Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro siendo reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española. Además de su poesía, fue un prolífico escritor de narrativa y teatro, así como de textos filosóficos y humanísticos. Como prototipo del intelectual cortesano que exhibía su ingenio y con frecuencia le gustaba escandalizar, Quevedo pasó a la literatura popular como personaje de chistes con frecuencia groseros, volviéndose personaje de leyendas urbanas.
Quevedo nació en Madrid, en el seno de una familia de hidalgos provenientes de la aldea de Vejorís (Santiurde de Toranzo), en las montañas de Cantabria, el 14 de septiembre de 1580, siendo bautizado en la parroquia de San Ginés el 26 de septiembre de 1580. Su madre, María de Santibáñez, era dama de la reina, y su padre, Pedro Gómez de Quevedo, era el secretario de la hermana del rey Felipe II, María de Austria, y más tarde lo fue de la reina Ana de Austria, cuarta esposa del rey Felipe II. Nació cojo, con ambas piernas torcidas y una severa miopía; quizá por ello pasó una infancia solitaria y triste en la Villa y Corte, rodeado de nobles y potentados, ya que sus padres desempeñaban altos cargos en Palacio, soportando las pullas de otros niños y entregándose compulsivamente a la lectura. A los seis años quedó huérfano de padre, de forma que le nombraron por tutor a un pariente lejano, Agustín de Villanueva, del consejo de Aragón; en 1591, además, cuando contaba once años, falleció su hermano Pedro.
De precoz inteligencia, lo llevaron al entonces llamado Colegio de San Pedro y San Pablo, y allí, entre 1596 y 1600, estudió con los jesuitas lenguas clásicas, francés, italiano, filosofía, física y matemáticas, así como teología en la Universidad de Alcalá, sin llegar a ordenarse. El 4 de octubre de 1599 no se presentó a recoger su título de bachiller, tal vez porque viajó a Sevilla y a Osuna en compañía de don Pedro Téllez Girón, futuro duque de Osuna; no lo hizo sino hasta el 1 de junio de 1600.
Entre 1601 y 1605 estudió en la Universidad de Valladolid. Es un lugar común que durante la estancia de la Corte en Valladolid circularon los primeros poemas de Quevedo que imitaban o parodiaban los de Luis de Góngora bajo seudónimo (Miguel de Musa) o no, y el poeta cordobés detectó con rapidez al joven que minaba su reputación y ganaba fama a su costa, de forma que decidió atacarlo con una serie de poemas que Quevedo le contestó, y ese fue el comienzo de una enemistad que no terminó hasta la muerte del cisne cordobés, quien dejó en estos versos constancia de la deuda que Quevedo le tenía contraída. “Musa que sopla y no inspira / y sabe que es lo traidor / poner los dedos mejor / en mi bolsa que en su lira, / no es de Apolo, que es mentira”.
En el año 1603, habiendo difundido el cisne cordobés sus sátiras sobre los contaminados y malolientes brazos del río Esgueva que apestaban Valladolid, Quevedo hizo circular una sátira en que las descalificaba por su mal gusto, grosería y vocablos deleznables. “Ya que coplas componéis, / ved que dicen los poetas / que, siendo para secretas [id est, letrinas], / muy públicas las hacéis. / Cólica diz que tenéis, / pues por la boca purgáis. / Satírico diz que estáis. / A todos nos dais matraca [id est, broma sin gracia]: / descubierto habéis la ca ca / con las ca cas que cantáis”.
Durante su vida estudiantil, escribió en castellano y bajo anonimato algunos opúsculos burlescos, desvergonzados y de mal gusto, de los que luego renegaría, pero que entonces lo hicieron muy popular a través de copias manuscritas que terminaron por abrumar y difamar a su autor, quien se vio obligado a denunciarlas a la Inquisición, no ya para impedir que se difundieran, sino por evitar también que se hicieran ricos a su costa los impresores que empezaron a difundirlas; probablemente fueron estos cortos escritos los que transformaron a su autor, andando el tiempo, en un personajillo proverbial de chistes obscenos o de mal gusto. También se aproximó a la prosa escribiendo como juego cortesano, en el que lo más importante era exhibir ingenio, la primera versión manuscrita de una novela picaresca, La vida del Buscón, algunos de cuyos pasajes han pasado a la historia del humor negro.
En 1601 falleció su madre, María Santibáñez y en 1605 fallece su hermana María. De vuelta la Corte a Madrid en 1606 y residiendo allí hasta 1611, se entregó a las letras; escribe cuatro de sus Sueños, y diversas sátiras breves en prosa y obras de erudición bíblica.
En 1610, año en que el duque de Osuna es nombrado virrey de Sicilia, el dominico Antolín Montojo deniega a Quevedo la autorización para imprimir el Sueño del Juicio final. En 1611 debe trasladarse a Toledo a causa del pleito que sostiene contra la Torre de Juan Abad, y allí conoce al padre Juan de Mariana. Se gana la amistad de Félix Lope de Vega así como de Miguel de Cervantes con quienes estaba en la Cofradía de Esclavos del Santísimo Sacramento; por el contrario, atacó sin piedad a los dramaturgos Juan Ruiz de Alarcón así como Juan Pérez de Montalbán contra el que escribió La Perinola, una cruel sátira de su libro misceláneo Para todos.
Pero el más atacado sin duda fue Luis de Góngora, al que dirigió una serie de terribles sátiras, acusándole de ser un sacerdote indigno, homosexual, escritor sucio y oscuro, entregado a la baraja e indecente. Quevedo, descaradamente, violentaba la relación metiéndose hasta con su aspecto (como en su sátira A una nariz, en la que se ensaña con el apéndice nasal de Góngora, pues en la época se creía que el rasgo físico más acusado de los judíos era ser narigudos). “Érase un hombre a una nariz pegado, érase una nariz superlativa, érase…”. En su descargo, cabe decir que Góngora le correspondió casi con la misma violencia, tachándole de cojo, borracho («Francisco de Quebebo»), contrahecho y mal helenista.
Estrechó una gran amistad con el grande Pedro Téllez-Girón, III.er duque de Osuna, al que acompañó como secretario a Italia en 1613, desempeñando diversas comisiones para él que le llevaron a Niza y Génova, aunque y finalmente de vuelta a Madrid, donde se integró en el entorno del duque de Lerma, siempre con el propósito de conseguir a su amigo el tercer duque de Osuna el nombramiento de virrey de Nápoles; y al fin logró para él ese cargo el 16 de abril de 1616, embarcando en Cartagena y llegando a Nápoles el 12 de septiembre donde Osuna le encomienda dirigir y organizar la Hacienda del Virreinato siendo muy bien recibido por la Academia de los Ociosos a la que se incorporó Quevedo como un miembro más. Durante su estancia napolitana desempeñó misiones relacionadas con el espionaje a la República de Venecia, siendo recompensado por estos servicios al obtener en 1618 el hábito de la Orden de Santiago.
También en ese mismo año y a consecuencia de la Conjuración de Venecia cae Osuna; Quevedo lo defiende ante el Consejo de Estado siendo arrastrado también como uno de sus hombres de confianza y se le destierra a la Torre de Juan Abad (Ciudad Real), del que fue señor a partir de 1620 y cuyo señorío había comprado su madre con todos sus ahorros para él antes de fallecer, aunque los vecinos del lugar no reconocieron esa compra y Quevedo tuvo que pleitear interminablemente con el concejo. Llegado allí a lomos de su jaca «Scoto», y aislado ya de las tormentosas intrigas cortesanas, a solas con su conciencia, escribió Quevedo algunas de sus mejores poesías, como el soneto «Retirado a la paz de estos desiertos…» o «Son las torres de Joray…».
En 1622 había vuelto a ser desterrado brevemente a la Torre, pero la entronización de Felipe IV supuso para Quevedo el levantamiento de su castigo, la vuelta a la política y grandes esperanzas ante el nuevo valimiento del conde duque de Olivares, cuya amistad supo ganarse trabajando como libelista para él. Quevedo acompaña al joven rey en viajes a Andalucía (1624) y Aragón (1626), algunas de cuyas divertidas incidencias cuenta en interesantes cartas. El 24 de marzo de 1624, una nota de la Junta de reformación de costumbres señala que una mujer llamada Ledesma «estaba amancebada con don Francisco de Quevedo y tiene hijos». La poesía amorosa de Quevedo, considerada la más importante del siglo XVII, es la producción más paradójica del autor: misántropo y misógino, fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió numerosos poemas amorosos dedicados a varios nombres de mujer: Flora, Lisi, Jacinta, Filis, Aminta, Dora. Consideró el amor como un ideal inalcanzable, una lucha de contrarios, una paradoja dolorida y dolorosa, en donde el placer queda descartado. Su obra cumbre en este género es, sin duda, su «Amor constante más allá de la muerte».
En 1627 Quevedo escribe en adulación al Conde-Duque su comedia Cómo ha de ser el privado. Pero su enfrentamiento con los carmelitas a causa de la cuestión del patronazgo se vuelve cada vez más virulento; a fines de febrero de 1628 escribe su Memorial por el patronato de Santiago y se imprime en Madrid con tanto éxito como el Buscón o los Sueños, y es de nuevo desterrado a la Torre, aunque en diciembre le autorizan a volver de nuevo a la Corte; Quevedo intenta congraciarse con el Conde-Duque dedicándole el 21 de julio de 1629 su edición de las Obras poéticas de fray Luis de León en cuyo prólogo se contiene un nuevo ataque contra los gongorinos patrocinados por el duque de Lerma.
En 1632 fue nombrado secretario del monarca, lo que supuso la cumbre en su carrera cortesana. Era un puesto sujeto a todo tipo de presiones: su amigo, el duque de Medinaceli, fue hostigado por su mujer para que le obligue a casarse contra su voluntad con doña Esperanza de Mendoza, señora de Cetina, viuda y con hijos, y el matrimonio, realizado en 1634, apenas duró tres meses. La boda entre Francisco de Quevedo y Doña Esperanza de Mendoza tuvo lugar el 26 de febrero de 1634 en la capilla del Palacio de Cetina, en la localidad de Alto Jalón.
En 1635 aparece en Valencia el más importante de uno de los numerosos libelos destinados a difamarle, El tribunal de la justa venganza, erigido contra los escritos de Francisco de Quevedo, maestro de errores, doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres, publicado bajo un pseudónimo que tal vez encubre a uno de sus numerosos enemigos, Luis Pacheco de Narváez. Además, el poeta Juan de Jáuregui escribe un Memorial a Felipe IV en ese mismo año, en que ataca también a Quevedo, quien no se resignó a tanta infamia: los llamó «doctores sin luz, que dan humo con el pábilo muerto de sus censuras, muerden y no leen». En 1636 se separa de su mujer, que fallecerá en 1641, y, muy desengañado, escribe su fantasía moral La hora de todos y la Fortuna con seso.
El 7 de diciembre de 1639, víspera de la Concepción de nuestra Señora, a las diez y media de la noche, con motivo de un memorial aparecido bajo la servilleta del rey Sacra, católica, real Majestad…, donde se denunciaba la política del Conde-duque, por el procedimiento de orden reservada se le detuvo en casa del VII duque de Medinaceli, se confiscaron sus libros y, sin apenas vestirse, es llevado al frío convento de San Marcos en León, donde Quevedo se dedicó a la lectura, hasta la caída del valido y su retirada a Loeches en 1643 donde llegó achacoso y muy enfermo. Quevedo se quejó de que no se le abrió proceso ni tomó declaración alguna en la dedicatoria «A Juan Chumacero Carrillo» de su Vida de San Pablo (1644). Por fin renuncia a la Corte para retirarse definitivamente en noviembre de ese mismo año a la Torre de Juan Abad. Es en sus cercanías cuando fallece en el convento de los padres dominicos de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), el 8 de septiembre de 1645. Se cuenta que su tumba fue profanada días después por un caballero que deseaba tener las espuelas de oro con que había sido enterrado y que dicho caballero murió al poco en justo castigo por tal atrevimiento.
En 1972 se demostró por una carta del conde-duque de Olivares al rey Felipe IV, encontrada por su biógrafo J. H. Elliot, que la acusación que pesaba sobre Quevedo fue hecha por su amigo, el duque del Infantado, que lo acusaba de ser confidente de los franceses. En 2009, los restos de Francisco Quevedo fueron identificados en la cripta de Santo Tomás de la iglesia de San Andrés Apóstol de la misma ciudad donde murió.
En la música, el cantante Francisco ‘Paco’ Ibáñez musicalizó cuatro poemas suyos: las letrillas satíricas «Poderoso caballero Don Dinero», «Es amarga la verdad» y el cómico romance que «Pinta a un doctor en medicina que se quería casar».
Francisco de Quevedo es también, junto a otros personajes históricos de la España de Felipe IV, un personaje secundario en la saga conocida como Las aventuras del capitán Alatriste (1996), de Arturo Pérez-Reverte, y en la película basada en ella, Alatriste (2006), dirigida por Agustín Díaz Yanes, en donde el personaje de Quevedo es interpretado por el actor Juan Echanove. En esta obra de ficción, Quevedo es presentado como amigo personal del mal llamado capitán don Diego Alatriste y Tenorio, veterano de las guerras de Flandes, quien se gana la vida como sicario en el Madrid del siglo XVII. La primera aparición de Quevedo se da en el primer título de la saga, El capitán Alatriste (1996), donde es representado como un hombre ingenioso, apasionado y excelente espadachín, quien regularmente debe hacer uso de la herreruza (espada) para zanjar los constantes conflictos en los que se involucra, ya sea por los desafortunados versos que dedica a numerosas personas (incluidas personalidades de renombre), como por aquellos relacionados con su amigo Alatriste.
Francisco de Quevedo no libró a nadie de su insulto: cultos, judíos, mujeres y, por supuesto, Góngora, fueron blanco de su ingeniosa y artística burla. Muestran abierta, masiva e incluso arbitrariamente su descontento hacia algo o alguien.
Con una pluma que jugaba a partes iguales con el odio y la burla punzante, se convirtió en un personaje singular, prototipo del intelectual cortesano, que, apoyado en una prosa excelente, ha pasado a la historia como una de las más destacadas de la literatura española.
“El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar que le llamen».
Jaime Mascaró Munar