Hoy hace 121 años de una triste efeméride: el 15 de febrero de 1898, sobre las 21:40 horas locales en el muy español puerto de La Habana, el buque de guerra USS Maine volaba por los aires. Fue una deflagración tan impresionante que las crónicas cuentan que sacó buena parte del buque del agua, hundiéndose enseguida en la misma rada del puerto, apenas a diez de metros de sonda.
Con esa excusa Estados Unidos nos declaró la guerra y perdimos nuestros queridos territorios de ultramar: Cuba, Puerto Rico, Filipinas, etc.
Semanas antes el Maine recalaba en La Habana. Los despachos de la época lo definían como “visita de rutina”. Más bien era estrategia pues la opinión pública en Estados Unidos estaba por intervenir militarmente en Cuba.
La prensa amarilla nos acusó a los españoles: «Destrucción del Maine provocada por el enemigo» titularon, vapuleando ya desde hacía tiempo la política española en la isla. Destacó en ello un periodista y editor, cuyo famoso premio lleva su nombre: Joseph Pulitzer. En su periódico World llegó a escribir “los marinos españoles brindaron tras la explosión”, una mentira de gran mezquindad pues las dotaciones de los buques de nuestra Armada se desvivieron por ayudar a los supervivientes, haciéndolo sin descanso durante toda aquella aciaga noche.
Estados Unidos creó una Comisión para investigar lo ocurrido, dando el gobierno español todas las facilidades y solicitando formar parte de la misma, lo que fue rechazado con el peregrino argumento de que el pecio, aunque hundido en aguas españolas, formaba parte del territorio norteamericano (sic).
España quería demostrar su absoluta inocencia, sabedores de los riesgos de la guerra. Además el gobierno estaba gestionando la concesión del estatus de autonomía a Cuba, con lo que se esperaba resolver el conflicto interno en breve plazo.
Nuestra Armada no se quedó de brazos cruzados. El entonces jefe del Apostadero de La Habana (almirante Manterola) decidió realizar una investigación y un informe propios, tareas encomendadas al Capitán de Navío D. Pedro del Peral, asistido por el entonces Teniente de Navío D. Francisco Javier de Salas. Los americanos imposibilitaron el acceso de los españoles al buque. Los restos no sumergidos y la inspección en sumersión por los buzos españoles tuvieron que hacerse a la mínima distancia que permitieron.
La US Navy concluyó que sólo la explosión de una mina situada debajo del buque podía haber provocado la explosión, informe que remitieron al Congreso de los Estados Unidos, detonando la declaración de guerra contra España. «¡Recordad el Maine! y ¡Al infierno con España!” fueron las proclamas que acompañaron la declaración de guerra.
El informe español exponía lo contrario: no había indicio alguno de una explosión exterior. A los criterios técnicos que avalaban esa tesis, se añadieron dos argumentos evidentes: los buques españoles fondeados en la misma rada no habían sufrido ningún daño, participando además denodadamente en las tareas de socorro. Por otro lado un dato anecdótico, pero esclarecedor: de haber sido por explosión exterior hubieran aflorado centenares de peces muertos, sin que tal cosa sucediera.
El comandante del Maine reconoció que seguramente la explosión había sido interna (así se lo dijo al Capitán General de Cuba, General Blanco) y aunque negó siempre cualquier responsabilidad, en su declaración ante el tribunal de la US Navy explicó que había descuidado las medidas de seguridad a bordo. El cónsul americano también opinó igual, explicando que se estaban preparando ejercicios con torpedos para el día siguiente. Ambos se retractarían después.
España intentó conseguir el apoyo de las otras potencias europeas, sin éxito. También intentó convencer a los políticos estadounidenses, pero tampoco sirvió de nada. La guerra estaba lanzada.
Mientras esto ocurría, la diplomacia norteamericana intentaba comprar Cuba a España, igual que en 1821 con La Florida. Pero en España Cuba era considerada una parte esencial de su territorio. Lo que no consiguieron con dinero, lo consiguieron al final con las armas y con el engaño.
Técnicos de la Navy mantuvieron sus dudas respecto del primer informe, creando tiempo después una nueva Comisión de Investigación, cuyo informe invalidaba muchas de las conclusiones del primero, pero el tema no fue más allá. En 1911 Estados Unidos decidió sacar del fondo los restos del Maine construyendo un encofrado y vaciándolo de agua. El pecio fue examinado detalladamente. Increíblemente este informe fue impreciso, sin aportar nada sobre las causas del hundimiento. Terminados aquellos trabajos decidieron remolcar los restos a alta mar y los dinamitaron, hundiéndolos.
La duda sobre la primera versión americana siguió planeando durante décadas y en 1975 un equipo capitaneado por el almirante Hyman Rickover volvió a estudiar el asunto. Su conclusión: la explosión había sido interna y con toda probabilidad los oficiales no habían actuado con las debidas cautelas.
En fecha más reciente el canal National Geographic hizo un documental al respecto, que se decantaba claramente por las conclusiones más solventes: se trató de una explosión interna y fortuita, de un accidente.
La guerra hispano-estadounidense fue producto de unas fuentes de información engañosas, sumadas a una evidente ansia intervencionista. España contestó a esas amenazas con mucha buena fe y buena voluntad, esperando el apoyo del resto de Europa y con una propuesta de concesión de estatus de autonomía como remedio a ese gran problema interno. “Fake news”, estatus de autonomía, buena fe, buena voluntad, falta de apoyo de nuestros aliados europeos.. ¿les suena? Pues no hablamos de 2019, era en 1898. Y es que todo cambia para que todo siga igual.
En España hemos de tomar clara conciencia de todo esto y conseguir que nuestro Gobierno sea capaz de reivindicar que este hecho, que tanto daño nos hizo, sea expresamente reconocido por nuestro hoy aliado como lo que fue: un triste accidente. A partir de ahí recuperaremos por lo menos nuestra honra. Y luego, todo lo demás. Quede dicho.
Antonio Deudero