Viriato, de pastor a caudillo

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Estatua de Viriato, terror de los romanos

Nos hallamos ante un personaje que viene a significar la lucha del mundo hispano contra el conquistador romano. Nos referimos a Viriato, cuyo nombre significaría algo así como “el portador de brazaletes”, derivando del vocablo ibérico “viria”, y emparentado con el celta “viriola”. Si problema es el nombre, también lo es su fecha o lugar de nacimiento. La aproximación nos llevaría a la Lusitania meridional y la fecha entre 190-170 a.C., rechazándose las teorías de su procedencia turolense o valenciano. Los antiguos historiadores, Posidonio, Diodoro Sículo o Dion Casio, nos trasladan pocos datos y referencias acerca de sus padres y de su procedencia. A lo sumo, se atreven a afirmar que pasó su infancia como pastor en las montañas, de ahí su gran conocimiento de la geografía montañosa, refugios y escondites de la orografia lusitana, de todo lo cual hizo uso durante su lucha contra las legiones romanas. Sea o no cierto, lo referido es que, en un determinado momento, abandonó Viriato las tierras lusitanas para llegar hasta las ricas llanuras de la Bética, en busca de recursos. De esa época provendría su boda con la hija de un rico propietario, Astolpas, dado que había alcanzado un alto prestigio en sus enfrentamientos a Roma.

Diodoro menciona que durante la boda hubo exhibición de vasos, copas de oro y plata, junto con tejidos preciosos. Sin embargo, para Viriato aquello eran minucias dado que estaba convencido que era su lanza la que le daba verdaderamente el poder. Una curiosidad no confirmada es que, antes de partir con su ya esposa, le preguntó a su suegro por qué había decidido abandonar la cómoda protección romana para unirse a un modo de vida mucho más duro. Desconocemos la respuesta de su estrenado suegro.

Con Viriato los romanos se encontraron con un tipo de guerra a la cual no estaban en modo alguno habituados. Era la bellum latrocinium, es decir, “guerra de bandidos”, empleada por los pueblos peninsulares, celtiberos y lusitanos, que habían pasado de una función defensiva a otra ofensiva. Su finalidad era destruir al ejército enemigo mediante pequeños ataques que no facilitaban el despliegue en combate regular. Acabado el enfrentamiento, Viriato ordenaba la retirada del territorio, una vez esquilmado, lo cual obligaba a los soldados romanos a su abastecimiento mediante recursos traídos de fuera. Caravanas que eran atacadas por las fuerzas de Viriato, con el correspondiente problema de suministro para los romanos. A Viriato no le interesaba la conquista del territorio ya que ello le habría obligado a defenderlo, destinando tropas que le eran necesarias en sus ataques. El trato que dispensaba Viriato a sus tropas era sumamente justo y equitativo a la hora de distribuir el botín logrado, llamando ello la atención de los propios romanos. La guerra de Viriato, entre Roma y las tribus celtiberas y lusitanas de mediados del siglo II a.C. vino precedida de sangrientos enfrentamientos por parte de los soldados romanos cuyos dirigentes aprovechaban la más mínima ocasión para conducirse con duras represalias. El gobernador de la Ulterior en 151 a.C., Sulpicio Galba, deseoso de un rápido enriquecimiento, pretendió el castigo de las incursiones de los lusitanos hasta el sur. Sin embargo, su fracaso fue estrepitoso, viéndose obligado a refugiarse en Carmona. Humillado intentó recuperar el prestigio perdido, llamó a conciliábulo a los jefes lusitanos, prometiéndoles tierras a cambio de que abandonasen sus refugios en las montañas. Cuando los tuvo a su alcance, los masacró sin previo aviso. Pocos fueron los que lograron salvarse y seguramente uno de ellos debió ser Viriato. Y la razón la podemos hallar en el año 147 a.C., cuando los lusitanos, en pequeños grupos, bajando de la Turdetania, se enfrentaron a las tropas de C. Vetilio. Cercados los lusitanos, el romano les ofreció tierras si abandonaban las armas. Ya prestos a aceptar la oferta, se levantó la voz de Viriato recordando lo sucedido con Galba, autor de la misma promesa. Según parece la determinación de Viriato impulsó al resto de cabecillas a designarlo como jefe, poniéndose al frente de todas las bandas y tribus lusitanas. Roto el cerco merced a ataques lusos en todas direcciones, los rebeldes lograron llegar a la ciudad de Tribola, donde se reagruparon.

Viriato comenzó a poner en práctica la táctica de combate que se ha mencionado más arriba con extraordinarios resultados. En uno de estos breves enfrentamientos logró sorprender al pretor Vetilio, que fue hecho prisionero y muerto poco después. Lo mismo le sucedió en dos ocasiones al pretor C. Plautio Hipseo en 146 a. C., la primera cerca de Carteia le proporcionó a Viriato un considerable botín y atravesando el río Tajo se asentó en el Mons Veneris, identificado por Schulten como la Sierra de San Vicente, lugar que convirtió en su centro de operaciones; hasta allí le persiguió Plautio que fue nuevamente derrotado, esta vez al norte de Talavera. Viriato logró crear un estado de inseguridad en toda la Ulterior: ocupó Segóbriga, realizó una expedición al territorio de los vacceos, en el año 146 a. C., derrotó al pretor de la Citerior, Claudio Unimano, apoderándose de sus estandartes, algo que para los romanos era más grave que la misma derrota. En el año 145 a. C., le tocó el turno a C. Nigidio, con lo que se puede decir que Viriato dominaba casi toda la Hispania Ulterior y todo el sur de la Citerior. Las cosas eran tan graves que Roma se vio obligada a enviar al cónsul, Fabio Máximo Emiliano en 145 a. C.; su mandato era limitado, pero con el apoyo que le prestaba desde Roma su hermano carnal, Escipión Emiliano. logró permanecer en el cargo también en el año 144 a. C.

En el año 143 a.C., como procónsul,  Fabio Máximo Emiliano, en su directo enfrentamiento con Viriato pudo demostrar que no era invencible, obligándole a abandonar el valle del Betis para retirarse hasta Bailén. Sin embargo, Roma no había ganado la contienda, ya que Viriato logra la unión a su empeño de los celtíberos. En 141-140 a. C., logra apresar al procónsul Fabio Masimo Serviliano, con el cual firma un tratado de paz, ratificado por el Senado romano. Según indicios, lo pretendido por Viriato era ser nombrado rey de Lusitania, circunstancia que solamente se podría dar con el beneplácito de Roma. Sin embargo, la paz duró poco tiempo; al año siguientes Servilio Cepión sucedió a Serviliano reiniciando las hostilidades y obligando a Viriato a retirarse hacia Carpetani y más tarde a las montañas de la Lusitania.

Su situación guerrera cambió completamente, dejando atrás sus incursione ofensivas para adoptar posiciones simplemente defensivas. Los lusitanos cansados de guerrear, se opusieron a Viriato, el cual decidió iniciar conversaciones de paz. Sus tres hombres de confianza, Audaz, Ditalcon y Minuro fueron comisionados para entablar dichas conversaciones con Cepión. El procónsul logró sobornar a los tres enviados, los cuales, regresados al campamento y hallando a Viriato durmiendo, le asesinaron. Sin embargo, ello causó graves escándalo en la Roma senatorial, que se negó a pagar el soborno prometido a los asesinos, seguramente anunciando la famosa máxima de que “Roma no paga traidores”. Incluso Cepión no pudo celebrar su victoria, ya que para los senandores no fue tal, sino una compra.

Los funerales de Viriato tuvieron honores especiales. Acudió casi todo el ejército romano. El cadáver fue ataviado en forma especialísima, para ser quemado en una gran pira, inmolándose al mismo tiempo gran cantidad de ofrendas. Al mismo tiempo caballos e infantes daban vueltas alrededor de la pira mientras ardía dando gritos de alabanza del jefe vilmente asesinado. Una vez concluidos los funerales, la desaparición del caudillo significó el final de la guerra, permitiendo a las legiones romanas expandirse hacia el noroeste.

Francisco Gilet

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