JUANA “LA BELTRANEJA” PIERDE EL TRONO

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Juana de Castilla fue una infanta castellana, proclamada reina de Castilla y de León y reina consorte de Portugal. Era la única hija y heredera de Enrique IV y de su segunda esposa, la reina Juana de Portugal, hija de Eduardo I de Portugal.​ Juana de Castilla, llamada por sus adversarios «la Beltraneja» nació con mala estrella en Madrid, el 28 de febrero de 1462. Sin embargo, a pesar de que era hija del rey de Castilla y, por lo tanto, heredera del trono, sus derechos fueron cuestionados por un par de docenas de magnates y órdenes militares por razones de alta política ya que en el año 1464, la facción nobiliaria de los Pacheco, alarmados por las maniobras del ministro Beltrán de la Cueva para fortalecer el poder real, contraatacó con un manifiesto en el acusaba al monarca de dejarse manejar por su ministro, hecho que determinó la sustitución de Beltrán por Pacheco en el Consejo Real. A pesar de intentar el rey capear el temporal, fue destronado en efigie en la llamada Farsa de Ávila y proclamado como sucesor el infante don Alfonso, que aún era niño al cuidado de los Pacheco y firmaba todo lo que sus preceptores le ponían por delante.

Enrique IV se guardó una última carta en la manga: pensaba casar a Juana cuando alcanzara la pubertad con Alfonso, y así su hija reinaría en Castilla aunque fuera como consorte y sus nietos heredarían la Corona. El proyecto fue un fracaso porque Alfonso falleció prematuramente, víctima de la peste y los Pacheco pusieron los ojos en Isabel, la siguiente candidata por ser medio hermana del difunto Enrique IV aunque no le correspondía reinar y en el orden sucesorio, seguía estando su sobrina Juana.

Para salvar el obstáculo de Juana, una parte de la nobleza castellana no la aceptó como hija biológica del rey, argumentando que su matrimonio con la madre de Juana no fue canónicamente válido porque eran primos hermanos y carecían de la dispensa papal necesaria y, por otra parte, acusaron a su padre de haber obligado a la reina — su mujer — a tener un hijo con su favorito, Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, por lo que la apodaron “La Beltraneja”, a pesar de que ambos habían jurado solemnemente que no había sido así. Beltrán no se encontraba en lugar necesario para ello en las fechas concretas. Había sospechas sobre la impotencia de Enrique IV, apodado en su tiempo por sus adversarios el Impotente, ya que previamente había estado casado con la infanta Blanca de Navarra y el matrimonio se declaró nulo porque nunca llegó a consumarse. Además, Enrique IV no tuvo más hijos ni con su mujer ni con ninguna de sus amantes.

Poco después Isabel se casó en secreto con Fernando, heredero de Aragón, Enrique IV montó en cólera reconociendo de nuevo a su hija Juana como legítima heredera lo que desembarcó en una dolorosa guerra civil. Como recurso desesperado, los partidarios de Juana ofrecen la mano de ésta al rey Alfonso V de Portugal, tío suyo y 31 años mayor que ella. El portugués aparentemente acepta, ya que invade Castilla, tal vez para buscar a la novia. Se casa en 1475, pero espera la dispensa del Papa para consumar el matrimonio con su sobrina.

Juana intenta evitar la posible guerra civil escribiendo las siguientes frases a  las ciudades: «Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra».  

La guerra civil no pudo evitarse y se prolongó durante largos años y en la que el rey de Portugal y los partidarios de Juana fueron derrotados por los que apoyaban a Isabel ganando así la guerra.

La desafortunada Beltraneja había perdido la partida pero era una prueba viviente de la acusación de usurpación de su tía Isabel, por lo que en el Tratado de Moura, Portugal y Castilla decidieron su suerte al darle a escoger entre profesar en un convento o casarse con su sobrino, el príncipe Juan, hijo de Isabel y Fernando, que sólo tenía un año, por lo que Juana, cumplidos ya los 17, debía aguardar a que el novio tuviese 14, permaneciendo hasta entonces recluida en un convento portugués. Desesperanzada, escogió el convento de por vida e ingresó en las clarisas de Coimbra.

Los portugueses, siempre tan gentiles con las damas, la llamaron oficialmente, por real decreto portugués, «a Excelente Senhora» hasta el final de su larga vida, entre rejas, en el exilio de Portugal. Incluso el rey Fernando el Católico, cuando quedó viudo, pensó en casarse con ella para cimentar sus derechos sobre Castilla. Juana falleció sexagenaria en Lisboa el 12 de abril de 1530, manteniéndose siempre en sus trece y nunca renunció a firmar sus cartas como reina de Castilla.​ En su retrato realizado por Simón Bening, al pie del mismo, aparece una firma autógrafa de la Beltraneja: “Yo, la Reina”.

Jaime Mascaró Munar

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