
La princesa Victoria Eugenia nació el 24 de octubre de 1887 en el castillo de Balmoral (Escocia). Era hija del príncipe Enrique de Battenberg y la princesa Beatriz de la Gran Bretaña y nieta de la reina Victoria de Inglaterra. Su madre se había comprometido con la reina Victoria a vivir con ella hasta su muerte tras aceptar aquella el matrimonio con Enrique. Cuentan sus biógrafos que la princesa Victoria Eugenia nació tras un parto difícil y casi estuvo a punto de morir al nacer. De carácter alegre y familiar vivió con su abuela la reina Victoria hasta los catorce años. Recibió una educación rígida, de alta escuela “eso hizo que resistiera lo que resistió” dijo su nuera Manuela Dampierre años mas tarde. Su querido padre Enrique falleció en enero de 1896 a bordo del vapor La Blonde, frente a las costas de Sierra Leona pues había pedido permiso a la reina Victoria para intervenir como oficial de la Marina Británica en la cuarta guerra anglo-asante en África Occidental. Nadie sabía entonces que la princesa que deslumbraba por su elegancia innata portaba entonces una enfermedad que iba a estigmatizar a la futura reina y a su descendencia heredera del trono de España.

Victoria Eugenia debía sus nombres a su abuela, la reina y a la emperatriz Eugenia de Montijo, su madrina de bautismo. El nombre de Ena era escocés y quería remarcar el hecho de que su nacimiento era el primero de carácter regio ocurrido en Escocia desde el de Carlos I en 1600. Muchas de sus cartas y telegramas los firmaba con su nombre escocés. Victoria Eugenia fue educada entre Balmoral, Windsor y Osborne a la antigua usanza, en un entorno de austeridad y disciplina y bajo la influencia de la reina Victoria, que no dejó nunca de recordar a sus nietos hasta que murió en 1901 que eran príncipes. Victoria Eugenia era, además la nieta pequeña de la reina y por ende su favorita de los 23 nietos que tenía. Aquella educación le forjaría un carácter particular y según parece chocaría con el carácter de Alfonso XIII; más espontáneo y popular. Ena era una joven que destacaba por su belleza cuando fue presentada en sociedad en 1905 en un baile en el Palacio de Kensington, al que asistió toda la familia real inglesa, sin saber entonces que un mes después conocería a su futuro marido Alfonso XIII en Londres.

A pesar de que ella sabía hablar español, la etiqueta exigía que se dirigiera a él en inglés. Él había acudido para que le presentaran a la princesa Patricia, candidata a futura reina, pero aquello no cuajó, pues ella estaba enamorada de un conde inglés. Ese mismo año Alfonso XIII sufrió un atentado en mayo en París al salir de una función de gala en el teatro de la ópera: un anarquista confundido entre la multitud arrojó una bomba al paso del vehículo. El rey y el presidente francés resultaron ilesos. Los anarquistas querían acabar con las monarquías asesinando a sus titulares con la intención de provocar el caos político y animar a la población a la revolución.

El noviazgo duró apenas un año. Cada semana desde que la conoció Alfonso XIII el 5 de diciembre de 1905 le mandaba una postal a la princesa, como era costumbre en la época, hasta que el 6 de enero de 1906 se celebró su compromiso en Biarritz en la Villa Mouriscot con la debida autorización del rey Eduardo VII, jefe de la Casa Real inglesa. Aquello causó sorpresa en España pues de todos era conocida la rivalidad entre ambas potencias y el matrimonio de Felipe II con María Tudor. “Me he comprometido con Ena. Abrazos. Alfonso” escribió a su madre. La reina María Cristina se mostró disconforme y él le replicó que se casaría por amor y no por razón de estado. La madre del rey mostró su desagrado con la elección, pues siempre quiso para él una princesa austríaca.

Ena tenía dieciocho años y quedó sorprendida de que el rey pusiera la mirada en ella entre tantas jóvenes que le habían sido presentadas en las cortes centroeuropeas. Aprendió nuestra lengua en pocos meses. Al poco del compromiso Ena estaba ya suficientemente advertida de los peligros que se cernían sobre los reyes, aunque no por ello fue un hecho que tuvo que aprender a superar con el tiempo. Menos le agradó a la madre del rey que fuera protestante y que en su familia padecieran hemofilia. Los padres de la princesa advirtieron antes de la boda del peligro de transmisión de la enfermedad, así como el ministro de asuntos exteriores inglés informó al marqués de Villa Urrutia. Alfonso XIII confió en la providencia y en la posibilidad de que esa enfermedad no llegara a transmitirse.

Ena abandona Inglaterra un 24 de mayo de 1906 e inicia su viaje a España, donde la recibe Alfonso XIII en la estación de Irún, junto con su madre la reina María Cristina, una persona un tanto fría y distante que actuó hasta su muerte siempre como consejera íntima del rey —recordemos que antes de casarse con Alfonso XII había salido de un convento en el que había estado retirada y dedicada al estudio en Praga—. Lo primero que hizo Ena fue el 5 de marzo de 1906 en la capilla privada del Palacio de Miramar —edificado sobre una colina que dominaba la Bahía de la Concha— convertirse de protestantismo al catolicismo. Aunque la ceremonia del Bautismo y la Confirmación fue de carácter íntimo y privado, sus biógrafos afirman que ella nunca iba a ser una persona profusamente religiosa y que tendía un velo sobre lo que había sido para ella un recuerdo desagradable. “Su cambio de fe se basó más en la necesidad que en la convicción, siempre siguió siendo más protestante en la manera de ver las cosas y nunca se libró de la sensación de haber traicionado la fe de su familia, de sus antepasados y amigos” según Gerard Noel. La dura prueba para ella fue abjurar de la fe de su infancia y en el futuro pensó que las tragedias que le acontecían eran fruto de su apostasía. Al día siguiente cuarenta bordadoras le están preparando su traje de novia de satén y revestido de plata con las flores de lis de los Borbones, pequeñas perlas y las rosas de Inglaterra con una cola de casi cuatro metros de largo.

La boda real se celebró en Madrid en una misa oficiada por el arzobispo de Toledo en la Iglesia de los Jerónimos el 31 de mayo de 1906. A pesar de que amaneció un día espléndido una bomba lanzada por Mateo Morral desde un balcón, situado en el tercer piso del número 88 de la Calle Mayor, en forma de bouquet de rosas pálidas vino a ensombrecer la comitiva y desató el pánico. El rey protegió a su esposa con su cuerpo, hizo descender a la reina abriendo la portezuela y la condujo a la carroza de respeto. Nadie supo como el mismo anarquista que lanzó la bomba desde un balcón a la calle tenía una acreditación de prensa en una de las tribunas de la Iglesia, que a ultima hora fue adjudicada al príncipe Alfonso María de 4 años de edad, hijo de doña Mercedes, hermana mayor del rey. Al parecer el propio Mateo Corral, el día previo al enlace, había estado lanzando unas naranjas a la calle para calcular el tiempo que tardaba y el lugar en el que caía el objeto lanzado desde el balcón de la pensión.

Por suerte para los reyes, en el momento en que pasaron por ahí la comitiva se había parado, por lo que en vez de parar en el centro del carruaje real lo hizo en a los pies de uno de los caballos. La pareja se dio cuenta al instante de lo que había sucedido. Tras subir al coche de respeto, pidieron informar cuanto antes a la reina Beatriz y a su madre de que estaban ilesos. Horas después los recién casados saldrían al balcón de Palacio Real cinco veces, para calmar al pueblo siendo recibidos con frenéticas manifestaciones de entusiasmo. No era la primera vez que el rey sufría un atentado. Tan solo una astilla del coche había golpeado el pecho del rey, protegido por una condecoración. El traje y los zapatos de la reina estaban manchado de sangre de las heridas de uno de los guardias que había muerto por la explosión. Tras el ágape suspendieron el baile, mientras el anarquista Mateo Morral escapaba de Madrid. Este había llegado a la capital procedente de Barcelona y se había hospedado en la Fonda Iberia en la calle Arenal, de ahí se trasladó a la casa de viajeros situada en la calle Mayor. Tras el atentado se dirigió a la redacción de El Motín y su director le consiguió alojamiento para esa noche. Cuentan que tras huir de Madrid y cuando estaba a punto de ser capturado en Torrejón de Ardoz por una patrulla rural de la Guardia Civil se suicidó pegándose un tiro con una Browning, tras disparar a los agentes.

Al día siguiente los recién contrayentes recorrieron la ciudad de Madrid en coche abierto, sin escolta de ninguna clase. Días tranquilos pasaron en el viaje de novios hospedados en el Palacio de La Granja de San Ildefonso, donde pasearon a caballo entre los montes de Valsaín y los pinares en los conocidos «Blases” —caballos muy resistentes y de poca talla—. como expertos jinetes y dada también la afición del rey por la escopeta y el tiro de pichón. Alfonso XIII era un verdadero sportman enamorado de los deportes de naturaleza como el golf, —el mismo diseñó el campo de golf en La Granja—, pero también le gustaba practicar el tenis como a su mujer y el automovilismo era otra de sus aficiones. Pero Victoria Eugenia a pesar de aquellas distracciones deportivas que compartía con el monarca —heredadas de la educación recibida de su padre— nunca pudo olvidar algunas de las horribles visiones que presenciaron sus ojos aquel día de inicio de su reinado. Cien personas habían resultado heridas y 24 mortalmente. En el transcurso de su reinado tres presidentes serían asesinados por anarquistas: Cánovas del Castillo (1897), José Canalejas (1912) y Eduardo Dato (1921). Este hecho afecto seriamente a Alfonso XIII preocupado por la estabilidad política española y el futuro de la nación. Sus viajes de aquellos años por los diversos lares de la península sirvieron para revalidar la capacidad de la Monarquía para representar a la nación española y los simbolismos regionales.

Tras el incendió del palacio de La Granja en invierno de 1918 los reyes deciden cambiar su veraneo al Norte, concretamente a Santander y San Sebastián —ciudad predilecta de María Cristina— donde el rey podía seguir practicando sus diversas aficiones. Victoria Eugenia adquirió la moda del traje de baño de cuerpo entero con las piernas al descubierto, algo indecoroso y moderno para la época, con el que no dudaba en lanzarse a los famosos baños de ola en la playa del Sardinero. Victoria Eugenia fue una mujer moderna y sirvió de inspiración para la moda madrileña por sus atuendos. Como particularidad decir que detestaba las corridas de toros y que utilizaba prismáticos para no ver lo que sucedía y disimular. Aquello pudo interferir en que no era una reina del todo popular, a la cual “Se admiraba por su belleza, pero se la criticaba por su frialdad”.

Inés Ceballos
