“El arte no tiene relación con la fealdad o la tristeza. La luz es la vida de todo lo que toca; así que cuanta más luz haya en la pintura, más vida, más verdad, más belleza tendrá”. No es casualidad que Joaquín Sorolla sea conocido como “el pintor de la luz”. Los espectaculares efectos que el maestro valenciano imprimió a sus lienzos no han sido igualados aún por ningún otro artista.
Joaquín Sorolla y Bastida nació en Valencia el 27 de febrero de 1863. Con tan sólo dos años de edad, él y su hermana Eugenia pierden a sus padres, Joaquín y María Concepción, víctimas de la epidemia de cólera que asoló la ciudad. Al quedar huérfanos son acogidos por su tía Isabel, hermana de su madre, y su marido de profesión cerrajero, que asumieron su educación.
el 27 de febrero de 1863. Con tan sólo dos años de edad, él y su hermana Eugenia pierden a sus padres, Joaquín y María Concepción, víctimas de la epidemia de cólera que asoló la ciudad. Al quedar huérfanos son acogidos por su tía Isabel, hermana de su madre, y su marido de profesión cerrajero, que asumieron su educación.
Desde sus primeros años Joaquín mostró su pasión innata por el arte, el dibujo y la pintura. Aunque su tío intentó inculcarle la afición por el oficio de la cerrajería, sin éxito; fue el director de la escuela secundaria a la que acudía quien se dió cuenta de sus dotes, y quien sugirió que se formara en la Escuela de Artesanos de Valencia, institución en la que ingresó a los 13 años y dos años más tarde, pasó a la Escuela Superior de Bellas Artes de Valencia. Ya entonces muestra unas aptitudes extraordinarias para el manejo de los pinceles y la plasmación de imágenes realistas, fuertemente influenciadas por los pintores valencianos de marinas y al acabar su formación comenzó a enviar sus obras a concursos provinciales y exposiciones nacionales de bellas artes, como la de Madrid en mayo de 1881, donde presentó tres marinas valencianas que pasaron inadvertidas, pues no encajaban con la pintura oficial, de temática histórica y dramática.
Un año después estudió la obra de Velázquez y otros autores en el Museo del Prado pintando en 1883 el lienzo inédito “Estudio de Cristo”, donde se observa la influencia del Cristo crucificado de Velázquez, comenzando así su «etapa realista», un año en el que consiguió una medalla en la Exposición Regional de Valencia, y en 1884 alcanzó la gloria al conseguir la Medalla de segunda clase en la Exposición Nacional gracias a su obra “Defensa del parque de artillería de Monteleón”, hecha expresamente para la exposición.
Cosechó otro gran éxito en Valencia con su obra “El crit del palleter” sobre la guerra de la Independencia. De esta manera, fue pensionado con una beca por la Diputación Provincial de Valencia para viajar a Roma, donde, a la vez que trabajaba, conoció el arte clásico y renacentista, así como los grandes museos y descubrió la obra de los grandes pintores renacentistas italianos. Sorolla recibió el premio con escepticismo e ironía, confesándole a un amigo y colega: “aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos”. Pero su admiración no se limitó a los clásicos; también entró en contacto con el trabajo de Mariano Fortuny, cuyos lienzos ejercieron una poderosa influencia en la futura obra de Sorolla.
A principios de 1885 se desplazó a París donde conoció la pintura impresionista. Ya de regreso a Roma en 1888, contrajo matrimonio con Clotilde García del Castillo en Valencia, aunque vivirían un año más en Italia, esta vez en la localidad de Asís. A esa época se relacionan algunas de sus obras, entre ellas “Vendiendo melones”, época en la que pintaba temas costumbristas y anecdóticos, por lo general pequeñas acuarelas por su fácil venta.
En 1889, el pintor y su familia se instalaron en Madrid y, en apenas cinco años, Sorolla alcanzó gran renombre como pintor. Con la obra “Otra Margarita” obtuvo el primer premio en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892. En 1894, viajó de nuevo a París, donde desarrolló un estilo pictórico denominado «luminismo», que sería característico de su obra a partir de entonces. Comenzó a pintar al aire libre, dominando con maestría la luz y combinándola con escenas cotidianas y paisajísticas de la vida mediterránea. En obras como “La playa de Valencia” o “Triste herencia” (con la que recibió, en 1900, el Grand Prix en el certamen internacional de París) describió el sentimiento que producía la visión del mar Mediterráneo, comunicando el esplendor de una mañana de playa con un colorido vibrante y un estilo suelto y vigoroso. También continuó con su pintura de denuncia social que tantos éxitos le había reportado en los últimos años con obras como “Y aún dicen que el pescado es caro” (o“La vuelta de la pesca”) .
En el mes de mayo de 1901 la estatua Sorolla, obra de su amigo el escultor Ricardo Causarás Casaña, fue expuesta en la Exposición General de Bellas Artes de Madrid, siendo premiada por el jurado con «Consideración de Medalla de Tercera Clase en Escultura». Posteriormente permaneció expuesta en Valencia desde 1901 hasta 1925, en la sala principal del Círculo de Bellas Artes, siendo finalmente regalada al Ayuntamiento de Valencia, que la depositó hasta mediados del mes de agosto de 1930 en los Reales Jardines de los Viveros de Valencia. Por aquel entonces Valencia lo nombró hijo predilecto y meritorio, y le fue dado su nombre a una calle. Tras muchos viajes por Europa, principalmente Inglaterra y Francia, celebró una exposición en París con más de medio millar de obras, lo que le dio un reconocimiento internacional inusitado, conociéndose su obra pictórica por toda Europa y América.
El pintor y su familia pasaron tres veranos en Jávea, donde realiza numerosos paisajes, marinas y escenas de playa. La presencia de bañistas, nadadores, niños en la orilla y barcos de pesca se convierte en una constante, dando lugar a obras como “El sol de la tarde”, de 1903 (considerada por el propio Sorolla como su mejor pintura). Hacia el verano de 1905 de nuevo en Jávea, realizó una serie de pinturas de niños desnudos, una de sus series más famosas y que le valieron el posterior encargo de la Hispanic Society of America. Uno de los cuadros más destacados de la serie es “El baño”, de 1905 y que pertenece a la colección del Museo Metropolitano de Nueva York. En 1905 pinta una de sus obras maestras, “El bote blanco”; y en los años sucesivos realizará cuadros más célebres y reconocidos, como “Chicos en la playa”,” El baño del caballo” o “Paseo a la orilla del mar” (todos ellos pintados en 1909). Su exposición en Nueva York en 1909 cosechó un éxito sin precedentes, con obras como “Sol de tarde” o “Nadadores”, entre otras muchas. También triunfó en 1911, en el Museo de Arte de San Luis y en el Instituto de Arte de Chicago.
En 1905, el pintor había adquirido un solar en el paseo del Obelisco de Madrid (actual calle del General Martínez Campos) y poco después de 1909, compró un segundo solar contiguo que le permitiría ampliar la zona construida e incorporar tres jardines a la vivienda, de los que puso sobre lienzo varios rincones mostrando así su pasión por los jardines y su reflejo en la pintura. Sorolla inauguró en 1911 su nuevo hogar en Madrid, tras pasar por diversos estudios y domicilios en la ciudad. Su casa de Madrid fue reabierta en 1932 como Museo Sorolla.
El 1911 fue un año crucial para Joaquín Sorolla. La Hispanic Society de Nueva York le encargó la realización de catorce paneles para decorar una de las salas de su sede (concretamente, la biblioteca). El pintor asumió la ingente tarea con entusiasmo y realizó una serie de pinturas, donde se reflejan escenas que transcurren en distintas provincias españolas. Con esta obra alzó un imborrable monumento a España, pues en ella se representaron escenas características de diversas provincias tanto españolas como portuguesas. Necesitó casi todo el año de 1912 para viajar por todo el país, haciendo bocetos y trabajos de costumbres y paisajes. De esta tarea destacan los óleos pintados en 1916 dedicados a niños y mujeres en las playas de Valencia, donde predomina la libertad de pincelada y la luz de su tierra natal. Algunos ejemplos son “Madre e hija” o “Pescadora valenciana”. Entre 1913 y 1919 realizó los catorce murales que decorarían las salas de la citada institución, y dedicados a las Regiones de España. El mismo pintor definió este trabajo como “la obra de su vida” y le dedicó todo el esfuerzo de sus últimos años. En esta época, Sorolla residió y trabajó en Ayamonte (Huelva), y desde allí, en 1919 envió un telegrama a su familia en el que les anunciaba que había terminado el último cuadro.
En 1914 fue nombrado académico y, cuando terminó los trabajos para la Hispanic Society, trabajó como profesor de composición y color en la Escuela de Bellas Artes de Madrid. Otra importante faceta que desarrolló en aquellos años fue la de retratista. Además de una buena colección de retratos de su familia y algunos autorretratos, posaron para él personajes como Cajal, Galdós, Machado, su paisano Vicente Blasco Ibáñez, o políticos como Emilio Castelar, el rey Alfonso XIII, el presidente William Howard Taft o la tiple Isabel Brú.
En 1920, mientras pintaba en el jardín de su casa el retrato de la mujer de Ramón Pérez de Ayala, Mabel Rick, sufrió una hemiplejia que mermó sus facultades físicas, impidiéndole seguir pintando, así como le incapacitó para viajar a Nueva York, donde tenía pensado asistir al montaje y la inauguración de su obra en la Hispanic Society. Murió tres años después en su residencia veraniega de Cercedilla el 10 de agosto de 1923.
Joaquín Sorolla Bastida fue un artista pintor prolífico que dejó más de 2.200 obras catalogadas, su obra abarca casi tres mil pinturas, además de los más de veinte mil dibujos y bocetos que realizó a lo largo de su vida. Su obra madura ha sido etiquetada como impresionista, postimpresionista y luminista. Sus cuadros reflejan un trato magistral de la luz, el encuadre y el color, tan personal como único en los que por una parte, su trabajo entronca con el impresionismo; pero al mismo tiempo se desmarca de él, a través de largas pinceladas y colores mezclados sobre la paleta. A día de hoy, las pinturas de Joaquín Sorolla atesoran toda la luz del mediterráneo en cada pincelada, sin que exista pincel que contenga tanto sol.
Jaime Mascaró Munar
Muchísimas gracias por este ratito que mejora mi conocimiento de este maravilloso artista.
POR FAVOR, NO OS CANSÉIS DE HABLAR DE TODOS LOS TESOROS DE LA CULTURA ESPAÑOLA. ESPAÑA NECESITA SER CONOCIDA PARA SER AMADA.