Los honderos baleares (foners) formaron un cuerpo de ejército propio en la Edad Antigua, integrado por indígenas de las Baleares. Fueron importantes mercenarios presentes tanto en las tropas cartaginesas como romanas, sobre todo durante el período postalayótico. Fueron famosos en todo el orbe antiguo y se integraban como mercenarios por en los diferentes ejércitos de la Antigüedad. Eran entrenados desde la infancia en la destreza con la honda y las llevaban de tres longitudes distintas, según la distancia de lanzamiento. Se decía que su precisión y potencia no tenían parangón.
Ya estuvieron presentes en las guerras contra los griegos en Sicilia, desde finales del siglo V y IV a.C., así como en la II Guerra Púnica. Concretamente, también se sabe que participaron en la Batalla de Baecula. Posteriormente sirvieron como tropas auxiliares de infantería ligera en múltiples combates, entre los que cabe mencionar su presencia en las legiones de Julio César en la Guerra de las Galias, quien menciona a los honderos baleáricos como combatientes en esta guerra, hacia el 56 a.C., luchando junto a otras tropas de élite, como los jinetes númidas y los arqueros cretenses.
Según los cronistas, Aníbal contó con aproximadamente 2.000 honderos baleares, que en los inicios de la campaña en la península itálica dispuso en primera fila de su ejército, y eran los encargados de empezar la lucha para hostigar a los romanos. Es significativo el hecho de que los contingentes de honderos baleáricos fueran mencionados expresamente en la distribución de tropas que Aníbal hizo antes de dejar el mando de las fuerzas cartaginesas en la península ibérica a su hermano Asdrúbal, a quien confió 500 baleares. Aníbal daba una gran importancia a estas tropas y las protegió a lo largo de la campaña como soldados irremplazables. El motivo de su eficacia militar residía en el mayor alcance y precisión que la honda tenía sobre el arco.
Se ha podido confirmar la eficacia de la honda a partir del 123 a.C., durante la conquista de las Baleares por Quinto Cecilio Metelo. Según Tito Livio, cuando la flota romana bordeaba las islas en busca de puntos de desembarco adecuados, Metelo se vio obligado a ordenar a sus hombres que extendieran pantallas hechas de pieles de animales en los costados de sus embarcaciones para protegerles de los proyectiles lanzados desde la costa. En la posterior conquista de Britania, en torno al año 55 a.C., los honderos baleares se usaban para hostigar a los britanos desde las cubiertas de los barcos romanos cuando se acercaban a la orilla. El tiempo que los romanos tardaron en conquistar las Islas Baleares por completo es una señal de la férrea oposición y defensa que hicieron los honderos ante ellos.
La conquista romana de Mallorca fue llevada a cabo por el mencionado cónsul y general romano Quinto Cecilio Metelo, (el cual recibió por ello el sobrenombre de Balearicus), con el pretexto de que las islas Baleares eran un refugio de piratas, en el 123 a. C. Asimismo, también se baraja como añadido al principal casus belli el interés de la República de Roma por incorporar a los honderos baleares a sus tropas, ya que su habilidad con la honda era bien conocida debido a los azotes recibidos durante las contiendas de las guerras púnicas.
Cuando Quinto Cecilio Metelo consiguió desembarcar en la isla, le resultó arduo encontrar a los habitantes, dado que todavía vivían de modo salvaje en grutas (en la Sierra de Na Burguesa están registradas 45 cuevas algunas usadas como refugio y obtención de agua. ) Esta invasión supuso el fin del período postalayótico de la isla de Mallorca.
Tras una campaña de dos años, en 121 a. C., Roma incorporó las islas a la provincia de Hispania Citerior, y fundó la ciudad de Palma, hoy día capital de la isla, y también Pollentia, que fue la primera capital tras la conquista, con tres mil colonos romanos (Iberias Romaion) traídos de la península ibérica, así como soldados de las legiones pompeyanas, como la Legio Vernacula. De tal poblado se conservan impresionantes restos arqueologicos, como el teatro. Con la llegada de Augusto y la paz del Imperio, los honderos baleares y sus grandes habilidades dejaron de ser necesarios. Además, todos los productos y bienes por los que combatían comenzaron a llegar a las Islas Baleares a través del comercio por lo que las hondas quedaron de nuevo relegadas al ámbito del pastoreo.
Decía el historiador Diodoro de Sicilia de los Honderos Baleares que: “utilizando esta arma son capaces de arrojar proyectiles mayores que los lanzados por otros honderos y con una fuerza tan grande que parece que el proyectil ha sido lanzado por una catapulta. Por ello en los ataques a las ciudades son capaces de desarmar y derribar a los defensores que se encuentran en las murallas y, si se trata de combates en campo abierto, consiguen romper un número enorme de escudos, yelmos y toda clase de corazas. En la práctica de lanzar grandes piedras con la honda aventajan a todos los otros hombres”.
Los honderos baleáricos, mencionados por las fuentes como funditores, en relación al arma que manejaban, la honda, llamada funda en latín, combatían semidesnudos, es decir, con escaso armamento defensivo. Al respecto dice Tito Livio levium armorum Baliares, armados a la ligera, levis Armaturen. También menciona que como armamento defensivo solo usaban un escudo recubierto de piel de cabra, y como armamento ofensivo un venablo de madera de punta afilada y las célebres hondas. Las hondas se elaboraban con fibra vegetal trenzada, sobre todo de lino o esparto o bien se fabricaban con crin de caballo o nervios y tripas entrelazadas de algún animal. Los guerreros se ataban las hondas alrededor de la frente, como si fueran diademas para tenerlas siempre encima. Empleaban tres tipos de hondas de diferentes longitudes, según la distancia del objetivo a alcanzar. Las que no se usaban eran colocadas alrededor de la cabeza y de la cintura. Por el contrario, según Estrabón y otros autores, llevaban las tres hondas atadas alrededor de la cabeza.
La destreza de estos guerreros con la honda se debía a que, ya desde niños, sus padres les adiestraban a fondo en el manejo del arma. Uno de los primeros juguetes de los niños baleares era precisamente una honda. Se dice que cuando empezaban a familiarizarse con el objeto, las madres colocaban un pedazo de pan sobre una estaca y, hasta que los jóvenes aprendices no lo tiraban al suelo con la honda, no podían comérselo. Licofrón de Calcis decía: “Y las madres señalaron a sus hijos más pequeños, en ayuno, el arte de tirar; ya que ninguno de ellos probará el pan con la boca si antes, con piedra precisa, no acierta un pedazo puesto sobre un palo como blanco”. Explica la maestría de los baleares en la honda en su poema épico Alexandra, donde habla así de los fugitivos de Troya que llegaron a las Islas Baleares: “…después de navegar como cangrejos en las rocas de Gimnesias rodeados de mar, arrastraron su existencia cubiertos de pieles peludas, sin vestidos, descalzos, armados de tres hondas de doble cordada”.
Estos guerreros eran famosos en todo el mundo antiguo por su destreza en el uso de la honda, un arma muy sencilla pero terrible, capaz de una gran precisión y de hundir cascos y corazas de metal. El alcance de la honda podía llegar hasta los 100 metros de distancia. Todo aquel que osase amenazar las tierras baleares era recibido con una lluvia de piedras que a menudo se traducía en el abandono de la ocupación.
Se situaban en la vanguardia de los ejércitos y actuaban como fuerzas de choque. Se encontraban asociados a menudo con los arqueros cretenses y su misión consistía en hostigar al enemigo antes de llegar al enfrentamiento directo entre los dos ejércitos. Armados ligeramente, una vez que se les acababan los proyectiles o el enemigo estaba ya muy próximo, se replegaban junto a los arqueros para ceder el paso al grueso de la infantería pesada. Excelentes defensores y asaltantes de fortificaciones, los cartagineses los emplearon sobre todo en el campo de batalla. Normalmente, eran los primeros en intervenir en las batallas, deshaciendo las primeras filas enemigas, rompiendo escudos, yelmos y cualquier tipo de arma defensiva.
Los proyectiles reciben el nombre de glandes y se lanzaban tras revolotear tres veces sus hondas, podían ser de piedra, terracota o plomo. Podían llegar a pesar hasta 50 gramos, y sus efectos sobre las tropas enemigas eran de gran potencia. El uso de proyectiles de plomo, inventado por los griegos, haría de la honda un arma temible por su mayor impacto y alcance; a esto se unía el pequeño tamaño de los proyectiles, que eran capaces de penetrar en el cuerpo a la manera de una bala, además de hacerlos invisibles por el aire. Como arma de guerra, la honda se utilizaría todavía durante toda la Edad Media, llegando a convivir incluso con los primitivos cañones.
Las Islas Baleares aún conservan su gran legado del pasado, puesto que fueron en un principio denominadas Gimnesias. Después, cuando fueron ocupadas por los griegos, viendo éstos que sus habitantes atacan a sus adversarios con piedras que voltean con la honda, denominaron Balears a las islas, nombre derivado que significa: lanzar. En la antigüedad clásica, la honda fue usada por griegos, cartagineses, romanos, etc. También en la Biblia encontramos muestras de pueblos que usaban la honda como los miembros de la tribu de Benjamin, los keretitas y peletitas de los ejércitos del rey David y las fuerzas del rey Uzías, siendo el más conocido el del enfrentamiento de David con Goliat.
Jaime Mascaró