
María Dolores Domínguez Palatín conocida como Lola Palatín, fue una violinista española que destacó durante la primera mitad del siglo XX como una de las mejores violinistas de su época y la primera mujer en conseguir el Premio Sarasate de violín en 1917. La andaluza Lola Palatín, nacida en Sevilla el día 20 de octubre de 1888, en el número 5 de la calle San Francisco de Paula, hija de Augusto Domínguez Muñoz y de Trinidad Palatín Torres. Según su partida bautismal, sus padrinos fueron su abuelo, D. Antonio Palatín Moreno, y su tía, doña Dolores Palatín Torres. Lola formaba parte de una extensa estirpe de músicos, con presencia eminente registrada ya en el siglo XVI.

María Dolores tenía un don para la música. Empezó sus estudios en Sevilla a los 6 años con el violinista Agustín Lerate Castro, discípulo de su tío Fernando Palatín, que era director de orquesta y violinista. A los 10 años de edad, el Ayuntamiento de Sevilla le dio una beca para que se traslade a Madrid con toda su familia, para ampliar estudios en el Conservatorio de Madrid, primero en la clase de Julio Francés, después en la del gaditano José del Hierro y, finalmente, bajo la tutela de Antonio Fernández Bordas.
En el seno del Conservatorio de Madrid consiguió, a principios del siglo XX, el Primer Premio de Violín y el Diploma de Honor, además de obtener el Premio Sarasate de fin de carrera en 1917, que, hasta entonces, nunca había sido para una mujer, ni lo fue de nuevo hasta que en 1934 lo ganó Iris de Paz López.
En el Archivo Joaquín Turina se encuentra una carta fechada 16 de febrero de 1913, que le dirigió Buiza y Mensaque recomendándole a Lola Palatín.

En 1908, cuando tenía 20 años, su padre se vio afectado por una cesantía de los funcionarios del Gobierno y ella, preocupada por la situación familiar, vio en el periódico que la orquesta del Teatro de la Zarzuela necesitaba violinistas y se presentó a las pruebas, siendo en principio rechazada por ser mujer. Ella replicó que necesitaba trabajar porque en su casa hacía falta dinero y solo sabía tocar el violín.

El director, Pablo Luna, tras escucharla, acabó accediendo y ella se convirtió en la primera mujer de una orquesta de hombres y fue bautizada como “La violinista de la Zarzuela”. Entró como violín concertino en la orquesta del, aunque tras el incendio que sufrió en 1910 el teatro, marchó a París. En la capital francesa amplió su formación con el músico mulato José White, de origen cubano, y al que llamaban el Paganini negro. Tocó con el gran pianista Saint-Saëns, y dio inicio a una exitosa carrera profesional que la llevó a colaborar con Joaquín Turina y Federico García Lorca.

Cuando tenía firmados contratos para actuar en Francia y debutar en Londres, la Primera Guerra Mundial lo cambió todo. Lola regresó a Madrid y en 1922, contrajo matrimonio con el escultor jienense Jacinto Higueras Fuentes, quien aportó al matrimonio tres hijos. A estos había que sumar los otros tres que concibieron. A partir de entonces, fue dejando su carrera para dedicarse a la familia. La relación entre el escultor y la violinista fue entrañable y basada en el respeto, el cariño y en la comunión y necesidad de expresión artística, por lo que Lola siguió tocando el violín en diversos conciertos públicos y privados, mientras que al tiempo se ocupaba de ejercer de secretaria de su esposo.

Jacinto Higueras, discípulo de Benlliure, destacó en la escultura a tal punto que no solo recibió el reconocimiento que dan menciones y medallas, sino el asiento en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (dicho sea de paso, desde 1976 se convoca un certamen de escultura con su nombre).
Por la casa familiar de los Higueras Palatín en Madrid, donde había un excelente ambiente artístico, pasaron personalidades de la talla del compositor Joaquín Turina, el pianista José Cubiles, el poeta y dramaturgo Federico García Lorca, el escultor Mariano Benlliure, el pintor Daniel Vázquez Díaz, el violonchelista Juan Ruiz Cassaux y la dramaturga María Lejarraga, entre otras, que participaban en las tertulias y conciertos musicales organizados por su anfitriona.
En este ambiente, no es de extrañar las colaboraciones de Lola Palatín en conciertos y obras de teatro de la época: el estreno de «Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín» actuando como actriz en el papel de «Marcolfa», en la que Santiago Ontañón y Pilar Bascarán actuaron como protagonistas, o sus colaboraciones con la compañía de Margarita Xirgu en el Teatro Español, durante la temporada 1931/1932.

La amistad que le unió a Joaquín Turina, sevillano como ella, le llevaron a compartir muchos momentos artísticos, y también a que fuera el padrino de su hija MariLola, quien, a sus catorce años, siendo una precoz artista, le pidió a Joaquín Turina que le compusiera una pieza para arpa al haber comprobado el limitado repertorio español del instrumento; a lo que el maestro accedió de buen grado.
Las Variaciones clásicas op.72, de Turina, están dedicadas a la violinista, quien también fue la encargada de estrenar obras como el cuarteto de “La mocita del barrio”, perteneciente a l.as Mujeres sevillanas, op.89 e incluso ofreció algunos conciertos con el compositor.
Tras el nacimiento de su hija Marilola, en 1930, Lola Palatín continuó dando conciertos con el repertorio que solía interpretar, que incorporaba los conciertos solísticos del repertorio clásico-romántico centroeuropeo y obras de Purcell, Vivaldi, Corelli, Dvorak, Fauré, Falla y Turina.
El contexto familiar y artístico en el que creció Mari Lola, la ayudó al desarrollo de su talento artístico que «le venía de serie» y que la llevara a ser una gran arpista.

Hay una curiosa anécdota acerca de Mari Lola, y es que, en un día de invierno, de una gran nevada, los ayudantes del escultor Higueras abrieron el estudio, situado en lo que es ahora la Taberna del Alabardero, y encontraron que por una oquedad había entrado un gatito negro a resguardarse; los hermanos de la camada, que alguien había echado tan cruelmente a la calle, aún deambulaban en lo blanco buscando refugio

Naturalmente, don Jacinto, la familia entera, lo adoptó. De origen vagabundo, mucho de bohemio y sensible, debía de tener el animalito porque, en las largas horas en que Mari Lola practicaba diariamente en una de las habitaciones, se acercaba, se ponía a sus pies y no se apartaba hasta que dejaba de tocar. Pero Mari Lola consiguió la beca para su perfeccionamiento en el extranjero, marchando a Nueva York, y en el becqueriano ángulo del salón quedó silencioso el arpa.
Todos y cada uno de los días, el gato se aproximaba a la puerta de la habitación, rasgaba, maullaba, tenían que abrirla; entonces llegaba donde el arpa y se pegaba a ella; todos y cada uno de los días. Le salieron pelillos blancos. Sí, encaneció hasta que regresó ella, y volvió la música, y su ángel. Recuperó todo el pelaje negro.
Lola Domínguez Palatín, virtuosa del violín, falleció en Madrid, el día 18 de mayo de 1971.

Jaime Mascaró Munar