Concurso V Centenario: Magallanes y Elcano. La crónica del increíble viaje

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Narración creada y enviada por Manuel Sierra

Mas sabrá tu alta Majestad lo que en más habremos de estimar y tener es que

     hemos descubierto e redondeado toda la redondeza del mundo,

                         yendo por el occidente e viniendo por el oriente.

En la nao Victoria, Sanlúcar, 6 de septiembre de 1522.

El capitán Juan Sebastián Elcano.

Objetivo las Indias

  En la Europa del siglo XVI las especias valían su precio en oro, y más aún cuando, caída Constantinopla, los turcos bloquearon las rutas entre Asia y el Mediterráneo. España y Portugal, potencias marítimas en auge, comprendieron las ventajas de controlar su comercio llegando por mar hasta “la especiería” —Islas Molucas—, y buscaron la ruta de las Indias. Los portugueses la encontraron por el este; los españoles lo intentaban por el oeste cuando Cristóbal Colón se topó con un nuevo continente, las Indias Occidentales. Su dominio se dirimió en Tordesillas, donde ambas naciones se repartieron el mundo mediante un meridiano que iría de polo a polo de la Tierra.

  Cuando Núñez de Balboa descubrió el Pacífico en 1513, surgió de inmediato la búsqueda del paso entre océanos para llegar, ahora sí, a las Indias por el oeste. Esto fue lo que Fernando de Magallanes propuso a su rey en Portugal. El monarca lo rechazó hasta en cuatro ocasiones, la última con algún género de desprecio, algo que para un soldado veterano, de fuerte carácter y con más de veinte años de servicios, era difícil de soportar. De hecho, tomó el camino de Sevilla en busca de un señor más receptivo.    

Sevilla, puerta del Nuevo Mundo.

Magallanes llegó a Sevilla en compañía del cosmógrafo Ruy de Faleiro y los mapas secretos para su expedición. Ambos se “naturalizaron” súbditos del joven Carlos I de España, recién llegado a la Península, pero también se convirtieron en traidores para la corte de Lisboa. Expusieron su proyecto al mismo rey y su Consejo de Indias, y les convencieron de que el tratado de Tordesillas sería respetado, principal preocupación del monarca.

Firmadas las capitulaciones, la Flota de las Molucas se organizóconcuatronaos: la capitana Trinidad, la San Antonio, la Concepción y la Victoria, y una carabela, la Santiago, más ligera.

Los intentos del rey portugués para hacerles desistir no afectaron a Magallanes, que se mantuvo firme, pero a Faleiro hubo que relevarlo. En su lugar, Juan de Cartagena sería «persona conjunta» a Magallanes,  además de capitán de la San Antonio y veedor de la flota, lo que implicaba supervisar el cumplimiento de las instrucciones reales, es decir, vigilar a Magallanes.

  Mientras los barcos se abastecían, la tripulación se completó: unos 250 hombres, la mayoría españoles (152), a los que se sumaron 27 italianos y 24 portugueses, además de algunos griegos, flamencos, alemanes…Entre los españoles estaba Juan Sebastián Elcano, armador deGuetaria, que había servido con su propio barco en campañas de Italia y África. El guipuzcoano arrastraba cuentas pendientes con la Justicia, quizás por eso se enroló con Magallanes, quien le nombró maestre[1] de la Concepción. También estaba Antonio Pigafetta, un italiano culto, recomendado por el nuncio del Vaticano. Magallanes le encargó el diario de a bordo y, dado que finalizó el viaje, su testimonio sería el más completo y valioso.

El 10 de agosto de 1519 la flota dejaba Sevilla disparando salvas, y el 20 de septiembre, tras esperar buenos vientos en Sanlúcar de Barrameda, las naves salían a mar abierto al tiempo que entraban en la Historia.

En busca del estrecho. El motín.

En cuanto lo supo, el rey portugués ordenó zarpar a dos armadas en su búsqueda, una hacia África y otra hacia América. Sabiéndose perseguido, Magallanes se aprovisionó en Las Canarias y zarpó sin dar explicaciones sobre el rumbo que pensaba seguir, una actitud que le llevó al enfrentamiento con sus capitanes. De hecho, tras una fuerte discusión, arrestó a Juan de Cartagena y le relevó del mando de la San Antonio.

El 13 de diciembre fondearon en Río de Janeiro, y con el nuevo año llegaron al Río de la Plata, exploraron el enorme estuario y luego volvieron al océano para surcar latitudes hasta entonces inexploradas. Las terribles tormentas y los gélidos vientos les obligaron a cobijarse en un puerto natural que llamaron San Julián por el santo del día. Para entonces el descontento había llegado a tal punto que parte de la expedición se amotinó para forzar la vuelta a España. Prevenido Magallanes, sofocó el motín e impartió justicia: mandó ejecutar al capitán Gaspar de Quesada mientras que Juan de Cartagena junto al fraile Pedro Sánchez Reina quedarían en tierra cuando zarpara la flota. El resto de los amotinados, unos cuarenta, fueron perdonados, Elcano entre ellos.

En San Julián contactaron con unos indígenas de elevada estatura a los que llamaron patagones, y así nombraron a aquella región La Patagonia.

Tras cinco meses de escala y la pérdida de la carabela Santiago, la flota dejaba San Julián mientras los dos condenados la veían alejarse desde la playa —de ellos nunca más se supo. Por fin, tras explorar una bahía, Pigafetta escribió: «y al saber que habían visto la continuación de la bahía, o mejor dicho, del estrecho, todos juntos dimos gracias a Dios y la Virgen María, y proseguimos la ruta».

En mitad del estrecho la nao San Antonio se separó del resto y se volvió a Sevilla con su capitán preso en un camarote. Pese a todo, Magallanes siguió adelante con tres naves hasta desembocar en el Mar del Sur. Entonces, según Pigafetta, el capitán general lloró de alegría, y al océano le llamaron Pacíficopor su quietud.

Filipinas y la muerte de Magallanes.

Al salir del estrecho creyeron estar ya cerca de las Molucas y no se aprovisionaron, de manera que el hambre y el escorbuto les diezmaron, y para sobrevivir llegaron a comer serrín y cuero reblandecido con agua de mar.

Cruzaron el Pacífico sin escalas hasta la isla de Guam, llegaron luego a las Filipinas y fondearon en la isla de Cebú donde congeniaron con los indígenas y muchos se bautizaron. Magallanes, quizás sobrado de confianza, quiso entonces hacer valer su alianza con el rey local sometiendo por la fuerza al jefe díscolo de la vecina isla de Mactán. Desoyendo a los suyos se puso a la cabeza de sesenta hombres armados. Apenas desembarcaron comenzaron los ataques y, al replegarse, fue abatido en la orilla junto a siete de los suyos.

 Tras su muerte, el nuevo jefe de la expedición, Duarte Barbosa, decidió partir de Cebú en secreto, pero el rey local les tendió una trampa mortal en la que perecieron veintiséis, Barbosa entre ellos. Partieron precipitadamente y quemaron la Concepción por falta de tripulantes. Eligieron entonces jefe de la expedición al portugués Juan López Carvallo, y por capitanes a Gómez de Espinosa para la Trinidad y a Juan Sebastián Elcano para la Victoria. Finalmente, el 6 de noviembre de 1521 ambas naves llegaban a Las Molucas, y allí supieron que una armada portuguesa aún les perseguía.

De vuelta a casa

Con las bodegas repletas y a punto de partir, descubrieron que la Trinidad hacía agua y hubo que tomar decisiones. Fue entonces cuando Elcano resolvió ir hacia el oeste para completar la vuelta al mundo, mientras que la Trinidad, una vez reparada, partiría hacia el este. Pigafetta, premonitorio, recogió la emoción de la partida: «cuando llegó el momento, las naves se despidieron una de otra con salvas de artillería. Y parecía como si estuvieran diciéndose adiós para siempre».

 La Victoria navegaba muy al sur para evitar a los portugueses, mientras la Trinidad, ya reparada, partió con 55 hombres y 50 toneladas de clavo. Tras cuatro meses de dura navegación, el penoso estado de la nave y de su tripulación les obligó a regresar a Las Molucas, donde ya aguardaba la armada portuguesa. La Trinidad se hundió al llegar, y los veinte hombres que quedaban fueron apresados y sometidos a trabajos forzados. Sólo tres sobrevivieron y volvieron a España, rescatados por el Emperador, cinco años más tarde que Elcano.

Por su parte, la Victoria consiguióevitar a los portugueses antes de enfrentarse a los elementos intentando doblar el Cabo de Buena Esperanza durante semanas. A punto de desistir, Pigafetta escribió: «finalmente, con la ayuda de Dios, doblamos el terrible cabo».   

Ya en el Atlántico, con el escorbuto haciendo estragos, Elcano decidió entrar en Cabo Verde contando que venían de América. Cuando supieron la verdad, los portugueses apresaron a trece hombres. La Victoria tuvo que zarpar a toda vela y subir hasta Las Azores antes de poner proa a la Península.

El 6 de septiembre de 1522, sin dar tregua a las bombas de achique, dieciocho hombres extenuados entraban en la bahía de Sanlúcar tres años después de su partida. Pero aún les quedaba pólvora para llegar a Sevilla disparando salvas ante la multitud que quería ver a los que, según Elcano «estaban tan flacos como hombre alguno lo ha estado». 

Antes de dirigirse a sus hogares entraron en una iglesia para cumplir una promesa. La flota de las Molucas cumplió su misión, la expedición terminó, pero sus efectos sobre la España de entonces y sobre la Historia del mundo apenas habían comenzado.


[1] Era el responsable de la tripulación y de los pertrechos y mercancías de valor que iban a bordo.

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