MÁRTIRES DE PARACUELLOS

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El próximo año 2026 se cumplirá el 90 Aniversario del terrible genocidio perpetrado al inicio de la Guerra Civil por los republicanos, cerca de la madrileña localidad de Paracuellos del Jarama. De ahí que aprovechase la iniciativa de Enraizados y me sumase en peregrinación hacia Paracuellos. Y estas son mis impresiones.

Más que de genocidio habría que hablar de Holocausto, pues la mayoría de las víctimas allí masacradas — es difícil calcular el número exacto, pero fuentes fiables apuntan a que podrían ser más de 8.000 —, lo fueron por su condición católica. Una reciente visita organizada por la Asociación Enraizados nos permitió conocer la realidad de este lugar, injustamente olvidado, en un ejercicio de Memoria – sin etiquetas-, tan necesario en estos tiempos atribulados en donde algunos políticos, en un “guerra civilismo” insensato, intentan despertar viejos odios ya olvidados.

Agustín de Foxá

Paracuellos del Jarama es, sin duda, la mayor masacre perpetrada en nuestra guerra Incivil, y lo fue por quienes se arrogan la superioridad moral, unas izquierdas que nos arrastraron a ese enfrentamiento entre hermanos. Se trata del terrible testimonio de lo que fue el Terror Rojo, con sus checas, juicios sumarísimos y ejecuciones ejemplarizantes, cadáveres tirados en las cunetas… El gran Agustín de Foxá lo reflejó magistralmente en su obra “Madrid de Corte a Checa”. Un terror que se llevó por delante a personajes como el autor teatral Pedro Muñoz Seca, cuya “Venganza de Don Mendo” continúa representándose con éxito de público desde hace décadas, o Ramiro de Maeztu, y su Defensa de la Hispanidad, cuyos únicos delitos eran ser católicos y amar a su patria.

Pero, ¡cuántos de los que descansan en este Camposanto se desconoce su nombre! En realidad, la mayoría. De hecho, ni siquiera se han podido exhumar todos los cadáveres, tarea ímproba, ya que quedaron todos los cuerpos apilados en fosas comunes, apenas cubiertos por una capa de tierra y cal. Eso sí, en las pocas cruces que dan testimonio de alguno de los finados que se encuentran en el cementerio y del que sí hay constancia de que yace allí, aunque ni siquiera exactamente donde, se erige la cruz, reza la lápida: “Muerto por Dios y por España”, y en ese orden.

Juan Carlos de Borbón

Hoy nadie discute quien fue el responsable de tal felonía, el encargado entonces de la Seguridad en Madrid, Santiago Carrillo, líder de las Juventudes Socialistas Unificadas, JSU, con el tiempo, secretario general del PCE. Y sin embargo, a su regreso a España en la Transición, nadie le pidió cuentas de sus crímenes. Una Transición, por cierto, posible gracias a la derecha: Franco legó la jefatura del Estado a Juan Carlos de Borbón, quien ya como Rey, y junto con Torcuato Fernández de Miranda y Adolfo Suarez, pilotaron el paso “de la Ley a la Ley”, después de que las Cortes franquistas se autodisolvieran, Sin olvidar que en España, y gracias a un largo proceso de paz, sin contiendas civiles, y de prosperidad, surgió una clase media poco proclive a “experimentos sociales”.

La Memoria no es ni “histórica”, ni “democrática”, cada uno tenemos la nuestra. En mi familia, como en la mayoría en nuestro país, hubo gente de los dos bandos, yo tuve a mi abuelo paterno, Lamberto, guardia civil, que tuvo que salir con su familia de Navaluenga y concentrarse en Ávila capital, ante el ataque republicano. A su regreso, encontraron la iglesia profanada y la casa cuartel arrasada. El otro, el materno, mi abuelo Paco, comunista, al final de la guerra chófer de la Pasionaria — sí, la comunista, quien, a su regreso, se sentó en el Parlamento —, que hablaba pestes de ella, y quien, por cierto, les dejó tirados cuando lo vio todo perdido. Recuerdo sus palabras: “la República de la broma”. Pero ambos coincidían en algo: “que los españoles no repitamos los mismos errores que nos llevaron a esta terrible guerra”.

Transición española

Añadiría algo respecto a qué hizo posible la Transición española — asombro para el resto del mundo — sin derramar una gota de sangre, después de tantos enfrentamientos civiles sobre todo en el siglo XIX, y es el perdón de los católicos.

Si hubiera habido ánimo de venganza, tras el 1 de abril de 1.939— y razones había para dejarse llevar por ese sentimiento, después de los crímenes perpetrados por socialistas, comunistas, anarquistas e independentistas catalanes y vascos — España hubiera sido un baño de sangre. Mucho se ha hablado, con absoluto desconocimiento, de la represión durante el régimen franquista, olvidando que la mayoría de las condenas, en numerosos casos por crímenes de guerra, fueron ostensiblemente reducidas, cuando no condonadas directamente en pocos años.

Y, sin embargo, los ejecutados en Paracuellos y otros lugares de nuestra geografía por sus creencias religiosas, lo fueron por no renunciar a su fe, y con un “Viva Cristo Rey” en sus labios, y perdonando a sus verdugos, emulando a Nuestro Señor en la Cruz.

En Paracuellos descansan los restos de militares detenidos en el Cuartel de la Montaña, tras el fracaso del Alzamiento Nacional el 18 de julio de 1936, y tras no pocos meses de penalidades en las cárceles — Modelo, Porlier…—de ese régimen republicano que algunos todavía tildan de “democrático”, o en las terribles checas institucionalizadas por las milicias socialistas, comunistas y anarquistas.

Allí acabaron, también, religiosos oblatos, o agustinos, entre otros. Precisamente la Orden de San Agustín es la que más mártires tuvo en el Holocausto de Paracuellos (sólo se salvó un fraile, que había sido maestro de Azaña en El Escorial, le liberaron tras descubrir en su hábito una carta dirigida al líder republicano, se desplazó a Valencia a donde se había trasladado el gobierno republicano, pero el presidente desoyó sus súplicas hacia sus hermanos). Y tantos infelices cuyo único delito era llevar un rosario en sus manos, o haber militado en la CEDA de José María Gil Robles, o en alguno de los demás partidos de derechas.

Santiago Carrillo

Las izquierdas trataron de exculparse, alegando que se trató de obra de incontrolados, pero lo cierto es que fue algo totalmente orquestado. Y es absolutamente falso que Santiago Carrillo no tuvieran responsabilidad en los hechos, puesto que él era consejero Público por la Junta de Defensa de Madrid. Los presos eran conducidos de dos en dos, atados con alambre de espino, en camiones o autobuses de dos pisos de la EMT, y allí, tras ser desposeídos de sus pertenencias, ametrallados. Todo ello, amparados en la oscuridad de la noche. Luego, vecinos de Paracuellos eran forzados a enterrar los cadáveres en fosas cavadas al efecto.

 Algunos hombres buenos

Félix Schlayer,

Algunos valientes, aún a riesgo de sus vidas, trataron de parar aquella locura. Uno de ellos fue el cónsul de Noruega, Félix Schlayer, quien denunció los hechos, pero fue despreciado por las autoridades republicanas, que obviamente estaban al tanto de aquella masacre, puesto que eran ellas las instigadoras.

La Cruz Roja Internacional trató de hacer llegar un informe denunciando tales atrocidades, a su sede en Ginebra, siendo ametrallada la avioneta por cazas republicanos. Tras un aterrizaje forzoso, en el que milagrosamente los ocupantes de la avioneta salieron ilesos de aquel ataque, consiguieron no sin pocas vicisitudes, hacer llegar su testimonio al mundo.

Y, naturalmente, hombres buenos los hay en todas partes. Melchor Rodríguez, anarquista reconocido, fue nombrado delegado especial de prisiones en Madrid, pero ante su imposibilidad de detener las sacas de presos, dimitió. Al poco fue repuesto en el cargo, y ahí sí, con riesgo cierto para su vida, sobre todo, al enfrentarse con los comunistas, consiguió parar las matanzas, aunque para algunos miles de desgraciados llegó tarde Hablamos de casi un mes lo que duró el genocidio, del 7 de noviembre, al 4 de diciembre de 1.936.

El Ángel Rojo,

El que llegó a ser conocido como el Ángel Rojo, por su ayuda a los perseguidos por la República, al término de la guerra, en vez de huir como hicieron tantos gerifaltes republicanos, se quedó en España, y fiel a su ideología, siguió luchando por sus ideas, pagándolo con la cárcel. En esto el régimen franquista no fue generoso. Pero en su juicio, nada menos que el entonces ya teniente general Agustín Muñoz Grandes — el que comandó a la División Azul en los campos de Rusia, durante la Segunda Guerra Mundial, para combatir el comunismo que había tratado de imponerse en España —, junto con miles de firmas que consiguió reunir en favor de Melchor Rodríguez, alegó en su favor, viendo reducida su condena.

A su muerte, en febrero de 1972, el cortejo fúnebre, con la bandera rojinegra anarquista – los mismos colores de la Falange — desfiló por la avenida de la Gran Vía madrileña — entonces de José Antonio — a los sones del himno anarquista “A las barricadas”. El féretro fue portado, entre otros, por Ramón Serrano Suñer, el “Cuñadísimo”, quien salvó la vida como tantos gracias al Ángel Rojo. Al término, eso sí, se rezó un Padrenuestro.

Y eso es lo que representa el Camposanto de los Mártires de Paracuellos, Memoria desde luego, de una época terrible de nuestra Historia, pero, sobre todo, fe y perdón.

Jesús Caraballo

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