LA BRUJERÍA EN FRANCISCO DE GOYA Y LUCIENTES

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Francisco José de Goya y Lucientes​ fue un pintor y grabador español. Su obra abarca la pintura de caballete y mural, el grabado y el dibujo. Para Goya la pintura es un vehículo de instrucción moral, no un simple objeto estético.​ Sus referentes más contemporáneos fueron: Giambattista Tiepolo y Anton Raphael Mengs, aunque también recibió la influencia de Diego Velázquez y Rembrandt.​ Se le considera uno de los artistas españoles más relevantes y uno de los grandes maestros de la historia del arte mundial.

Francisco de Goya nació el 30 de marzo de 1746 en el seno de una familia de mediana posición social​ de Zaragoza que tuvieron seis hijos, en Fuendetodos, donde ese año se habían trasladado, un pueblo situado a unos cuarenta kilómetros al sur de la capital, en tanto se rehabilitaba la casa donde vivían. Su padre, Braulio José Goya y Franque, era un artesano de cierto prestigio, maestro dorador,​ cuyas relaciones laborales sin duda contribuyeron a la formación artística de Francisco. Su madre se llamaba Gracia Lucientes Salvador, de una familia de la pequeña nobleza venida a menos.​

La casa se hallaba en la calle de la Alhóndiga n.º 15 y pertenecía a Miguel Lucientes, su tío materno.​ Al año siguiente de su nacimiento volvieron a Zaragoza, si bien los Goya mantuvieron siempre el contacto con el pueblo natal del futuro pintor. Goya falleció en Burdeos el 16 de abril de 1828 y se le enterró en el cementerio bordelés de La Chartreuse. En 1899 sus restos se exhumaron y llegaron a Madrid siendo depositados provisionalmente en la cripta de la colegiata de San Isidro, pasaron en 1900 a una tumba colectiva de «hombres ilustres» en la Sacramental de San Isidro​ y finalmente, en 1919, a la ermita de San Antonio de la Florida, al pie de la cúpula que el aragonés pintara un siglo atrás, donde desde entonces permanecen. Sobre su tumba se encuentra la lápida primigenia de su tumba en el cementerio de Burdeos.

La sordera fue para Goya el principio de un infierno que duraría el resto de su vida. A partir de su enfermedad, salieron demonios que se vio obligado a plasmar en pintura y, desde que se hizo ese silencio, el arte de Goya se volvió claramente más oscuro en todos los aspectos. Ya no solo en las temáticas, llenas de violencia, terror y desesperación, sino también en los tonos de sus pigmentos. Esta oscuridad llegaría a su culmen en las llamadas Pinturas negras, donde más negra no puede ser la cosa, como podemos apreciar, por ejemplo, en Hombres Leyendo, que se ha visto como una de las tertulias políticas clandestinas que se produjeron en los agitados años del Trienio Liberal.

Las Pinturas negras, es el ​nombre que recibe una serie de catorce obras murales que pintó con la técnica de óleo al seco, es decir, sobre paredes recubiertas de yeso con la técnica denominada «temple graso» que incorpora óleo y un aglutinante proteico,​ constituido por yema de huevo, las creó como decoración de los muros de su casa, llamada la Quinta del Sordo,​ que había adquirido en febrero de 1819 y en la que, en noviembre de ese año Goya sufrió una grave enfermedad de la que Goya atendido por el doctor Arrieta es estremecedor testimonio.

El tema de la brujería en Goya tuvo un importante desarrollo; quien declaró no creer en las brujas y se consideraba escéptico,​ aunque sus obras a menudo presentaban demonios y figuras fantásticas. El aquelarre, Escena sabática o El gran cabrón es una de las pinturas decoró los muros de la Quinta del Sordo. es un hermoso lienzo de más de cinco metros de largo que sufrió recortes en los lados, quizás para encajarla en un espacio limitado en París. Era el motivo central de la sala, llenando el lienzo entero del lado sur entre dos pequeñas ventanas. Enfrente figuraba un óleo de similar formato: La romería de San Isidro. En escenas como esta siniestra Romería de San Isidro —tan diferente a otras romerías más luminosas de años anteriores— los personajes reptan hacia nosotros sobre los escombros en una peregrinación grotesca, y cantan, o gritan, con sus bocas negras como una noche sin luna. Cada rostro está más desencajado que el anterior en esa masa de máscaras.


Peregrinación a la fuente de San Isidro

En la composición Peregrinación a la fuente de San Isidro o El santo oficio, refleja un notable desequilibrio, pues todos los personajes se agolpan en la zona inferior derecha del cuadro, apiñados en un triángulo que limita con el ángulo suroriental de esta obra. En primer término, situado a la derecha, destaca un individuo que viste de negro que se ha interpretado como la figura de un inquisidor, ataviado con golilla, espada y collar y portando un rollo de papel en la mano; la figura que está a su lado podría ser un fraile.


Bruja comiendo con su familia

Estos murales fueron trasladados a lienzo a partir de 1874, y actualmente se conservan en el Museo del Prado de Madrid. En Dos viejos comiendo sopa, una de las pinturas negras que formaron parte de la decoración de los muros de la casa, pinta a la bruja como símbolo de lo que se esconde y encierra en el trasmundo oscuro y misterioso de lo pulsional e irracional. Pero además de símbolo y metáfora, la bruja goyesca es una alegoría del humano y general predicamento. En cinco de sus pinturas negras alude a la creencia en brujas: la 755, Conventículo campestre; la 756, Dos brujas volando; la 757, Cuatro brujas por los aires; la 761, El Aquelarre; y la 762, Bruja comiendo con su familia.

En Dos viejos aparecen dos ancianos personajes vestidos con hábito de fraile. El situado en primer término tiene una gran barba cana, es alto y se apoya en un bastón. Desde el punto de vista iconográfico podría simbolizar la vejez. El que está a su espalda está fuertemente caricaturizado. Su rostro es de aspecto cadavérico o animal y parece gritarle al oído a su compañero, lo que podría ser una alusión a la sordera de Goya. En Dos mujeres y un hombre riéndose no está claro si los tres personajes que aparecen en el cuadro son hombres o mujeres.


Dos mujeres y un hombre riéndose 

A través de los Caprichos y la pintura negra Goya descubre e ilumina las presencias horripilantes y repulsivas que anidan en el interior de cada uno de nosotros y hacen patente la desolación y el frenesí humanos.  Descubre la bruja oculta en lo más primario y volcánico de nuestro ser y lucha contra ella. Al exorcizar a la bruja con la potencia de su pintura reveladora y purificadora, Goya exorciza el Mal.

Los temas de las obras eran las brujas y la brujería, entonces elementos importantes del folclore español. La creencia popular en la brujería y los demonios estaba aún muy extendida, y las investigaciones y los castigos de la Inquisición fortalecieron y legitimaron aún más estas supersticiones. Este motivo popular apareció en el arte, la literatura y el teatro, a menudo en forma de sátira.

Francisco de Goya trató el tema en dos momentos: en la serie de grabados titulada Los Caprichos que fue retirada porque Goya fue denunciado a la Inquisición española, debido a su patente hostilidad hacia el tribunal, como lo muestra el último grabado que se titula Ya es hora, que parece una alusión a la hora en que inquisidores y frailes dejen de actuar en el país.


¿Dónde va mamá?

El aguafuerte ¿Dónde va mamá?, es un grabado de la serie Los Caprichos, numerado con el número 65 en la serie de 80 estampas. Aunque de maneras diferentes, la bruja es siempre malvada, odiosa, lujuriosa y borracha, todo lo hace en secreto. En el Capricho n.º 48, titulado Soplones, Goya parece criticar la intromisión en la vida ajena y la denuncia del vecino o enemigo. Mientras que en el n.º 63, habla de brujas farsantes, mentirosas e hipócritas, que su fulera inmoralidad explotan inmisericordes la ignorancia y la buena fe del vulgo, bajo el título de “¡Miren que graves!”.

Los caprichos suponen la primera realización española de una serie de estampas caricaturescas, al modo de las que había en Inglaterra y Francia, pero con una gran calidad en el manejo de las técnicas del aguafuerte y de la aguatinta, con toques de buril, bruñidor y punta seca, y una innovadora originalidad temática, pues Los caprichos no se dejan interpretar en un solo sentido, al contrario que la estampa satírica convencional. La temática de estos grabados se centra principalmente en la brujería y la prostitución, así como el anticlericalismo, las críticas a la Inquisición, la denuncia de las injusticias sociales, de la superstición, de la incultura, los matrimonios por interés y otro tipo de vicios, así como alusiones a la medicina y el arte. El grabado más emblemático de Los Caprichos es El sueño de la razón produce monstruos.

Alrededor de una cuarta parte de la colección de grabados de Los Caprichos está dedicada a la brujería, cuyos subtítulos reproducen a veces lemas de los ilustrados o condensaciones populares recogidas por aquellos. Goya pretende en sus Caprichos levantar la voz de la razón para exponer la miseria de la credulidad y desterrar la crasa ignorancia de la mente humana esclava del instinto, del interés del egoísmo.

Leandro Fernández de Moratín

Tras su llegada a Madrid en 1774, Goya entabló una gran amistad con Leandro Fernández de Moratín, quien en la última década del siglo XVIII empezó a preparar la edición crítica de la relación del proceso de las brujas de Zugarramurdi que ejerció una enorme influencia en la visión de la brujería que Goya plasmó en sus cuadros y grabados. ​En sus obras sobre brujería, Goya «nos dejó unas imágenes de tal fuerza que en vez de producir risa nos producen terror, pánico».​

El hechizado a la fuerza, llamado también La lámpara del diablo,  representa el momento en que el personaje central, un clérigo asturiano que se creía hechizado y pensaba que iba a morir cuando se consumiera todo el aceite, vestido de negro, se encuentra en la habitación de una bruja; sostiene, aterrorizado, una alcuza con la que está vertiendo aceite sobre una lámpara cuya luz ilumina el cuadro; con la mano izquierda se tapa la boca para que no le entre el diablo que, con cabeza de macho cabrío, sostiene la lámpara que el actor principal mantiene a la distancia que le permiten la largura del brazo y el movimiento distanciador corporal.

Pertenece a una serie de seis pequeñas pinturas de gabinete, con la brujería como tema central. Toda la serie fue propiedad de los Duques de Osuna y adornaba su residencia de verano en la Alameda de Osuna. Además de La lámpara del diablo, la serie incluye: El aquelarre, Vuelo de brujas, El conjuro, La cocina de las brujas y El convidado de piedra, este último se considera perdido. En El conjuro, las brujas están participando en un ritual oculto, evocando imágenes de magia negra y prácticas esotéricas. Sus vestimentas son harapientas y lúgubres, acentuando su marginalidad y peligrosidad. El ambiente es sombrío, con un uso dramático del claroscuro que resalta la atmósfera tenebrosa y misteriosa. La figura central, posiblemente una bruja líder, sostiene una vela, símbolo de conocimiento prohibido y poderes oscuros.

En El Aquelarre, el cuadro queda dominado por la figura de un gran buco bobalicón y cornudo, que bajo la luz de la luna avanza sus patas delanteras en gesto tranquilo y mirada ambigua para recibir de dos brujas la ofrenda de niños que tanto le agradan, evocando cómo dos hermanas mataron a sus hijos «por dar contento al demonio» que recibió «agradecido» el ofrecimiento. Se encuentra en el Museo Lázaro Galiano en Madrid.

La brujería es el conjunto de creencias, conocimientos prácticos y actividades atribuidos a ciertas personas llamadas brujas o brujos, supuestamente dotadas de ciertas habilidades mágicas. Para el cristianismo, la brujería se ha relacionado frecuentemente con la creencia de un espíritu malévolo, especialmente durante la Edad Moderna, cuando se desató en Europa una obsesión por la brujería que desembocó en numerosos procesos y ejecuciones de brujas (lo que se denomina «caza de brujas»).

En las antiguas Grecia y Roma, estaba extendida la creencia en la magia. Existía, sin embargo, una clara distinción entre distintos tipos de magia según su intención. La magia benéfica que a menudo se realizaba públicamente, era considerada necesaria. En cambio, la magia realizada con fines maléficos era perseguida y se atribuía generalmente la magia maléfica a hechiceras. Según los textos clásicos, se creía de estas hechiceras que tenían la capacidad de transformarse en animales, que podían volar de noche y que practicaban la magia tanto en provecho propio como por encargo de terceras personas.

Jaime Mascaró Munar

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