La historia contemplada con cierta perspectiva nos ofrece acontecimientos que se ven entrelazados con cierta sorpresa, tanto por los mismos hechos como por sus personajes. Y esta Liga de Cognac pudiera ser considerado un buen ejemplo.
Todo comenzó con el fracaso que para Francisco I de Francia significó su derrota en Pavía. Ante el gran poder acumulado por Carlos I de España y V de Alemania, el papa Clemente VII, sintiéndose amenazado en sus territorios, auspició una alianza entre Francia, Venecia, Florencia y el duque de Milán, aunque destronado, Francisco de Sforza, la cual contó con la presencia, posteriormente, de la Inglaterra de Enrique VIII, alianza que adoptó el nombre de Liga de Cognac. El empeño de dicha Liga no era otro sino oponerse a la potencia española representada por el futuro emperador Carlos, en su deseo de defender a Occidente del empuje otomano de Solimán el Magnifico.
En este punto, nos hallamos con el primer hecho llamativo; una Liga promovida por el papa Clemente, vio como Francia, en completa desventaja ante España, buscó y halló alianza con el otomano Solimán, el cual, saliendo de Constantinopla atacó Hungría para derrotar en Mohács al rey húngaro Luis II, cuñado de Carlos por matrimonio con su hermana Maria, el cual falleció en dicho enfrentamiento. Con tal victoria, Solimán y sus tropas se hallaban a las puertas de Viena.
Mientras el futuro emperador español buscaba alianzas en toda la cristiandad para derrotar a los turcos, dueños del este y centro de Europa, Francisco I apoyaba al turco, ante la mirada de quién se suponía era el primer interesado en salvaguardar tanto a Europa como al cristianismo aposentado en ella, es decir, el papa Clemente VII. La Liga de Coñac había formado un ejército de más de 24.000 hombres, entre papales, venecianos, franceses y mercenarios suizos, casi siempre presentes en las contiendas de aquellos años. Su intento de mantener la Lombardía fue imposible, ante la llegada de las tropas imperiales al mando de Carlos de Borbón, duque de Borbón y Condestable de Francia, enemistado con el rey francés, con la presencia de los piqueros llegados desde Alemania, comandados por Jorge Frundsberg, que logró la proeza de hacerles cruzar los Alpes en pleno mes de Noviembre. Escaso de fondos reales, Frundsberg, aportó de su propio pecunio para integrar un grupo importante de lansquenetes, llegando a reunir en menos de un mes a 12.000 soldados, a los que hay que añadir 9.000 veteranos españoles, 6.000 italianos y 5.000 suizos. Tal ejército lograría expulsar a los franceses de Milán, dejando toda la Lombardía en poder de Carlos I.
El objetivo siguiente para ese ejército, no era otra que el promotor de la Liga, el papa Clemente. A tal fin fueron desplazándose hacia el sur, hacia Roma. Un detalle a tener en cuenta es que, Frundsberg y sus soldados alemanes, eran casi todos luteranos. A esos 10.000 soldados los acompañaron 6.000 españoles y 4.000 italianos. Y llegamos al 6 de mayo de 1527 cuando las tropas imperiales entran en Roma, asaltándola y obligando al líder de la Liga Clementina a refugiarse en el castillo de Sant’Angelo. Fueron nueve los meses en los cuales se produjo el saqueo de Roma y el encierro de Clemente VII en el famoso castillo.
Cuando el inicio del ataque a las murallas romanas, el duque de Borbón , fue mortalmente herido en el muslo por una bala de arcabuz, disparo que el artista italiano Benvenuto Cellini se atribuyó. El Duque era el mando de mayor prestigio entre la tropa, la cual estaba sumamente quejosa por la falta de pago de la soldada desde hacia semanas. Sin el liderazgo del duque, se inició la destrucción de bienes y saqueo de todo objeto precioso en iglesias y monasterios romanos, además de palacios de prelados y cardenales. Incluso los cardenales proimperialistas tuvieron que pagar para proteger sus riquezas de los victoriosos soldados asaltantes.
El 6 de junio, Clemente VII se rindió, con el pago de 400.000 ducados como precio de su vida, incluyendo a su capitulación la entrega de Parma, Plasencia, Civitavechia y Módena al rey Carlos I. Todo ello implicaba, además, el abandono de la Liga de Cognac, firmando la paz el 29 de junio de 1529 en el Tratado de Barcelona. En alguna medida, Carlos I, indignado por la conducta de sus tropas, se sentía en deuda con el Papa, al cual le pidió disculpas e incluso llevó luto durante meses por el saco de Roma. Aunque también es preciso aludir al hecho de que Clemente VII rehuyó el resto de su papado de cualquier enfrentamiento con el emperador, como fue la denegación de la nulidad del matrimonio de Enrique VIII de Inglaterra con Catalina, tia de Carlos I.
Mientras el Tratado entraba en vigor, Andrea Doria había salido de Nápoles con el alcanzado objetivo de expulsar a los franceses de su ciudad natal, Génova. Pero no solamente cabe aludir a tal hecho, tan aclamado por sus conciudadanos que le dieron el titulo de Padre de la Patria, sino que, además, consiguió aunar a las familias rivales de la ciudad, a fin de alcanzar un gobierno provechoso para los genoveses. Esa gesta, una más de Andrea Doria, le fue reconocida por el emperador Carlos concediéndole numerosos títulos, entre ellos el preciado Toisón de Oro. A tal éxito se añadió el 21 de junio la derrota de las tropas francesas del duque de Saint Pol, ante el ejercito del veterano Leyva, con lo cual toda Italia quedaba libre de soldados franceses.
Regresando al año 1527, en él se había proclamado la República en Florencia, miembro de la Liga de Cognac, derrocando a los Medici. Con el fiasco de los franceses en Landriano, el fracaso del asedio de Nápoles, la pérdida de Génova, el desastre de la Liga empezaba a ser definitivo. Volviendo a Florencia y avanzando de nuevo hasta 1529, específicamente en noviembre, Filberto de Chalon, Principe de Orange, Virrey de Nápoles, inició el asedio de dicha ciudad con un poderoso ejército imperial. Un asedio que duraría hasta agosto de 1530, cuando la decisiva batalla de Gavinana que provocó la rendición de la ciudad y el retorno de los Medici al gobierno de Florencia, cual se había pactado. Ello significó la recuperación de ciudad toscana para los Medici, en la figura de Alejando, apodado el Moro. Como igualmente habia sucedido a Sforza con el ducado de Milán.
La derrota de Francia y su soledad dentro de la nefasta Liga de Cognac, era sumamente evidente. Si en julio de 1529 se había firmado el tratado de Barcelona, en agosto del mismo año, se firmó la Paz de Cambrai, también conocida como la Paz de las Damas. Tales eran, Luisa de Saboya, madre de Francisco I, y Margarita de Austria, tía del emperador Carlos. Significaba el final de la guerra iniciada con la Liga de Cognac, de infausto recuerdo para Clemente VII, asi como el compromiso de abandono de las pretensiones del monarca francés sobre Italia y específicamente el Milanesado, mientras que Carlos I renunciaba a sus derechos sobre el ducado de Borgoña, con harto dolor por considerarla su casa, y la Baja Navarra. Otro punto convenido fue el rescate de los hijos de Francisco I, rehenes de Carlos I, aunque, previo pago de dos millones de escudos junto con la obligación para el francés de correr con los gastos de la coronación en Bolonia de Carlos como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Coronación que llevó a cabo el papa Clemente VII en dicha ciudad.
Así pues, el coste que para Francisco I significó la creación de la Liga no puede decirse que fuese escaso, ni por los fracasos ni por sus dolorosos enfrentamientos ni por su final. Sin embargo, el pertinaz francés no tardaría mucho tiempo en dejar atrás esa paz lograda por las Damas, para volver a emprender su particular guerra contra Carlos y sus ejércitos. Una contienda que ni tan siquiera logró evitar el matrimonio entre Francisco y Leonor, hermana de Carlos I, que había enviudado de su matrimonio con Manuel I de Portugal. Matrimonio convenido en el Tratado de Madrid, por el cual fue liberado el rey francés después de su derrota en Pavía, habiendo dejado como rehenes a sus dos hijos, Francisco y Enrique, futuro Enrique II, generador de las Guerras de religión en Francia, entre católicos y hugonotes.
Un último detalle, las Damas, Luisa y Margarita, estaban emparentadas, ya que esta, después de quedar viuda del Príncipe heredero Juan de Aragón y Castilla, hijo de los Reyes Católicos, fue desposada con Filiberto II de Saboya hermano de Luisa. Ambas, pues, eran cuñadas y un ejemplo de mujer tenaz.
Francisco Gilet
Bibliografía.
Santa Cruz, Crónica del Emperador Carlos V
R. Tyler, El Emperador Carlos V, Barcelona
M. Fernández Álvarez, Carlos V.