Catalina de Aragón es uno de estos personajes fascinantes que ha producido la historia de España. Solo como muestra, un botón. No hay muchos personajes no nacidos en las islas británicas, que puedan vanagloriarse de la celebración de festividades en su honor y sin embargo este es el caso de nuestra Catalina. Cada año, a finales de enero, en la ciudad inglesa de Peterborough, niñas vestidas como en el siglo XVI, ofrecen flores y granadas en su tumba que se adorna con una gran inscripción “KATHARINE QUEEN OF ENGLAND” en grandes caracteres dorados.
Hija de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, nació en Alcalá de Henares y allí vivió hasta los siete años, cuando se trasladó con sus padres a Santa Fe, durante el sitio de Granada. No se movió de ahí hasta los quince años, cuando se embarcó rumbo a Inglaterra, de donde nunca volvió. El hecho que sus adolescencia pasara en la ciudad de Granada, la marcó profundamente, y es el motivo por el cual en su escudo apareciera este fruto y por el cual cientos de años más tarde, unos niños depositen frutos del granado en su tumba.
Con solo cuatro años, fue comprometida con el príncipe Arturo de Gales, primogénito de Enrique VII de Inglaterra, en el Tratado de Medina del Campo. Era normal en aquellos tiempos y fue normal en la política de todos los gobiernos europeo de entonces. Debido al futuro que le esperaba, su educación fue esmerada. Escribía en latín y tenia amplios conocimientos de política y humanidades.
En 1501, se decidió que era momento de consumar el matrimonio y se trasladó a Inglaterra. Todo transcurrió normalmente, matrimonio incluido, cuando su marido murió repentinamente de una de aquellas epidemias renacentistas de las cuales quedan pocos registros y menos identificaciones científicas.
Viuda en un país extranjero, no lo tenía fácil, aunque su madre fuera reina de Castilla, uno de los más prestigiosos reinos de la época. Había un problema de una dote a medio pagar y el rey de Inglaterra, Enrique VII, hizo lo posible para bloquearla. Finalmente se encontró la solución. Casarla con su otro hijo, pero el problema no acababa de solucionarse, y el tiempo iba pasando. Para protegerla, Isabel la Católica la nombró en 1507, embajadora española en Inglaterra, siendo la primera mujer embajadora de la historia europea. Al principio, el inglés Enrique VII y sus consejeros se las prometieron muy felices, esperando que Catalina fuera fácil de manipular, ella les mostró que estaban equivocados. Como escribió en sus cartas y que han llegado hasta nosotros, no era ni tonta ni influenciable.
Finalmente, Enrique VII murió. Su sucesor conocía a Catalina y apreciaba sus cualidades y físico. Decidió esposarla rápidamente. Tan solo dos meses después de la muerte del viejo rey, el 11 de junio de 1509, Catalina se convirtió en la esposa de Enrique VIII. Si. El de las ocho esposas.
Todos sabemos la historia de Ana Bolena y de las sucesivas mujeres. Lo que es menos sabido es que entre el matrimonio y los primeros escarceos serios con Ana, en 1525, pasaron 16 años durante los cuales, Catalina actúa no como sumisa esposa, si no como estadista, contribuyó eficazmente en que Inglaterra no se aliara con Francia, e incluso como jefe de gobierno en ausencia de su marido, organizó la defensa del país frente a un ataque de los escoceses.
Le quedó tiempo para organizar tareas sociales y de protección a las clases humildes. Financió obras literarias, que proclamaban la necesidad de ampliar la educación de forma sistemática a las mujeres. Pocas, en su tiempo, tuvieron la suerte de recibir una esmerada educación y ella era consciente de ello. En suma fue muy querida por su pueblo y cuando Enrique VIII se divorció de ella, continuó teniendo un enorme soporte local.
Dicho soporte y recuerdo, tiene todavía eco, 500 años mas tarde en un pequeño pueblo inglés, donde unas niñas ofrecen granadas sobre una vieja tumba.
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Manuel de Francisco Fabre