“Hay en España la creencia de que algunos ministerios reservan el mando de nuestras colonias, sobre todo de Cuba, para aquellos de sus favoritos a quienes desean dar una posición casi regia que permita a la vuelta de pocos años formarse una fortuna de príncipes o para aquellos otros que por sus cualidades y condiciones hacen sombra al poder mientras están en la península, de la cual desean alejarlos a toda costa”
Hay quien califica a día de hoy a Leopoldo O¨’Donnell como el más antillano de los generales políticos españoles del siglo XIX. Su apellido, de origen irlandés, era frecuente entre la oficialidad del ejército del Antiguo Régimen, en el que no se discutía la limpieza de sangre para ingresar en el mismo. De su familia fue Leopoldo el primero de los hermanos que abrazó la causa cristina liberal, quizá por influencia de los Vinyals Bargés. Leopoldo nacido en 1809 en las Islas Canarias, ya en 1828 había ascendido a Capitán y decían que destacaba por ser un joven alto, rubio, alegre y decidor.
En 1839 demostró un valor sometido a toda prueba en la Batalla de Lucena, unido a una intuición práctica y una exquisita precisión en sus planteamientos tácticos que le darían fama a pesar de su juventud. Fue el propio O¨’Donnell quien en 1843 pidió en persona la Capitanía General de Cuba, un puesto codiciado por muchos, el cual le fue rápidamente concedido a él pues nuestro protagonista no quiso entonces permanecer en la península a la sombra de Narváez y atribuirse a su persona los triunfos del pronunciamiento del mes de octubre. Este movimiento -que forzó la marcha de Espartero al exilio poniendo fin a su regencia- había sido encabezado por una parte del Partido Progresista y por el Partido Moderado y contaba con tres generales afines: Ramón Narváez, Francisco Serrano y Leopoldo O¨’Donnell.
Su severo y rígido carácter de laureado militar hizo que, cuando ocupó la Capitanía General de Cuba el 31 de junio de 1843, abanderara sin aparente esfuerzo el esclavismo, la lucha contra la incipiente rebeldía negra y los intereses del grupo de presión más importante del entramado colonial español. O’¨Donnell se mantuvo en el puesto hasta febrero de 1848, año en el que clamaban ya dentro y fuera de la isla de Cuba contra el fin de la trata y el derecho de propiedad sobre sus esclavos.
La élite criolla blanca que seguía los designios del Capitán General O’´Donnell respiraba tranquila y no tardó en enviar a la reina Isabel II un mensaje elogiando a su capitán general: “Las vidas y fortunas de los habitantes de Cuba no se habrían salvado de no haber inspirado el dedo de la Providencia a su Majestad el feliz pensamiento de poner el mando de esta isla en manos expertas y diligentes del distinguido individuo que las gobierna”. Su antecesor en el cargo, Jerónimo Valdés, había sido designado por Espartero como el ayacucho de su confianza con el ánimo de acometer cuanto antes en la isla la abolición de la esclavitud y medidas represivas contra el tráfico de esclavos siguiendo las exigencias de Inglaterra. Hasta entonces la amenaza de Espartero al anterior mandatario de la isla sobre el incumplimiento de los tratados había sido real, pues aquel tenía acuerdos tácitos con los ingleses en lo que respectaba al abolicionismo y el gobierno de Londres respaldaba al duque de la Victoria en su política de vigilar el recién prohibido tráfico de esclavos en las colonias.
En cambio O´’Donnell en cuanto llegó a la isla alineó sus intereses con los habitantes más poderosos de la isla y neutralizó la acción diplomática británica. O’¨Donnell se alineó con el grupo de los hacendados criollos y comerciantes negreros del bloque Alfonso-Aldama, a pesar de su enfrentamiento directo con Domingo del Monte, intelectual de la isla, yerno de Domingo Aldama y acérrimo abolicionista, amigo de los ingleses que sería juzgado después. Este siempre sostuvo su opinión junto al resto de jóvenes ilustrados –muchos de ellos formados en el extranjero- favorable del cese del tráfico de esclavos para la supervivencia de la isla de Cuba y la pervivencia en el tiempo de la incipiente patria cubana. La esclavitud como sistema estaba agotando sus últimas posibilidades tras haber sido abolida en Inglaterra y los hacendados podo a poco parecían animados del espíritu de colonización blanca pues la falta de brazos comenzaba a sentirse. En cambio O’¨Donnell estaba persuadido de que la persistencia de la trata era el mejor antídoto contra las pretensiones de emancipación y anexión.
“O¨’Donnell es el más interesado en perderlo a usted y a todos los jóvenes ilustrados siendo de carácter tenaz e inflexible en sus determinaciones me hace concebir la idea de cual será su respuesta. Mientras tengamos a O’¨Donnell de general no podemos esperar justicia, su ambición es demasiado desmedida para abandonar una causa a que tantos honores puede traerle aunque a costa de la desgracia de tantísimos infelices, el tiempo hará ver que mis conjeturas son razonables.”
Estas fueron las palabras de Miguel Aldama, acérrimo anexionista después, a su cuñado Domingo del Monte previniéndolo de que quisiera éste último ir a vivir a Madrid. pues los gobernantes de la isla continuaban con la misma tenacidad de querer comprobar que los intelectuales blancos habían tenido complicidad en los tristes acontecimientos de la Conspiración de la Escalera de 1844, año en que culminó la escalada de violencia debido a las supuestas decenas de rebeliones de los negros, pardos y mulatos reales e imaginadas y que pasó a la Historia con el nombre del Año del Cuero:
Es cierto que O’¨Donnell tuvo sus defensores y sus detractores pues no supo o no quiso dirigir la administración colonial con total y absoluta pulcritud, por miedo a perder el dominio sobre la isla y someterse a la presión británica que perjudicaba a la agricultura y el comercio de las cajas de azúcar y por ende a las ganancias de la isla. Prueba de ello fue la virulenta represión que ejercieron las autoridades contra los negros y mulatos libres tras los levantamientos de los ingenios Alcancía, Triunvirato y Trinidad en 1843, propiedad de los principales hacendados de la isla. Este grupo de hacendados y propietarios, a falta de un partido político real, era quien ilustraba en cuestiones políticas y económicas, quien promovía la defensa de intereses generales y quien por ende fomentaban la educación popular, pues ellos sí que conocían el verdadero estado de la isla de Cuba y querían prevenirla de una revolución como la de Haití. Pero su talón de Aquiles era la esclavitud.
Los principales voceros de los criollos serían intelectuales como Domingo del Monte, Félix Tanco o José Antonio Saco que temían se produjera una revolución. Los dueños de ingenios y cafetales que habían invertido centenares de millones de pesos que representaba una parte sustancial de su capital se veían afectados por las revueltas y por una serie de catástrofes naturales en cadena, como fueron un temporal y una sequía, que hizo que en 1844 las cosechas no llegaran a la mitad de otros años. Los dueños de los ingenios estaban unidos política y económicamente a la esclavitud del mismo modo que el esclavo dependía de ellos para subsistir.
Dentro de la sociedad blanca también existían diferencias entre la sacarocracia criolla tradicional, que había sido el principal grupo de poder y los nuevos comerciantes peninsulares y empresarios. Eran hombres blancos de diferentes oligarquías y los primeros se sentían en pleno derecho de explotar una riqueza cubana de la cual se presumían creadores. El comerciante peninsular fue poco a poco asumiendo esos valores culturales de señorío cuando ya estaba enriquecido e integrado en la sociedad blanca dominante, llegando incluso a tomar un lugar predominante en el Palacio de los Capitanes Generales.
Por otro lado el Capitán general tenía por bandera que debía siempre favorecer los negocios de la corte española, por lo que en cuanto pudo abrió camino a los intereses de la ex Regente María Cristina, por la que había ofrecido su espada para luchar por la libertad frente al carlismo, por la que había perdido sus honores y condecoraciones y se había sublevado en 1841 y cuya pareja, Agustín Fernández Muñoz y Sánchez, el duque de Riansares, tenía negocios en Cuba, caudal que procedía entonces de la propia Reina Gobernadora. Aquellos negocios tenían que ver con la producción de la caña de azúcar y con el tráfico de esclavos negros y de indios yucatecos y gracias a esta empresa en la que se embaucaron también ellos obtuvieron múltiples beneficios.
Muchas de las familias de los negreros y comerciantes pasaron a preconizar la lucha esclavista como Domingo de Aldama y su hijo Miguel, el conde de Pozos Dulces, Nicolás Azcárate. Era difícil transmitir a España el sentir de los criollos divididos, sus quejas y necesidades, motivo por el cual se crearon El Correo de Ultramar en París y El Observador, aunque sus esfuerzos por quererles acercar a sus realidad fueron en vano: “Se ha perdido el rubor a hablar de esta isla y dentro de poco se considerará como especial favor de la madre patria el permitirnos bautizarnos y leer las primeras letras” eran las palabras que pronunciaba José Antonio Echevarría del grupo de los intelectuales. La esclavitud ― aunque era un sistema rentable ― inhibía el desarrollo tecnológico, el progreso y en un periodo mas o menos breve entraría en crisis y tendría que ser abolida.
In´es Ceballos
Querida Inés:
Una vez más discrepo de tu relato cubano. Me parece un relato «seguidista» de los que años más tarde justificaron la ¿independencia? de Cuba. El esclavismo que había en la Isla no creo que fuera más duro que el que existía en Alabama, Georgia, Virginia, etc. Que había esclavos, cierto. Pero…¿ fue el esclavismo la razón de la lucha por la independencia de gran parte de los criollos? La independencia, a mi modo de ver, tuvo más de intereses de los E.E.U.U. y de la masonería, que de esclavismo.
Atentamente,
Francisco Iglesias