Junto con Antonio Pérez, el secretario de Felipe II, fue uno de los creadores de la Leyenda Negra que tanto ha perjudicado a España.
Los enemigos del Imperio español a partir de 1578 utilizaron algunas obras del fraile dominico Bartolomé de las Casas especialmente “La Brevísima relación de la destrucción de las Indias”, que lo escribió en 1552.
Para los adalides de la Leyenda Negra este libro les proporcionó argumentos más que suficientes para continuar atacando a España.
Fue un informe publicado en Sevilla en dicho año 1552, que confeccionó para Carlos I con el fin de presionar para que se endurecieran las penas contra aquellos que no cumpliesen escrupulosamente o infringiesen los mandatos dimanados de “Las Leyes de Burgos”. Aunque el propósito de este fraile al principio era loable, ya que sólo pretendía que quienes no las guardasen fuesen castigados, únicamente sirvió para denigrar a España y fomentar la Leyenda Negra, el resultado fue de los más perniciosos para España, pues suministró munición con la que los enemigos de ella siguiesen disparando para destruirla. Francia así como Inglaterra y el resto de los países protestantes encontraron en él un sustancioso documento con el que atacar también al catolicismo.
Consideramos necesario, aunque sea muy someramente, conocer quién era este fraile.
Nació en Sevilla hacia el año 1484 hijo de un hombre rico, Pedro Francisco Casas o Casaus que acompañó a Colón en su segundo viaje, y se quedó en las Antillas, donde, creó una gran plantación en la que se dedicó a esclavizar a los indios, cosa normal durante el primer periodo del descubrimiento, a pesar de las leyes en contra de Isabel la Católica.
Bartolomé en 1502 se embarca con su padre a las Indias a administrar la cuantiosa herencia paterna en la que utilizó los mismos métodos brutales que se practicaban por entonces, y se sirvió, aunque estaba prohibido por las leyes españolas, de esclavos indios.
A los treinta y cinco años experimentó una conversión, superó la fase de esclavista, se ordenó sacerdote, transformándose en un intransigente partidario de los indios y de sus derechos. Inició una delirante campaña de difamación de la gigantesca epopeya española en el Nuevo Mundo. Más tarde, con casi 50 años, profesó como dominico.
Estudiosos de su personalidad lo definen como obsesivo, vociferante, dispuesto en todo momento a acusar a los españoles que eran los malos en contra de los indios que representaban la bondad genuina. Sus biógrafos no dudan en calificarlo como que vivía en un estado paranoico de alucinación, dentro de una ofuscación mística que le hacía perder la conciencia de la realidad. Estos juicios tan severos los ha defendido Menéndez Pidal, a quien, como es español, podría tacharse de parcialidad.
Pero Willian S. Maltby, que no es español sino norteamericano con ancestros anglosajones, y profesor de Historia de Sudamérica en una universidad de Estados Unidos, no duda, en el estudio que publicó en 1971, sobre la Leyenda Negra, manifestar que “ningún historiador que se precie puede hoy tomar en serio las denuncias injustas y desatinadas de Las Casas”, y concluye: “en resumidas cuentas, debemos decir que el amor de este religioso por la caridad fue mayor que su respeto por la verdad”.
El caso es que sus disparatadas acusaciones tuvieron eco en España y Carlos I las atendió y, es más, lo nombró “Defensor de los indios” y se aprobaron severas leyes para proteger a los indígenas.
Sin embargo, esta defensa a ultranza no pudo tener peor resultado. Al prohibir que los indios trabajasen en las haciendas españolas, como se hacía necesario una gran cantidad de mano de obra, hubo que importarla ― el mismo Las Casas apoya la medida ― con la compra a los negreros holandeses, ingleses, portugueses y franceses que vendían esclavos importados de África, capturados por los árabes musulmanes.
Este enorme negocio de la trata de negros en manos de musulmanes y protestantes no tuvo gran repercusión en el área hispana.
En el resto de las regiones, en la central y andina, encontramos población mayoritariamente india con escasa representación de los negros, cosa que no ocurre en el sur de los actuales Estados Unidos, en Brasil y las Antillas, inglesa y francesa.
En el Imperio Británico la esclavitud fue abolida en 1833, y en los Estados Unidos de América el presidente Lincoln firmó en 1863 el Acta de Emancipación, confirmada en 1865 por la 13ª Enmienda a la Constitución; aunque todavía se continúa dando muestras de intolerancia sobre todo en los condados del Sur. En los que, hasta hace poco tiempo, se prohibía la entrada a los negros en los locales frecuentados por blancos, así como en las escuelas.
Las Casas defendió a ultranza a los indios, pero les prestó poca atención y no sintió compasión por ellos, ni por las grandes cantidades de negros que llegaban de África.
El fanatismo exacerbado que lo arrebataba lo llevó a grandes insensateces, pues, como nos dice Celestino Capasso: “…arrastrado por sus tesis, el dominico no duda en inventarse noticias y en cifrar en veinte millones los indios exterminados, o en dar por fundadas noticias fantásticas como la costumbre de los conquistadores de usar a los indios como comida de los perros de combate…”.
Las cantidades de indios que este desinformado fraile manifiesta que fueron exterminados por los españoles no tienen razón ni fundamento. Llega a decir que en cada uno de los imperios allí existentes había doce, veinte y treinta millones de habitantes.
España en aquellos tiempos contaba con una población, como mucho, según los últimos estudios, de seis millones ochocientos mil habitantes. La de toda Europa con, aproximadamente, setenta millones setecientos mil.
Las cifras que aporta Las Casas son totalmente disparatadas, pues gran parte de los terrenos recién descubiertos eran selvas impracticables, aún hoy lo siguen siendo, territorios abruptos y escarpados, en los que no había posibilidad de que se estableciesen seres humanos.
Según los últimos estudios el profesor, filosofo e historiador, mejicano, José Vasconcelos, por cierto, nada proclive a España, hace constar en su Breve Historia de México, que para toda América del Norte no había más de seis millones de habitantes, tesis que después convalidarían las investigaciones del antropólogo W. Denevan.
D. Ángel Rosenblat, profesor de Historia colonial en la Universidad Central de Venezuela, nada sospechoso de afecto a España, estimó una población de trece millones y medio de habitantes para ambos continentes americanos.
Los dislates de Las Casas son tan desaforados que plantean dos cuestiones, una sobre la intención y honradez intelectual del fraile y otra sobre la integridad moral e intención aviesa de quienes le han dado crédito.
Sin duda Las Casas, que nunca hizo casi nada práctico a favor de los indios, sólo se dedicó a difundir las descabelladas ideas no contrastadas y, en la mayoría de los caos infundadas, que bullían en su mente, posiblemente afectada por alguna tara, pretendía impresionar a las autoridades y a la opinión de España (lo consiguió, en parte), pero sus Informes alcanzan tal grado de desmesura que hacen dudar de su salud mental.
Menéndez Pidal escribió varios trabajos breves y un sustancioso libro sobre el personaje. Los seguidores de Las Casas (protestantes, intelectuales franceses, ingleses y holandeses) han buscado deliberadamente denigrar a España, considerada enemiga, actitud persistente, aun hoy, casi como un reflejo condicionado.
Don Ramón no da valor alguno al P. Las Casas como fuente informativa para la historia, por la imprecisión de los datos que ofrece y por haber sido escrito sólo con el fin de mostrar que los españoles no habían hecho otra cosa en América que robar, destruir, atormentar y matar millones y millones de indios.
También diagnosticó la doble personalidad de Las Casas, y dijo que era un paranoico que padecía manía hiperbolizante.
El historiador norteamericano John Tate Lanning, nacido en 1902, denunció exageración en las atrocidades referidas por Las Casas (entre 30 y 50 millones de indios muertos a manos de los españoles) y afirmó que “si cada español de los que integran la lista de Bermúdez Plata, en sus Pasajeros a las Indias, hubiera matado a un indio en cada día laborable y tres los domingos durante los cincuenta años inmediatos al descubrimiento, hubiera sido preciso el transcurso de una generación para alcanzar la cifra que le atribuye su compatriota”.
Hoy día la conocida como progresía de izquierdas, los pseudo-intelectuales y todos aquellos que de cualquier manera denigran a España, se dedican a difundir auténticas barbaridades contra la labor de nuestra Patria en las tierras allende los mares. En la mayoría de los casos sin haberse molestado en consultar ningún documento fidedigno. Es lo que hoy día, en el mundo de la informática conocemos como “corta y pega”, sin ninguna base documental.
La mayoría de sus acusaciones, por no decir todas son producto de su calenturienta imaginación ya que no se basan en hechos comprobados y verificados por él personalmente, sino que ofrece aportaciones de terceros, la mayoría de ellos empeñados en desacreditar la labor que los españoles realizaron en el Nuevo Continente.
Manuel Villegas