragata, embarcando en la fragata Clara con rumbo a las costas de Brasil. El día 27 de febrero de 1777 la fragata Clara equivocó el rumbo en la oscuridad de la noche y terminó varando, muriendo gran parte de la tripulación, solo se salvaron algunas oficiales, estando entre ellos Gravina. Lograron avanzar hasta Montevideo en una lancha, de ahí embarcaría en el san José y haría trasbordo al san Dámaso rumbo a Cádiz. Fue ascendido a alférez de navío, embarcando en los jabeques Pilar y Gamo, destinados a combatir el corso de las regencias norteafricanas, logrando batir al enemigo tras duro combate. En 1779 asciende a Teniente de fragata, se le pone al mando del jabeque San Luis, siendo destinado al bloqueo de Gibraltar. En 1780 fue jefe de apostadero de Algeciras y allí le notificaron su ascenso a Teniente de navío. Capturó varios buques enemigos.

Participó en la expedición a Menorca, logrando su reconquista, demostró de nuevo sus dotes de buen militar en la toma del fuerte de San Felipe. Asciende al grado de capitán de fragata y en 1782 vuelve a su mando en Algeciras, continuando con las operaciones de bloqueo del Peñón. Cuando quisieron darle el mando de las baterías flotantes, él se negó -por haber compañeros de graduación y más antiguos- y después aceptó el mando de San Cristóbal, de 17 cañones y 630 hombres de dotación. Cuando tuvieron que defenderse de las balas enemigas permaneció en su mando hasta ver salir al último de sus hombres, fue entonces cuando saltó a uno de los botes. Poco después hacía explosión, la santabárbara, yéndose al fondo, se le asciende entonces a capitán de navío, solicita el embarque en la Santísima Trinidad, insignia del general Luis de Córdova. Zarpó de Algeciras en busca de la británica del almirante Howe, cuando este pudo meter en el Peñón a todo su convoy. Los británicos admiraron el modo de obrar de los españoles, su pronta línea de combate, la veloz colocación del navío insignia en el centro de la fuerza y la oportunidad con que forzó la vela la retaguardia acortando las distancias. El combate duro cinco horas. Al llegar a Cádiz retomo el jabeque San Luis, hasta la paz firmada con Inglaterra el 3 de septiembre de 1783 en Versalles.

Gravina preparó la primera expedición contra Argel al mando del general don Antonio Barceló, mando de la fragata Juno, impidiendo que atacaran lanchas enemigas a las españolas. Al año siguiente fue él quien produjo el bombardeo de la capital de Argel, embarcado en el jabeque Catalán. Aquello surtió efecto y pocos meses después se firmó la paz. Fue entonces reclamado por la corte, pero al tiempo proseguía con sus estudios. Cuando se enteró de que estaba vacante el mando de la fragata, Rosa suplicó para que le fuera entregado. Viajó a Constantinopla haciendo importantes observaciones astronómicas cuando llevó en su navío al embajador Effendi en 1788. El 22 de junio se declaró la peste en aquel país y regresó rumbo a la isla de Malta, donde pasó toda la tripulación la cuarentena completa, de ahí arribó a Cádiz. En 1789 fue ascendido a brigadier, se le otorga la fragata Paz, destinada a Cartagena de Indias con su gobernador Joaquín Cañaveral, allí llevó las noticias de la muerte de Carlos III y el advenimiento de Carlos IV. En ese viaje fondeó en La Habana dieciséis días después de salir de puerto.

En 1790 toma el mando del navío Paula, en la escuadra a las órdenes del marqués de Socorro, en prevención de una declaración de guerra con el Reino Unido por un problema de pertenencia del estrecho de Nutka, que cedió el rey de España. En 1791 zarpó de Cartagena para socorrer a la ciudad de Orán tras un terremoto, que empezaron los moros a sitiarla. Finalmente, abandonaron la plaza por el enorme gasto que suponía.
Pidió licencia para viajar y lo hizo a Gran Bretaña a Portsmouth. Cuando llegó la noticia de guerra de este país con Francia regresó a España, desembarcó en Ferrol a principios de 1793.

En 1801 puso rumbo a Santo Domingo para devolver la tranquilidad a la isla tras la insurrección de los negros, llegó a los diecinueve días de partir del Ferrol. De ahí pasó a La Habana, donde embarcaron caudales, cruzando de nuevo el océano rumbo a la bahía de Cádiz. En ese viaje le acompañó el conde de San Juan De Jaruco y su hija Mercedes Santa Cruz y Montalvo, tal y como narra en sus memorias de infancia: “Nos dirigimos al navío de la insignia, que ya estaba en alta mar y fuimos saludados a nuestro paso por salvas de artillería, que partían alternativamente de cada uno de los navíos que dejábamos atrás. Nos pusimos al costado del navío de la insignia, nos arrojaron un cable y tocamos al buque. Dimos la vela en medio de un alboroto terrible de aclamaciones, cantos, músicas de viento y cañonazos. Apoyada en la balaustrada de popa no descubrí alrededor mío sino la inmensidad del mar y del cielo”. Al llegar a la corte, el rey le entregó la Gran Cruz de la real y muy distinguida Orden española de Carlos III.

En 1802 regresó a su casa de Palermo. Dos años después cuando fue nombrado embajador de España en París condicionó su marcha a este nuevo puesto a que hubiera una situación de paz. De no ser así, si estallaba la guerra de nuevo , regresaría al mando que quisieran otorgarle en la Marina, pues antes que un hombre al servicio público se consideraba marino. Consiguió el más alto aprecio de Napoleón. El 12 de diciembre de 1804 se declaraba la guerra a Gran Bretaña, el 15 de febrero de 1805 en Cádiz tomaba el mando de la escuadra con el navío Argonauta de 80 cañones. Una noche de abril se presentó la escuadra francesa en la bahía y fue su salida tan rápida, acometida que el almirante Villeneuve dijo: “Su salida equivale a una victoria”.
Cuando se encontraron en aguas de Finisterre en una carta de Napoleón de 11 de agosto de 1805 dijo. “Gravina es todo genio y decisión en el combate. Si Villeneuve hubiera tenido esas cualidades, el combate de Finisterre hubiese sido una victoria completa”. El mayor peso del combate había recaído en los españoles, recibiendo San Rafael, Firme y España el fuego enemigo.

Fue el 21 de octubre de 1805 cuando resultó herido cuando se encontraba al frente de la escuadra de observación, participando en el combate del cabo de Trafalgar. Fue a las tres cuando este último provocó el caos en el “Príncipe de Asturias”…. Se acercó tanto a él que disparó a quemarropa y produjo «severas averías y gran número de bajas». En palabras del galo Guérin, «el bizarro almirante Gravina recibió en el brazo izquierdo una bala de metralla», lo que le obligó a abandonar el puesto en pleno combate.

Los tres Jefes de las escuadras fallecieron. Fue ascendido a la máxima dignidad de la real Armada, aunque no pudo ejercerlo por estar convaleciente. Aunque pensaron en amputarle el brazo, los médicos tenían esperanzas de que se salvase, pero la infección se agravó y falleció el 9 de marzo de 1806 a los 49 años de edad.
En Toscana, los tíos de Mercedes Santa Cruz y Montalvo, el ministro de guerra Gonzalo O´Farrill y Ana Rodríguez de Carassa se enteraron de la muerte del amigo del matrimonio. Sus restos desde la iglesia fueron conducidos al muelle y en una falúa al vapor Vulcano, que lo trasladó a La Carraca, desde donde fueron llevados a Madrid en 1869 al panteón nacional de San Francisco el Grande. En 1883 se consideró que el lugar apropiado para que reposaran sus restos era el Panteón de Marinos Ilustres, tras haber recibido primera sepultura en la Iglesia del Carmen de Cádiz. Moría “el oficial más experimentado de la Armada, a cuyas órdenes sus escuadras, ya que alguna vez han sido vencidas, nunca han dejado de merecer los encarecimientos de los vencedores”.

Inés Ceballos