
Es conocida la adscripción del Papa León XIV a la Orden de San Agustín. Por eso no debería sorprender el vínculo que mantiene con otro agustino admirable, este del siglo XVI, cuyas numerosas virtudes le hacen acreedor a ingresar en el selecto y exclusivo círculo de doctores de la Iglesia, al que, hasta ahora, pertenecen 37 santos, incluidas varias mujeres. Se trata de Santo Tomás de Villanueva, que da nombre a la Universidad de Villanova (Pensilvania), dirigida por los agustinos y a la que asistió Robert Francis Prevost, en los años 70. Además, el Pontífice conserva en su cruz una reliquia de Tomás de Villanueva, junto a las de otros cuatro santos. Y en su reciente descanso estival en Castel Gandolfo, ofició misa en la parroquia de allí, dedicada a la advocación de ese santo español.
Nacido en Fuenllana — Ciudad Real —, en 1488, era conocido como el “limosnero de Dios”. Y es que pese al alto grado de erudición que alcanzó y los cargos que llegó a ostentar, era proverbial su sencillez y su caridad hacia los más necesitados. Heredó esas virtudes de unos orígenes humildes y una formación austera.

Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, tras lo cual ingresó en la Orden de San Agustín, revelándose entonces como un brillante profesor y rector universitario. Sus escritos nos hablan de un predicador que sabía combinar al tiempo una gran agudeza intelectual, pero también cercanía espiritual, imbuido de un profundo espíritu evangelizador. Denunciaba con valentía la codicia y la justicia, pero siempre desde la misericordia divina.

Precisamente la actualidad de su mensaje evangélico y las aportaciones teológicas recogidas en sus obras, es lo que está revisando ahora el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, para determinar si procede inscribir a Santo Tomás de Villanueva como el 38º Doctor de la Iglesia, a propuesta de la Conferencia Episcopal Española, y cuya causa apoyan también las tres órdenes agustinianas. Asimismo, los obispos de Panamá han respaldado su causa, además de comunidades agustinianas, mexicanas, peruanas, argentinas y filipinas.
Pero además de su predicación y su teología, se valora también el modo de vida de un religioso que llegó a ser arzobispo de Valencia — parece que aceptó tal distinción a regañadientes —, pero que, sin embargo, despreció los oropeles del poder, y más bien, se dedicó con empeño a crear instituciones educativas y sanitarias; inaugurar albergues para los más menesterosos; a sanear las finanzas diocesanas, a revitalizar la formación del clero y un largo etcétera.
Era bien conocida su entrega a los más necesitados, comprometiéndose a que nadie se fuera a dormir en Valencia con hambre, para lo cual desplegó una incansable labor, distribuyendo personalmente alimentos, regalando sus ingresos como obispo… y todo ello, vistiendo unas sencillas túnicas remendadas.

Y esta fue la actitud que adornó su proceder siempre, en un modo de vida claramente evangélico y de plena actualidad, siguiendo las prioridades pastorales para la Iglesia Católica del siglo XXI propugnadas por el Papa León XIV, hasta su muerte, en 1555. Y es que Santo Tomás de Villanueva tuvo siempre muy presente que la teología no podía estar divorciada de la compasión, y que, en definitiva, amar a Dios es servir a los más vulnerables.

Jesús Caraballo