Gaspar Melchor de Jovellanos y Jove Ramírez nació en Gijón, el 5 de enero de 1744, en el seno de una familia noble de esta ciudad, aunque sin fortuna, siendo bautizado de socorro con el nombre de Baltasar Melchor Gaspar María. Fue un político, jurista y escritor asturiano y el hermano mayor de la poetisa Josefa de Jovellanos. Fue especialmente comprometido con el desarrollo económico y cultural de su país, fueron relevantes su Informe sobre la Ley Agraria o su Memoria sobre la educación pública. Jovellanos vivió la España de su época con una intensidad desproporcionada a la de su propia fortuna personal, que, como en el caso de tantos y tantos compatriotas, le acabó siendo injustamente adversa.
EL PERSONAJE
Tras cursar sus primeros estudios en Gijón, en 1757 se traslada a Oviedo para estudiar Filosofía y en el año 1760 parte hacia Ávila para realizar estudios eclesiásticos. Un año después se gradúa como bachiller en Cánones (Derecho Canónico) en la Universidad de Santa Catalina de El Burgo de Osma, obteniendo la licenciatura en la Universidad de Santo Tomás de Ávila el 3 de noviembre de 1763. Mantuvo una estrecha relación con el cenáculo de la Duquesa de Alba en Piedrahíta, al que pertenecían el escritor Juan Meléndez Valdés, el ministro Cabarrús y el pintor Goya, así como del círculo de la Condesa de Montijo en cuya casa se hospedó Jovellanos a su llegada a Madrid en 1790. En 1764 fue becado en el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad de Alcalá, para seguir sus estudios eclesiásticos, graduándose de bachiller en Cánones, donde conoció a Cadalso y a Campomanes. Disuadido de seguir la carrera eclesiástica (para la que se había preparado, al mismo tiempo que se formaba en Leyes) optó por trabajar en beneficio de la Administración del Estado.
ETAPA SEVILLANA
En el 1767 ocupó plaza de magistrado de la Real Audiencia de Sevilla, donde fue Alcalde del Crimen después de concursar sin éxito a una cátedra de Decreto en Alcalá y a una canonjía doctoral de Tuy, así como oidor en 1774 y en 1775 promotor de la Sociedad Patriótica Sevillana, de la que fue secretario de artes y oficios.
Llegó a Sevilla con 24 años, donde permaneció hasta 1778. A esta época corresponde la descripción física y moral que de él nos ha dejado Ceá Bermúdez: «de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso, cabeza erguida, blanco y rubio, ojos vivos, era generoso, magnífico, y aún pródigo en sus cortas facultades: religioso sin preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden y de la justicia: firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable en el estudio, y duro y fuerte para el trabajo».
La estancia en Sevilla fue, para Jovellanos, muy enriquecedora, tanto desde su experiencia personal como de la intelectual e ideológica. Allí leyó a autores franceses, como Montesquieu, Voltaire o Rousseau, estudió inglés para conocer directamente las obras de Young, Milton y Macpherson. Sevilla provocó, también, los primeros amores de Gaspar Melchor. Primero, la que aparecería en sus versos con el nombre de Enarda, amor correspondido que acaba con la marcha, en 1769, de la amada; luego, fugazmente, otra mujer ― Galatea en los versos ― llenará su sensibilidad de enamorado.
A Enarda “Bello trasunto del semblante amado, que acá en mi corazón llevo esculpido, ¿cómo pudo el pincel, aunque regido de diestra mano, haberte bosquejado? ¿Cómo en humana idea tal dechado de perfección ser pudo concebido? ¿Por qué milagro en el marfil bruñido respira y ve mi dueño idolatrado? Del bello original la gracia, el brío, el peregrino encanto, el gentil arte, y hasta el alma, copiados en ti veo. ¡Gracias a su deidad y al amor mío! Porque sólo pudieron inspirarte belleza Enarda, y vida mi deseo”.
Durante su estancia en Sevilla fue uno de los participantes en la tertulia de Pablo de Olavide, lo que influyó para que comenzara a escribir poesía amorosa y redactó la primera versión de la tragedia El Pelayo (1769) y la comedia El delincuente honrado (1773). El Pelayo, o La muerte de Munuza, es la única tragedia redactada por Jovellanos. Es obra de juventud, compuesta en Sevilla, en 1769, cuando su creador contaba veinticinco años de edad, si bien fue corregida entre 1771 y 1772. La obra fue objeto de una reelaboración que dio lugar a una versión nueva, hecha entre 1782 y 1790. Se debió transmitir en manuscrito. Solo en 1792 apareció una impresión, y esta de carácter pirata. Su representación no tuvo lugar hasta 1782, trece años después de ser escrita; en aquel año se estrenó en Gijón. A principios de octubre de 1792 tuvo lugar su estreno en Madrid. La contribución de Jovellanos a la comedia se reduce a una sola obra, y esta en los límites del género: El delincuente honrado, escrita en Sevilla para la tertulia de Olavide, y estrenada en Madrid veinte años más tarde, en 1767. También tradujo el primer libro de El paraíso perdido, de Milton.
ETAPA MADRILEÑA
En 1778, Jovellanos se traslada a Madrid, en virtud del nombramiento de Alcalde de Casa y Corte, en parte gracias a la influencia del duque de Alba, a quien había tratado en Sevilla. Allí entró en la tertulia de Campomanes que era fiscal del Consejo de Castilla, el cual le encomienda distintos trabajos que le satisfacen, reconociendo en Jovellanos a un hombre de amplia formación y reconocida solvencia en el terreno económico. Cuando se trasladó a Madrid, entró en contacto con las principales autoridades de la época, especialmente con el conde de Floridablanca, entonces secretario de Estado y persona de máxima confianza del monarca Carlos III. Durante estos años escribió su Informe en el expediente de Ley Agraria (1794), reforma agraria cargada de un liberalismo absoluto que sirvió como referente para la constitución de 1812.
Ingresó en la Sociedad Económica Madrileña (de la que posteriormente fue director) y después le abrirán sus puertas la Academia de la Historia (1779), Real Academia de San Fernando (1780) y la Academia Española (1781). En 1780, la Sociedad Económica de Asturias le distingue como individuo honorario y es promovido al Consejo de las Órdenes Militares, y dos años después formó parte de la comisión que puso en marcha el Banco de San Carlos. Son años de intensa actividad pública, que no le impiden escribir su Elogio de las Bellas Artes (1781), las dos «Sátiras a Arnesto», el brillante Elogio de Carlos III (1788) y la Epístola del Paular.
Dos años después de la muerte de Carlos III (1790), Jovellanos conoce su primera decepción política. La Corte madrileña ha cambiado y en la cúspide del poder, Floridablanca ha iniciado una etapa de involución política. Los acontecimientos revolucionarios franceses atemorizan a los sectores reformistas y se ejerce una censura férrea que acaba con los tímidos ensayos del periodismo crítico.
ETAPA ASTURIANA
Redactó diversos estudios sobre la economía de España, entre los que tiene singular valor el Informe sobre la Ley Agraria, en la que abogaba por la liberalización del suelo y fin de privilegios como el mayorazgo y la Mesta, recogiendo su pensamiento liberal, norma sobre la que el Consejo de Castilla había volcado sus esperanzas para reformar y modernizar el agro peninsular. Sin embargo, el inicio de la Revolución francesa paralizó con Carlos IV las ideas ilustradas y apartó de la vida pública a la mayoría de los pensadores avanzados.
Jovellanos fue enviado a Asturias, comisionado por el Ministerio de la Marina, en una decisión que tiene todos los visos de ser una venganza urdida por sus enemigos de la Corte, al defender públicamente a su amigo Francisco de Cabarrús, que había sido acusado de malversación de fondos en el Banco de San Carlos. De poco sirvió la gallarda actitud de Jovellanos defendiendo al amigo; a raíz de este suceso, se rompieron las cordiales relaciones con Campomanes de forma casi violenta, volcando en los Diarios toda la amargura que lo atenazaba al comprobar que hombres como Lerena manejaban ahora las riendas del poder.
Se vio obligado a marchar de la Corte, desterrado, tras la caída de Cabarrús, estableciéndose en su ciudad natal en 1790, donde redactó un Informe sobre espectáculos que le había encargado la Real Academia de la Historia. Viajó por Asturias, Cantabria y el País Vasco para conocer la situación de las minas de carbón y las perspectivas de su consumo. Tras sus viajes mineros presentó nueve informes con los resultados de su comisión y consiguió que se liberalizase parcialmente la explotación de carbón en 1793. Fue el impulsor de una serie de mejoras en su ciudad natal, como la carretera Gijón–León, la llamada carretera carbonera entre Langreo y Gijón, que significó el traslado del comercio marítimo asturiano desde el puerto de Avilés al de Gijón, que se materializó años después, sin que Jovellanos pudiera verla.
Entre 1790 y 1791 viajó varias veces a Salamanca para encargarse de la reforma de los Colegios de las Órdenes Militares. Como subdelegado de caminos en Asturias (1792) intentó acelerar la conclusión de las obras de la carretera a Castilla que había comenzado en 1771, a fin de terminar con el aislamiento de Gijón, pero la falta de fondos imposibilitaría su final. A iniciativa de Jovellanos se creó en 1794 el Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía en Gijón, en el que intentó aplicar las ideas de la Ilustración en la enseñanza.
Durante el tiempo que permanece en Asturias, Jovellanos alienta varios proyectos y realizaciones de auténtica envergadura; acaba el Informe en el expediente de Ley Agraria (1795), funda el Real Instituto de Náutica y Mineralogía en 1794, una institución educativa orientándola en el estudio de las ciencias útiles frente al anquilosamiento escolástico y preparando a las jóvenes promociones de ingenieros, marinos o físicos en las nuevas técnicas científicas y en conocimiento de las humanidades. Para el instituto escribiría discursos y acabó también la Memoria sobre los espectáculos públicos, que más tarde rehará (1796).
Tras la alianza con la Francia revolucionaria, Manuel Godoy pretendía realizar ciertas reformas y contar con los más importantes de los ilustrados, por lo que le ofreció a Jovellanos el puesto de embajador en Rusia, que este rechazó. Sin embargo, el 10 de noviembre de 1797 aceptó el puesto de ministro de Gracia y Justicia, desde el que intentó reformar la justicia y disminuir la influencia de la Inquisición. El 16 de agosto de 1798, tras nueve meses en el gobierno, fue depuesto por Godoy de su cargo de ministro de Justicia.
A partir de ese momento, la adversidad y la injusticia van a cebarse en su persona y en la de todos aquellos hombres afines a sus ideas. Como bien afirma Caso González, «su fracaso significó el fracaso final de la política ilustrada, ya que quienes le derribaron eran precisamente los conservadores o reaccionarios que poco después, en marzo de 1801, intentarán destruir a todo el grupo a base de destierros, procesos y persecuciones». La salida de Jovellanos del Ministerio, coincide casi en el tiempo con la muerte de su querido hermano Francisco de Paula, acaecida once días antes en Gijón. Esta dolorosa pérdida, unida al intento de envenenamiento que el propio Jovellanos sufre, operan muy negativamente sobre su salud. Regresó a Gijón y allí proyectó la creación de una academia asturiana, que tendría como función el estudio de la historia y de la lengua asturiana.
Pero la situación personal de don Gaspar se tambaleaba progresivamente. El odio enfermizo del ministro Caballero, sucesor suyo en el Gobierno, las continuas asechanzas urdidas por personajillos asturianos y, en general, el clima de represión desatado en todo el territorio del Estado contra jansenistas y reformadores, culminan con su detención y posterior aislamiento, por el entonces regente de la Audiencia de Oviedo, Andrés de Lasaúca. El biógrafo y amigo Cea Bermúdez recuerda así el triste acontecimiento en las Memorias: «encargaron la prisión al regente de la Audiencia de Oviedo, don Andrés de Lasaúca, ministro de probidad y de buenos sentimientos; pero los términos en que estaba concebida la orden le obligaron a ejecutarla con rigor. “Sorprendido el señor don Gaspar en su cama, antes de salir el sol, le hicieron vestirse y que entregase sus papeles. Todos se pusieron en dos baúles, excepto los del archivo de su casa, y se remitieron a la secretaría de Estado. Se le prohibió el trato con sus amigos y parientes, que deseaban verle y consolarle, y solo se le permitió el preciso con algunos criados, para disponer lo que había de llevar en el viaje y prevenir lo conveniente al arreglo de su casa. Estuvo encerrado en ella el día trece, presenciando el acto de sellar su selecta librería, y antes de amanecer el día catorce le sacaron de Gijón, dejando a sus habitantes anegados en lágrimas y penetrados de gran sentimiento, especialmente muchas familias pobres a quienes socorría y dejó mandado siguiesen socorriéndolas a su costa. Fue conducido con escándalo y escolta de tropa, sin entrar en Oviedo, hasta León, y le depositaron en el convento de los religiosos recoletos de San Francisco. Sin comunicación ni aun de los parientes que allí tenía por espacio de diez días, esperando nuevas órdenes de la Corte. Al cabo de ellos, le condujeron por Burgos, Zaragoza y otros pueblos a Barcelona, sin permitir que nadie le hablase en el camino, a pesar de que lo solicitaban personas respetables y condecoradas, compadecidas de su inocencia, que le estimaban por su buen nombre y opinión. Le hospedaron en el convento de la Merced con el mismo rigor y privación de trato, y allí se despidió con lágrimas de Lasaúca, que le había acompañado en el coche, admirado de la grandeza de ánimo con que había sufrido unas vejaciones que no había podido evitar”
ETAPA EN MALLORCA
Tras la destitución de Mariano Luis de Urquijo como ministro de estado en diciembre 1800 y la vuelta de Godoy al poder, Jovellanos fue detenido el 13 de marzo de 1801 y desterrado a Mallorca. Le embarcaron en el bergantín correo de Mallorca, habiendo llegado a Palma, capital de aquella isla, antes de mediodía, fue llevado a la antesala del capitán general, y recibidas sus órdenes, le condujeron inmediatamente a la cartuja de Jesús Nazareno, que está en el valle de Valdemosa, distante tres leguas de aquella ciudad; y entró en el monasterio el día 18 de abril a las tres de la tarde y a los treinta y seis de un viaje largo, molesto y vilipendioso, donde permaneció desde marzo de 1801 hasta mayo de 1802.
Las autoridades consideraron que Jovellanos disfrutaba allí de demasiada libertad, incluso escribiendo el libro Memoria sobre educación pública, por lo que el 5 de mayo de 1802, un año después de su primera reclusión en la Cartuja de Valldemosa, decidieron trasladarlo al castillo de Bellver, donde estuvo encarcelado casi seis años (1802-1808). Fueron tiempos duros, de fuerte vigilancia y muchas restricciones y penurias, hasta el punto que se le privó de aquello que más amaba: el papel y la pluma.
Permaneció seis años recluso en este castillo, hasta su puesta en libertad. Estos amargos hechos no lograron debilitar su fuerte naturaleza moral, su definitiva estatura de hombre. Tan pronto como recibió autorización, Jovellanos retomó la lectura y la escritura, redactando una antológica descripción de Bellver (Memorias del castillo de Bellver, 1805), así como diversos trabajos sobre la Lonja, la Catedral y los conventos de San Francisco y Santo Domingo, también en Palma. Del destierro y prisión sacó don Gaspar arrestos suficientes para dedicarse al estudio de Mallorca, de su historia y peculiaridades. Allí redacta las Memorias histórico-artísticas de arquitectura, que incluyen la magnífica descripción del Castillo de Bellver, considerada unánimemente como uno de los más preciosos e importantes textos de la literatura prerromántica europea, y en la que late un sentimiento, acerca de la naturaleza que le rodea, muy hondo y muy ligado a su estado de ánimo y emociones. La soledad, apenas compartida con algunos monjes del convento, supuso para Jovellanos un acercamiento emotivo hacia los valores más positivamente tradicionales del pueblo español y de su historia. Durante los años de prisión empeoran sus problemas físicos y aumenta su religiosidad. Poco a poco, y gracias a que conservaba el sueldo de ministro, compró muebles lujosos y muchos libros, pese a padecer cataratas.
“Alguna vez, al volver de mis paseos solitarios, mirándole a la dudosa luz del crepúsculo, cortar el altísimo orizonte, se me figura ver un castillo encantado, salido de repente de las entrañas de la tierra: tal como aquellos, que la vehemente imaginacion de Ariosto hacia salir de un soplo del seno de los montes, para prision de algún malhadado caballero. Lleno de ésta ilusion, casi espero oir el son del cuerno, tocado de lo alto de sus albacáras, ó asomar algun gigante para guardar el puente, y aparecer algun otro caballero, que ayudado de su nigromante venga á desencantar aquel desventurado. Lo mas singular es que esta ilusion tiene aqui su poco de verosimilitud: pues sin contar otras aplicaciones, el castillo ha salido todo de las entrañas del cerro que ocupa”.
Las condiciones de su confinamiento se relajaron a partir de 1806. Tanto es así que se puede llegar a afirmar que Bellver se convirtió en el «ateneo de intelectuales» mallorquines. Jovellanos decoró sus tres estancias del fortín con muebles de estilo inglés y hay constancia de que llegó a organizar dos fiestas para los aristócratas de la isla. Lejos del retrato de Goya, en el que aparece un Jovellanos melancólico y con las venas de la frente como cables, Bejarano le pinta como un tipo cuidadoso y pulcro, con predilección por la vestimenta negra y la melena larga y suelta, que ondeaba sobre sus hombros y con la que seducía a las mujeres.
El personaje más emblemático que ha acogido Bellver ha sido Gaspar Melchor de Jovellanos. Siete años después de su llegada a la isla, los acontecimientos políticos, precipitados a raíz del Motín de Aranjuez, posibilitan su excarcelación definitiva, cuando todavía está reciente el cambio de trono en la figura de Fernando VII. Fue liberado el 6 de abril de 1808, rechazando formar parte del gobierno de José Bonaparte. En carta dirigida a Cabarrús escribió: «España no lidia por los Borbones, ni por Fernando; lidia por sus propios derechos originales, sagrados, imprescriptibles, superiores e independientes de toda familia o dinastía».
En vano fue que exigiese la completa reparación moral de su honor, porque los que firmaban ahora la orden de libertad -paradójico juego repetido muchas veces en la historia de España- eran los mismos que habían determinado su anterior condena, que nunca fue precedida de cargos ni proceso alguno. Una vez libre, volvió a participar activamente en la vida política.
ETAPA GALLEGA
Representó a Asturias en la Junta Central, gobierno del que realizó su reglamento junto a Martín de Garay. Desde él impulsó la reunión de la Asamblea dirigiendo la comisión de Cortes, pero la entrada de los franceses en Andalucía obligó al gobierno a dejar Sevilla y refugiarse en Cádiz. La propaganda de los aristócratas que se negaban a la reunión de Cortes provocó la caída de la Junta Central y la instauración de una regencia, cuyo reglamento fue redactado de nuevo por Jovellanos y Martín de Garay. Las calumnias vertidas contra los centrales, hizo que varios de estos abandonasen Cádiz, como ocurrió con Jovellanos, que una vez instaurada la Regencia, en los primeros días de 1810, expresa su deseo de instalarse en Asturias. Embarca en Cádiz, junto a su amigo el marqués Camposagrado, el 26 de febrero y llega al puerto gallego de Muros el 6 de marzo de 1810, en medio de una furiosa tempestad. Su estado de ánimo se derrumba cuando se entera de la presencia de las tropas francesas en Asturias.
Permaneció en Galicia varios meses y escribió la justificación política de su actuación en la Junta Central, Memoria en defensa de la Junta Central, que se imprimió en La Coruña. Tras la marcha de los franceses de Gijón, el 27 de julio de 1811 dejó Galicia y volvió a la villa asturiana, aunque un contraataque francés hizo que tuviera que marcharse una vez más. Enfermo de pulmonía, murió en el pueblo pesquero de Puerto de Vega, en el concejo de Navia, el 27 de noviembre de 1811.
Inicialmente sus restos se trasladaron al cementerio de Gijón, volviendo a trasladarse en 1842 a un mausoleo de la iglesia de San Pedro, construido para albergar al gijonés. En 1936 y ante la eminente voladura del templo, fueron reubicados en la Escuela Superior de Comercio y posteriormente, en 1940, se llevaron a la capilla de los Remedios, al lado de su casa natal.
Jaime Mascaró Munar