Jerónima Navas y Saavedra, escritora mística en Nueva Granada

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 La Historia de España a ambos lados del océano está plagada de grandes mujeres, que contribuyeron a forjar ese extraordinario legado. En la estela de Santa Teresa de Jesús, primera Doctora de la Iglesia, o de Sor Juana Inés de la Cruz,  dos grandes referentes literarios y religiosos del Siglo de Oro Hispano, surgió un aluvión de mujeres que quisieron seguir sus pasos.

Una de ellas fue Jerónima Navas y Saavedra, autora de Nueva Granada. Prácticamente toda la vida de Jerónima Navas y Saavedra transcurrió tras el claustro, en el convento de Santa Clara de la ciudad neogranadina de Santa Fe de Bogotá. Había nacido en la localidad de Tocaima, perteneciente en la actualidad a Colombia, pero en aquel entonces del virreinato de Nueva Granada, el 25 de abril de 1669.

Sus padres, Juan de Nava y Juana de Saavedra eran propietarios de una hacienda. Jerónima no pudo conocer a su madre, pues falleció poco después de dar a luz.  Jerónima tenía una hermana un año mayor que ella, llamada Juana, con la que estableció un vínculo muy estrecho y con la que compartió sus propios anhelos de convertirse en religiosa.

Dentro del convento, Jerónima asumió las tareas que se le encomendaron a lo largo de los años que allí vivió, como celadora, enfermera o provisora, llegando a ser incluso elegida abadesa. Tenía treinta y tres años cuando empezó a sufrir una terrible enfermedad, que le provocaría grandes dolores. Fue en aquella etapa de su vida que empezó a tener las experiencias místicas y visiones que plasmaría después por escrito.

“Estos conocimientos son varios – explicaba Jerónima -, pero todos dirigidos a amar a Dios y a dolerme de mis pecados”. En sus visiones, aseguró que no perdía los sentidos, sino que quedaba en un “adormecimiento. Sucédeme otras veces ser estas iluminaciones tan claras que me parece que me arrebatan el entendimiento y mueve a tales afectos a la voluntad que milagrosamente no muero según siento el corazón”.

Su Autobiografía de una Monja Venerable, una de las pocas que se han recuperado de la experiencias místicas escritas en Colombia, incluye un conjunto de sesenta y cuatro visiones místicas escritas a lo largo de más de dos décadas, en la última etapa de su vida.

Fue su confesor el que alentó a la religiosa a plasmar sus visiones místicas guiándola y elaborando una magnífica edición en la que incluyó un prefacio que, bajo el título de “Elogio de la autora”, ensalzó las virtudes de la monja y su hermoso relato de expresión absoluta de amor a Dios, dejando claro que “los favores que en ella recibió de Dios, constan escritos de su misma letra”. 

La obra de Jerónima Navas y Saavedra no solo se incorporó a la corriente mística del momento, sino que fue herramienta para atraer a muchas otras religiosas a la vida conventual. A través de sus palabras, hablaba de la más sublime expresión de gracia: “Su gracia me llenó de consuelo, de paz de alegría, de gusto y este tan tierno que me deshacía en lágrimas, deseando que todos alabaran y dieran gracias a tan buen Señor”. 

Jerónima Navas destacó que muchas de las visiones llegaban en un momento clave del día, en el momento de la comunión: “Un día, después de haber comulgado, me pareció que veía al Señor con la cruz en los hombros, muy fatigado y cansado y pretendía entrar con ella en mi corazón”. “De estas piedades y otras que lleva mi ingratitud experimentadas he concebido un amor grande al amoroso corazón de este Divino Señor. Y estando un día en mi recogimiento sentí su amorosa presencia que, bañando mi alma de gozo y alegría, no podía menos que derretirse el corazón en tiernas lágrimas”. 

Igualmente, explicó Jerónima que la oración era uno de los medios clave para llegar a Dios: “Muchas han sido las ocasiones en que he solicitado la unión con mi alma en la oración.”

Además de su obra, nos ha llegado una imagen de su rostro poco después de morir. Este tipo de retratos póstumos eran bastante habituales en aquellos años y en muchos conventos, como en el que vivió Jerónima Navas se conservan este tipo de imágenes de sus religiosas.

Su confesor, en el “Elogio a la autora”, explicó cómo la muerte de Jerónima le provocó una gran congoja. Al verla tuvo que enjugarse “las lágrimas que mis ojos vertían”. Juan de Olmos la describió entonces con “un rostro muy entero, hermosísimo sobremanera, muy sereno y apacible, que movía a devoción y veneración”. 

La vida y la obra de Jerónima Navas y Saavedra es un ejemplo más de vínculo con Dios, de vida piadosa y de cómo muchas mujeres, en el tiempo que le tocó vivir, escogieron el convento y en él encontraron un espacio de libertad. 

El manuscrito original de la Autobiografía de una Monja Venerable se encuentra en la “Sección de libros raros” de la Biblioteca Nacional de Colombia.  

Jesús Caraballo

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