Recorrer la historia de España es encontrarse con personajes reales de gran calado, que dedicaron su vida al engrandecimiento de la monarquía. Hombres en mayor medida, pero también mujeres algunas de las cuales ya han sido objeto de nuestra atención, como Doña Urraca, reina de Castilla y León, y especialmente Isabel la Católica, de inmensa trascendencia en nuestra historia. Otra Isabel ocupó su trono, a los pocos años, Isabel de Portugal, merced a su matrimonio con Carlos I, nieto de la Católica, y por lo tanto primo de su futura esposa, la Infanta de Portugal, hija de María de Aragón y el rey Manuel I de Portugal.
Isabel, mujer de gran belleza, reflejada en los cuadros de Tiziano o Leoni, contrajo matrimonio con el futuro Emperador del Sacro Imperio Romano, Carlos V, merced a un acuerdo entre los Reinos de España y Portugal. Mientras el sucesor de Manuel I, su hijo Juan III el Piadoso, se casó con Catalina de Austria, hermana de Carlos, el 11 de marzo de 1526, Isabel contrajo matrimonio con Carlos, en los Reales Alcázares de Sevilla. La contrayente tenía 22 años y el rey Carlos 26. Fue un matrimonio que perduró durante trece años. Erróneamente puede dar la impresión de un casamiento por razón de Estado, por las circunstancias políticas y por las condiciones económicas muy beneficiosas para la monarquía española, perceptora de una cuantiosa dote, 900.000 doblas de oro. Mientras Isabel, recibía todas las rentas del señorío de la ciudad de Alcaraz de La Mancha y la cercana villa de Albacete, así como en calidad de arras 300.000 doblas. De ahí que, actualmente en esa villa figure una estatua con el lema «Isabel Señora de Albacete».
Sin embargo, a pesar de las tales circunstancias políticas y económicas, puede concluirse que fue un matrimonio feliz. Ambos contrayentes estaban profundamente enamorados y se compenetraban perfectamente, tanto a nivel personal como a nivel político. Carlos llegó a permanecer fuera de la corte española por largas temporadas, incluso años, específicamente 1529-1532, 1535-1536 y 1538-1539. Durante tales periodos, Isabel tomó la responsabilidad de la gobernación de España y de todos sus territorios de ultramar. Esas labores no solamente tuvieron el reconocimiento y la confianza del Rey, sino también su fidelidad a la esposa. Carlos, aparte de su hijo Felipe II, su sucesor, tuvo otros hijos, don Juan de Austria, en concreto, pero durante su soltería y en su viudez, no contrayendo matrimonio con posterioridad al fallecimiento de la reina Isabel. Tanto fue así que el embajador Martín de Salinas escribía el 19 de agosto de 1527, hallándose la corte en Valladolid que “son los dos mejores casados que yo sepa de este mundo. Plegue a Nuestro Señor conservarlos siempre así”.
Seguramente, con independencia de ese enamoramiento, la sintonía entre ambos personajes fue perfecta. Carlos se admiraba de la asimilación por parte de su esposa, haciendo como propias, las cuestiones y las propuestas subsiguientes. Isabel, consciente de la necesidad de las ausencias por parte de su marido, tomaba nota de todos y cada uno de los asuntos que llevaba el emperador y que ella tendría que dirigir durante su soledad. Así Sevilla, Granada, Toledo, Valladolid, Palencia, Burgos y Madrid, fueron ciudades que recibieron la visita de la Emperatriz, interesándose por sus problemas, sus necesidades, sus personajes relevantes. Su estancia en todas esas ciudades fue aprovechada para tomar el pulso a la sociedad y para conocer a las personas más relevantes e influyentes, entre ellos Álvaro de Bazán, llegando a ser nombrada por Carlos como “lugarteniente general y gobernadora».
Un detalle llamativo de la relación personal entre ambos cónyuges es el interés de Isabel en ubicar la corte en la ciudad de Granada, que contempló la luna de miel de los jóvenes esposos. Isabel consideraba que estaba en la ciudad ideal y pidió a Carlos que fuera una sede permanente de la corte, así que se decidió la edificación de un palacio dentro de la Alhambra, que sería encargado a Pedro Machuca. Se iniciaron las obras de lo que actualmente se conoce como el Palacio de Carlos I, pero que estaba sin concluir a su muerte. Los avatares con el rey francés, Francisco I, las reyertas por el Milanesado, por su elección como Emperador del Sacro Imperio Romano, junto con las batallas contra el turco, ocuparon demasiado tiempo al Emperador para atender la finalización de esa obra.
Carlos, al parecer, se asombraba de la capacidad de Isabel para asimilar cuestiones complejas y sus propuestas. Todo lo hacía con control absoluto, sin perder los nervios, estando a la altura de lo que se esperaba de ella. La complicada política europea y su irrefrenable deseo de solucionar en persona los asuntos extra peninsulares iban a obligar a Carlos a abandonar Castilla muy pronto y necesitaba que la emperatriz estuviera preparada al máximo para afrontar la situación. Según pasaba el tiempo, la sintonía entre Carlos e Isabel parecía perfecta. Dejando atrás los felices meses andaluces, la pareja imperial seguía su particular luna de miel con la alegría de compartir los saludables primeros momentos de la vida de Felipe.
En Sevilla, en Granada y en las ciudades castellanas Toledo, Valladolid, Palencia, Burgos y Madrid, la emperatriz había empezado a tomar nota de todos y cada uno de los asuntos que llevaba el emperador y que ella tendría que dirigir en sus ausencias. Su estancia en todas estas ciudades fue aprovechada para tomar el pulso a la sociedad y para conocer a las personas más relevantes e influyentes, llegando a ser nombrada por Carlos como “lugarteniente general y gobernadora«.
La preocupación de la Emperatriz por cuanto acontecía en las tierras americanas fue constante. Tanto desde la perspectiva de los derechos de los indígenas como por la instrucción y respeto a sus personas y costumbres. Incluso costeó a sus expensas el establecimiento de escuelas, hospitales y casas de asistencia a las mujeres indígenas, entre tales labores la llevada a cabo por Beatriz de Bustamante.
A pesar de las largas ausencias del Emperador, el matrimonio tuvo cinco hijos, más dos abortos, siendo el mayor, el futuro Felipe II de España, único varón superviviente, con un parto tan difícil que, aun trascurrido un mes desde él, la Emperatriz permanecía en el palacio de Valladolid. Los otros fueron, María, esposa de Maximiliano de Habsburgo, Juana, casada con Juan Manuel de Portugal, Juan y Fernando fallecidos ambos a corta edad.
Isabel blanca, delgada, frágil, bella, padecía de episodios de fiebres tercianas constantes, hasta convertirse en crónicas. Se trataría, según expertos, de malaria o paludismo, con una anemia aguda incorporada. Isabel, embarazada de tres meses, habitando el palacio de Fuensalida, en Toledo, sufre un ataque, para sus médicos, habitual. El Emperador, en Aranjuez, de caza, el 28 de abril de 1539, recibe una tranquilizadora misiva de los médicos A la cual sigue otra, el 30 del mismo mes, conteniendo el anuncio de «no cesaremos ahora de tener gran vigilancia, así en lo que toca a la disposición de las calenturas pasadas, como a la conservación de lo que está en el vientre», lo cual indica que todavía no había abortado. Hecho que aconteció a las pocas horas, durante las cuales la Emperatriz modificó su testamento, al tiempo que solicitaba que no fuese embalsamada. De ahí la prisa con la cual se trasladó su cuerpo a Granada, donde se produjo el acontecimiento que tanto afectó al futuro san Francisco de Borja.
oEnterrada en Granada y trasladados sus restos años después a El Escorial, Isabel fue una reina hermosa, culta y piadosa. Su esposo quedó desolado por la pérdida de su esposa a la que amó y respetó desde el primer día, aunque, por razones de gobierno, de Estado y de defensa de la España imperial, mantuvo en largos y constantes periodos de ausencia. Ausencias que, sin duda, debieron ocasionar momentos de infelicidad, pero que, en modo alguno, disminuyeron la admiración hacia su amado esposo.
Francisco Gilet.
Bibliografía
Isabel y Carlos V, amor y gobierno en la corte española. Alfredo Alvar Ezquerra.
La emperatriz. Alvar Ezquerra, Alfredo (2012).
Carlos V y la emperatriz Isabel Piqueras Villadea, M. I.