Domingo de Santo Thomás, posiblemente, nació en Sevilla por allá 1499, para fallecer este misionero dominico en Lima, Perú, en 1570. Su llegada a dicho Virreinato se produjo sobre 1540, cuando el 4 de enero de dicho año se había establecido la Provincia Dominicana de Perú, iniciando su primer provincial, fray Tomas de San Martín, el adoctrinamiento de los indios pobladores aquellas tierras. Fue este provincial quién envió a nuestro personaje a Trujillo, junto con otros dominicos, para que iniciasen la evangelización. En el año 1548 pasó a Cuzco donde, entre otras cosas, se acordó crear un Estudio General que antecede a la Universidad de San Marcos de Lima. Luego se le encomendó la catequización de los indios de las calles de Chicama, Aucallama y Chancay. El mismo año de 1545 fue elegido prior del Convento de Lima.
El cronista don Pedro de Cieza de León, nos cuenta de fray Domingo: “Es uno de los que más sabe la lengua y ha estado mucho tiempo entre estos indios y doctrinándolos en las cosas de nuestra Santa fe Católica; así que por lo que yo vi y comprendí el tiempo que anduve por aquellos valles y por la relación que tengo de fray Domingo de Santo Tomás”.
Fundado el convento en Chincha por fray Domingo, de camino a Cuzco, y hallándose en Jauja, se topó con el presidente de la Real Academia de Lima, don Pedro de La Gasca o Lagasca, quién había ayudado a dicha fundación. Los dos personajes se encaminaron a Cuzco para celebrar allí un Capítulo, en el cual se creó la primera cátedra de quechua en la Universidad de San Marcos. Se trataba de un implícito reconocimiento de la necesidad de instruirse en tal lengua para luego distribuirse los frailes por las encomiendas de Lima. Es el erudito e investigador doctor Isacio Pérez Fernández quien nos habla del primer intento de evangelización en lengua quechua por parte de los dominicos, entre 1541 y 1545, mediante unas cartillas usadas para la catequesis, cartillas que según el erudito investigador gozaron de la participación de fray Domingo de santo Thomás. Según indicios, por aquellos años el fraile dominico ya reunía material para su Lexicón y su Gramática.
No se daba mucha conformidad por parte de las altas jerarquías a la catequesis en lengua quechua. Discrepancias que también existían en la “tasación del tributo indígena”. Para fray Domingo, imponer tributos a los indígenas sería causa de un retraso en su conversión. Juntamente con tales divergencias también se encontraban las dificultades impuestas por los obispos a los religiosos en lo que se refería a la administración de los sacramentos. En una carta al Rey del 1 de julio de 1550, fray Domingo se queja de tales obstáculos e incluso del pretendido sometimiento de los religiosos mendicantes a la jerarquía eclesiástica. El Virrey La Gasca había llegado tiempo atrás para poner orden ante la rebelión de Guillermo Pizarro, hermano del conquistador, así como de la situación y trato a los indígenas con anterioridad a la pacificación, de ello también habla fray Domingo en dicha carta. Resalta la importancia de la tasación encomendada por La Gasca para la protección de los indígenas, pues antes de la tasación “A esta pobre gente les pedía mil, mil habían de dar […] y sobre esto quemaban a los caciques y los echaban a perros y otros muchos malos tratamientos y les quitaban el señorío y el mando se lo daban a quien les parecía buen verdugo de los pobres indios para cumplir su voluntad y codicia desordenada”. Del trabajo de los naturales en la minas dice que “no sólo hay mal en quitarles la libertad y echarles a morir y para su perdición […] es en suma lo mucho del desorden y daño que acerca destas minas hay y doy fe a vuestra alteza como cristiano, que si no se pone orden muy en breve se destruirá la tierra”. Tal defensa de los pobladores tenía su fundamento en el reconocimiento de la autoridad real y en el rechazo de atribuciones a los encomenderos.
Doctorado en la universidad de San Marcos de Lima, era responsable de las cátedras de Retórica, Gramática, Artes y Teología. En 1551, el general de la Orden dominicana le designó vicario general, para ordenarle el arzobispo Loayza empadronar y tasar el tributo indígena, lo cual le valió la enemistad de los encomenderos. Estos pretendían de Felipe II una encomienda a perpetuidad, haciendo promesa de entrega a la corona de nueve millones de ducados. Sin embargo, fray Domingo, junto con el padre Las Casas, presentaron una contraoferta al rey elevando tal cantidad, empero saber que los caciques indígenas no podrían cumplirla. En el fondo lo que pretendían era ganar tiempo y que no se implantase una especie de feudalismo contrario al absolutismo de la monarquía imperante.
Regresado a Perú en 1561, fue nombrado Obispo de Charcas al año siguiente. Sin embargo, falleció a causa de una enfermedad permaneciendo sus restos en la Catedral del Obispado de Charcas, dejando su Gramática, donde recopila los primeros conocimientos de la lengua indígena peruana. Fue él quien inició su estudio pasando de llamarse Runa Simi o Lengua General Inca al más conocido quechua. Tal denominación se divulgó en el siglo XIX, siendo acompañado fray Domingo por fray Benito de Jarandia con la lengua Yunga y la de los indios chicamas; fray Pedro de Aparicio estudió la lengua chimú y el presbítero Roque de Cejuela elaboró un Catecismo en lengua yunga y castellana del Perú, escrito sobre 1585.
Resulta ya curioso que desde el siglo XVI se iniciase un debate entre quienes propugnaban una castellanización de la liturgia, fundamentada en Antonio de Lebrija y su Gramática y el ejemplo de Roma, que proclamaba “La lengua con el Imperio”. En contraposición otros, entre ellos fray Domingo de santo Thomás, optaban por una catequesis en quechua, sin desestimar al castellano. Y en tal sentido lo dejó publicado en su Grammatica y su Lexicón. La lengua indígena llegó a convertirse en el idioma oficial de la Iglesia, incluso gozando de la intervención de Felipe II que ordenó la continuidad del uso litúrgico del quechua. Cuando la revuelta de Tupac Amaru II, el visitador Antonio de Areche cerró la cátedra de San Marcos, en 1784, que fue reabierta en 1936.
Según el insigne lingüista Rodolfo Cerrón Palomino, el quechua se originó principalmente en la costa, siendo esa la variedad que oficializaron los Incas. Sus investigaciones le han llevado a plantearse que el quechua, del cual se ocupó fray Domingo, desapareció a mediados del siglo XVII, por lo cual su obra es el único testimonio que queda. Aunque, desde una perspectiva más actual, aceptado ser el quechua cuzqueño una variante del primigenio quinchay, con influencia aymara, lo ciento es que los evangelizadores no arrasaron ni las lenguas ni las costumbres de los indígenas, actuando con firmeza en la defensa de sus derechos como súbditos de la Corona española.
Francisco Gilet