
Miguel Estelrich Perelló nació en el pueblo de Santa Margarita en el año 1913. Fue el más grande y audaz artista de circo nacido en Mallorca, el mejor ciclista aéreo del mundo y un mago del ciclismo acrobático. Miguel, desde joven, era un soñador, un aventurero, un entusiasta, un deportista, un temerario. En su cabeza rondaba únicamente una cosa: Hacer algo fuera de lo común para ganarse la admiración de todos, un algo que terminó siendo su espectáculo con el cual dio prácticamente la vuelta al mundo.

La Ruta de la Muerte
Tras años de ideas, ilusiones, proyectos, pruebas y ensayos al fin pudo lograr llevar a la práctica la idea que le había brindado un amigo suyo, Eduardo Pagés, cuatro años antes, de ver si era capaz de cruzar con su bicicleta las plazas de toros de torre a torre por encima de un cable sin ningún tipo de protección. Su nombre artístico fue desde entonces “MESTELRICH” y denominó a su número “La Ruta de la Muerte”, guiando su bicicleta sobre un largo cable mientras sus compañeros hacían piruetas en sendos trapecios colgados de los ejes de la máquina, siempre a gran altura y sin red, denominación que, por un milagro, no se convirtió en realidad.
EL PERSONAJE

Eran los años de la postguerra en España y la gente trabajaba en lo que podía y los más osados, los que ahora se denominan emprendedores, tenían que ingeniárselas para poder salir adelante. Los espectáculos a los que solía acudir la gente en Mallorca, en una época donde la esperanza volvía a resurgir en sus rostros, eran sobre todo las corridas de toros, el ciclismo en el velódromo de Tirador, las veladas de boxeo que allí mismo se celebraban y el fútbol con el R.C.D. Mallorca como principal protagonista, también conocido como Los Piratas, Los Bermellones, o Els Barralets.

La leyenda de Miquel Estelrich, conocido como Mestelrich se empezó a forjar «cuando de pequeño le regalaron una bicicleta” y ya no se separó de ella. Con ella ejerció de hombre anuncio para el velódromo del Tirador, y hacía actuaciones con demostraciones de equilibrio en las ocasiones que se le presentaban, definiéndose como “acróbata ciclista” tal como figura en su ficha de alistamiento como requeté en el año 1937. A Miguel, desde muy joven, le encantaba el mundillo del espectáculo y el deporte. Ello le llevó a probar suerte en el toreo, pero no le fue bien. Después convenció a su hermano pequeño Rafael a que se dedicara al boxeo, deporte en el que llegó a ser campeón de Baleares de los pesos ligeros, con Miguel como manager suyo, pero una lesión en sus cejas hizo desistir a su hermano de llevarlo a conquistar mayores metas.

Jaime Pericás Ripoll, gran amigo de Miguel, triunfaba en el toreo y también él quería triunfar, pero haciendo algo nuevo, algo especial que nadie hubiera hecho hasta entonces. Metido en el mundillo de los toros por sus amigos, la primera ocurrencia que tuvo fue la de hacer el “Don Tancredo” con su bicicleta, esa figura en el mundo del toreo que permanece inmóvil delante de los toros con la creencia que los astados no embisten a un objeto inmóvil. Colocó su bicicleta sobre dos pedestales de cincuenta centímetros de altura y como las ruedas completaban los otros cincuenta centímetros exigidos para realizar la suerte del “Tancredo” reglamentario, inició ese número totalmente nuevo.

El temple de aquel muchacho subido encima de su bicicleta en el centro de la plaza, mirando al cielo y haciendo caso omiso al toro que salía alocado de los toriles al galope y que tras dar varias vueltas se paseaba a su lado como si nada, fue un gran éxito que motivó le ofrecieran varios contratos para actuar con un espectáculo taurino musical por todas las plazas de España. ¡Ya había logrado meterse en ese mundillo con algo innovador que nadie había hecho! Aunque pronto se dio cuenta que una cosa era la teoría y otra la práctica puesto que había toros que respetaban aquella “estatua”, pero otros no, ya que salió despedido más de una vez por los aires, aunque sin lesiones de importancia. Incluso intentó el rejoneo en bicicleta, una idea totalmente descabellada, resultó ser un fracaso monumental, y el empresario de la plaza de toros, Eduardo Pagés, viendo el arrojo y valor que tenía aquél joven que con su bicicleta quería intentar lo imposible y que por lo visto era capaz de hacer cualquier cosa, le insinuó que pensara en atravesar las plazas de toros por encima de un cable con su máquina y le dijo: ¡Si te lo propone tú lo podrás hacer chaval! Desde ese momento esa idea fue una obsesión para Miguel que, con su bicicleta, siempre que pasaba por la Rambla intentaba ir todo el trayecto por encima de la vía del tren, hasta que logró hacerlo sin salirse ni un centímetro.

Pasaban los meses y Miguel, en la frutería que llevaba con su mujer en el mercado, no dejaba de darle vueltas a la cabeza pensando en la manera de poder realizar aquella idea. Su amigo, Modesto Méndez (un alférez mecánico de aviación), le tomó en serio y le dijo que él sólo en la bicicleta iba a ser muy difícil que pudiera aguantar el equilibrio y que quizás sería mejor acoplar dos trapecios a las ruedas para que sirvieran de contrapeso y Miguel se puso manos a la obra. Pero ¿de dónde sacaba un cable lo suficientemente largo y fuerte que atravesara el diámetro de una plaza de toros y que una vez tensado pudiera aguantar el peso de tres personas sin riesgo de rotura? ¿Qué sistema se podía emplear para tensar aquel cable lo suficiente para que aguantara el peso de tres personas sin que hiciera una “comba” en el centro? ¿Aguantaría el equilibro encima de su bicicleta con las llantas deslizándose encima del cable con el “vaivén” que, sin duda alguna, iba a producirse de lado a lado al estar sujeto únicamente por los extremos?

El empresario del Velódromo de Tirador, una pista de ciclismo en pista al aire libre de Palma de Mallorca, situado junto al antiguo Canódromo, le brindó gustoso la torre de entrada al recinto para que probara allí su invento y entrenara cuanto quisiera. Al cabo de unos días Miguel colocó un cable tenso a una altura de un metro y en aquel pequeño lugar y con su bicicleta, a la que había quitado evidentemente los neumáticos, después de muchas caídas y muchísimos intentos, logró pasar de lado a lado sin caerse. Pero las llantas resbalaban cuando daba fuerza a los pedales. Por ello, Miguel cambió las ruedas de su bicicleta por otras de madera.
En abril del año 1946, Miguel disponía ya del material necesario para intentar montar todo su tinglado en la plaza de toros y probarlo. Hacía tiempo que había pensado en su hermano Rafael y en su amigo Sebastián Mestre, mecánico de bicicletas, le acompañaran en esa aventura aún a costa de exponer sus vidas y los dos tomaron mucho interés y entusiasmo en el audaz y arriesgado ejercicio de trapecistas.
A pesar de las dudas que tenía sobre los problemas que intuía realizó una prueba y al llegar al centro de la plaza notó como el cable se balanceaba lentamente de lado a lado y le costaba más pedalear. ¡Estaba en la zona de la comba, la zona más crítica, el centro del recorrido!; se paró y se cayó. Subió de nuevo a la bicicleta y antes de comenzar la marcha fijó la vista en un punto fijo enfrente de él, esta vez sin quitar la vista de aquel punto y pensando en que iba rodando por la vía del tren de Vía Roma, llegando al final sin ningún contratiempo. Logró hacer el recorrido de los cincuenta metros andando para adelante y para atrás. ¡Ya lo tenía: el punto del equilibrio consistía en fijar su atención en un punto lejano y tener la cabeza tranquila!. En poco tiempo consiguió cruzar la plaza de torre a torre, a veinte metros de altura sin ningún tipo de protección.

El empresario de la plaza de toros, Antonio Bonnin Humbert, le había confirmado que tendría a su disposición la plaza para realizar los entrenamientos necesarios, le facilitó toda la colaboración para que las pruebas las realizara a puerta cerrada con el compromiso de que, si el proyecto salía bien, el debut lo tenía que hacer allí. Naturalmente Miguel aceptó encantado.

“MESTELRICH” debutó en la plaza de toros de Palma el 16 de agosto de 1947 con un lleno a rebosar. La gente comenzaba a hablar de él y el “NO-DO” vino a filmarles una actuación en septiembre de 1947. Con “la Ruta de la Muerte” el empresario taurino Rafael Dutrús Zamora, conocido como Llapisera, le ofreció un contrato de casi un año de duración, más de cien funciones, para recorrer todas las plazas de toros de España. Después le contrataron para hacer lo mismo en las de Portugal. Y de Ahí prácticamente por todo el mundo para actuar en parques públicos: Francia, Alemania, Suecia, Inglaterra, Venezuela, Colombia, Perú, Panamá, EE.UU, Egipto, en diversos países del Norte de África y del Próximo Oriente, Siria y así viajó por 54 países de cuatro continentes, todo un récord en aquellos tiempos.
ACCIDENTE

Tantas actuaciones con ese número tan arriesgado, tenía que pasarles factura algún día y así fue. En Londres, les habían contratado para que cruzaran el “Battersea Park”. Instalaron dos torres de madera para aguantar el cable y una de ellos cedió, se aflojó el cable y quedaron balanceándose en el centro. Desde allí arriba con los trapecistas inmóviles, Miguel solicitaba auxilio para que trajeran una escalera. Tras unos momentos dramáticos los bomberos del parque acudieron y con la ayuda de una larga escalera y de la lona propia de los bomberos los pudieron rescatar. Aquella vez no les ocurrió nada. Pero unos días más tarde en ese mismo parque, la BBC les dijo que querían filmar su número. Les indicaron que debía ser al mediodía, a la hora que había más luz solar y menos gente en el parque para poder trabajar con las cámaras. Debían realizaran el trayecto más despacio de lo habitual para que pudieran filmarles correctamente. Así lo hicieron. Rafael había comido antes de esa actuación. Cuando la función ya había finalizado y se disponían a coger la escalera para descender, Rafael se desplomó al vacío, al parecer por un corte de digestión, pero tuvo la “suerte” de caer encima de una persona puesto que si hubiera caído de lleno al suelo su muerte hubiera sido instantánea, quedando inconsciente en medio de un gran charco de sangre que le manaba por la cabeza. Aquellos momentos fueron dramáticos.

Miguel y Sebastián se quedaron inmóviles sin saber que hacer, aguantando el equilibrio como podían. Faltaban solamente unos metros para llegar a la plataforma y enganchar la bicicleta, pero no pudieron llegar. Los miembros de la BBC desplazaron rápidamente una de las torres móviles desde donde filmaban hasta situarla exactamente debajo de ellos y así pudo bajarse Sebastián, aunque él sabía que al desprenderse del trapecio Miguel se quedaría sin apoyo alguno para aguantar el equilibrio y su caída sería segura. A Miguel le salvó la vida el tener los pies atados a los pedales y la rápida intervención de los cámaras de la BBC, que pudieron agarrarle enseguida cuando su cuerpo chocó violentamente con la estructura de la torre evitando así la caída segura y a pesar de la terrible caída de Rafael, los dos hermanos volvieron a nacer aquel día. Rafael estuvo entre la vida y la muerte ingresado en un hospital de Londres, en coma, con fractura craneal, politraumatismos por todo el cuerpo y pérdida de una oreja, durante mucho tiempo. Pero al final recobró el conocimiento y se llegó a recuperar, aunque no del todo. Nunca se acordó de nada de lo que le ocurrió y evidentemente no pudo volver al trapecio.

Una vez en Mallorca, al cabo de varios meses y a instancias precisamente de Rafael que había vuelto a su trabajo en la oficina de correos y telégrafos, Miguel buscó a otro trapecista que sustituyera a su hermano para cumplir los contratos que tenían firmados para actuar en EE.UU. Encontró a dos que estaban dispuestos a acompañarle y Magín Torrecilla fue el elegido. Partieron para América, Miguel, Sebastián y Magín. En Estados Unidos, en Atlantic City, fueron contratados por seis meses para actuar a 50 metros de altura en un escenario flotante sobre el Océano. El local, el “Steel Pier”, era todo de madera y se adentraba en el mar cerca de un kilómetro. Empezaron los espectáculos diarios en aquel complejo acuático.
Aquello se hacía muy largo y cierto día Sebastián le dijo a Miguel que quería ver a su familia y que quería regresar a Palma. Le dijo que contratara a Gabriel Perelló y Miguel así lo hizo. Mientras llegaba, las actuaciones continuaban con Miguel y Magín en el monociclo porque Sebastián se había ido. Una vez llegó Gabriel, comenzaron a realizar el número con la bicicleta habitual los tres. Pero el 31 de julio de 1953 Gabriel se cayó al mar y no volvió jamás a subir al trapecio. Terminaron los contratos de EEUU y Miguel y Magín regresaron a Palma a finales de 1953.

Durante el año 1954, Miguel de nuevo con Sebastián, recorrió varios países de Oriente Medio, contratados por un empresario griego que era dueño del “Imperial Circus”. Por aquel entonces Miguel había creado la bicicleta “más pequeña del mundo” y varios empresarios iban detrás de él para que realizara el habitual número aéreo en el exterior del circo como reclamo, para después actuar en la pista con la exhibición de esa bicicleta. Terminada la gira por los países árabes, en enero de 1955 Sebastián y Miguel emprendieron de nuevo viaje hacia Venezuela para cumplir una serie de contratos que les habían ofrecido. Iban los dos solos con el monociclo.
Miguel se retiró el 21 de noviembre de 1958. En 1961 se instaló definitivamente en Mallorca, donde alternó diversas profesiones actuando en Palma en Salas de Fiestas y Locales de ocio como “ciclista de fantasía” y con la bicicleta más pequeña del mundo que medía 16 cm. de altura y las ruedas 8 cm. de diámetro. Una vez en Bagdad, el rey Feysal de Irak quiso conducirla, pero después de cuatro intentos renunció a ello. Tras toda una vida en equilibrio, Miguel falleció en Palma el 2 de junio de 1987. Dado que Miguel, desgraciadamente ha sido muy poco conocido entre los mallorquines, el Circ Bover, con la colaboración de los familiares directos de Mestelrich, que fue el artista de circo más internacional de Mallorca, organizó una exposición homenaje, Mestelrich, l’home circ, con el objetivo de dar a conocer la vida personal y profesional de este gran artista que se inauguró el 7 de marzo 2019 en el Centro Cultural de la Misericordia.

Jaime Mascaró Munar