Fernando VI, un rey con Ministros

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Tratar, aunque sea someramente, la figura del rey Fernando VI, hijo de Felipe V y de su primera esposa, María Luisa de Saboya, es adentrarse en un tiempo y un mundo de difícil entendimiento popular. Fernando VI no estaba llamado a ser rey.  Por nacimiento no le correspondía asumir la corona española, teniendo por delante a sus hermanos Luis y Felipe Pedro, fallecido éste a los seis años del nacimiento de Fernando, es decir, en 1720. Mientras, Luis, por la abdicación de su padre, asumió la corona, aunque solamente durante 229 días, convertido en el reinado más efímero de la historia de la monarquía española. Reincorporado al trono el abdicado Felipe V, por obra y arte de su segunda esposa, Isabel de Farnesio, Fernando se convirtió en príncipe de Asturias, estatus que mantuvo durante 22 años, junto con su esposa, la portuguesa Bárbara de Braganza, mujer de escasa, por no decir, nula belleza, pero de la cual estaba locamente enamorado. Tanto era cierto tal fealdad  que el embajador español en Lisboa no se atrevió a esconder la verdad, mencionando que; “Ha quedado muy mal tratada después de las viruelas y tanto que afirman haber dicho su padre ― Víctor Amadeo II de Saboya ― que sólo sentía hubiese de salir del reino cosa tan fea”.

Un hombre, Fernando, que, sin duda, no gozaba de un gran talento, pero que, sí estaba adornado de unas cualidades que le podían convertir en un buen monarca, resaltando su rectitud de intención, de sentido de la dignidad, de la facultad de saber elegir a sus directos colaboradores. Seguramente cabría decir que Fernando VI no tuvo política personal, pero sí la tuvo por medio de sus Secretarios, el marqués de la Ensenada, José de Carvajal, e incluso su confesor el jesuita Francisco Rávago. Sin olvidar al inglés Ricardo Wall y Devreaux, junto con hombres de la calidad humana como el sabio y marino Jorge Juan.

Con un enamoramiento extraño entre esposos que no habían elegido su consorte, sino que habían matrimoniada a la conveniencia política, la enfermedad de su esposa a finales de 1757 afectó sobremanera a Fernando. El cáncer de útero progresó indefectiblemente, entre dolorosos sufrimientos de la reina, la cual, se esforzó en acudir a la ópera un 30 de mayo, onomástica del monarca. Fue el 27 de agosto de 1758, cuando Bárbara de Braganza, la esposa odiada por Isabel de Farnesio a la cual visitaba con gran esfuerzo en su obligado retiro en la Granja de san Ildefonso, falleció en el Real Sitio de Aranjuez.

Fernando VI mantuvo cierta serenidad, cumpliendo con todo el protocolo funerario, hasta depositar el cadáver de su amada esposa en el Convento de las Salesas, construido por orden expresa de la reina para retirarse en él si acaso quedaba viuda. Sin embargo, por consejo de su mayordomo, el duque de Alba, a continuación, salió precipitadamente hacia el castillo de Villaviciosa de Odón, lugar que nunca había pisado su difunta Bárbara de Braganza. A partir de tales acontecimientos comenzó el verdadero declive del Rey. Recibidos multitud de pésames, incluido el del castrato Farinelli, a mediados de septiembre, decidió no levantarse de la cama, vieja costumbre que en ocasiones le asaltaba. Sin afeitarse, sin cortarse el pelo, desangelado, enflaquecido, dejó de recibir a sus ministros, incluido Wall, dejándose llevar no se sabe si tanto de su congoja como de su demencia. El simple anuncio de un posible segundo matrimonio, dada la esterilidad del primero, agravó todavía más su estado mental, quizás recordando los dicterios de mofa como el del embajador francés conde de La Mark; “este príncipe tiene mucho fuego, pero no produce llamas”.

Todo estaba paralizado, aunque el 10 de diciembre de 1758 todavía pudo dictar su testamento, simplemente sellado, sin su firma, según se refleja en el documento; “por no permitirlo el estado de mi enfermedad”. Fernando VI entró en la agonía final el 8 de agosto. El 9 quedó paralizado, “privado de sentido y movimiento, como los apopléticos” y llegó al fin el estertor de la muerte que sobrevino en la madrugada del 10 de agosto de 1759. El Rey moría solo, sin familia ni amigos, con su hermanastro Luis en la Granja de san Ildefonso y su heredero, Carlos, en Nápoles, inquieto ante la situación política que se vivía en España y en toda Europa.

Con su muerte quedaron atrás, para el recuerdo, los momentos vividos con el confesor Rávago, del cual recibió múltiples consejos, junto con los del marqués de la Ensenada. Y con ellos la firma de decretos de la Única Contribución, las Ordenanzas de Marina, la abolición de las rentas provinciales, la creación del Giro Real, la reducción de los juros, la fundación de un banco de pagos en el exterior que permitió ahorrar muchos dineros a la Hacienda pública, la reforma de las Casas Reales, provocadora del resentimiento de la nobleza y de su encono contra su promotor, el marqués de la Ensenada. A todo ello habría que añadir su asistencia a las grandes obras que sus ministros, Ensenada, Carvajal, Wall, habían promovido. Las del puerto de Guadarrama, la creación de la Academia de Bellas Artes, el nombramiento de las Reales Fábricas de Santa Bárbara o de San Fernando, en Ezcaray y Guadalajara, respectivamente. Todo ello lo celebraba Fernando VI con gran regocijo, como también la edición de obras literarias como las Cartas Eruditas del padre Feijoo o la España Sagrada del padre Flórez. Así pudo leer con satisfacción en la dedicatoria a él dirigida; “Las Artes y Letras pueden conquistar dentro de un Reino tanto como fuera las Armas, y acaso con más utilidad, más seguridad y menores dispendios”.

En cierta ocasión, felicitado por un hecho, dijo; “Algo tenía que hacer bien”. Mientras que, cuando tañían las campanas de Villaviciosa, rogando por su recuperación, según le explicaba el conde de Fernán Núñez, su respuesta fue más explícita; “Sí, sí, por mi salud… Tañen por el feliz viaje de mi hermano Carlos”.   Efectivamente, Carlos, preparaba el viaje desde Nápoles a España.

Ello acontecía, con gran regocijo de su madre Isabel de Farnesio, mientras el cadáver de Fernando VI, revestido con traje de lujo, era llevado a Madrid, a las Salesas, junto al cuerpo de la que fue su mujer. Pero no fue hasta 1765 en que pudo descansar definitivamente en el espléndido sepulcro diseñado por Sabatini. En él, Carlos III mando grabar, en latín, una leyenda, un epitafio sumamente expresivo, al tiempo que hacía justicia a su predecesor; “murió sin hijos, pero con una numerosa prole de virtudes patrias”.

La personalidad de Fernando VI hace que su reinado sea complejo de juzgar. Así Menéndez Pelayo llegó a proclamar; “No hay parte de nuestra historia, desde el siglo XVI acá, más oscura que el reinado de Fernando VI”. Empero, en la actualidad, cada vez son más los historiadores que hacen referencia al reinado de Fernando VI, como un periodo en el cual se fijó el buen rumbo de la España del siglo XVIII. Se habla de haber convertido la España tradicional en la “España discreta”, alejada ya del papel imperial para preocuparse del crecimiento interior, de su desarrollo económico y del alcance de su modernización merced a la obra de sus ministros, en especial el marqués de la Ensenada, proscrito por la mayor de las “virtudes” del español, la envidia.

Sin duda alguna, el reinado de Fernando y de Bárbara, nunca será calificado como de trascendencia histórica, sin embargo, en gran medida siguió los pasos de su padre, Felipe V y sus “Secretarios de despacho”, dejando que fuesen sus ministros los que gobernasen y dirigiesen realmente a la nación. Su amor y entrega a la idea de la paz, su empeño en mantenerla fue sumamente beneficioso para el pueblo español, en todos los ámbitos de la vida de sus súbditos. No es osado referirse a Fernando VI como un rey que estableció una fórmula distinta de monarquía, la del “rey con los ministros” y que, en alguna medida, abrió las puertas a un monarca, Carlos III, que venía adornado por sus logros en Nápoles y el entusiástico aplauso de la incombustible Isabel de Farnesio, que, por fin, lograba colocar a su hijo “Carlet” en el trono de España, para dejar entrar en sus pasillos cortesanos el “Despotismo ilustrado”, que de tanto reconocimiento viene gozando en nuestra historia.

Francisco Gilet

Bibliografía.

 La diplomacia de Fernando VI. Correspondencia reservada entre don José de Carvajal y el Duque de Huéscar, 1746-1749

F. Aguilar Piñal, “Sobre política cultural de Fernando VI”

P. Voltes, La vida y la época de Fernando VI, Estudios españoles del siglo XVIII. Fernando VI y doña Bárbara de Braganza

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