Sobre que el autor de El Quijote se llamaba Miguel, no cabe duda, pero ¿cabe decir lo mismo de sus apellidos?. Desde luego, no pretendemos cambiar la Historia sobre el más insigne de los autores en español, patrimonio con toda justicia de la Literatura universal, pero si esclarecer algunas cuestiones.
Para ello, hay que conocer lo que estaba establecido en España, en aquella época, en relación con los apellidos. Como en tantas cosas, nuestro país fue pionero, al establecer en fecha tan temprana como 1498, por parte del Cardenal Cisneros y en su diócesis de Toledo, la obligatoriedad de llevar un registro de matrimonios y bautismos, que en el resto de la Cristiandad sólo será obligatorio a partir del Concilio de Trento, es decir, 65 años después. Incluso se puede hablar de un precedente anterior a dicha normativa, establecido en el Sínodo de Burgos de 1443, convocado por su obispo Don Alfonso de Cartagena.
Pero además, en 1501, el propio Cisneros dicta otra norma, ordenando que todos se identifiquen con el apellido del padre, si bien, esta medida se irá imponiendo lentamente. España, una vez más, es pionera en este terreno, pues países tan avanzados como Dinamarca no implementarán los apellidos hasta el siglo XIX.
En cuanto a la obligatoriedad de la incorporación del apellido de la madre, también nuevamente en nuestro país, la primera referencia aparece en el Reglamento Regulador del Montepío Militar en España y las Indias, que establece que para solicitar una pensión, la viuda de un militar debía aportar en el expediente correspondiente dos apellidos, el paterno por delante, y el materno detrás, sin usar el del marido. Conviene recordar que en el resto de países, y en particular los anglosajones, germánicos y francófonos, la mujer pierde su apellido de soltera al casarse, adoptando el del marido.
De todas formas, de todo lo dicho, no cabe que Miguel de Cervantes y Saavedra debiera llamarse así. Respecto al primer apellido, no tenía por qué ser el de su padre. Ahí tenemos los casos del contemporáneo del autor de El Quijote, Tirso de Molina, pseudónimo de Gabriel Téllez, quien sin embargo era hijo de Gabriel López. Y el del insigne gramático Antonio de Nebrija, que firmaba como Antonius Nebrissensis, pese a ser hijo de Martínez de Cala.
En cuanto al segundo apellido, su madre no se llamaba Leonor Saavedra, sino Leonor Cortinas, por lo que en propiedad, habría que hablar de Don Miguel de Cervantes Cortinas.
Y entonces, ¿de dónde le viene el Saavedra?. Parece que este apellido, de origen gallego y muy noble, proviene del latín “salam vetera”, o sea, “solar viejo”, si bien, este linaje no corre por las venas de nuestro insigne escritor. Parece, más bien, según sostiene numerosos especialistas en el autor de Alcalá de Henares, que éste habría añadido a su nombre de pila, un apelativo que recibió durante su cautiverio en Argel, el de “Shaibedraa”, con el significado de “brazo defectuoso”, o el “Manco de Lepanto”, como se le conoce también, y de lo que se gloriaba, por haber sido herido en “la más alta ocasión que vieron los siglos”. Un Shaibedraa que Don Miguel españolizaría con el más que conveniente Saavedra, de tan ilustre trayectoria.
Finalmente, conviene anotar un último detalle curioso y es que Don Miguel firmaba Cervantes con “b”, no con “v”, dicen las malas lenguas que para evitar que se le identificara con el ciervo, bien conocido por su cornamenta, que podría prestarse a bromas hirientes.
Jesús Caraballo
Me ha gysrado mucho. No sabia estos datis