Vicente Ferrer i Moncho fue un filántropo español, considerado una de las personas más activas en la ayuda, solidaridad y cooperación con los desfavorecidos del tercer mundo. Desarrolló su actividad principalmente en la India, donde aprendió a sentir antes que a comprender.
Nació en Barcelona el 9 de abril de 1920 y fue el segundo de los cuatro hijos de Vicente, un comerciante aventurero que marchó a Cuba en busca de fortuna, y que, a su regreso se casó con Teresa, hija de unos prósperos campesinos. Cuando Vicente tenía solo 6 meses, su padre quiso volver a hacer las Américas y se instaló junto a su mujer y sus dos hijos en los campos de caña de azúcar cubanos.
Transcurridos cuatro años desde entonces, el padre enfermó de fiebres palúdicas y regresaron a España, instalándose en Gandía y abrieron una pensión cerca de la plaza de toros que se convirtió en un negocio próspero, pero un desafortunado incendio motivó que la familia lo perdiera todo, por lo que se trasladaron a Barcelona en busca de un futuro mejor. En esta capital abrieron una parada de frutas y se instalaron en un piso en uno de los barrios más antiguos de la ciudad, enfrente de la catedral, donde Vicente empezó a forjar su carácter.
Vicente era un niño alegre y juguetón que se pasaba el día en la calle y que se convirtió en uno de los líderes de las pandillas callejeras que se divertían jugando a las chapas, a la peonza, tocando los timbres de las puertas para salir corriendo o rompiendo farolas con tirachinas. Estudió en la Academia Fernández de la calle Princesa e ingresó como solista de la escolanía de la catedral de Barcelona gracias a un profesor, dueño de una escuela de música, que descubrió las dotes vocales del joven Vicente. Esto significó un gran cambio en su vida, dejando de lado el ambiente pandillero y se refugió en la religión, de forma que el libro “La historia del bien y el mal” le sedujo de tal manera que decidió encauzar su vida según sus enseñanzas. Se enfrascó en innumerables lecturas y se convirtió en un alumno brillante que sacaba matrícula en todas las asignaturas.
El estallido de la Guerra Civil no perjudicó a la familia Ferrer, que vivía desahogadamente con sus dos paradas de frutas en Barcelona, pero, ante el temor de los bombardeos, decidieron trasladarse a un pueblo de la costa. Allí se afilió al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) convirtiéndose en militante. Pero aquella vida pueblerina y feliz duró poco tiempo, ya que a los 16 años fue reclutado en las filas republicanas en la llamada “Quinta del Biberón”. Su conclusión, después de formar parte de esta quinta fue “Los héroes no se hacen en la guerra”.
Durante la guerra civil española participó en la batalla del Ebro (1938) y en la retirada del ejército republicano hacia Francia tras la caída del frente de Cataluña, siendo brevemente internado en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. No habiendo cometido delitos, optó por volver a España, siendo entregado por las autoridades francesas a las franquistas en Hendaya pasando un tiempo preso en el campo de concentración de Betanzos durante el año 1939. Fue finalmente liberado, pero tuvo que cumplir de nuevo el servicio militar.
Al licenciarse, después de siete años de movilización contando los años de la guerra, reclusión y nuevo servicio militar, empezó a manifestar sus anhelos más profundos: “Intuía que mi vida iba a seguir por nuevos derroteros. El heroísmo de los santos, mi lectura preferida, me mostraba el camino a seguir. Una y otra vez me repetía: Si san Francisco Javier ha hecho esto, si santo Domingo lo otro, si santa Teresa…. Es estas mismas islas yo también quiero acometer grandes y difíciles empresas, ser caballero de lo divino”.
Abandonó sus estudios de Derecho en 1944 e ingresó en la Compañía de Jesús, la más perseguida de la época, recogiéndose en el Monasterio de Veruela, donde empezó a estudiar griego, latín, filosofía y teología. A su regreso a Barcelona, visitó los barrios más pobres de la ciudad y empezó a ser consciente de las necesidades que vivían en ellos.
Influenciado por las lecturas de Gandhi y Kipling decidió obrar el bien en un lugar lejano y remoto, así que el 12 de febrero de 1952 puso rumbo a la India con el objetivo de completar su formación espiritual y terminar allí el noviciado y ordenarse sacerdote. Llegó a Mumbai y nada más pisar el país, exclamó: “Gracias, Señor, por otorgarme esta tierra de promisión, mi nueva patria”.
Su primer contacto con la India le marcó definitivamente y a partir de ese momento decidió dar solución a los problemas de los más necesitados, a los más pobres de ese país, dedicando a trabajar para erradicar su sufrimiento toda su vida. Desde su primer día en Bombay inició su particular batalla contra la pobreza y el dolor, visitando y cuidando a los más débiles e indefensos. Poco a poco, Vicente Ferrer fue desarrollando una filosofía centrada principalmente en la idea de que la vida, como acción, no está desprovista de un contenido espiritual, sino que es lo más espiritual que puede hacer una persona. En este sentido, fue creciendo en su interior la paradoja entre el hombre de oración y el hombre de acción, comprendiendo finalmente que ante la gran cantidad de miseria que le rodeaba debía dejar de lado los ejercicios religiosos y trabajar en construir un mundo mejor basándose en la acción buena, la única de la que consideraba que no se podía dudar.
En 1964 dejó la capital para trabajar de forma silenciosa con los parias o dalias (intocables) del Maharashtra, los más desheredados de la India según la religión hindú. Tras poner en marcha la iniciativa “El milagro de dar”, que consistía en otorgar un pequeño préstamo económico y asesoramiento técnico para obtener agua para los cultivos. Su labor despertó grandes simpatías entre los campesinos indios, pero no entre las clases dirigentes, económicas y políticas, que veían en su labor una amenaza y empezaron a rebelarse porque veían que, poco a poco, perdían el poder de explotación de los parias. Un artículo publicado sobre su labor, titulado “La revolución silenciosa” fue el detonante que llevó a las autoridades a emitir una orden para expulsarle del país el día 27 de abril de 1968. Esto generó una fuerte movilización con más de 30 000 campesinos que secundados por intelectuales y parte de la élite política y religiosa india, realizaron una marcha de 250 km, desde Manmad hasta Mumbai, para protestar por la orden de expulsión.
En estos momentos difíciles, el 27 de julio de 1968, concedió una entrevista a la periodista británica Anna Perry, que enseguida quedó embelesada por este hombre de apariencia débil pero fuerte en espíritu, y que tras la entrevista confesó: “Di por sentado que íbamos a estar juntos el resto de nuestra vida”. Pero este inicio de su historia de amor se vio interrumpida por el exilio de Vicente, que se despidió de sus seguidores con la frase: “Ya vuelvo, esperadme”. La entonces primera ministra de la India, Indira Gandhi, medió en el conflicto y redactó un telegrama que puso fin a la tensión y significó también un reconocimiento a la labor del misionero: «El padre Vicente Ferrer marchará al extranjero para unas cortas vacaciones y será bien recibido otra vez en la India».
Tres meses después, gracias al apoyo de Indira Gandhi, consiguió el visado de nuevo y se instaló en Anantapur (Andhra Pradesh), el único distrito que accedió a acogerle y una de las zonas más áridas y pobres de la India y en la que había gran escasez de agua y desertización, escuelas muy deficientes y una sanidad apenas existente.
A sus 50 años, acompañado por un reducido grupo de colaboradores, entre los que se encuentra Anne Perry, su futura esposa, vuelve casi de puntillas a un país que sentía como suyo. Con una humildad asombrosa en alguien que ya era mundialmente conocido como el santo de Manmad, vuelve a empezar desde cero. Una película española, apoyada por la Fundación Vicente Ferrer, y protagonizada por Imanol Arias se centra en los últimos treinta años de Vicente Ferrer. La historia comienza con su regreso a la India en 1969.
Vicente no se rindió y obró el milagro con la creación, junto con su esposa, de la organización Rural Development Trust (RDT, Fondo de Desarrollo Rural). También desde 1969 contó con su propia fundación, la Fundación Vicente Ferrer, a través de la cual organizó toda su actividad, centrada en los «descastados» (outcast) y en las aldeas tribales del distrito indio de Anantapur, a la que dedicó más de 40 años de su vida. Su trabajo de canalización y gestión rindió fruto: más de 5000 pozos, 420 embalses, tres hospitales generales, uno de VIH, un centro de control natal, 14 clínicas rurales, 1696 escuelas, unas 30000 viviendas y unos 8 millones de árboles plantados, entre los proyectos más representativos. Su trabajo, y el de las personas que le han ayudado, ha cambiado para bien la vida de dos millones y medio de personas.
La Compañía de Jesús estaba disgustada por el método que utilizaba Vicente en su trabajo, considerándole demasiado independiente, por lo que, tras varios conflictos de intereses, el “Father”, como le llamaban en la India, abandonó la orden en el año 1970 y unos meses más tarde se casó con la periodista Anne Perry con la que tuvo tres hijos: Tara, Moncho y Yamuna, que fueron educados como auténticos hindúes y que continúan su labor a través de la Fundación Vicente Ferrer, creada en 1996.
El 20 de marzo de 2009 fue ingresado de urgencia en el hospital de Anantapur, tras sufrir un accidente vascular cerebral, falleciendo en esta ciudad el día 19 de junio de 2009 a las 04:30 horas (23:00 GMT), a los 89 años de edad, debido a complicaciones respiratorias. El 1 de febrero de 2010, una plataforma independiente presentó en Oslo la candidatura de la Fundación Vicente Ferrer al Premio Nobel de la paz.
La Fundación Vicente Ferrer ha obtenido numerosos galardones entre los que, de España, podemos citar : Premio Príncipe de Asturias a la Concordia (1998), Creu de Sant Jordi de Cataluña (2000) o la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil (2014).
«Todo lo que te ocurre a ti, me ocurre a mí. No puedes mirar el sufrimiento de los otros sin sentirlo dentro de ti. Puedes mirar o no mirar, pero ese sufrimiento te duele a ti también, y cuando te das cuenta te sientes responsable. Y piensas, ¿qué puedo hacer?“ (Vicente Ferrer).
Jaime Mascaró