Posiblemente este Rey haya sido el más denostado, execrado y vilipendiado de toda la Historia Moderna, pues La Leyenda Negra esparcida por todo el orbe lo describe como un monstruo de iniquidad, digno de todo desprecio. Ya hemos hablado el rencor y la inquina con los que se cebó con él Guillermo de Orange en sus infundadas calumnias, y como Antonio Pérez lo atacó inmisericordemente.
La idea imperial de Carlos I era mantener sus dominios unidos bajo un mismo gobierno y una misma religión, la católica, frente al avance del protestantismo. Pensamiento que también puso en práctica su hijo Felipe en su intento de mantener la idea imperial y la ortodoxia católica en Europa lo que le acarreó una complicada situación política exterior que llevó al rey al enfrentamiento principalmente con tres países europeos: Inglaterra, separada del Catolicismo desde el reinado de Enrique VIII, que no podía soportar el auge del Imperio español, Países Bajos que deseaban sacudirse el yugo de la dependencia de España, además de haber aceptado las nuevas ideas de la Reforma calvinista, y Francia, enconada enemiga de España, desde la época de Carlos I.
No podemos olvidar que, a las posesiones de la Corona española, se le sumaron las de Portugal, cuando Felipe II fue jurado como su rey en las Cortes de Tomar, el 16 de abril de 1581.
El Imperio español, también conocido como Monarquía Hispánica, o Monarquía Universal Española se extendía desde el suroeste de los actuales Estados Unidos, Méjico y El Caribe hasta Centroamérica, la mayor parte de Sudamérica, cuando Portugal formó parte de España, con toda ella, Alaska, la Columbia británica y las Indias orientales, con los archipiélagos del Pacífico, las indias orientales españolas, formadas por Filipinas, las Marianas, Guam, las Carolinas, incluyendo también Palaos. A finales del siglo XVIII llegó a alcanzar los 20 millones de kilómetros, según las estimaciones de muchos historiadores
Es hora de hablar de cuál fue su actuación respecto a los pueblos de allende los mares.
El 30 de julio de 1573 promulgó unas Ordenanzas en las que, respecto al indio dejaba muy claro lo siguiente:
Es nuestra voluntad encargar a los Virreyes, Presidentes y Audiencias el cuidado de mirar por ellos, y dar las órdenes convenientes para que sean amparados, favorecidos y sobrellevados, por lo que deseamos que se remedien los daños que padecen, y vivan sin molestia, quedando esto de una vez asentado, y tenidas muy presentes las leyes de esta Recopilación que les favorecen, amparan y defienden de cualquier agravio, y que las guarden, y hagan guardar muy puntualmente, castigando con particular y rigurosa demostración a los transgresores. Y rogamos y encargamos a los Prelados eclesiásticos que, por su parte, lo procuren como verdaderos padres espirituales de esta nueva Cristiandad, y todos los conserven en sus privilegios, y prerrogativas, y tengan en su protección .
Es indudable e incontrovertible que durante todo el siglo XVI la intención de la Monarquía hispánica fue proteger a los nativos americano con leyes terminantes cuya transgresión llevaba aparejadas graves consecuencias para el infractor, incluso la pena de muerte.
Está fuera de toda duda que los monarcas hispanos, Isabel, Carlos y Felipe, desde el primer momento del Descubrimiento, consideraron a los aborígenes como ciudadanos españoles de pleno derecho y no en un plano de inferioridad como Inglaterra, Holanda y el resto de los países colonizadores.
Es preciso y de justicia hacer una puntualización, los españoles que se desplazaron a las nuevas tierras marchaban a civilizar y evangelizar, desde el primer momento fueron con los soldados, misioneros de distintas órdenes religiosas.
Ciertamente también se asentaron como colonos, por lo que decir colonización no es totalmente inexacto, pero civilizar es introducir en un país o en un pueblo la cultura de otro país o pueblo más desarrollado y nadie puede poner en duda que la cultura y conocimientos europeos, que fueron los que España les llevó, eran superiores a los de los indios.
Por ello debe de quedar bien sentado que las leyes y disposiciones reales, desde el primer momento, se encaminaron al bien y protección de los nuevos ciudadanos de la Corona que nunca fueron considerados de otra manera.
Manuel Villegas