Francisco de Goya nació el 30 de mayo de 1746 en Fuendetodos en una familia de posición social media que provenía de Zaragoza. Su padre era un maestro dorador de prestigio, al que Goya ayudaba en las iglesias, y su madre provenía de la pequeña nobleza. Goya era el penúltimo de los seis hijos de la pareja y aficionado a la caza. El estilo del pintor evolucionó ― desde sus inicios en su tierra natal hasta buscar cobijo al amparo de Francisco Bayeu en su taller en 1763― , pero siempre destacó por el naturalismo. Goya, que en sus inicios buscó protección los hermanos Bayeu contrajo matrimonio con una hermana de estos, Josefa, en 1773. Tuvieron seis hijos, de los cuales solo uno llegó a la vida adulta. Su fin fue siempre retratar de modo fiel la realidad, con sus luces y sombras.
Muy pronto viajaría a Italia por un periodo de tres años y se impregnaría de aquel dinamismo cultural y social de la época. Allí fue donde estudió las obras de Rubens, Rafael y Veronese, copió esculturas clásicas ― como el torso de Belvedere ― y se impregnó de la corriente neoclásica, como lo atestigua su cuaderno italiano, hoy conservado en el Museo del Prado. Sus influencias provenían de la pintura de Velázquez, Rembrandt, Mengs y de Tiépolo. La importancia de su obra viene también del modo original en que el pintor refleja el periodo convulso de la Historia en que vive en cada momento. Las víctimas de la guerra de la independencia en Los levantamientos del 2 de mayo de 1808 son individuos de cualquier clase o condición y es un lienzo que se puede equiparar a cualquier obra del reporterismo gráfico actual.
En 1780 entró en contacto con la aristocracia madrileña, la cual inmortalizará con sus pinceles, haciendo una introspección psicológica de cada uno de los retratados. En 1786 Goya es nombrado pintor de la corte de Carlos III y se compra un carruaje, lo que demuestra su afán por integrarse en esos ambientes de la alta sociedad. Ya el rey Carlos III era mecenas del arte moderno y tenía cierta obsesión por las figuras y la expresión humana. Goya se convierte en el pintor de moda en la Corte, especialmente en el entorno del Infante don Luis de Borbón, casado con María Teresa Vallabriga. Los duques de Osuna también actuaron como mecenas del afamado retratista y dejaron para la posteridad un retrato pintado por Goya con sus hijos. Ellos vivían en su finca de El Capricho y le pedían también encargos de pinturas sobre la brujería, temática inspirada en el teatro de terror de la época. En 1792 ya daba clases en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y Goya iba ganando en consideración, como con el retrato que hizo del conde de Floridablanca. Con esta técnica depurada del retrato ya dominaba todos los géneros en pintura. Él sería el encargado de ejecutar los retratos de personajes oficiales y de los retratos de la aristocracia, en donde Goya ensalzaría siempre sus privilegios mostrando sus bandas, medallas, fajas. Por aquellos años escribe a su amigo de la infancia, Martín Zapater y le cuenta su evolución como artista, así como detalles íntimos de su vida y pensamientos.
En 1795, tras la muerte de Bayeu, se convierte en director de pintura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Retrata a Carlos IV y María Luisa de Parma y a la Duquesa de Alba en 1795, primero con un atuendo blanco y luego vestida de maja en 1797. También retrata a La condesa de Chinchón y una actriz llamada La tirana en 1799. En sus retratos hay reminiscencias del retrato inglés e intenta plasmar en ellos las cualidades humanas más íntimas. Después, en sus obras más naturalistas exalta los errores y los vicios más mundanos. En 1798 pinta los frescos de San Antonio de La Florida en cuatro meses, ya aquejado de ciertas dificultades por la sordera. Tras sus delirios por su aislamiento quedaban multitud de horas dedicadas desde 1775 a la elaboración de los cartones con motivos españoles para los 63 tapices de escenas pastorales que iban a tejer en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara ―debido al empeño de los Borbones en la confección de tapices ―. Goya también había realizado las pinturas murales en el palacio de Sobradiel y un fresco para la basílica del Pilar, por el cual le criticaron por los primeros desnudos femeninos allí exhibidos, considerados entonces algo indecentes.
El cuadro más representativo, conocido o polémico de Goya, es La Maja desnuda, que data de 1790-1800, por la incógnita que siempre ha rodeado al lienzo acerca de quién es la mujer en él retratada. La maja no era un ser mitológico, sino una mujer real de carne y hueso contemporánea de su tiempo. Los rumores giran en torno a que representó a dos posibles figuras femeninas: Pepita Tudó, amante de Godoy o la propia Duquesa de Alba. Esta volvió a invitar al artista a su finca de Sanlúcar en verano de 1796, recién enviudada del duque de Medina-Sidonia. Su pareja, La Maja vestida, (1802-1805) cuelga de las paredes del Museo del Prado al lado de la primera y eran conocidas al principio como “Las Gitanas”. El majismo era en sí mismo una idealización de la cultura gitana española, en contraposición con la moda francesa tan arraigada. En el Álbum de Sanlúcar del pintor aragonés aparecen esbozos a carboncillo de varios desnudos femeninos realizados entre Sanlúcar y Doñana que apuntan a la identidad de la retratada.
La Quinta del Sordo fue la finca de diez hectáreas a orillas del Manzanares, que se convirtió en residencia del pintor en 1812, ya viudo de Josefa Bayeu, con la que se había casado en 1773 y había tenido seis hijos. Entonces se iba a casar ese año con Leocadia Zorrilla. La finca sería el lugar donde colgaría sus pinturas negras, fruto de esa etapa vital posterior más oscurantista del pintor, el cual desde 1793 estaba aquejado de sordera por una posible intoxicación de plomo o “cólico del artista”.
El pintor seguía fiel al realismo y dedicado a representar diferentes tipos de un colectivo social en su pintura como son El baile a orillas del Manzanares o La gallina ciega y distintas escenas de caza. Después de retratar a la aristocracia, se dedicó a un mundo de ensoñación donde pintaba elementos de máscaras, murciélagos, burros, linces ibéricos, también por esa afición de la Corona española a la moda de coleccionar animales enjaulados, etc. En esos cuadros plasmaba también matices satíricos y aspectos crueles de la sociedad de su tiempo, como en La boda, donde escenificaba la sátira de casar a mujeres jóvenes con hombres viejos por conveniencia. El pintor aragonés va ganando en fama, por lo que le solicitan la decoración de estancias reales, como el comedor y el dormitorio de los Infantes del Palacio del Pardo.
Es innegable la influencia de Velázquez en su obra, sobre todo por los grabados que reproducían cuadros del pintor, con los mismos toques de luz velazqueños, la idéntica perspectiva aérea y el mismo dibujo de tipo naturalista. Goya es el precursor del grabado moderno y contemporáneo. Emplea técnicas de aguafuerte y aguatinta que resaltan los contrastes en blanco y negro.
Mientras fue requerido para pintar los cuadros de la basílica de San Francisco el Grande, en donde se retrató él mismo en una de las pinturas, dato que demuestra su gusto por los autorretratos.
En 1790 unos amigos le aconsejaron alejarse de la Corte por un tiempo. Tres años después sufre los problemas de sordera y surgen nuevas obras en su haber más dramáticas que representan “lo sublime, lo terrible y lo grotesco”, como son El corral de locos, El naufragio o El incendio o el afamado Saturno devorando a su hijo, la más dramática de sus pinturas negras, ejemplos variados de aquella histeria colectiva por el momento de agitación en que vivían entonces. Después de aquellas extravagancias y gusto por lo macabro de sus pinturas negras, escenificando violaciones, asesinatos y canibalismo y sus caprichos en donde incluso aparecían personas con rasgos animales, se dedica a plasmar motivos taurinos. La belleza ya no es el principal objetivo de su arte, sino el pathos, esto es, mostrar todos los aspectos de la vida humana con una pincelada más tenue y una menor iluminación de los rostros.
En los albores del siglo XIX había retratado a La familia de Carlos IV al completo, que tiene como antecedente al cuadro de Las Meninas de Velázquez. Destaca este retrato familiar por la iluminación y el orden protocolario de sus miembros. También representa a Fernando VII a caballo y a Manuel Godoy en la cumbre de su poder, recostado y con un papel que podía ser la firma de algún tratado con Napoleón, a quien admiraba e imitaba. Fue el propio Godoy quien se apropió para su palacio madrileño de La Maja desnuda, pues según consta estaba en Sanlúcar aquel verano de 1796 y la retratada bien pudiera tratarse de su amada. Antes ya tenía en su haber otros desnudos femeninos como La Venus del espejo de Velázquez. Después, Godoy tendrá en su poseer el retrato de su mujer con apariencia frágil y delicada con la que se casa, a pesar de seguir siendo amante de Pepita Tudó: La condesa de Chinchón. Como curiosidad, el retrato de Isabel Porcel es singular, pues no pertenece a la aristocracia y aparece en actitud desenfadada, mostrando con aplomo su belleza.
El desnudo sin pudor de La Maja desnuda despertó polémica, pues no había una causa histórica o mitológica que justificara el cuadro y el pintor fue perseguido por la Inquisición en 1815 y absuelto después. Se sostiene la idea de que la duquesa de Alba fuera uno de los objetos de deseo del pintor aragonés, al considerar en ella retratar a la aristocracia en su pose natural, sin medallas ni fajines, como sostiene la inscripción del cuadro de la duquesa vestida de maja en donde tras una restauración que le hicieron se puede leer “Solo Goya”.
En los Desastres de la guerra (1810-1815) una serie de 82 grabados, la pincelada es más de boceto y hay una menor iluminación de los rostros y las siluetas. También se reproducen escenas de canibalismo, violaciones, asesinatos… Goya pintará bodegones para plasmar la degradación del paso del tiempo y cuerpos mutilados, a semejanza del torso de Belvedere, que tanto había estudiado en su viaje a Italia.
Carlos IV abdicó a favor de su hijo tras la caída de Godoy, aunque Fernando no gobernó durante mucho tiempo, pues Carlos IV cede la corona a Napoleón. Tras los levantamientos del dos de mayo de 1808, Goya estaba preocupado por su relación con los afrancesados y los ilustrados. Ello no es óbice para que no pintase a generales y a políticos franceses revolucionarios y también al rey intruso José Bonaparte y al duque de Wellington. Goya viste al estilo francés en la corte o al estilo majista con camisa de volantes, chaqueta torera y cabello suelto, mientras José Bonaparte restaura la fiesta nacional. Tras ser investigado por sus servicios a los Bonaparte decide desaparecer públicamente para no significarse por sus ideas políticas, pero no deja de hacer denuncia de los enfrentamientos armados y los horrores de la guerra con sus pinturas del 2 y 3 de mayo de 1808, en donde renuncia al héroe particular y ensalza el colectivo de gente anónima que es víctima de los conflictos y que plasma en su conjunto como en una instantánea fotográfica. También criticará el absolutismo y a la hipocresía de ciertos miembros del clero de la Iglesia.
En 1824 llega Goya a Burdeos cuando se restaura el absolutismo en España tras haber pedido permiso al monarca para tomar las aguas termales en Francia. Hasta entonces había vivido en Madrid en la Calle Desengaño. Allí visitará a María Teresa de Borbón, instalada allí sin Godoy, y residirá hasta su muerte.
Sus restos mortales descansan en la capilla de San Antonio de la Florida desde 1919. A su lado se hace una réplica del edificio que es el actual museo dedicado a uno de los mejores artistas españoles de todos los tiempos, que los últimos años sintió afinidad con los mendigos de la calle, a los que pintó y como él mismo se retrató con aspecto de monje ermitaño encorvado y barba con la rúbrica de “Aún estoy aprendiendo”.
Murió en Burdeos en 1828 a los 83 años. De sus discípulos ninguno alcanzó su categoría. Picasso tomará su testigo con la obra del Guernica con el mismo protagonista del 2 de mayo con los brazos en alto, que emula a Cristo en la cruz por sus estigmas en las palmas de la mano, mientras está enfrente el pelotón anónimo de fusilamiento.
Inés Ceballos