Vasco de Quiroga primer obispo de Michoacán

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Vasco Vázquez de Quiroga y Alonso de la Cárcel nació en Madrigal de las Altas Torres (provincia de Ávila), hacia 1480. Estudió leyes en Salamanca y, en 1513, fue nombrado visitador de la Real Audiencia y Chancillería de Valladolid. A continuación, fue a Orán, fortaleza española en el noroeste de Argelia, como juez. En 1526 negoció un tratado de paz con el sultán musulmán del reino de Tremecén, al noreste de Argelia.

La reina Isabel, esposa de Carlos I,  buscaba un hombre incorruptible para poner orden en Méjico, tras su conquista en 1521. El obispo de Badajoz le recomendó a Vasco de Quiroga, quien llegó allí en 1531. Nada más llegar, además de combatir la corrupción y los abusos, puso en marcha el pueblo-hospital de Santa Fe (en 1532), que funcionó bien y cuyo modelo copiaría muchas veces en Michoacán y también se extendería por Nuevo México. Vasco de Quiroga quiso mejorar en su trato con los nativos mexicas y estudió su idioma náhuatl.

Un pueblo-hospital estaba poblado por indios y contaba con una iglesia (a cargo de misioneros agustinos primero, clero secular después), edificios para servicios médicos, cocina comunitaria, casas para solteros, casas para solteras y hogares para familias. Tenía también talleres para enseñar técnicas de forjado, trabajo del cuero, cerámicas, agricultura… Eran comunidades solidarias y también centros de transferencia de tecnología. Tenían mucha autonomía respecto a las autoridades virreinales y un tratamiento fiscal especial.

Michoacán, el país de los purépechas, era independiente y enemigo de los aztecas. Hablaban una lengua completamente distinta e incluso manejaban algunos metales, con los que hacían armas. Eso les daba cierta superioridad sobre sus agresivos vecinos aztecas que sólo usaban madera, piedra y obsidiana. Los aztecas, desesperados, les habían llegado a pedir una alianza contra los españoles, pero ellos no quisieron implicarse.

La conquista de Michoacán  fue casi incruenta. Solo murieron prisioneros purépechas sacrificados a los dioses. Sucedió en 1522, un año después de caer el Imperio azteca, cuando uno de los hombres de Cortés, Cristóbal de Olid, con 70 jinetes y 200 infantes avanzó hacia ese reino que todos consideraban rico por sus telas y artesanías.

El Caltzoncí (rey purépecha) envió a su hermano con un ejército para atacarles. No se derramó sangre, porque en cuanto los españoles dispararon al aire los indios se dispersaron aterrados y los españoles capturaron al hermano del rey. Algunos indios aliados de los españoles empezaron a saquear y quemar espacios de los purépechas y Olid hizo ahorcar a dos para demostrar que no toleraría el saqueo. Después envió al hermano del rey a la capital purépecha para convencerle de que no valía la pena combatir. El rey huyó con sus hijos y mujeres y los sacerdotes sacrificaron 800 cautivos a la diosa Xaratanga para que les librase de los españoles.

Olid llegó a la capital, destrozó los altares y estatuas de los dioses y tomó los templos como aposentos. Los indios vieron claramente que sus dioses eran incapaces de hacer nada. Olid prohibió cualquier saqueo contra la población, y sólo hizo saquear los templos y las tumbas de los reyes. Pidió a los purépechas un tributo y le entregaron 30 cofres de plata y 20 de oro, además de mosaicos de plumas. Luego colocó un rey amistoso en el trono.

Michoacán mantuvo paz y buena relación con los españoles 7 años, hasta que llegó el cruel Nuño de Guzmán, enviado desde España para limitar el poder de Hernán Cortés. Llegó a Michoacán en 1529 y el rey purépecha, Tangáxoan II, lo recibió con regalos, provisiones y guerreros, como aliado que era. Nuño de Guzmán respondió a su hospitalidad haciéndole torturar y ejecutar y saqueando el país purépecha y otros muchos de México (saqueaba y esclavizaba también a otros aliados de siempre de los españoles, como los tlaxcaltecas).

Ya por esta época las enfermedades diezmaban a la población india. Fue un desastre y muchos pueblos se alzaron en rebelión. La Corona tardó en actuar pero terminaría interviniendo. Le quitó a Nuño de Guzmán el gobierno de la provincia por sus crímenes y lo envió encadenado a España. El historiador franciscano Antonio Tello escribió que Nuño de Guzmán murió prisionero y desgraciado en Torrejón de Velasco en 1544, pero por su testamento se sabe que murió en 1558, en Valladolid, libre y orgulloso, aunque con poco dinero y reclamándole riquezas e indios al Rey y presumiendo de conquistar para él 20 provincias.

Vasco de Quiroga llegó a la atribulada Michoacán como visitador (inspector de la Corona) en 1533, cuatro años después del desastroso paso de Nuño de Guzmán. En 1537 el emperador Carlos I le hizo nombrar obispo y le encomendó la región. Rápidamente recibió las órdenes menores y mayores, fue ordenado sacerdote y en diciembre de 1538 fue consagrado obispo por el obispo Zumárraga, en Méjico. Enseguida partió a Michoacán, donde multiplicó sus pueblos-hospital.

Vasco de Quiroga se dirigió a los purépechas hablándoles de sus intenciones y de su experiencia ya de tres años en territorio mexica. Uno de sus documentos recoge sus palabras hacia ellos. «Solamente tengo amor y afecto para con la nación indígena. Los mexicanos que vienen en mi compañía pueden testificar de esto y deciros cómo miles de personas viven en la actualidad felices en poblaciones que yo he edificado para ellos. Lo que hice en Santa Fe, deseo hacerlo aquí también. Pero necesito vuestra cooperación. Vuestra práctica de tomar varias esposas debe desaparecer. Debéis aprender a vivir felices con una sola mujer que os sea fiel, de la misma manera que vosotros le seáis fieles a ella. Debéis también renunciar a vuestros ídolos y adorar al único verdadero Dios”.

Enseñó a las comunidades y pueblos hospital a trabajar con lacas, cueros, cobre, herrería, alfarería, tejidos, bateas… Introdujo el cultivo del plátano en la zona e impulsó la creación de la actividad ganadera de la región con ganado equino, porcino y lanar.

Años después de su muerte, su sucesor el obispo Juan de Medina afirmaba que apenas había en la región una villa con veinte o treinta casas que no contara con su hospital. Murió rodeado del amor de los michoacanos y la admiración de muchos eclesiásticos y gobernantes, en 1565, en Pátzcuaro, donde descansan sus restos en la basílica de Nuestra Señora de la Salud.

Hombre culto, lector de la Utopía de Santo Tomás Moro, Vasco de Quiroga puso en marcha su propia utopía, los pueblos-hospital, donde los indios purépechas aprendían oficios artesanos y técnicas agrícolas y estaban protegidos después de haber sufrido los crueles abusos de un conquistador desaprensivo. El sistema funcionó bien durante su vida y algunos años más. Es un ejemplo notorio del catolicismo humanista, culto y evangelizador del siglo XVI, que en Michoacán se recuerda con numerosos homenajes.

No resulta extraño que el Papa Francisco, el 22 de diciembre pasado,  haya confirmado las virtudes en grado heroico de este jurista, diplomático y religioso español, quien llegó a América en 1.531, con cincuenta años, para combatir los abusos contra los nativos. Sólo hará falta la acreditación de un milagro por su intercesión, para que sea declarado beato. La semblanza de este singular personaje de nuestra Historia demuestra, una vez más, que en el Descubrimiento del Nuevo Mundo, no sólo hubo grandes gestas militares, sino también el ejemplo de hombres que con la sola fuerza de la Cruz dieron testimonio de una forma de civilizar única en la Historia de la Humanidad.

Como final es preciso rememorar la visita a Morelia, capital de Michoacán,  del  Papa Francisco,  el 16 de febrero de 2016, y allí, ante 2.000 sacerdotes, consagrados y religiosas,  puso como ejemplo a seguir al político y misionero castellano. Y al mismo tiempo, resaltar que el papa Francisco celebró la misa portando el báculo del obispo y usando el mismo cáliz que usó Tata Vasco, con sus casi 500 años de historia.

Jesús Caraballo

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