Que el enemigo te rinda honores después de vencerte es sin lugar a dudas el mayor reconocimiento que puede tener un militar, pero que la distinción proceda de un inglés hacia un español solo cabría calificar a nuestro compatriota como un auténtico héroe. Tal es el caso de don Luis Vicente de Velasco e Isla
Vio la luz don Luis en Noja el 9/2/1711. Guardiamarina con tan solo 15 años, recibió el bautismo de fuego a los 16, destacando muy pronto en las luchas contra los piratas berberiscos y en la conquista de Orán en 1732, pero por lo que siempre será recordado es por su numantina defensa de La Habana en 1762.
Para poder entender quién era Velasco basta recordar un par de hechos. El primero sucedió en 1742. Aquella mañana un barco inglés de gran tonelaje y armamento izó velas con la intención de atacar a la fragata española comandada por Velasco, de apenas 30 cañones, que realizaba la travesía de La Habana a Matanzas, iniciándose una persecución a la que se sumó un bergantín británico, aunque algo más alejado por escasez de viento. A pesar de la evidente inferioridad, el cántabro ordenó abrir fuego contra la fragata, iniciándose un cañoneo que acabó con derrota del inglés antes de que pudiera recibir la ayuda del bergantín, quien se vio sorprendido por la determinación española, sufriendo sendos impactos sobre la línea de flotación que terminaron por hundirlo, obligándole a arriar la bandera de combate e izar la de auxilio. La algarabía que debió producirse el día en el que Velasco entró en La Habana con los dos buques apresados y un número de prisioneros que casi duplicaba al de su tripulación debió resultar de impresión.
Otro ejemplo de su gallardía lo encontramos en La Gaceta de Madrid el 13/09/1746:
«D. Andrés Regio, Comandante de la Esquadra de S.M. que está en la Habana, ha participado en carta de 27 de Junio próximo pasado, que habiendo tenido noticia de que en las costas de aquella Isla cruzaban algunas Embarcaciones Corsarias Inglesas, destacó en su busca dos Javeques de la Compañía, armados con Gente de la Esquadra, una Balandra, y el Paquebot el Diligente, el todo a cargo del Capitán de Fragata D. Vicente de la Quintana. Estas Embarcaciones pudieron avistar dos Enemigas, y habiendo puesto la proa a la que parecía menor la Balandra, y el Paquebote el Diligente, y a la mayor los dos Javeques, lograron éstos alcanzarla después de tres horas de caza; y trabado combate por ambas partes con la mayor bizarría, determinaron D. Vicente de la Quintana, y D. Luis de Velasco, Comandantes de los dos Javeques, abordar el Bajel Inglés para rendirlo, como lo lograron después de una función bien reñida de cuatro horas, en que tuvimos 12 hombres muertos, y 29 heridos, comprehendidos en este número tres Oficiales: los Enemigos perdieron 39 entre muertos y heridos. El Armamento de esta Presa, y un Paquebote con 150 hombres de Tripulación, su Capitán Guillermo Clymer, consistía en 18 Cañones, 18 Pedreros, 180 Fusiles, 80 Sables, 60 Pistolas y cantidad considerable de Municiones y Artificios de fuego.»
LA TOMA DE LA HABANA
Corría el año 1761 cuando se firmó el Tercer Pacto de Familia borbónica entre Carlos III y Francia ––Quien ataca a una corona, ataca también a la otra. Cada una de las Coronas mirará como propios los intereses de la otra su aliada.––, lo que supuso la participación en la Guerra de los Siete Años (1756-1763). Dentro de esta época de confrontación los ingleses decidieron atacar el 6/07/1762 la isla de Cuba con una escuadra que, en boca del almirante Gutierre de Hevia, estaba compuesta por 28 navíos de línea, 10 fragatas, 4 bombardas y 180 embarcaciones que debían transportar, hereje arriba, hereje abajo, unos veinte mil hombres, y al frente, el almirante George Pocock, correspondiendo el desembarco inicial al conde de Albermale.
Cuando comenzó a divisarse la imponente flota atacante embocando el muelle de Regla, 1 de julio, el gobernador de La Habana, don Juan de Prado, ordenó transportar a mano piezas de artillería para defenderlas, mientras Velasco se encargaba de la defensa desde el castillo de Los Tres Reyes Magos del Morro, encargando las baterías a otro de los héroes de la defensa de La Habana, Bartolomé Montes, mientras él comandaría los 30 cañones de las fortificaciones de Santiago. Enfrente, 286 cañones repartidos entre cuatro embarcaciones: Stirling, Dragon, Marlborough y el Cambridge .El combate, desigual en fuerzas, tuvo un resultado inesperado: Tras seis horas de combate, los ingleses se retiraron con todos los abrcos dañados, a excepción del Stirling; por su parte, las baterías de Montes también rechazaron al enemigo.
Los españoles resistieron dos meses. .El castillo, al mando de Luis Vicente de Velasco, resistió a 600 proyectiles diarios, a la falta de hombres y de artillería sin que nunca rondara la palabra rendición, ni cuando el 24 de julio se le ofreció la capitulación.
CUERPO A CUERPO. TIRO A TIRO.
27 de julio de 1762. Llegan refuerzos desde las 13 colonias y tres días más tarde los ingleses por fin logran abrir una brecha por el baluarte de Tejada con una carga explosiva, comenzando una batalla que solo se ganaría cuerpo a cuerpo, tiro a tiro.
Con la disciplina que otorga la desesperación, la gente que aún puede andar se va replegándose espalda contra espalda, mientras las hordas inglesas, al ver que los españoles carecen de munición, avivan el fuego de punta a punta, matando de una tacada a los capitanes Zubiria y Mozavari y al teniente Rico, cuyo hueco es ocupado de inmediato por Velasco para apoyar a Montes en la refriega.
—¡En formación! —brama mientras se acerca a Vicente González-Valor de Bassecourt—. González, si yo caigo, haga cuenta de nuestra bandera —dice mientras señalaba con el dedo la enseña coronela blanca con la cruz de Borgoña—¿Entendido?.
Así, sin mediar más palabras, ambos hombres se integran en el grupo que defiende la bandera, dispuestos a luchar por una patria que en aquel momento se circunscribe únicamente a su propia piel y a un sentimiento instintivo de supervivencia, todo ello bajo un cielo negro de mosquetería inglesa que no logra acallar los gritos de odio, locura y rabia de una docena de hombres dispuestos a matar antes de morir.
EL FIN DE UNA GESTA
La desgracia se cernió sobre la resistencia española cuando Velasco fue abatido por un balazo en el pecho. Al llegar la noticia a los altos mandos ingleses, sir Keppel autorizó el traslado de Velasco y Montes hasta La Habana para ser atendidos por médicos ingleses. Aunque Las heridas de ambos no presentaban carácter mortal; a Velasco comenzó a subirle la fiebre, por lo que se le realizó una dolorosa operación que sufrió con gran estoicismo pero que no superó: sobrevino el tétanos y con él la inesperada muerte el 31/07/1762.
Ingleses y españoles pactaron un alto el fuego de 24 horas para enterrar al héroe el 1 de agosto, luego volvería el ruido de los cañones y bayonetas. Trece días después, sin armas, fuerzas ni mandos, se produciría la derrota final de los españoles.
Entrada del Castillo del Morro, 14 de agosto de 1762
—A pólvora y muerte —sentenció con frialdad lord Albermale mientras observaba a los pies del castillo del Morro los desperfectos que las minas habían producido en sus muros—. Eso es a lo que huele ahí dentro.
Mudando de color, el coronel Howe se mordió la lengua al escuchar el reproche del conde de Albermarle por su comentario acerca de los malos olores. A su lado, el almirante Pocock miraba la escena, expectante; hacía muchos años que conocía al lord inglés, un militar de carácter estricto —así lo atestiguaba su indumentaria a pesar del calor sofocante: chaqueta azul, camiseta de lana, blusa blanca, calzas unidas por un fino cordón, capuz y sombrero— y trato exquisito con aquel que lo mereciera, ya fuera británico o enemigo.
—Y ahora, caballeros, entremos antes de que este calor acabe conmigo y tomemos posesión de la isla de una maldita vez —espetó, malhumorado.
Al poner un pie en el Morro, Abermale por fin pudo suspirar aliviado; la entrada al castillo que tanta sangre había costado refrendaba definitivamente la toma de La Habana. Siguiendo sus pasos, una docena de altos mandos, todos vestidos con sus mejores galas, se adentraron en la fortaleza por el acceso que daba al canal del puerto, flanqueado a la derecha por un glacis que dificultaba la bajada al foso, mientras a su izquierda, la contraescarpa se extendía paralelamente a la línea de frente de tierra, donde la cortina que unía los baluartes de Tejeda con el de Austria se encontraba desmoronada, en contraste con la que unía esta con el baluartillo de Santiago, prácticamente intacta. En la misma banda, pero a una altura inferior, regueros de sangre seca alfombraban los restos de las baterías de la Estrella y los Doce Apóstoles.
—Aquí llovió mucho hierro —dijo Howe al ver el deplorable estado del castillo.
—20.000 entre proyectiles, bombas y balas de cañón —apuntó Pockoc.
—¿Tanto? Por Dios que estos españoles son difíciles de matar.
Pockoc se quedó mirando al general un instante, perplejo. Howe era el capitán del Pocurpine, uno de los navíos enviados desde Nueva York para reforzar el asedio después de que las minas ya estuvieran colocadas, lo que a juicio del almirante convertía cualquier comentario de aquel hombre en hot air.
—No sé si más o menos, pero los que han estado aquí luchando desde el primer día aseguran que aunque solo fueran un millar, por su manera de luchar parecían 1000 infantes, 1000 caballos ligeros, 1000 gastadores y 1000 diablos.
Mientras el resto de oficiales se detuvo en el patio de armas para seguir conversando sobre los pormenores del asedio, lord Abermale continuó el recorrido, llegando finalmente a una de las baterías, en cuyos muros se había impregnado el inconfundible olor a pólvora. Lentamente se fue deslizando por los restos de los 12 cañones hasta alcanzar una tronera donde, para su sorpresa, oscilaba al ritmo de la suave brisa un escapulario en el que aparecía una de esas vírgenes a las que tanta fe profesaban los españoles. Al acercarse un poco más, vio que justo debajo de la medalla, y medio oculta entre manchas de sangre seca, alguien había labrado unas cuantas palabras en la roca. Dejándose llevar por la curiosidad, buscó los anteojos en el bolsillo interior de la casaca y con su español rústico empezó a leer aquellas líneas que por un instante helaron el corazón del inglés.
Al Morro, mas no a Velasco
lograste rendir, ¡oh, inglés!
Antes un mundo rindieras
que a un soldado como aquel.
Y mientras en ese instante comenzaban a resonar en La Habana las primeras salvas para celebrar la toma de la isla, lord Albermale se quitó el sombrero para hacer una respetuosa reverencia hacia el mar, como si en el eco lejano de las olas el mismísimo espectro de Julio Velasco siguiera ordenando virar por redondo en busca del enemigo.
HISTORIA VIVA
La historia ha recordado la hazaña de Luis Vicente de Velasco e Isla de múltiples maneras:
- En Inglaterra . Se dice que hay un monumento en su honor en la Abadía de Westminster y en la Torre de Londres. En los Museo Reales se conserva el estandarte que con tal fiereza defendieron los españoles en El Morro. Y la Royal Navy, hasta bien entrado el siglo XX, realizaba salvas en su honor cada vez que pasaban por Noja.
- En España, el rey Carlos III ordenó erigir una estatua en su honor en Meruelo (Cantabria), representándolo con la mano izquierda puesta en la herida y blandiendo con la derecha la espada, que es del modo en que murió. Hay un monumento también en su villa natal. Se acuñaron medallas con su busto y el de su segundo, González. Mandó también el monarca que hubiera siempre en la real Armada un navío llamado Velasco y concedió a su hermano Iñigo José de Velasco el título de marqués, con cuatro mil pesos de renta anuales. También se convocó un concurso nacional de versos que ganó Moratín. Por último, hay un retrato del marino en el Congreso de los Diputados.
Bibliografía:
**Aller Hernández, Ricardo “Antes un mundo rindieras”(EDITARX-2016)
**wikipedia.org/wiki/Luis_Vicente_de_Velasco
**elretohistorico.com/luis-vicente-velasco-defensa-castillo-morro-habana/